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domingo, 1 de febrero de 2009

Evangelio Misionero del Día: Lunes 02 de Febrero de 2009 - Presentación del Señor

Por CAMINO MISIONERO


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación de ellos, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor». También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz,
como lo has prometido,
porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de Él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él.


Compartiendo la Palabra
Por Pedro Garcia cmf

Al celebrar hoy la fiesta de la Presentación del Niño Jesús en el Templo a los cuarenta días de haber nacido, según prescribía la Ley de Moisés, nos encontramos con un Evangelio muy sabido.
José, en funciones de padre, ha de rescatar al hijo que, por ser primogénito, pertenece a Dios.
María, aunque ha concebido y ha dado a luz virginalmente, no se excusa de la Ley de la Purificación y se somete fielmente a ella, como cualquier otra mujer del pueblo.
Al dar la vuelta con el Niño por los atrios del Templo, el anciano Simeón, que reconoce al Cristo prometido, estalla en un canto gozoso de alabanza y hace de profeta a María.
Ana, la ancianita de 804 años que no se separa del Templo, habla de Jesús a todos los que van llegando.
Todo acaba en la casa de Nazaret, donde el Niño crece, se desarrolla y es el encanto de cuantos le tratan...
Podríamos leer ese Evangelio del capítulo segundo de Lucas, pero se nos llevaría casi todo el tiempo de que disponemos, y, por otra parte, todos lo pueden hacer porque lo tienen a mano. Por eso, vamos a fijarnos por unos momentos en cada una de estas personas, cuya actitud nos brinda unos mensajes llenos de contenido profundo para nuestros días.
¿Qué decir de José , un hombre tan formidable. A él, el responsable de la familia, le toca rescatar a Jesús, que por ser primogénito, aunque después no haya de tener otros hermanos, pertenece a Dios. La ley era bien precisa. El animal primogénito del asno podía conmutarse por una oveja, o ser muerto. El varón era rescatado por cinco siclos, equivalentes a bastantes dólares nuestros, los correspondientes a veinte días de trabajo... ¡Mucho para un pobre!
Pero José no se queja. No busca disculpas ni subterfugios para evadir la ley, y entrega todo generosamente...
¿Por dónde empieza la secularización y el laicismo del mundo moderno? Por el escabullirse del cumplimiento de la Ley de Dios. No cumpliendo su Ley, Dios queda pronto en el olvido. Cuando la Ley de Dios impone algún sacrificio y se hace generosamente, Dios no desaparece nunca del corazón.
María tampoco busca excusas para sacudirse una ley que a Ella no le obligaba, por la concepción y alumbramiento virginales de Niño, pero allí está con la ofrenda de los dos pichones, aunque aquel día no quedara nada para comer...
Por otra parte, María, madre jovencita que rebosa felicidad por todos los costados con el Niño que le ha nacido, ve nublarse el horizonte cuando oye al anciano Simeón la enigmática y despiadada profecía que le hace:
- ¿Contenta con este hijito, verdad?... Pues has de saber que, por causa suya, una espada y bien afilada te atravesará el alma...
María entiende. Acepta y se va repitiendo como aquel día: ¡Aquí está la sierva del Señor!...
Con esta profecía, Dios la invitaba en lo íntimo de su corazón a participar en la obra de la salvación. Desde este momento, se abraza con el querer de Dios, que la llevará suavemente hasta el Calvario
Como a cualquier cristiano, a nosotros mismos, si queremos hacer algo por la salvación de los hermanos. Del sacrificio no nos escaparemos. Lo importante es tener la misma disposición de María, y seguir diciendo: ¡Lo que Tú quieras, Señor!...
Ese buen viejo de Simeón, el hombre despiadado con la profecía a María, es más bueno de lo que parece. Lleva el Espíritu Santo muy adentro del alma, y por el Espíritu ha llegado a conocer a Jesús. Su alegría sube al colmo, y le pide a Dios que ya se lo puede llevar cuando quiera, pues está de más en este mundo una vez ha visto el Salvador...
¡Ver a Jesús! ¿No es éste nuestro ideal? Si el mundo llega a ver a Jesús, si lo llega a conocer, si lo espera con impaciencia como Salvador, el mundo se salvará.
Nosotros tenemos en esto un gran papel que desempeñar, y nos lo enseña esa viejecita Ana, que a sus ochenta y tantos años no se aparta del Templo, dada del todo a la oración. Y ahora, conocido Jesús, no hace otra cosa, nos dice el Evangelio, que hablar de Jesús a todo el que se topa con ella.
Ésta es nuestra misión. En comunicación con el Señor continuamente por la oración, nuestra plegaria se convierte en apostolado ferviente. ¿Cómo vamos a estar tranquilos nosotros, cristianos y católicos, si son más de tres mil millones los habitantes del mundo que no han oído todavía el nombre de Jesús?...
Ana, la encantadora viejecita Ana, nos está diciendo a todos cuál es la misión que nos confía Dios por la Iglesia: ¿Jesucristo desconocido, y nosotros sin anunciarlo?... Hablar de Jesús, ¡qué formidable tarea!...
Jesús, en todos estos acontecimientos, ha permanecido calladito —¡naturalmente, porque no es más que un infante con sólo cuarenta días—, pero es el centro de todo.
Hoy también Jesucristo, aunque parezca estar callado, es el centro sobre el cual gravita todo el peso del mundo.
Y no es que esté callado, pues está callado sólo en apariencia.
Y es que Jesucristo habla... Habla no solamente su Evangelio escrito... Sino que habla su Iglesia... Hablamos todos los que nos decimos y queremos ser evangelizadores de Cristo...
Lo interesante es que, por nuestra voz, prestada al mismo Jesús, y por nuestro testimonio, todos se den cuenta de que Jesucristo es alguien, de que Jesucristo es importante, de que Jesucristo es el único Salvador del mundo...

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