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viernes, 11 de diciembre de 2009

Evangelio Misionero del Día: Sabado 12 de Diciembre de 2009. Nuestra Señora de Guadalupe - Patrona de las Americas

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-48

Durante su embarazo, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
María dijo entonces:
«Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque el miró con bondad la pequeñez de su servidora».


Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

María es signo del rostro maternal y misericordioso de Dios
Lucas 1,39-47
“Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa Dios-con-nosotros”

Una mañana temprano del año de 1531, en la colina del Tepeyac (México), María se le apareció a Juan Diego, hoy primer santo indígena en la historia de la Iglesia. A él se le manifestó como la Madre de Dios y la Madre de los hombres menesterosos. Luego, a su vez que se derramaban rosas, su hermosa figura quedó impregnada en el lienzo que hoy veneramos como Nuestra Señora de Guadalupe.

Recordemos el diálogo de la Virgen María con Juan Diego en la primera aparición:
“―Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?
―Señora y niña mía, tengo que llegar a tu casa, a seguir las cosas divinas que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor.
―Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo la Siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador en cuyas manos está todo, Señor del Cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me levante aquí un templo para mostrar y dar en él todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre, a ti, a todos vosotros juntos, los moradores de esta tierra y a los demás que me aman, me invocan y confían en mí. Allí oiré sus lamentos y remediaré todas sus miserias, penas y dolores. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza”.

Así María se constituyó en signo que nos habla continuamente de la obra de Dios en los pueblos y culturas que habitan el continente americano.

Dejándonos guiar por la Palabra de Dios ―particularmente la profecía de Isaías― que la liturgia nos propone hoy, permitamos que se abra ante nosotros el misterio.

1. Dios está con nosotros en los momentos oscuros de nuestra historia

La profecía de Isaías comienza con la expresión: “Pide un signo” (7,11).

En la Biblia, la Palabra del Señor con frecuencia va a acompañada de signos. El signo tiene como función garantizar lo que promete o exige la Palabra. Los signos pueden ser (1) “del cielo”, cuando se pide una revelación de Dios, o (2) “del abismo”, cuando se pide una trasformación concreta en lo más oscuro de la realidad humana. Por eso la frase completa es “Pide para ti un signo de Yahveh tu Dios en lo profundo del abismo o en lo más alto” (v.11).

Claro que una persona que viene leyendo la Biblia capta enseguida un problema: ¡a Dios no se le exigen pruebas! Sin embargo no se excluye que en alguna u otra ocasión ―cuando se trata de reforzar la certeza de la cercanía y la fidelidad de Dios, no importa que las cosas no se realicen tal como se piden― una persona puede humildemente solicitárselo. Esto es lo que el Señor le invita a hacer al rey Acaz.

Pero resulta que la fe del rey Acaz no anda bien.

El punto es que sus poderosos enemigos ―el rey de Damasco y el rey de Samaría― están a punto de derrotarlo conquistando la ciudad de Jerusalén. La tragedia se ve venir: los vigías le avisan que ya los dos ejércitos se aliaron y están cerca (ver Isaías 7,1-2).

El pavor del rey Acaz y el del pueblo se describe con esta diciente frase: “Se agitó su corazón... como se agitan los árboles del bosque con el viento” (v.2). Entonces, el Señor envía al profeta Isaías donde el rey para decirle: “¡Alerta, pero ten calma! No temas, ni desmaye tu corazón” (v.4).

Pero el rey no le cree, incluso considera la palabra del profeta como una intervención peligrosa en los delicados asuntos del Estado y prefiere resolver el asunto con sus propios medios, excluyendo a Dios.

Cuando el rey se siente desafiado para que pida una señal, responde hipócritamente: “No quiero tentar al Señor” (v.12). En realidad, no es que no quiera un signo, lo que no quiere es que Dios se inmiscuya en su empresa militar y disminuya su heroísmo.

2. El signo de Dios al rey Acaz como profecía mesiánica

Ante la resistencia del rey, el profeta reacciona enérgicamente con un regaño (7,13) y le anuncia un oráculo: “Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros” (v.14).

El oráculo está aludiendo inicialmente a la esposa del rey, quien todavía no ha tenido hijos. En esta línea, el Señor le está prometiendo la continuidad de la promesa de una dinastía que se origina en el rey David. El nombre del niño, “Dios-con-nosotros”, lo coloca de frente a la alianza de fidelidad mutua pactada entre Dios y su pueblo: “Yo soy vuestro Dios, vosotros sois mi pueblo”. La presencia del niño concebido por una virgen es el signo de que el poder de Dios está actuando en el mundo.

Sin embargo, esta profecía va mucho más allá de su realización histórica inmediata. No se trata del hijo del rey Acaz, sino del Mesías que trae la liberación futura al pueblo de Israel, en quien se realiza la promesa de salvación y alcanza su plena realización el encuentro y la comunión de Dios con su pueblo. Este Mesías es el “Dios-con-nosotros”.

Junto con el evangelista Mateo (1,13), nosotros leemos y entendemos la referencia de la joven mencionada en la profecía como una “virgen”. Se trata de María, la madre-virgen del último y definitivo descendiente de David, el verdadero “salvador” en quien se realizan todas las promesas.

En el evangelio que proclamamos hoy, la maternidad de María es felicitada por Isabel: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (Lc 1,42). El vientre de María es reconocido por estas palabras inspiradas como el arca de la alianza perfecta en el que el Señor se hace presente de manera plena y definitiva.

3. Hoy María sigue siendo el “gran signo” de la fidelidad y la ternura de Dios en nuestro continente y en el mundo

Al celebrar en este día a María, como la Madre y evangelizadora de América, tenemos presente que en este medio milenio de historia cristiana de nuestro continente, el Evangelio ha sido predicado presentándola a ella como el modelo perfecto de lo que la Palabra nos invita a vivir. Como dice el Papa Juan Pablo II:

“Desde los orígenes ―en su advocación de Guadalupe― María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión” (Iglesia en América, 11).

A contemplarla a ella, a Santa María de la esperanza, resonarán en nosotros palabras de confianza que nos invitan no perder el ritmo de la espera: “No temas, ni desmaye tu corazón”.

Que el rostro mestizo de la Virgen María, la Virgen del Tepeyac, Santa María de Guadalupe, Madre de las Américas, que le da rostro al evangelio con el color de tantas razas, nos inspire todos los días en la impregnación y el arraigo del evangelio, para que renazca entre nosotros la cultura de la paz y de la vida.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

1. ¿Cómo anda mi fe y mi esperanza, especialmente cuando se presentan las dificultades de la vida? ¿Me parezco al rey Acaz?

2. ¿Cuál es el signo de Dios para los cristianos de este continente? ¿Qué enseña este signo? ¿Qué relación tiene con la cultura de la vida que esperamos en este largo adviento de nuestro continente?

3. ¿Qué evoca en mí el rostro tierno, amoroso y preocupado por mí, de la Madre de mi Señor?

Una pista de oración para este día:
“Madre de misericordia, Madre del sacrificio escondido y silencioso,
a Ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores,
te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor.
Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos,
nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;
ya que todo lo que tenemos y somos, lo ponemos bajo tu cuidado,
Señora y Madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos
y recorrer contigo el camino de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia:
no nos sueltes de tu mano amorosa”

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