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lunes, 3 de marzo de 2014

Un Dios Prohibido (Película completa)


Link de descarga: http://es.gloria.tv/?media=575466&connection=screen

Verano de 1936, inicios de la Guerra Civil española. La película narra el martirio de 51 miembros de la Comunidad Claretiana de Barbastro (Huesca), deteniéndose en el aspecto humano y religioso de las personas que participaron en este hecho histórico y resaltando la dimensión universal del triunfo del amor sobre la muerte.

La historia que narra la película
Agosto 1936, inicio de la Guerra Civil española. 51 miembros de la Comunidad Claretiana de Barbastro (Huesca) son martirizados, mueren por su fe. La película narra las últimas semanas de su vida, desde que son retenidos hasta que finalmente son fusilados. Durante ese tiempo, realizan diversos escritos donde hablan de su situación, de sus compañeros de cautiverio, de la gente que los vio. Estos escritos han sido el testimonio básico utilizado para narrar en versión cinematográfica este hecho real.



Esta localidad oscense, de unos 8000 habitantes en aquella época, se convierte en un punto estratégico desde la perspectiva militar, debido a la existencia de cuarteles y de un comité revolucionario de la CNT perfectamente organizado. El representante militar estaba encarnado en la persona del Coronel José Villalba( Juanjo Díaz Polo). La parte anarquista estaba liderada por el joven Eugenio Sopena (Jacobo Muñoz). En aquel momento, la comunidad de Misioneros Claretianos de Barbastro (Huesca) estaba formada por 60 personas: 9 Sacerdotes, 12 Hermanos y 39 Estudiantes. Desempeñaba el cargo de Superior el Padre Felipe de Jesús Munárriz (Julio Pajares); era Prefecto de los Estudiantes el Padre Juan Díaz (José María Rueda), y encargado de los Hermanos Misioneros el Pa­dre Le­oncio Pérez(Antonio Gómez), que llevaba también la economía de la casa. Entre los estudiantes se encontraban dos argentinos, Pablo Hall (Guido Agustín) y Atilio Parussini (Ricardo del Cano), que se libraron del martirio debido a su procedencia extranjera y que serían claves para conocer los hechos que allí ocurrieron.

La casa de la comunidad claretiana fue asaltada el 20 de Julio de 1936 por milicianos revolucionarios. Los tres padres Superior, Prefecto y Ecónomo fueron arrestados. El resto de claretianos fueron trasladados al colegio de los Padres Escolapios, donde fueron encerrados en el salón de actos. Los estudiantes en­fermos Vi­daurreta (Teseo Martín) y Falgarona (Antonio Javier Moreno), junto con el anciano Hermano Muñoz (Jesús Guzmán), fueron llevados al Hospital. Otro cuatro hermanos mayores y el hermano Simón Sánchez (Jorge Ferrer) fueron trasladados al próximo Asilo de Ancianos. El salón de actos de los Escolapios sería la cárcel de retención para los claretianos antes de sus fusilamientos.

Desde el 20 de Julio, cuarenta y nueve Misioneros permanecieron encerrados en el salón del Colegio de los Es­colapios. Los Padres de este centro educativo les ofrecieron en principio colchones y mantas que a los pocos días fueron requisados, por lo que para en adelante sólo podrían disponer del frío suelo, las butacas no existían. Por las ventanas, el populacho trataba de verles, entre ellos Trini, la Pallaresa (Elena Furiase) que se pasaba las horas tratando de ver al seminarista Esteban Casadevall, del que se había enamorado porque, según ella, se parecía a Rodolfo Valentino.

Los carceleros buscaban la apostasía de los jóvenes aspirantes a sacerdotes, por lo que, por ejemplo, dejaron libertad en alguna ocasión para que mujeres y prostitutas entraran al salón, sin ningún tipo de respuesta por parte de los Seminaristas. Con respecto a su vida cristiana, conservaron el hábito de Comunión diaria mientras pudieron. El Padre Ferrer, escolapio, y el Hermano Vall, el cocinero claretiano (Juan Lombardero) burlando la vigilancia rigurosísima de los milicianos, introducían las Formas en el cesto del desayuno. Al repartirlo, el Padre Sierra (César Diéguez) colocaba a cada uno la suya entre el pan y la pastilla de chocolate. En el salón se rezaba de con­tinuo, en pequeños grupos y susurrando, evitando siempre la atención de los guardias, que lo habían prohibido también. A algunos claretianos como al padre Masip (Eneko Capapay) o a Salvador Pigem (Luis Seguí) les ofrecieron la libertad como una forma de pagar favores anteriores o porque eran conocidos de los carceleros, sin embargo estos antepusieron la liberación de toda la comunidad a la suya individual, por lo que finalmente fueron martirizados.

Los claretianos encarcelados durante semanas dejaron su testimonio escrito en los lugares más insospechados del salón de actos: en el taburete del piano, en las tablas del salón, en las paredes, … Hall y Parussini, al saber que no iban a ser fusilados y que su Consulado argentino en Barcelona los embarcaría para Italia, pidieron a los compañeros un recuerdo último para la Congregación. Se lo querían llevar al Padre General en Roma. Tomaron un pañuelo del Padre Sierra, recién fusilado, y les pidieron se lo pasaran todos por la frente y le estamparan un beso. Además, en un papel envol­torio del chocolate que les traía el Hermano Vall para el desayuno, hicieron caber todas las firmas que rubrica­ban un ideal. Escrito por el anverso y el reverso, le dan con él a la Congregación Claretiana el último adiós. Lo encabeza y lo cierra el seminarista Faustino Pérez (Jerónimo Salas).
Los padres Superiores fueron fusilados el 2 de agosto, el resto los días 12, 13, 15 y 18 de agosto de 1936. Junto a los Superiores, fue martirizado Ceferino Giménez “el Pelé” (Mauro Muñiz), gitano de misa y comunión diaria que a pesar de la insistencia de su hija Pepita (Bárbara Rodríguez) no abandonó su rosario y da testimonio de su fe con su vida. Además, el obispo Florentino Asensio (Gabriel Latorre) preso en su propio palacio desde el 19 de Julio, trasladado al colegio de los Escolapios el día 23, torturado y asesinado el día 9 de agosto, entre las personas que participaron en la tortura se encontraba Mariano Abad (Juan Alberto López) y el peón Alfonso Gaya (Daniel Blasco).

Los Mártires de Barbastro fueron beatificados por el papa Juan Pablo II el 25 de Octubre de 1992.

Más información: http://www.martiresdebarbastro.org
http://www.undiosprohibido.com/

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domingo, 2 de marzo de 2014

ENTRE LA PROVIDENCIA Y LA INQUIETUD DE CADA DÍA

Sé que la vida vale más que el alimento
aunque éste tenga lábel y sea exquisito;
y que el vestido, a pesar de modas y modistos,
es sólo complemento de nuestro cuerpo.

Sé que los lirios del campo no hilan
y son hermosos y dignos de elogio;
y que la hierba, aun siendo tanta y tan barata,
tiene un color que enamora y descansa.

Sé que los pájaros ni siembran ni siegan
ni almacenan en las estaciones buenas,
y, sin embargo, no les falta el alimento
ni otras cosas para sus cantos y fiestas.

Sé que Salomón fue un hito de grandeza.
y que otros reyes y señores siguen sus pasos,
pero ninguno gana en colorido y belleza
a las flores que surgen en praderas y campos.

Sé que para ti soy valiosa y única
pues llevo tu aliento y seña en mis entrañas,
pero no comprendo tu evangelio
y termino rota y volviendo cada día a tu fragua.

Sé que por mucho que me preocupe
no logro añadir un palmo a mi estatura
ni una hora al tiempo de mi vida,
y sigo tropezando en la misma piedra.

Sé que nadie puede estar al servicio de dos amos
que quieren corazones enteros,
por eso nos inventamos el divorcio
y los compromisos no duraderos.

Sé que en toda historia, al final, pugnas
Tú con el dinero, y no puede haber acuerdo,
pues ambos tenéis intereses opuestos
y queréis que seamos vuestros.

Sé que no hay que preocuparse por el mañana,
pues a cada día le basta su propio afán.
Sé que Tú eres el sereno de mis noches y días,
Y a pesar de todo hay días que duermo mal.

Yo, que deseo y busco lo esencial,
a veces me siento desorientado y perdido
en este mundo en el que vivo
y que solo me ofrece señales de ello.

Por eso, a pesar del consejo evangélico,
me preocupo, agobio y y rebelo,
y solo descanso y me entrego a tus brazos
cuando me has vencido y pones en tu regazo.


Florentino Ulibarri

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Sin precedentes - 8º Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

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Contemplar al Padre, remedio contra la ansiedad (Domingo 8 A 2014)

Así como en el evangelio pasado el Señor tocó todos los registros de la ira, hoy hace lo mismo con la ansiedad. Preocupaciones económicas, agobio ante los problemas, angustia ante la enfermedad y la muerte, ansiedad, nerviosismo, cansancio por querer controlar…, son todos males de nuestra cultura actual, que por un lado nos inquieta de mil maneras y por otro nos ofrece ansiolíticos. ¿Serán los mismos grandes accionistas los que invierten su dinero en la producción de noticias y en la fabricación de rivotril? (“sarcasmo”, diría Sheldon).

Como siempre, el Señor que es Maestro en las cosas de la vida, nos ofrece sus “criterios”. Jesús tiene Palabras de vida, que calman la ansiedad, ponen dulzura a la cruz, hacen gozar el tiempo que Dios nos regala, nos llenan de confianza en la providencia de nuestro Padre y nos centran en medio del ir y venir de la vida.

Cada uno tiene que confrontar los criterios de Jesús con los propios tanto cuanto lo requiera su inteligencia. ¿Qué quiere decir “tanto cuanto”.

En primer lugar significa que no basta con “entender” lo que Jesús dice: “ya se, Jesús dice que no hay que preocuparse por el mañana, que cada día tiene sus propias preocupaciones… todo muy lindo, pero a mí me invaden las preocupaciones por lo que tendré que enfrentar mañana o esta semana y no me las puedo sacar de encima. Cuando me despierto a mitad de la noche y me asaltan estas preocupaciones ya no me puedo dormir tranquilo. Es como si fuera una inconsciencia dormir mientras ‘todo esto’ está en marcha y se me viene encima…” Este tipo de discursos “ya sé, pero” nos muestra que lo que uno experimenta diariamente va “destilando” una serie de juicios que configuran un criterio. Este criterio es personal e intransferible. Actúa como freno ante los criterios ajenos: uno dice “te entiendo perfectamente, pero… vos no vivís lo que vivo yo, con todas sus agregados, que sería muy largo explicarte pero que a mi hacen que no me baste con eso que vos decís que a vos te ayuda”.

Este tipo de razonamiento que tenemos cuando hablamos entre nosotros, se lo aplicamos también al Señor, que pasa a ocupar un lugar más entre los libros de autoayuda.

Si lo primero es darse cuenta de que detrás de mis criterios hay experiencias de vida que los configuraron, es decir que en el mecanismo lógico de mis criterios hay cuestiones afectivas muy mías, que me llevan a sentir que una cosa pesa más que otra y me inclinan de cierta manera, lo segundo es valorar esto tan humano en Jesús.

Los criterios de Jesús también vienen de su experiencia consigo mismo y con la gente. Imaginemos por un momento lo que significa haber tenido a María por mamá y a San José por padre, haber podido interactuar con ellos todos los días. El Jesús que dice “no se pongan ansiosos pensando qué van a comer o con qué se van a vestir”, es un Jesús que de niño vivió en el destierro, como exiliado, viendo a sus padres dormir a la intemperie, luchar con un idioma extraño, trabajar duramente para hacerse una casita… De alguna manera, sus padres le transmitieron esto de mirar a los pajaritos del cielo y comprobar cómo el Padre los alimenta. San José y María criaron a Jesús haciéndole sentir en la pobreza de esta tierra la misma riqueza de Amor que su Padre le hacía sentir en el cielo interior de su Corazón. Esta síntesis vital de Jesucito es el remedio contra la ansiedad. Hacerse como niños es dejarse cuidar por este Niño que así siente al Padre y a sus padres y nos da la mano como a un hermanito suyo más pequeño.



Cada uno tiene su “grado y su tiempo” para la angustia: cuánto lo agobia algo y cuánto tarda en que se le pase. Esto suele estar ligado al grado de angustia y preocupación que vivió en su casa: las cosas que sus papás le hacían sentir “que de eso no había por qué preocuparse” y las cosas que uno “veía y escuchaba que sí les preocupaban y mucho”.

Pues bien, el grado de preocupación madura y justa que tiene Jesús, le viene de su Padre del Cielo y de sus padres terrenos. Da gusto “medirse” y “dejarse cuidar y contener” por alguien que siente las cosas como Él.

Y para ello uno puede gustar los ejemplos que da e incorporar las imágenes y metáforas que nos comparte, sintiendo que su experiencia es compartible.

Jesús no sólo vive pacificado sino que pacifica,

no solo goza el tiempo presente sino que lo hace gozar,

no solo tiene esperanza en que todo está en las manos del Padre sino que nos hace sentir esa mano sobre nuestra cabeza y guiándonos.

Pero que quede claro: incorporar estos criterios para que “funcionen automáticamente la próxima vez” requiere tiempo de contemplación.



Gustemos un rato las imágenes del Padre que nos regala Jesús. Podemos unirlas a nuestra imagen de la Virgen y de San José. Contemplar al Padre tranquiliza, es el remedio contra la ansiedad del mundo.

Lo contemplamos en acción: en cómo nos valora, en cómo proyecta dársenos, en cómo sabe lo que necesitamos.

Contemplar al Padre gozando que nos valore tanto

¿No vales vos para ellos más que los pajaritos del cielo? María y José le hacían sentir a Jesús en todo momento lo valioso que era. Podemos sentir esto en cómo salieron a buscarlo como locos cuando se les perdió en el Templo. Cultivemos este sentimiento de “saber que me van a buscar, siempre, hasta que me encuentren, este deseo de todo niño de “querer que lo encuentren sus papás”, de querer que me encuentre Dios.

Si escuchamos cómo lo formula Francisco, podemos comprender por qué todos lo sentimos tan padre:

“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque « nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor » Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descu­bre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: « Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores ». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia (EG 3).

¡Cuánto valés para tu Padre Dios! La exhortación del Papa Francisco es un precioso ejemplo de cómo se “elabora” un criterio evangélico –con razones para el amor y con imágenes que despiertan el deseo profundo, cubierto con la pátina superficial de razones aparentes que nos quieren hacer creer que no se puede.

Contemplar al Padre gozando que nos revista con su perdón y su belleza

La otra imagen del Padre es la del que viste de esplendor y belleza a los lirios del campo ¡Cuánto más hará por ustedes! Exclama Jesús. Cuánto quiere hacer Dios por mí.

San Ignacio lo dice en la contemplación para alcanzar amor. Cuando le agradezco todo lo que me ha dado y todo lo que ha hecho por mí, debo dar un paso más y “alargar” la conclusión: “ponderando con mucho afecto no solo cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y cuánto me ha dado de lo que tiene, sino también cómo el mismo Señor desea dárseme en cuanto puede según su ordenación divina” (EE 234). Es decir: dado que “el amor consiste en la comunicación, en dar el amante al amado todo lo que tiene o de lo que tiene lo que puede” Ignacio dice que Dios no solo quiere “hacer cosas por mí sino dárseme él mismo”. Lo vemos en la Eucaristía, este deseo, digo, que tiene Jesús de dársenos.

Y lo que Dios “proyecta darnos” Francisco lo dice así:

“Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del Padre. Esto implica ser el fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nue­vo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdo­nado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG 114).

Contemplar al Padre gozando que nos conozca a fondo

La última imagen es la del Padre que está en el cielo y que sabe bien lo que necesitamos. Sabe que en el fondo fondo, lo necesitamos a Él, necesitamos un Padre que nos haga sentir que estamos viviendo en su Reino y no en un territorio de nadie.

Francisco lo expresa así, buceando en lo secreto del Corazón de Jesús:

“Uno se admira de los recursos que tenía el Señor para dialogar con su pueblo, para revelar su misterio a todos, para cautivar a gente común con enseñanzas tan elevadas y de tanta exigencia. Creo que el secreto se esconde en esa mirada de Jesús hacia el pueblo, más allá de sus debilidades y caídas: « No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino » (Lc 12,32); Jesús predica con ese espíritu. Ben­dice lleno de gozo en el Espíritu al Padre que le atrae a los pequeños: « Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, se las has revelado a pequeños » (Lc 10,21). El Señor se complace de verdad en dialogar con su pueblo y al predicador le toca hacerle sentir este gusto del Señor a su gente” (EG 141).

Un ejercitante me decía que, rezando con Francisco, sentía que era un hombre que había “optado por ser padre”. No funcionario, no gestor, no príncipe, no empresario… Padre. Ser Padre no quita sino que agrega preocupaciones, angustias, problemas, desvelos y ansiedades… Pero, paradójicamente, no agrían sino que endulzan el corazón, no lo vacían sino que lo llenan de amor, con todo lo que tiene de cruz y de alegría. Creo que es porque la paternidad enseña a vivir bien el tiempo –que es de nuestro Padre Dios-: la paternidad hace vivir el día a día, hace que uno no se pierda el momento aunque sufra por el futuro.

“Nuestra paternidad – tanto la de los padres de familia como la paternidad espiritual de obispos y sacerdotes – debe ser como la del Padre Misericordioso. El Padre tiene como una unción que viene del hijo: ¡no entenderse a sí mismo sin el hijo! Y por esto tiene necesidad del hijo: lo espera, lo ama, lo busca, lo perdona, lo quiere cercano a sí, tan cercano como la gallina quiere a sus pollitos” (Homilía del 4-2-14).



Evangelio según Mateo 6, 24-34

Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.

Por eso les digo: no se pongan ansiosos por su vida pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se angustie, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se ponen ansiosos por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No anden preocupados entonces, diciendo: ‘¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?’. Son los paganos los que andan así detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se agobien por adelantado; el día de mañana tendrá sus propios problemas. Cada día tiene sus propias preocupaciones

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domingo, 16 de febrero de 2014

NO A LA GUERRA ENTRE NOSOTROS - VI DOMINGO DEL T.O. (Mt 5, 17-37)

Los judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser fieles a Dios.
También para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre está buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No basta quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y colaborar con él en hacer una vida más justa y fraterna.
Por eso, según Jesús, no basta cumplir la ley que ordena "No matarás". Es necesario, además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no mata, cumple la ley, pero si no se libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca construir con nosotros una vida más humana.
Según algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más frecuentes los insultos ofensivos proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza.
Por otra parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto, que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza.
No es este un hecho que se da solo en la convivencia social. Es también un grave problema en la Iglesia actual. El Papa Francisco sufre al ver divisiones, conflictos y enfrentamientos de "cristianos en guerra contra otros cristianos". Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha sentido la necesidad de dirigirnos una llamada urgente: "No a la guerra entre nosotros".
Así habla el Papa: "Me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aún entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?". El Papa quiere trabajar por una Iglesia en la que "todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis".

Procuremos cuidarnos unos a otros, esto agrada al Señor. Pásalo
José Antonio Pagola

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ESTILO EVANGÉLICO

Neto,
claro,
limpio,
conciso,
escueto,
sonoro,
alegre,
rápido,
vivo...
Como el golpe del herrero
sobre el acero;
como el toque del forjador
sobre el hierro en crisol;
como el martillo del orfebre
sobre la gema.
El estilo evangélico es así,
con la cabeza y el corazón
al unísono.

Amortiguarlo
con explicaciones,
o intentar justificarlo,
o buscarle componendas
o prebendas futuras,
o envolverlo en algodones,
o susurrarlo para que pase sin dejar huella,
o acomodarlo a lo que se estila,
o justificar su extrañeza
apelando a que es cosa de otra cultura,
o vaciarlo de lo que no nos gusta...
es camino torcido
para el estilo evangélico.

No os acomodéis a este mundo.
No juzguéis, no condenéis.
No os hagáis los sordos.
No os escondáis.
Subid a los oteros.
Salid a los balcones y azoteas,
transitad por calles y plazas,
participad en debates y tertulias...
pero hacedlo sin arrogancia.
¡Mostrad que es posible
y merece la pena
la vida y la sociedad evangélica.

Claro,
certero,
transparente,
sencillo,
humilde,
atento,
sin imposiciones...
¡Así es el estilo evangélico!
¡No tiene caminos torcidos!

Florentino Ulibarri

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Un Dios que se exige mucho (y mucho nos pide en amor)

Publicado por El Blog de X. Pikaza
Dom 6 tiempo ordinario, ciclo A. Mateo 5,17-37.

El evangelio de Mateo, que ha crecido en diálogo interior con el judaísmo, ha presentado en seis antítesis (habéis oído que… pero yo os digo…) la novedad del evangelio, en contra de aquellos (judíos, cristianos, agnósticos...) que entienden la fe en Dios como pura estrategia de supervivencia propia (a costa de los otros).
En este contexto se plantean algunos de los elementos básicos de la vida cristiana, que empezaré exponiendo este domingo (de las dos últimas antítesis trata el evangelio del domingo que viene). El querido titular este post diciendo que “aquel que está peleado contra el prójimo ya le ha matado”.

Hay varias maneras de matar. Una de las más eficaces es oprimir al prójimo.

Para situar el tema (y adelantar los motivos del próximo domingo) he querido presentar a Dios ofreciendo su amor al mismo diablo. Parece evidente que este Dios del Sermón de la Montaña no está peleado con el Diablo, sino todo lo contrario... Es un Dios que se exige mucho a sí mismo, y que mucho nos pide a nosotros. Quien quiera ver más que siga leyendo. Buen domingo a todos.

a. Punto de partida, formulación general:



«No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir, porque en verdad os que el cielo y la tierra pasarán antes de que deje de cumplirse ni una «yota» o una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños y así se lo enseñe a los hombres será muy pequeño llamado en el reino de los cielos; pero cualquiera que los cumpla y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos. Por tanto, os digo que si vuestra justicia no fuera mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5, 17-20)

Se trata por tanto de una antítesis (o de una oposición) en el cumplimiento de la ley. Hay un cumplimiento legal de la ley, que para Mateo no es radical, ni responde a la voluntad de Dios; y hay un cumplimiento evangélico de esa misma ley, que Jesús ha radicalizado. Este pasaje recoge una extensa y dura polémica. Muchos cristianos (especialmente Pablo) no estarían de acuerdo con el planteamiento exterior de Mateo, diciendo que la ley ha cumplido ya su función y ha terminado (cf. Rom 10, 4).

Mateo piensa que la ley antigua (habéis oido...) ha cumplido su función, pero debe superarse; sólo subiendo de nivel, superando el plano de la pura ley, la verdadera ley encuentra su sentido.

-- Jesús no ha venido a abolir y abrogar, como algunos judíos y judeo-cristianos afirman, sino para cumplirla, es decir, para llevar a plenitud lo que está latente en la ley.

-- Cumplir la ley significa superarla. La interpretación de Jesús no destruye la Ley, sino que le da una consistencia mayor que la que tienen cielo y tierra. Por medio de esa nueva interpretación de la Ley, los cristianos que están en el fondo de Mateo se fueron separando de los fariseos, no para abandonar el judaísmo, sino para fundar una nueva y más honda interpretación de sus leyes básicas.

Las seis antítesis concretas.

En este contexto se entienden las seis antítesis que desarrollan la formulación anterior, antítesis que son para Mateo una aportación específica de Jesús al judaísmo (y al despliegue de la verdad del hombre. Quizá más que antítesis se podrían llamar síntesis, porque en general no niegan la ley anterior, sino que la profundizan.

(a) Mt 5, 21-26. No matar.

Texto base. Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado.
Añadido eclesial. [Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.]

Lo que se dijo a los antiguos (¡no matar!) es para Jesús insuficiente. No basta con evitar el asesinato externo, sino que es necesario que los hombres superen todo tipo de ira y violencia contra el prójimo. El Papa Francisco ha interpretado esta antítesis en su Exhortación Evagelii Gaudium diciendo que el mundo capitalista “está peleado con los pobres”, condenado a muerte a millones de personas.

(b) Mt 5, 27-30. No adulterar.

Texto base. Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.
Añadido eclesial. [Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno.

Evidentemente, la ley condena el adulterio desde la perspectiva del esposo (porque a la mujer se le considera propiedad del varón), no por la posible maldad del placer erótico, sino para que sea posible un amor personal, permanente, entre el esposo y la esposa. Pues bien, Jesús no sólo se opone a un tipo de adulterio externo, sino que quiere que los esposos (varón y mujer) se quieran y deseen en plenitud, descubriendo y gozando en su deseo-amor la más honda riqueza de la vida. En amor en este plano es un compromiso de entrega total, de persona a persona, como Dios que se entrega en amor a los hombres

(c) Mt 5, 31-32. Ley de divorcio.

Texto base. Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.]
Añadido eclesial: Excepto en caso de impureza (porneia, infidelidad o prostitución).

Va en la misma línea de la anterior. La ley en cuanto tal sirve para restringir el derecho absoluto del varón, al que se le pide ofrecer un documento legal a la mujer a la que despide. Pues bien, Jesús va en contra de esa ley, para situar el matrimonio en el plano del compromiso definitivo de amor de un hombre y de una mujer. Amor del todo y para todo tiempo, eso quiere Jesús que sea el matrimonio. En este contexto introduce Mateo la cláusula restrictiva «a no ser en caso de fornicación [porneia]», que puede entenderse de diversas formas, pero que sirve para destacar el valor de la unión matrimonial por encima de una norma legal; el matrimonio en sí es indisoluble, pero en el caso de que esté roto irremisiblemente por porneia no tiene sentido mantenerlo.

(d) Mt 5, 33-37. No perjurarás.

Texto base. Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto
Añadido eclesial: [ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo.] A vosotros os basta decir "si" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno."

La ley exige mantener el juramento, como acto religioso (pues Dios mismo es quien avala los juramentos). La prohibición de Jesús (¡no jurarás!), matizada por el mismo Mt en otro contexto (Mt 23, 16-22), tiene un sentido básicamente religioso: Dios no está ahí para avalar los juramentos, sino que tiene valor en sí mismo, por encima de ese tipo de palabras sagradas. La verdad religiosa del hombre se sitúa en el plano de la vida profana, sin necesidad de introducir una palabra religiosa (de juramento) para ratificar por ella las relaciones humana.

((Las dos siguientes antítesis aparecen el próximo domingo.

(e) Mt 5. 5, 38-42. Pasar de la ley del talión (ojo por ojo) a la no violencia. La Ley se sitúa en un plano de oposición, suponiendo que para vencer el mal hay que aplicar otro mal (ojo por ojo). De esa forma, la ley se sitúa en la línea del juicio, con la violencia que ello implica. En contra de eso, Jesús quiere que la vida de los hombres sea experiencia y expresión de gratuidad, renunciando de esa forma a la violencia.

(f) Mt 5, 43-47. Del amor al amigo al amor al enemigo. La ley aplica el talión en el campo de las relaciones humanas, dividiendo a los hombres en amigos y enemigos (en buenos y malos para mí). En contra de eso, Jesús presenta la vida como don creador, que puede abrirse a todos, superando la división de amigos y enemigos. En el fondo de las antítesis se expresa la oposición entre la ley (que sostiene lo que existe a través de la fuerza y la venganza) y la gracia (que entiende la vida como fidelidad personal y amor activo)).

El alcance de las antítesis.

En sentido estricto, Jesús no va en contra de la ley, ni discute sus implicaciones, matizando sus implicaciones (como hará la tradición rabínica de la Misná), sino que se sitúa por encima de ella: busca y ofrece un principio de gratuidad creadora, que va más allá de la ley, en la línea de un mesianismo de la gratuidad. Ciertamente, ha existido en Israel un mesianismo militar, vinculado a la figura del Hijo de David guerrero, como muestran los Salmos de Salomón.

Pero Jesús propone otro tipo de mesianismo, fundado en la fidelidad personal y el amor gratuito. Las antítesis pueden entenderse en un plano personal y social (eclesial), pero normalmente, los cristianos sólo las han entendido y aplicado en un plano personal, suponiendo que las instituciones (incluso la iglesia) sólo pueden subsistir aplicando la ley. En esa línea se encontraría ya la interpretación de Pablo en Rom 13, 1-10, cuando distingue la ley (plano social) y el amor (plano cristiano). Pero Pablo ha querido aplicar y ha aplicado los principios del amor a la vida eclesial, cosa que a veces las instituciones sociales de la iglesia posterior no han hecho

Ampliación: Dos casos concretos

1. Del no matar de la 1ª antítesis (no podemos ni airarnos contra el prójimo) al amor al enemigo de la 6ª (¿se debe perdonar al que mata?). ¿Cómo reaccionar ante el que mata: en plano social, en plano cristiano? El tema empieza en el momento en que se quera edificar una sociedad "sin poder coactivo" (¿sin juicio, ni cárcel? ¿sin ejército ni policía?). ¿Se puede construir desde el no airarse-perdonar al enemigo (asesino) una sociedad civil. ¿Qué hay más allá del bien-mal moralista, legalista: la pura jungla con la victoria del más fuerte)? ¿O la respuesta cristiana es puramente testimonial, provocativa...?

2. La excepción en el tema del divocio: a no ser porneia... Ese tipo de exepciónsólo se da en matrimonio, por lo específico del amor matrimonial. Para el caso de no oponerse al mal y de perdonar al enemigo no hay excepciones (¿o las hay? ¿qué haces en el caso de que están matando a un niño a tu lado? ¡quizá las hay pero no se pueden legislar). Sólo en el matrimonio se legisla la excepción; eso significa que el matrimonio es especial. Esa excepción va en contra de todo legalismo... Parece que quiere salvar precisamente el amor. Quizá se podrían distinguir casos: parece que el texto sólo permite nuevo matrimonio a un varón (o mujer) cuya otra parte le haya abandonado por porneia... De todas formas, es bueno que el texto haya quedado indeterminado

(Seguimos el próximo domingo)

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Contemplaciones del Evangelio: Los pequeños mandamientos (Mt 5, 17-37)


Apenas releí esta mañana el evangelio saltó la imagen de “los pequeños mandamientos…”. El que no los cumple, el que los deja pasar por pequeños será considerado “pequeño en el Reino”. Nunca me había fijado en la paradoja: resulta que “en el Reino, hay que ser grande (mega, dice el griego, con esta palabra que está de moda en la tecnología). Y, para ser grande hay que cumplir y enseñar “los pequeños mandamientos”. Lo uno con la vida, con esas “pequeñas situaciones de todos los días”. Porque resulta que siempre, para rezar, busco una palabra que haya dicho alguna persona o que esté en el evangelio y que me llama la atención porque tiene un sabor especial, o da un golpecito en lo más tierno de mi corazón. Pensar en “los pequeños mandamientos” se me hizo agua a la boca, suscitó el recuerdo de Jesús, en quien Dios se ha enamorado de nuestra pequeñez, trajo como de la mano a la Virgen, rezando consolada el magníficat, haciéndonos sentir mirados con bondad en nuestra pequeñez, y como una cosa trae a la otra, ahí nomás aparece Teresita, con su caminito de pequeñez, y, por supuesto, el Papa Francisco, en su homilía de ayer: “Hay una relación entre Dios y nosotros pequeños: Dios, es grande, y nosotros pequeños. Cuando debe elegir a las personas, también a su pueblo, Dios siempre elige a los pequeños. Custodiemos nuestra pequeñez para dialogar con la grandeza del Señor.” Pero decía que lo uno con la vida. Estaba ayer por irme del Hogar, luego de la visita de la tarde, en la que constatamos que el Cif saca toda la mugre de los azulejos y los deja como nuevos, cuando caí en la cuenta de que eran justo las 6 y tenía que entrar la gente. Como Cristian estaba solo le ofrecí, si querés te ayudo y me dijo que sí, que yo los recibiera en la puerta y él revisaba los bolsos. Entonces yo “huelo” y vos “revisás”, le dije riendo, mientras bajaba los tres escalones y abría. Es que en el Hogar hacemos aplicación de sentidos: hay que “oler” si hay alcohol, “mirar” si hay pupilas dilatadas, “tocar” los bolsos a ver si hay objetos punzantes, “oír” si la gente habla pastoso o con el tono de voz más elevado de lo habitual… Después que entró alguno mal, se hace difícil pedirle que se vaya, generalmente ahí vienen los problemas. Bueno, la cuestión es que hice pasar la gente y el último me dice “lo descendieron, padre”, pasa y sube un escaloncito antes que le responda: para nosotros los jesuitas, el papa Francisco siempre nos enseñó que ascender es bajar –abajarse, decía él-. Me miró con cara de asombro y siguió adelante diciendo “Esa no la tenía. La verdad que no”. Me sonreí para adentro y quedó ahí la cosa. Pero al leer el evangelio de hoy volvió la escena. Me encantó la frase “Esa no la tenía”. Que la diga uno que está en el Hogar es fuerte. Porque si casi todo argentino cree que se las sabe todas, los argentinos que están en situación de calle no sólo se lo creen sino que lo “experimentan”. Hace falta una especie de síntesis vital para quedarse en la calle y quizás la primera tarea del Hogar sea la de hacer experimentar a una persona que otra vida es posible, que hay algunas cosas que no probó hacer para salir, que se puede. Pocas cosas los sorprenden y cuando algo de verdad los sorprende lo valoran muchísimo. El papa Francisco me decía hace un tiempo, cuando le conté de esa persona del Hogar que lloraba de emoción porque “nuestro Papa había dicho que aunque uno no tuviera fe se podía salvar si tenía buen corazón (y el lloraba porque decía: yo no tengo fe, pero igual me puedo salvar, padre, ¿me entiende? Lo dijo nuestro Papa”), me decía, digo, que “es tanta la gente que siente que no tiene salvación, que está afuera de la vida…” Lo decía reflexionando para sí. Y creo que eso le confirma su apuesta a la misericordia infinita del Padre, que no se cansa de perdonar (Guardini dice que Dios hace que “nuestro pecado no exista más”, no es que lo olvide o lo perdone o lo remiende, sino que hace “que deje de existir!”. Y eso implica una imagen de “un Dios que es más que Dios”, en el sentido de que es algo inconcebible, pero que hay que experimentar). Pues bien, la señal de que todo esto es verdad, se juega en torno a los “pequeños mandamientos”. El que de verdad siente que “sus pecados no existen más a los ojos de Dios”, no puede “soportar” otra vida que no sea “cumpliendo los más pequeños mandamientos”. Esa es la otra cara de la medalla: de un lado la imagen del Padre con la inscripción “Misericordia absoluta”, y del otro lado, la imagen nuestra con la inscripción “Pequeños mandamientos”. Por eso me encanta aprender de esa gente que, en nuestras obras, uno descubre cumpliendo con infinita alegría y dedicación, las tareas más pequeñas y que nadie ve, con esa paz del que saborea la vida a sorbitos y goza con los detalles. Enseguida pienso, ahí hay uno de esos a los que “porque aman mucho se les ha perdonado mucho”; o “ahí hay un hermano mío que ha hecho la síntesis y porque es muy inteligente y ha explorado los límites de su inteligencia, ha optado por tener una gran fe en Jesús”, o “ahí hay una que tiene una esperanza a toda prueba, porque es capaz de comenzar algo nuevo y chiquitito como si fuera la solución a todos los problemas del mundo”. Quisiera ser siempre de la gente “esa no la tenía” y no de la gente “yo te lo dije”. Son dos tipos de seres humanos. Los neurobiólogos más materialistas (si se puede hablar así) dicen que la evolución pasa por los primeros. Son los que levantan la mirada y se abren a lo nuevo, en vez de quejarse y repetir los errores ya consagrados de las especies que desaparecen. Esto para quitarle “romanticismo” al evangelio y ver a Jesús cómo el único que –con los que hacen todo lo que él les dice – está transformando la realidad “desde la cocina”, como en Caná, desde la fe de los pequeñitos, que son miles de millones, desde lo insolucionable (salvo que se la abrace y se la cargue en la esperanza, junto con Él) de la cruz, en la que están clavados todos los crucificados del mundo. Hay que animarse y probar. Elegir uno el mandamiento que considere más pequeño y jugarse a cumplirlo, dedicándoselo a Jesús con todo cariño. Hay para todos los gustos. El criterio no iría por la obligación “tengo que descubrir lo más pequeño y luego hacerlo y hacerlo”, sino por lo que es pequeño en todas sus dimensiones: pequeño porque no pesa, pequeño porque no lleva mucho tiempo, pequeño porque es fugaz y no hay que repetirlo, pequeño porque el otro ni se da cuenta, pequeño porque yo mismo no considero que sea una gran cosa, quizás porque es algo que hago siempre y que no lo valoraba como importante, pero sí lo es para Jesús. Puede ser rezar un Ave María en la pieza, darle un vasito de agua al que tiene sed (hoy sería una latita bien fría a algún chico de la calle), poner la otra mejilla y no defenderme ante ese comentario que siempre me molesta, acompañar cinco minutos al que me pide dos, rebajar una deuda y no hacer notar sino la cuarta parte de lo que me hicieron esperar… Dar una limosna a escondidas, hacer, por una mañana, primero todo lo que los otros me pidan en el trabajo, dejando para luego lo propio. Jesús pone algunas sugerencias en el Evangelio. Pero santas como Teresita se especializaban en encontrar miles de “pequeños mandamientos” fruto de sentir la predilección de Dios por su pequeñez. Me vienen tres ejemplos de “pequeñas virtudes” en el trato con el prójimo. Uno de Teresita, otro de Hurtado y otro del Papa Francisco. Teresita cuenta cómo maneja esto de la pequeñez en el trato con las almas: “Le he dicho, Madre querida, que yo misma había aprendido mucho instruyendo a las demás. Lo primero que descubrí es que todas las almas sufren más o menos las mismas luchas, pero que, por otra parte, son tan diferentes las unas de las otras, que no me resulta difícil comprender lo que decía el P. Pichón: «Hay mucha más diferencia entre las almas que entre los rostros». Por tanto, no se las puede tratar a todas de la misma manera. Con ciertas almas, veo que tengo que hacerme pequeña, no tener reparo en humillarme confesando mis luchas y mis derrotas. Al ver que yo tengo las mismas debilidades que ellas, mis hermanitas me confiesan a su vez las faltas que se reprochan a sí mismas y se alegran de que las comprenda por experiencia. Con otras, por el contrario, he comprobado que, para ayudarlas, hay que tener una gran firmeza y no dar nunca marcha atrás de lo que se ha dicho. Abajarse no sería humildad, sino debilidad” (Historia de un alma). Del tiempo que Hurtado pasó en Córdoba se recuerda una cosa: “pedía los trabajos humildes de la cocina”. Los escritos de esta época reflejan un sincero esfuerzo por avanzar en el camino de la santidad: toma muy en serio su formación, la oración y los estudios; y se empeña en pequeñas virtudes como no hablar mal de los demás, ser amable, o destacar las virtudes ajenas. Entre sus apuntes personales, escribe: “No criticar a mis hermanos, velar sus defectos, hablar de sus cualidades… Hablar siempre bien de los Superiores y de sus disposiciones. Hablar siempre bien de mis hermanos, disculpar sus defectos, poner de relieve sus cualidades”. Algo del papa Francisco, releyendo cuadernos del 78 al 82, antes de ir de maestrillo al Ecuador, Jorge era nuestro Rector y la vida se tejía entre las idas a los Barrios, las clases, los trabajos en el Máximo y los retiros… No me acuerdo qué macana me habría mandado o de qué cosa obvia para un jesuita no había dado señales de tener ni la menor idea, pero el hecho es que luego de una charla con Bergoglio anoté: “me admira su paciencia y su total y absoluta falta de impaciencia”. Me hizo sonreír la frase porque creo que nunca antes había escrito algo así. Los que comenzábamos nuestra vida en la Compañía, sin una generación intermedia, porque se habían ido casi todos, veíamos a estos hombres de cuarenta, liderados por Jorge, como jesuitas totalmente abocados a nuestra formación, y, aunque lo tomábamos bastante naturalmente, como toman los hijos como natural la dedicación de sus padres, no dejaba de asombrarnos esa apuesta tan radical a una tarea sin mucho brillo como era la de formar a las nuevas vocaciones. Bueno, bastan estos ejemplos de gente enamorada de estos “pequeños mandamientos” de “elegir las tareas pequeñas”, de no tener vergüenza de contar las propias pequeñeces y de soportar con paciencia las pequeñeces de los demás.


Evangelio Según Mateo 5, 17-37

No piensen que vine para disolver la Ley o los Profetas: yo no he venido a disolver sino a plenificar. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe (los más pequeños de los mandamientos), será considerado grande en el Reino de los Cielos. Les aseguro que si la justicia de ustedes no sobreabunda más que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos

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martes, 24 de diciembre de 2013

LA SEÑAL: UN NIÑO POBRE


Noche Buena (Lc 2, 1- 14) - Ciclo A
Por José Enrique Galarreta

Lucas nos muestra aquí un ejemplo perfecto del género literario “Evangelio”. Esto consiste en “contar lo que sucedió, aunque los ojos no lo vieron”. Lo que vieron los ojos fue un nacimiento en condiciones materiales penosas. Lucas “sabe más” (cree), y sabe que sucedió más: la gran alegría para todo el pueblo; ha nacido el salvador.

La presencia de Dios suscita en los pastores temor: es característico de todo el Antiguo Testamento. El ángel muestra ya el cambio de situación: no temáis, Dios es el Salvador. Y el anuncio se hace ante todo a unos pastores. Los pastores eran gente marginal, incluso mal vista: su oficio es sospechoso. El primer anuncio de Jesús se hace a “pecadores”, a gente tenida por tales.

No podemos leer estos textos como si fueran simplemente relatos de lo que sucedió. En todos estos textos de la infancia de Jesús, la historia tiene menos importancia que el significado de lo que está sucediendo.

La señal es un niño pobre, nacido en lo marginal de un pueblo pobre, anunciado a gente marginal. No en Jerusalén, no en el Templo, no en la clase levítica o sacerdotal, no de padres fariseos. Hijo de trabajadores pobres, anunciado a despreciados pastores, su primera cuna es un pesebre.

Hemos contemplado muchas veces esto y hemos admirado –quizá– la humildad y la pobreza de Jesús y su familia. Pero todo esto está narrado por Lucas con un calificativo: todo esto es la señal. En esa señal reconocemos la presencia de Dios salvador.

Hay varias y significativas señales en este acontecimiento, tal como Lucas lo narra. La marginalidad de José y María, que no encuentran posada en Belén. Son demasiado pobres, o el lugar es un sitio demasiado público para que María dé a luz. Sea como sea, el pesebre muestra claramente que Jesús nació en una cuadra. Es de noche cuando nace Jesús. Y se hará de noche en pleno día cuando Jesús muera en la cruz.. El signo de Jesús va a ser la luz: signo que revela a Dios. La reacción de los pastores ante la presencia de lo divino es el temor: pero Jesús va a librarnos del temor a Dios. Jesús va a mostrar “otro Dios” que no inspira temor.

Una señal, que Jesús nazca así es una magnífica señal. Jesús “nace con buen pie”. Si hubiera nacido en Jerusalén, en el Templo, hijo de sacerdotes o de reyes, todos podríamos decirnos: “más de lo mismo”, Dios se hace presente en el poder, en lo sagrado, en lo ritual, de arriba abajo, entre inciensos y aclamaciones de los de siempre… más de lo mismo. Pero Jesús no es más que niño pobre e indefenso, sin más protección que el cariño de sus padres, sin más adoradores que cuatro marginados.

Es notable el contraste entre la miseria de la cuadra donde María ha dado a luz y los pastores con la Gloria Divina y el coro de los ángeles cantores. Y es precisamente ese contraste lo que nos sirve de mensaje, lo que nos lleva a la pregunta clave de la Nochebuena: ¿dónde está tu Dios?

El signo de los signos en la Nochebuena es la luz en medio de la noche. Hemos entendido la luz de forma teatral, barroca: del pesebre salían rayos de luz, Jesús resplandecía, como Dios resplandece… Lo que resplandece es la pobreza de la familia de Jesús, la trivialidad del acontecimiento, la marginalidad de los que reciben el mensaje.

En la narración de Lucas, todo es sorpresa, todo es contraste. El nacimiento de Jesús está sometido a un edicto de los opresores romanos. La descendencia del Rey David ha venido a menos y ni en Belén son nadie. El parto les coge de sorpresa y no pueden disponer un lugar decente para que nazca el niño. Y no se entera nadie, más que los más pobres del contorno.
Pero la Gloria del Señor resplandece en todo eso. Como resplandecerá en toda la vida de Jesús.

A nosotros nos complace reconocer la presencia de Dios en el poder y en lo extraordinario. Creemos reconocer la divinidad de Jesús en sus milagros, nos parece lógico que camine sobre el mar y calme las tempestades, nos parece razonable que resplandezca físicamente en la Transfiguración… Y deberíamos reconocer la presencia de Dios en la falta de poder de Jesús, en su fatigoso caminar de pueblo en pueblo, en su terror en Getsemaní, en su no-poder bajar de la cruz.

Nos parecería razonable que ante Dios se postren todos los reyes de la tierra y que se le rinda culto con inciensos y cánticos en los santos templos. Pero Jesús se pasa la vida con los marginales, es rechazado por el Templo y sus servidores y morirá condenado a muerte por blasfemo y abandonado hasta de la mayoría de los suyos.

La señal de Dios no es el resplandor ostentoso, el poder a la manera humana, la grandiosidad del templo. Lo que resplandece es la sencillez, su poder es la compasión que le lleva a curar, su templo son sus amigos pobres. El nacimiento de Jesús, desapercibido para todos los poderes y anunciado a los marginales, es la señal de que todo ha cambiado. Es la señal de que, por fin, Dios está con los que le necesitan, de que Dios está para salvar, no para oprimir.

Y ningún poder opresor tiene nada que ver con Dios, ni el opresor civil ni el opresor de las conciencias. Hará muy bien Herodes en intentar matar al niño. Harán muy bien, treinta y pico años más tarde, los sacerdotes en matarlo. Herodes y los sacerdotes, reconocerán muy bien la señal y su peligro. Dios no está con ellos para asegurar su poder, sino con las víctimas de su poder para liberarlos.

Es asunto nuestro reconocer la señal. Es asunto nuestro sentir alegría o escándalo ante esta señal. Jesús va a ser alegría para los marginales y escándalo para los poderes, especialmente para los poderes religiosos. Pero va a ser sobre todo liberación.

Reconocer la señal depende, antes que nada, de que sintamos necesidad de liberación, de que nos sintamos oprimidos. Si nos sentimos oprimidos por nuestros pecados, reconoceremos con gozo a Jesús libertador. Si nos sentimos oprimidos por una religión de temor, de preceptos y misterios, de poderes sagrados, lo de Jesús romperá nuestras cadenas. Si tenemos miedo a Dios, el Dios de Jesús será para nosotros Buena, estupenda, Noticia.

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La locura de Dios - Navidad, Ciclo A

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