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martes, 5 de mayo de 2009

Homilía y Recursos para la Homilía (Juan 15,1-8): V Domingo de Pascua - Ciclo B

Publicado por Agustinos España
"PERMANECED EN MI Y YO EN VOSOTROS"

-La memoria de los primeros cristianos

¡Cuán importante y estimulante es, para nosotros, el recuerdo de los primeros cristianos, de la primera comunidad, de aquéllos que pusieron en marcha este movimiento de seguidores de Jesús en el que estamos nosotros! Este tiempo de Pascua, estos cincuenta días de fiesta en honor del Señor resucitado, es ciertamente un tiempo que invita especialmente a este recuerdo: ¿qué mejor manera de celebrar la Pascua que ver y celebrar los frutos que ha dado la resurrección de Jesús? Porque aquellos primeros cristianos, aquellos hombres y mujeres que llenos de ilusión empezaron a vivir la vida nueva de Jesús, son el gran fruto, el primer fruto de aquel árbol que Jesús plantó y regó con su sangre.
Por eso, porque este tiempo de Pascua es el tiempo que más invita a contemplar el camino de la primera comunidad cristiana, nosotros, estos domingos, en lugar de leer en la primera lectura -como hacemos el resto del año- los libros del Antiguo Testamento, leemos el libro de los Hechos de los Apóstoles, el libro que narra aquellos primeros pasos de la Iglesia.

-Pablo y Bernabé:

Hoy, la lectura de los Hechos de los Apóstoles, la primera lectura que hemos hecho en nuestra celebración, nos ha puesto ante los ojos la figura de un gran hombre, un gran cristiano, un gran apóstol. Se trata de Saulo, el apóstol que conocemos con el nombre de Pablo. Y a su lado, otra gran figura, aunque quizá no tan conocida: el apóstol Bernabé.

La lectura nos ha narrado como Saulo, Pablo, llegó a Jerusalén después de haber descubierto, en Damasco, el camino de Jesús y de haberse adherido a él con toda su alma.

Pablo, fariseo convencido, tenía muy claro que el movimiento que Jesús había iniciado y que sus seguidores continuaban, era algo que iba contra la ley y la religión de Israel y por tanto tenía que ser destruido. Y por eso había dedicado todos los esfuerzos a esto: liquidar el cristianismo naciente.

Pero llegó un día en que todo le cambió, todo se le invirtió. Llegó el día en el que Jesús se le puso delante, y tuvo la evidencia de que precisamente aquel camino que él perseguía era el camino que le podía dar la vida, el camino que Dios había prometido a su pueblo desde siempre. Y Pablo se dejó cambiar, y se lanzó desde entonces, con todo el empuje de su corazón, a dar a conocer aquello mismo que él había descubierto. ¡Y con qué fuerza lo hizo! Su vida fue desde entonces un recorrer el mundo para hacer llegar a todas partes aquella vida que le había transformado. Hasta aquí, hasta Tarragona llegó, posiblemente.

En la lectura hemos escuchado como, a su llegada a Jerusalén, los cristianos no se fiaban de él y le rehuían. Realmente, tenían motivos para no fiarse de él. Pero allí, Pablo encontró a alguien que fue capaz de acercársele, y darse cuenta de que en el cambio de Pablo había la fuerza del Espíritu. Gracias a Bernabé, la comunidad y los apóstoles aceptaron a aquel creyente nuevo y fogoso. Y Pablo y Bernabé serán, a partir de aquel momento, la punta de lanza que hará presente el Evangelio más allá del reducto de Israel, y hará que la Buena Noticia de Jesús llegue a todas partes.

-Empaparse de aquella historia y agradecerla a Dios

Este tiempo de Pascua es, sin duda, un buen momento para empaparse de la entrega, el empuje y el entusiasmo de aquella primera generación de cristianos. Los hombres y mujeres como Pablo y Bernabé, como Pedro y Juan, como Santiago, como Esteban y Felipe, como Silas, como Lidia (la primera cristiana europea de quien conocemos el nombre: una mujer). Podría ser una buena ocasión aprovechar estas semanas pascuales para leer atentamente bien el libro de los Hechos de los Apóstoles y respirar aquella vida tan plena, aquella fuerza tan capaz de superarlo todo y de pasar por todo gracias al Espíritu de Jesús que les movía y que sentían tan profundamente en su interior.

Vale la pena empaparse de todo eso y, al mismo tiempo, dar gracias a Dios. Porque es por medio de toda esa gente que nosotros hemos llegado a ser cristianos.

-El fundamento de todo: la unión profunda con Jesús

Y es éste también un buen momento para preguntarnos qué vivían aquellos primeros cristianos en su interior, cómo experimentaban esta fuerza y este empuje tan grandes. Y a buen seguro que la respuesta es bien sencilla: las palabras que Jesús nos ha dicho hoy en el evangelio. "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada". La experiencia profunda de la unión con Jesús, de pertenecerle, de participar de su vida, es lo que hizo posible el nacimiento de aquella primera comunidad de creyentes, capaces de tener toda su existencia transformada según Jesús.

Para ellos también, este momento de cada domingo, alrededor de la mesa de la palabra y de la Eucaristía, era un momento culminante: el momento en que se hacía posible y palpable la unión con Jesús que vivían cada día. Que, como lo era para ellos, lo sea también para todos nosotros.




RECURSOS PARA LA HOMILÍA

Nexo entre las lecturas

Este 5º. domingo de pascua desea subrayar nuestra unión con Cristo Jesús, muerto y resucitado por nosotros, y la necesidad de producir frutos en las buenas obras. La primera lectura nos muestra a Pablo que narra su conversión a los apóstoles y sus predicaciones en Damasco. La experiencia de Cristo lo llevaba a hacer una nueva lectura de la Escritura y a descubrir el plan de salvación. Su anhelo es el de predicar sin descanso a Cristo a pesar de las amenazas de muerte de lo hebreos de lengua griega (1L). En la segunda lectura, san Juan continúa su exposición sobre la verdad del cristianismo de frente al gran enemigo de la "gnosis". El amor no se demuestra en bellas palabra o especiales iluminaciones, como pretendían los gnósticos, sino en obras de amor (2L). No se puede separar la fe de la vida moral. La parábola de la vid y los sarmientos nos confirma que sólo podremos dar frutos de caridad, si permanecemos unidos a la vid verdadera, Cristo el Señor (EV).


Mensaje doctrinal

1. El amor se muestra en las obras. La primera carta del apóstol san Juan pone de relieve, de modo inequívoco, que no se puede amar sólo de palabra, sino con las obras y según la verdad. Si deseamos saber si nos encontramos en la verdad, debemos atender a nuestras obras en el amor. La caridad fraterna es algo propio y esencial del cristianismo: Él ha dado su vida por nosotros; también nosotros debemos dar la vida por los hermanos (1 Jn 3,16). Ahora bien, no todos pueden dar la vida por los demás mediante el martirio, es decir, en una confesión suprema de fe. Sin embargo, todos podemos dar la vida por nuestros hermanos mediante el ejercicio de la donación de nosotros mismos. Es importante subrayar que el hombre puede vivir en la dimensión del don (de la donación de sí). Más aún, ésta es su verdadera vida, su forma más auténtica de vivir. Juan Pablo II escribía a los jóvenes en 1985: "¡Sí, mis queridos jóvenes! El hombre, el cristiano es capaz de vivir conforme a la dimensión del don (la dimensión de la donación). Más aún, esta dimensión no sólo es "superior" a la de las meras obligaciones morales conocidas por los mandamientos, sino que es también "más profunda" y fundamental. Esta dimensión testimonia una expresión más plena de aquel proyecto de vida que construimos ya en la juventud. La dimensión del don crea a la vez el perfil maduro de toda vocación humana y cristiana." Juan Pablo II, Carta a los jóvenes Dilecti amici, Roma 1985.

El mandamiento del amor es el principal de todos y el que nos ayuda a decidir qué es lo que se debe hacer "aquí y ahora". Se puede vivir la dimensión del don de sí mismo en la vida familiar y profesional, en la vida religiosa y sacerdotal, en la escuela y en la cosa pública, en el hospital y en la fábrica.

Si nuestro corazón nos amonesta porque no hemos vivido la caridad, es inútil que nos desalentemos atrapados por los remordimientos. El verdadero arrepentimiento no se encuentra replegándose en sí mismo, sino volviendo a Dios para que Él, que es rico en misericordia, nos perdone y nos conceda la suficiente humildad para seguir adelante con entusiasmo. Bien lo supo san Pedro cuando exclamó: Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que yo te amo (Jn 21, 17). Dios es más grande que nuestro corazón y sus planes y proyectos superan con mucho nuestro pobre mente humana. San Agustín tiene un texto que viene muy a cuento del tema que nos ocupa:

Si nuestro corazón nos acusa, es decir, si nos acusa interiormente porque no obramos con la intención que deberíamos haberlo hecho, Dios es más grande que nuestro corazón y conoce todas las cosas. Puedes esconder a los hombres tu corazón, pero a Dios no le puedes esconder nada. ¡Cómo esconderlo a él a quien un pecador lleno de arrepentimiento y temor decía: "Dónde iré lejos de tu espíritu? ¿Dónde huir lejos de tu presencia?"

Buscaba huir para librarme del juicio de Dios, y no sabía dónde. En efecto ¿dónde no está Dios? "Si subo al cielo, allá estás tú, si desciendo a los infiernos, allá te encuentro?". ¿Dónde ir? ¿Dónde huir?

Huye hacia Él, confiesa a Él tus pecados y no te escondas: en efecto, no puedes esconderte de Él. Dile: "Tú eres mi refugio": y nutre en ti el amor que sólo conduce a la vida" (San Agustín, Tratados sobre la primera carta de Juan, Tratt. VI).

Vivamos, pues, en el amor. Pero si algún día tenemos la desgracia de alejarnos de Dios por el pecado, no huyamos de él. Por el contrario acudamos al médico que puede salvar nuestras almas, acudamos al Padre de las misericordias para que nos restituya la vida de gracia y nos permita dar frutos de amor y de vida eterna.

2. Dar frutos permaneciendo unidos a Cristo. "Permanecer" es una palabra clave en el vocabulario de san Juan. En el original griego (menein) lo encontramos 68 veces en los escritos de san Juan y 118 en el Nuevo Testamento. En el sentido más fuerte expresa la unión entre el Padre y el Hijo. En sentido más amplio expresa la unión entre Dios y aquel que tiene fe y observa sus mandamientos. La parábola de la vid y lo sarmientos nos invita de modo particular a "permanecer unidos a Cristo".

Es claro que un sarmiento, si no permanece unido a la vid, no puede dar fruto. Se seca y no sirve sino para lanzarlo al fuego. Para el sarmiento no hay alternativa: o permanece unido a la vid o es arrojado al fuego. No sirve para madera u otra labor semejante.

Permanecer unido a Cristo es permanecer unido a la gracia, porque sin ella nada podemos. Permanecer unido a Cristo es permanecer unido a Él por la oración, por la vida interior, por la elevatio mentis in Deum (Por la elevación de nuestra mente hacia Dios). Es hacer que todas nuestras obras y actos se hagan en la presencia de Dios y ordenadas según Dios. Tamdiu homo orat, quamdiu totam vitam suam in Deum. ordinat (El hombre ora tanto cuanto a Dios ordena toda su vida) Santo Tomás, Comment in Rom c.I lect 5. Quien se separa de Cristo se pierde. Se aleja del camino, de la verdad y de la vida. Se seca y es arrojado al fuego.

Pero hay algo más. El que permanece unido a Cristo es escuchado en su petición. Veamos las palabras de san Agustín:

"Permaneciendo unidos a Cristo ¿qué otra cosa puede querer los fieles sino lo que es conforme a Cristo? ¿Qué otra cosa pueden querer permaneciendo unidos al Salvador, sino aquello está orientado a la salvación? En efecto, una cosa queremos en cuanto estamos en Cristo, y otra cosa distinta queremos en cuanto estamos en el mundo. Puede suceder que el hecho de demorar en este mundo nos impulse a pedir algo que, sin darnos cuenta, no ayuda a nuestra salvación. Pero si permanecemos en Cristo, no seremos escuchados porque él no nos concede, sino aquello que nos ayuda a nuestra salvación. Por lo tanto, permaneciendo nosotros en Él y sus palabras en nosotros, pidamos lo que queramos que lo obtendremos. Si pedimos y no obtenemos quiere decir que cuanto pedimos no se concilia con su demora en nosotros y no es conforme a sus palabras que moran en nosotros...". (San Agustín, Del Tratado sobre san Juan, 81, 2-4, 82).

Permanezcamos unidos a Dios en nuestra vocación familiar, profesional religiosa, sacerdotal para que demos frutos de vida eterna, para que nuestra vida no se consuma infructuosamente en los avatares mínimos de cada día. Habrá que dar fruto en el propio hogar, en la formación de la familia, en la educación de los hijos; habrá que dar fruto en la vida social, en la construcción de un mundo mejor, en el esfuerzo por aliviar los sufrimientos ajenos; habrá que dar fruto en el apostolado, en el llevar las almas a Dios, en la maternidad y paternidad espiritual. Pero todo esto no es posible, si no permanecemos unidos a Cristo, vid verdadera.


Sugerencias pastorales

1. Hacer lo que a Dios agrada. En ocasiones uno se pregunta: ¿Qué debo hacer en este caso que tengo enfrente, en esta circunstancia de mi vida? ¿Cómo comportarme ante esta dificultad o problema? En verdad, el hombre debe afrontar momentos graves de su existencia y tomar decisiones concretas. En estas situaciones puede ser muy útil e iluminador preguntarse: ¿Qué es aquello que a Dios más agrada? ¿Qué es aquello que más consolaría a Cristo? ¿Qué esperaría Cristo de mí en esta circunstancia? Son preguntas sustanciales que iluminan de golpe el acontecer de nuestras vidas. Son preguntas que robustecen el alma, que encienden el amor en el pecho y dan la fuerza para afrontar lo que viniere por amor a Dios y a las almas. Este domingo nos invita a amar no sólo de palabras, sino con las obras. Y las obras son las de cada día. Las obras son nuestras tareas diarias, son nuestras responsabilidades en el hogar y en el trabajo; en la escuela y en la vida social. Efectivamente ahora ya no tenemos otro oficio, como san Juan de la Cruz, sino el amar. "Al atardecer se nos juzgará sobre el amor".

2. Buscar dar frutos. Una fuerte tentación en el camino de la vida es "el cansancio de los buenos". El cansancio de aquellos que, por algún tiempo, se dedicaron a practicar el bien. Es un cansancio que se puede traducir en cierto desencanto ante tanta lucha y poco avance; es un cansancio que se identifica con el abandono de los grandes ideales y de los proyectos ambiciosos; es un cansancio que viene a terminar en pereza, cobardía y esterilidad del alma. ¿Cómo huir de tamaña desgracia? Renovar cada día el esfuerzo por "dar frutos", por trabajar con empeño. El mundo, la Iglesia, mi familia, las personas que más quiero y más me quieren necesitan de mí, necesitan de mi aportación, están a la espera de lo mejor de mí. No puedo dejar de dar frutos so pena de morir espiritualmente. La vida espiritual se convierte así en la permanente y total donación de sí mismo por amor a Dios y al servicio de los hermanos. Dar frutos es una ley de vida cristiana. Es una exigencia para todo el que vive unido a Cristo. Un modo hermoso de dar fruto es conducir las almas a Dios. Y esto está a la mano de todos nosotros. Quien más, quien menos, todos tenemos la posibilidad de llevar a las almas a Dios. Decía la Madre Teresa de Calcuta: "El servicio más grande que podéis hacer a alguien -y ella hacía grandes servicios a los más pobres- es conducirlo para que conozca a Jesús, para que lo escuche y lo siga, porque sólo Jesús puede satisfacer la sed de felicidad del corazón humano, para la que hemos sido creados". Preguntémonos sinceramente: En este año ¿a cuántas personas he acercado a Dios por mi palabra, por mi testimonio, por mis obras? Si queremos llegar al cielo con las manos llenas de frutos no dejemos pasar nuestro tiempo sin trabajar.

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