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lunes, 3 de marzo de 2008

Un aperturista al frente de los Jesuitas


P. Adolfo Nicolás,
nuevo prepósito general de la Compañía de Jesús

Publicado por: Revista Misioneros Tercer Milenio

Un aperturista al frente de los jesuitas

Una persona abierta, de vida y costumbres sencillas; de pocas palabras, pero muy preciso en el hablar y un gran orador; un hombre inteligente sin ser pedante, con una gran sensibilidad para el diálogo interreligioso e intercultural y una enorme conciencia en el terreno de la justicia social. Alguien, en definitiva, "muy capaz" para el cargo. Éste es, a grandes rasgos y según sus propios compañeros, el perfil del P. Adolfo Nicolás Pachón, quien desde el 19 de enero es el nuevo prepósito general de la Compañía de Jesús. El vigesimonoveno sucesor de San Ignacio de Loyola tiene 71 años y está considerado un "aperturista". Algunos ven en él a un nuevo Padre Arrupe.

Por José Ignacio Rivarés

N

o son desdeñables, desde luego, los rasgos que comparte el nuevo general con el hombre que dirigiera a la Compañía de Jesús entre 1965 y 1983. Como Arrupe, en efecto, el P. Nicolás es español; como Arrupe, está especializado en Asia; y como Arrupe, ha sido misionero y provincial en Japón. Quienes le conocen bien, aseguran asimismo que se trata de la persona idónea para hacer realidad un mayor acercamiento cultural entre Oriente y Occidente. E insisten en que su estudio de religiones como el budismo y el sintoísmo, así como su “gran sensibilidad para el diálogo con la cultura”, ayudarán sobremanera a conseguir este objetivo. No en vano –recalcan– ha viajado y conoce todos los países asiáticos.

El hombre que desde el 19 de enero lidera a la más influyente y numerosa –con 19.216 miembros en enero de 2007– congregación de la Iglesia católica es castellano de nacimiento, pero asiático de corazón. Hijo de militar, nació, en efecto, en la localidad palentina de Villamuriel del Cerrato el 29 de abril de 1936. Tercero de cuatro hermanos, todos ellos varones, estudió Filosofía en Alcalá de Henares (Madrid) y Teología en Tokio. En la capital del Japón, a la que llegó en 1964 con apenas 18 años, se ordenó sacerdote. Su vida, desde entonces, ha estado dedicada a las misiones en el continente asiático y a la Compañía de Jesús, en la que goza de gran prestigio intelectual y una bien merecida fama de dialogante y sensato. En su seno ha desempeñado, entre otros, los cargos de profesor de Teología Sistemática en la Universidad Sofía de Tokio (1971); de director del Instituto Pastoral de Manila (entre 1978 y 1984), un organismo clave en la renovación eclesial posterior al Vaticano II en Asia, en el que se han formado gran parte de los obispos de este continente; de rector de la casa de formación de los estudiantes jesuitas de Japón (1991-1993); de provincial de la Compañía en este mismo país (1993-1999); y de moderador de la Conferencia Jesuita de Asia Oriental y Oceanía (desde 2004), puesto este último que desempeñaba en la actualidad.

Políglota consumado –habla español, inglés, francés, japonés, italiano, latín y griego–, el nuevo prepósito expuso su programa de gobierno al poco de ser elegido, en una eucaristía celebrada el día 20 en la iglesia del Gesù. “Los pobres, marginados, excluidos y manipulados” deben ser los destinatarios primeros del anuncio de salvación, afirmó ese día en el templo de la congregación que alberga los restos del fundador.

Elección inesperada

El nombre del P. Nicolás no figuraba en las quinielas de favoritos. La prensa, por ejemplo, barajaba las candidaturas de Lisbert D’ Souza (India), Orlando Torres (Puerto Rico), José Morales (México), Mark Raper (Australia), Ignacio Echarte (España) y los italianos Franco Imoda (ex rector de la Gregoriana) y Federico Lombardi (actual portavoz de la Santa Sede). En este sentido, la elección –en segunda vuelta– bien puede calificarse de inesperada. Los analistas coinciden en señalar que el Espíritu que ha iluminado a los 217 electores con derecho a voto que había en la Congregación General lo ha hecho hacia una “vía intermedia”.

El cónclave no ha optado por un jesuita de la India, que era la opción más radical…, pero sí por un europeo con perspectiva y corazón asiáticos, algo muy a tener en cuenta puesto que en este continente, casi virgen para el catolicismo, viven y trabajan ya casi un tercio de todos los miembros de la Compañía. De igual modo, no se ha elegido a un heterodoxo cuyo generalato pudiera plantear conflictos con el Vaticano…, pero tampoco a un superior apegado al oficialismo romano con una visión eurocentrista de la realidad.

En este sentido, la designación del P. Nicolás supone, previsiblemente, una vuelta al aperturismo que ya viviera la Congregación con Arrupe, aunque, también previsiblemente, desde la moderación y la sensatez. “Adolfo Nicolás es el jesuita que pasa página y mete por fin a la Orden en el siglo XXI”, se ha podido leer estos días en la prensa, en donde se ha llegado incluso a señalar que los veinticinco años de generalato del holandés Peter-Hans Kolvenbach han sido una especie de “paréntesis de libertad vigilada” en el devenir histórico de la orden.

“Adhesión total a la doctrina”

De ser correcto este análisis, cabe pensar que la Santa Sede habrá acogido la designación con cierto recelo y prevención. Se trata de una suposición, pero tiene su fundamento. Ciertamente, las posiciones de vanguardia que la Compañía de Jesús mantiene en asuntos tales como la inculturación de la fe o el diálogo interreligioso, entre otros, no son bien vistas en Roma, que las considera demasiado avanzadas y peligrosas. Ese temor y esa desconfianza del Vaticano han quedado puestos de manifiesto en plena Congregación General mediante dos intervenciones concretas: la primera, del cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica; y la segunda, del propio Benedicto XVI.

El 7 de enero, en la eucaristía que inauguraba la Congregación, monseñor Rodé dijo a los jesuitas que “algunas órdenes religiosas” están perdiendo “el sentire cum Ecclesia” y que se están alejando cada vez más de la Jerarquía. “El amor a la Iglesia –añadía el prefecto vaticano– no es un sentimiento humano que va y viene según las personas que la componen o según nuestra conformidad con las disposiciones emanadas por aquellos que el Señor ha puesto para regir la Iglesia”.

Su homilía concluía con un llamamiento a quienes “deben vigilar sobre la doctrina de vuestras revistas y publicaciones”, para que “lo hagan según las reglas del sentire cum Ecclesia”. El mensaje era inequívoco: La Iglesia tiene que “presentar a los fieles y al mundo la auténtica verdad revelada en la Escritura y en la Tradición”. “La verdad es una (…) y garante de la verdad revelada es el Magisterio vivo de la Iglesia”.

La segunda intervención del Vaticano se produjo en forma de carta. La que el propio Benedicto XVI remitió al P. Kolvenbach agradeciéndole los servicios prestados y “el modo iluminado, sabio y prudente” en que ha ejercido su generalato “en un momento no fácil de la historia de la Orden”. La misiva papal, que el propio Kolvenbach hizo pública en vísperas de la elección, alentaba a los jesuitas “a promover la verdadera y sana doctrina católica”. Y les pedía que reafirmasen “la propia adhesión total a la doctrina católica, en particular sobre puntos neurálgicos hoy fuertemente atacados por la cultura secular, como, por ejemplo, la relación entre Cristo y las religiones, algunos aspectos de la teología de la liberación y puntos de la moral sexual, sobre todo en lo que se refiere a la indisolubilidad del matrimonio y a la pastoral de las personas homosexuales”.

El Papa Ratzinger recordó también en su escrito el “voto de obediencia inmediata al Sucesor de Pedro perinde ac cadáver («hasta la muerte»)”, un voto de fidelidad que –dijo– “constituye la señal distintiva de la Orden”. Y, al igual que hiciera Juan Pablo II en la anterior Congregación General, pidió que “la vida de los miembros de la Compañía de Jesús, así como su investigación doctrinal, estén siempre animadas de un verdadero espíritu de fe y comunión en dócil sintonía con las indicaciones del Magisterio”.

Séptimo general español

En su primera comparecencia ante los medios de comunicación, el sábado 25 de enero, el P. Nicolás –el séptimo español que llega a prepósito general, tras el propio San Ignacio (1541-1556), Diego Laínez (1558-1565), San Francisco de Borja (1565-1572), Tirso González (1687-1705), Luis Martín (1892-1906) y el ya citado Arrupe (1965-1983)– salió al paso de ese supuesto disenso doctrinal de la Orden y reiteró la lealtad de los jesuitas al Papa. Y bromeó sobre su propia persona en estos términos. “Se ha dicho que soy tipo Arrupe, tipo Kolvenbach, e incluso mitad y mitad, y no me extrañaría que alguien dijera que tengo un 10% de Elvis Presley”. “No soy Arrupe y no soy Kolvenbach”, concluyó antes de reconocer que lo que realmente le define es su mirada a Asia, y que este continente “me ha cambiado para bien”.

Un hecho es cierto. El nuevo superior general de la Compañía de Jesús tiene 71 años, por lo que es previsible que su mandato –el cargo es vitalicio– no sea excesivamente largo. Su elección, en cualquier caso, pasará a la historia por el modo en que se ha producido, en una Congregación General que, por segunda vez en cuatro siglos y medio de historia, y de manera consecutiva, se ha tenido que reunir en vida del predecesor. La primera vez ocurrió en 1983, y estuvo propiciada por la enfermedad del P. Arrupe. Esta vez han sido el cansancio y su avanzada edad los que han llevado a Kolvenbach a renunciar. ¿Habrá más?

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