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miércoles, 20 de febrero de 2008

Domingo III de Cuaresma: El paisaje de la Samaritana - Yo quiero ser cantaro - La mujer de las preguntas - El pozo que todos tenemos


EL PAISAJE DE LA SAMARITANA

Por Pedro josé Ynaraja



1.- Uno de los paisajes que más hubiéramos deseado que se conservara tal como era en tiempos antiguos, es al que se refiere el texto del evangelio de este domingo. Lamentablemente, no es así. El pozo profundo, sí se conserva, pero nada de su entorno nos evoca la escena. El manantial está situado en el interior de una cripta, que ella misma a su vez se abriga en una gran basílica, empezada a principios del siglo XX, a expensas de Rusia, según me cuentan, se paralizó cuando la revolución bolchevique, continuándose en la actualidad su construcción. Debe uno cerrar los ojos de la cara y, si le apetece, sacar agua desde un precioso brocal de mármol y beberla a sorbitos lentos. Se la servirá amablemente un clérigo ortodoxo, rodeado de estampas, cirios e iconos. Puede uno entonces, si le ha ayudado el gesto, entregarse a sus ensueños.

Si uno contempla el paisaje con los ojos interiores y evoca lo que tenían en sus mientes los dos interlocutores, su espíritu vibrará de emoción. Debéis saber, mis queridos jóvenes lectores, que muy cerca de aquí está la tumba de José, el hijo de Jacob. También está cercano el santo lugar de Siquen, allí donde empezó a revelar Dios a Abraham su proyecto de salvación. Donde fue seducida y violada Dina. Donde Josué dejo hincada una piedra, testimonio comprometedor de la lealtad del pueblo. A unos 11k se conservan todavía las ruinas de Samaría, la antigua capital. En el horizonte se levantan dos montañas mágicas y simbólicas: el Ebal y el Garizin, a este último se referirán los interlocutores. El lugar está situado a las afueras de la ciudad palestina de Nablus.

2.- Podréis escuchar muchos y diversos comentarios. La Palabra de Dios tiene tal profundidad, que por sus inmensos recovecos descubre uno ignotos tesoros. Os explicaré el encuentro del Maestro y la mujer samaritana a mi manera, que es, sin duda, uno de los modos que uno puede hacerlo. El evangelio de Juan es el más espiritual y simbólico de los cuatro, lo cual no le exime de ser histórico. Piensan algunos que es el más histórico de todos.

El antiguo pueblo escogido se había escindido, a la muerte de Salomón, en dos estados que habían alternado entre sí épocas de rivalidad, con treguas y pactos de amistad y ayuda. En la época del relato, ya que era territorio ocupado por los ejércitos de la ciudad de Roma, quedaba entre ambos una gran rivalidad y desprecio, que no llegaba a situación bélica. Cultural y económicamente los judíos disfrutaban de una situación mejor que la de los samaritanos. Pero el orgullo patrio era semejante.

No mucho más de 30 años tendría Jesús. Se había quedado sólo aquel día, en aquel lugar tan evocador, mientras los apóstoles habían ido a comprar alimentos a la ciudad próxima llamada Sicar. Nota el Señor que se acerca alguien. Levanta la vista, es una mujer de andar gallardo. Muy cerca está ya, cuando se agacha dispuesta a descolgar su cacharro y sacar agua por el ancho y profundo agujero.

Jesús, con amable jovialidad, le pide un poco de agua. Ella, extrañada y garbosa, con una sonrisa de signo diferente a la de Él, le espeta con disimulada sorna:

- ¿Qué clase de judío eres tú, que te atreves a hablar a una samaritana?

El Maestro no esconde su ironía y le torna la pelota:

- Si supieras quien soy yo, serías tu quien me pediría agua…

Continúa ella mordaz:

- ¿Ah, sí? ¿Sin cuerda ni cacharro, serás capaz de darme a mí agua de este manantial? ¿Quién te has creído que eres? ¿Te sientes más importante que Jacob, que excavó este pozo?

El Señor no se inmuta y, sin disimular, continúa en el mismo tono:

- Pues sí, mujer, yo podría darte tanta agua que no te sería preciso volver a buscarla, ni aquí ni a ningún sitio, ya que no sentirías de nuevo más sed.

La mujer no ha caído en la cuenta de que se está enredando y pronto no podrá escapar a la agudeza viril de su interlocutor e ingenuamente, le dice:

- ¡Anda!, dámela enseguida

Cambio de tercio a iniciativa de Jesús, que candorosa, pero pícaramente, le dice:

- Vente con tu marido y continuamos hablando

Sin darse cuenta la mujer de que ha bajado la guarda y sin tomar las precauciones con las que hasta entonces se había armado, contesta con sinceridad:

- No tengo marido

- Si ya lo sabía, le dice Jesús, has tenido cinco y el de ahora no llega a ser más que un amante

3.- El sonrojo ha inundado su rostro. ¡Qué vergüenza siente ahora! En lo más hondo de la intimidad personal, guarda ella un rincón secreto. En aquel escondite, se siente segura, pues nadie puede entrar allí. Este enigmático judío se ha colado, sin saber ella cómo. Se siente desnudada espiritualmente y, por un momento, derrotada. Sabe escaparse, se trata de un hombre, piensa inmediatamente, a ellos les apasiona ser reconocidos como algo importante y batirse en la palestra de la política. Allí, astutamente, le lleva ella.

- Admito que eres un hombre prodigioso, un profeta tal vez. Dime pues:¿es aquí arriba, en la cima del Garizin, donde nosotros vamos, o en Jerusalén, donde decís vosotros que hay que ir?

Ha tocado la fibra patriótica y el Señor no oculta sus convicciones:

- Seamos sinceros, la razón está de nuestra parte. Pero no te inquietes, de ahora en adelante, el sitio no es lo que importa. Para orar, para estar con Dios, lo importante es la actitud interior. Tal como uno es por dentro, es lo que condiciona. En cualquier lugar del mundo puede hacerlo.

La samaritana se ha dado cuenta de que su interlocutor no es peligroso. Entiende de hombres ¡tanto como entiende ella, desde sus experiencias y fracasos! Desde la intuición que no ha perdido, sintiéndose vencida pero no aplastada, dice audazmente:

- Tal vez ha llegado la hora del Mesías…

- Sí, tú con él estás hablando.

(En este momento la llegada de los discípulos rompe el encanto del encuentro. Les intriga aquella conversación de tu a tu con una desconocida. Le ofrecen comida y la rehúsa. Estaba diciéndole amablemente a aquella mujer lo que ásperamente había dicho al diablo en el desierto: que no sólo de pan y agua se vive. Experimentaba la mujer entonces, que la Palabra de Dios es el alimento del alma creyente. Ella no sabía que Él era el alimento que ella más necesitaba, pero no importa, aunque alguien coma sin saber la composición del bocado, también le aprovecha.)

3.- Aquellas palabras la han cambiado. De mujer libertina se ha tornado apóstol, sin calcularlo, ni saberlo. Huye corriendo. Cuenta a los suyos que aquel hombre prodigioso le ha hablado de sus más íntimos secretos. Ellos acuden. No importa que sea judío. A diferencia de los de la otra ocasión, estos le ofrecen alojamiento. El Maestro no desconfía ni desprecia a nadie, no es racista, ni clasista. Les predica con el mismo entusiasmo que lo pudiera hacer en su querida Galilea. El texto dice que era una mujer de vida licenciosa. Afirma también que quedó convencida de lo que el Maestro le dijo. Supo el Señor hablarla a ella como mujer, desde su realidad humana de varón. Con acierto, sin disimular nunca, pero con sagacidad. ¡Qué Jesús tan admirable podemos tener como íntimo amigo! ¡Qué suerte tenemos!

Desearía, mis queridos jóvenes lectores, que meditarais este episodio desde vuestra realidad. Que sacarais consecuencias de ella. Uno puede ser muy masculino al lado de una chica muy femenina, sin que tengan que sonar tonos eróticos. Mis imaginarias y amadas lectoras, desearía que estos escritos que redacto pensando en vosotras, os llevaran un mensaje de salvación e ilusión, como el que trasmitió Jesús a su ocasional compañera. No os avergoncéis de volveros coloradas, dejaos atrapar ingenuamente por Jesús. En mi oración personal os tendré en cuenta. Pediré especialmente por vosotras.




Y YO QUIERO SER CÁNTARO

Por José María Maruri, SJ




1.- Y el Señor se sentó cansado en el brocal del pozo, como se hubiera sentado cansado en el bordillo de la fuente de la Puerta del Sol, junto a un barbudo vagabundo, a un hombre de tez morena y, tal vez, una obre mujer de las que se pasean por la calle Montera o Carretas, aunque todo ello podría ser completamente imposible si no terminan las sempiternas obras de la Puerta del Sol. Pero la imagen nos vale. (**)

--Jesús cansado, abrumado por toda esa multitud que pasa deprisa, o vende chucherías, o compra lotería

--Jesús abrumado porque esa multitud anónima para nosotros tiene cara, tiene rasgos muy conocidos, tiene su propia historia para Él, abrumado por el cariño hacia cada uno.

--Jesús cansado porque quisiera tener una conversación individual con cada uno y cada una, como con la samaritana, samaritanas muchas de esas que se sientan junto a Él en la fuente de la Puerta del Sol.

---Jesús cansado porque no llega a todos, porque es demasiado trabajo para Él solo. ¿No? Cansado porque la mayoría de ellos y ellas llevan tapados los oídos, por la necesidad de ganarse el pan de cada día, por no tener más expansión que tomar el sol sentados en la fuente, destrozados por la droga, viviendo sin rumbo en la vida.

Y sin embargo, el Señor sabe que mientras queda un poco de lucidez en esas cabezas que se agitan hay esperanza de que se den cuenta de su presencia allí, sentado en la fuente.

**Él sabe que esos ellos y ellas que alardean, tal vez, de no creer, en sus soledades acuden a un Dios… por si acaso.

**Él sabe que en esa multitud anónima para nosotros, que para Él si tienen cara, hay rincones de cariño y bondad hacia los demás, que son otras tantas lucecitas de esperanza, son muestras de la presencia del Dios del amor.

2.- Con cuántas samaritanas y samaritanos de nuestros días quisiera el Señor tener una larga conversación. Ellos y ellas que han visto roto su primer matrimonio más o menos culpablemente por su parte. Hombres y mujeres a los que Él tendría que decir: “Bien dices que no tienes marido o mujer porque con quien ahora vives no lo es”

--Samaritanos y samaritanos aprehendidos en la redes de la vida a los que Jesús no les negaría el agua que salta hasta la vida eterna, como no se la negó a la del evangelio

--Samaritanos y samaritanas que no han podido continuar un camino imposible de espinas y han rehecho sus vidas, doliéndoles el alma porque les dicen que su cantarillo ya no recoge agua viva.

Y Jesús les diría, les pediría por favor, que sea como sea, no rompan el cántaro contra el suelo, sino que sigan viniendo al pozo cada día, que allí siempre estará Él, abrumado y esperando.

Todos somos samaritanos o samaritanas ante el Señor. Pase lo que pase, que vengamos al pozo con el cántaro entero por si algún día el Señor nos lo llena.

3.- En esta escena hay cuatro personajes: Jesús, la samaritana, los apóstoles y el cántaro. Y yo quiero ser cántaro. Señor un cántaro de arcilla humana con corazón, de arcilla enrojecida por la vergüenza de lo que de mi se podría decir y no se dice. Cántaro que traen a Ti vacío de buenas obras, traído y llevado cada día por la inseguridad de mis propósitos, pero sobre todo quiero que mi dueña se olvide de mi, dejándome a tus pies, junto al brocal del pozo.

(**) La Puerta del Sol, el centro más característico de Madrid que, en estos días, soporta unas obras interminables para la construcción de una estación subterránea del ferrocarril de Alta Velocidad



LA MUJER DE LAS PREGUNTAS

Por Gustavo Vélez, mxy



“Llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar y cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial”. San Juan, Cáp. 4.

1.- Cruda y persistente fue la enemistad entre judíos y samaritanos. Los primeros adoraban a Dios en Jerusalén, los segundos en Garizim. Al pie de este monte, se encuentra hoy una aldea de nombre Askar, y allí cerca un pozo, resguardado por una capilla bizantina.

Jesús va de camino hacia Jerusalén. Luego de una extensa caminata, se detiene en territorio samaritano. “Cansado del camino, está allí sentado junto al manantial”, apunta san Juan. Aunque los rabinos de entonces enseñaban: “El agua de Samaría es más impura que la sangre de un perro”. Aprieta el sol del mediodía y una mujer de la vecina aldea llega, con su cántaro al hombro. Mira al desconocido, a quien reconoce como un galileo que va a la capital.

Nada acosa el silencio sino el cubo que, atado a un cordel, golpea el agua en la sima del pozo. La mujer ha llenado su cántaro y ya se marcha. Entonces Jesús interviene, diciéndole: “Dame de beber”. De inmediato, ella empieza a blindarse detrás de sus preguntas: “¿Cómo, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?

2.- El Señor esquiva esas viejas discusiones religiosas y políticas. A quien ha venido a buscar agua, le ofrece otra limpia y fresca, “que salta hasta la vida eterna”. La samaritana trata de entender, pero a la vez se defiende: “Si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde has de sacarla?”. Bajo los signos del agua y de la sed, Jesús explica su proyecto de salvación. Pero la interlocutora no entiende más allá de su cántaro: “Dame, Señor, de esa agua y así no tendré que venir aquí para sacarla”.

Queriéndola elevar a otro nivel, el Maestro le toca el corazón. “Ve, llama a tu marido y vuelve”. La que ha buscado durante mucho tiempo paz, compañía, intimidad, sin lograrlo está desconcertada, pero continúa defendiéndose: “Yo no tengo marido”. Jesús le responde: “Tienes razón. Has tenido ya cinco y el de ahora no es el tuyo”. Como quien dice: Has empeñado tu ilusión con media docena de ellos, sin alcanzar lo que buscabas.

3.- La mujer agota sus pertrechos. Se refugia en lo tradicional, en lo externo. Le pregunta al extranjero: Al fin y al cabo ¿vale Jerusalén o vale Garizim? ¿De qué manera quiere Dios que le honremos? El Maestro derriba, con una sola frase, la plaza fuerte donde se atrinchera la mujer: “Dios es espíritu y quienes le dan culto han de hacerlo también en espíritu y en verdad”. Aquí se hace patente el Dios que Jesús viene a mostrarnos. Aquel que nos invita a adentrarnos en nuestra intimidad, más allá del calor del mediodía y de todas las fuentes, que no han saciado nuestra sed.

4.- Aviso para quienes nos pasamos la vida esquivando al Señor. Levantando un andamiaje de razones, de distorsionados sentimientos, de irracionales plazos, que retardan el encuentro salvador que Dios ofrece. El evangelista concluye: La mujer dejó abandonado su cántaro y regresó a la aldea. Les dijo a sus amigos: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Será acaso el Mesías?”



EL POZO QUE, TODOS, TENEMOS

Por Javier Leoz



Nos preocupa, sobre todo en España, la escasez de agua. Miramos hacia el cielo deseando que, el Señor, la envíe abundantemente porque, sin ella, es difícil vivir y, sin ella, todo –personas, animales y valles- se resecan.

1.- Lo mismo que la tierra tiene sed, algo parecido le ocurrió a Jesús. Estaba cansado, sediento y….pedía agua. Al borde de un pozo, la Samaritana, quería quedarse en lo superficial (que también es importante) pero Jesús le ofrece otro agua que es surtidor de paz y de vida interior, de felicidad y de dicha.

¿Dónde tienes tú el cántaro? Respondería la Samaritana. Decía, reclamaba y hacia como tantas veces, lo hacemos nosotros cuando ponemos trabas e inconvenientes a Dios para que El no actúe en nuestras vidas. ¿De qué estamos sedientos? ¿Del agua cristalina y fresca? ¿O de algo más? El mundo, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, están/estamos saturados de todo y, a la vez, de nada. Sentimos que no nos falta lo necesario para vivir y, en un sentimiento encontrado, percibimos que nos falta siempre un “algo” para ser felices.

Es entonces cuando, Jesús, entra en acción. No nos ofrece el agua embotellada o etiquetada que el negocio nos vende. Jesús, consciente de la sed del hombre, esa sed que no es apagada por la frescura del agua corriente, nos lleva a una fuente que calma nuestra ansiedad y sed de Dios. Entre otras cosas, sentarse junto al pozo de Jesús, implica –además- sentarse frente a la verdad de uno mismo. Y, esto, ¡cuánto nos cuesta!

2.- Todos, también los que estamos preparándonos a los días santos de la Pascua, tenemos un pozo donde y en el que encontrarnos con el Señor.

. El pozo de la oración. En él, el Señor, nos moldea y nos habla. Es un pozo en el que, el corazón que busca a Dios, se abre de tal manera, que el Espíritu obra maravillas en él.

. El pozo de la Eucaristía. Cuando nos acercamos a ella sentimos que, además de mitigar la sed, el Señor nos alimenta y fortalece para seguir batallando en la vida.

. El pozo de la Palabra. Al acercarnos al pozo de la Palabra sentimos que el Señor nos interpela con la misma fuerza que a la Samaritana. Parece como si, ésta o aquella Palabra, estuviera expresamente indicada, dicha y diseñada para cada uno de nosotros. Como si Dios, al igual que lo obró en la misma Samaritana, tuviera especial interés en despertar nuestra sed por El y para El.

. El pozo de la Iglesia. Muchos hermanos nuestros, amigos y conocidos, prefieren buscarse sus propias fuentes para creer y esperar. Pero ¿Quién nos ha dado de beber, con pasión de madre y gratuitamente, el agua del Evangelio, del amor de Dios o de los sacramentos que incentiva y da vida a nuestra fe? El pozo de la Iglesia. En él nos sentamos para escuchar la Palabra; para ponernos en paz con Dios por el sacramento de la reconciliación; para recibir el pan de la Eucaristía o para compartir, lo mucho o lo poco que tenemos, con los más necesitados.

3.- Frente a un mundo hambriento y sediento de lo superfluo, la Samaritana, representa esa parte interior, que todos nosotros poseemos, y que está llamada a despertar, cuidarse y descubrirse por el encuentro personal con Jesús.

Está bien que, como necesitados del agua natural, la pidamos a Dios pero, de igual manera, miremos un poco más allá; profundicemos bajo las aguas del simple pozo de nuestra existencia y…busquemos ese Espíritu que nos puede dar vida y tonificar totalmente, de arriba abajo, lo que somos, pensamos y realizamos.

4.- TÚ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA

Soy caminante en busca de lo alto y por ello tengo sed, no tanto de beber, cuanto de llegar a Dios.


¡TÜ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA!

Mi camino, cansado y abatido,

son pasos que conducen hacia alguien:

¿Estarás al final, Jesús?

Mi camino, sabiendo que Tú esperas,

sé que será sendero que conducirá

entre pruebas y llantos

alegrías y penas, al pozo de la amistad

¡TÚ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA!

Sentarme junto a Ti, Señor,

es contemplar la grandeza y la pobreza de mi vida

es entender que, Tú, como nadie

pones sobre la mesa aquello que , de mi vida,

muy poco o nada, me interesa pregonar ni ver.

¡TÚ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA!

¿Cómo me darás de ese agua viva?

¿Cómo la sacarás, Señor?

¿Dónde tienes un cántaro?

¡Ah! ¡Ya lo sé, Señor!

Yo soy el vaso y el cántaro

con los cuales sacarás, para mí y para los demás,

el agua viva que brota a chorros

de la fuente de tu costado.

¡TÜ, SEÑOR, ERES EL POZO DEL AGUA VIVA!

Entra, Señor, en el pozo de mi alma:

es hondo, como el de la Samaritana

con fragilidades, como la vida de la Samaritana

con sed de agua limpia, como la de la Samaritana

con sed de Dios, como la de la Samaritana

Entra, Señor, en el pozo de mi alma

Y que, como la Samaritana, pueda decir también

He estado con Jesús…y sabe todo lo que he hecho

Amén.




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