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jueves, 17 de abril de 2008

Domingo V de Pascua - Ciclo A: "Comunidad en crisis"


Con el paso de los años la Iglesia fue ampliando su horizonte. Esto generó alegría y entusiasmo entre sus miembros que eran testigos de la forma como la levadura fermentaba la masa y la hacía crecer. Pero, como es normal, entre más grande se hace una organización, más difícil se vuelve su administración. No es lo mismo administrar una tienda de barrio que una cadena de supermercados distribuidos en distintas ciudades, e incluso, países. El relato de los Hechos de Apóstoles que leemos hoy nos dice que unos hombres de lengua griega se quejaron por la desatención de las viudas de su grupo. Se trata de los cristianos de la diáspora judía, o sea, quienes vivían fuera de Palestina en alguna parte del imperio romano donde se hablaba griego.

Aquella comunidad que Lucas había puesto como paradigma de vida cristiana, pues se reunían asiduamente para las enseñanzas, la fracción del pan, el compartir fraterno y las oraciones (Hch 2,42), ahora vivía una típica marginación surgida entre ellos mismos. Como toda marginación, injusta por supuesto. La Iglesia es santa y a la vez pecadora, decía San Agustín. Todo grupo humano, por muy divino que quiera ser, no está exento de equivocarse. Pero en un grupo humano construido con valores diferentes a los de la “salvaje sociedad”, en una Iglesia de participación, como lo intentó ser la primera comunidad cristiana y como lo intentamos ser nosotros hoy, se tiene derecho a reclamar y a pedir una respuesta a las necesidades reales. Por eso, ante el justo reclamo de los cristianos de lengua griega, los apóstoles pidieron que se escogiera, entre la comunidad, a siete hombres para el ministerio del diaconado, o sea, para el ministerio del servicio.

Con lo anterior debe quedarnos claro que los ministerios en la Iglesia primitiva no fueron una profesión o una carrera para escalar puestos o subir de estatus. La comunidad elegía y pedía determinado servicio a algunas personas. A diferencia de la Iglesia primitiva, en nuestra Iglesia actual el pueblo no elige los candidatos a ministerios. Es decir, nosotros no elegimos a los diáconos, a los presbíteros (sacerdotes) y menos, a los epíscopos (obispos). Estos ministerios se ven a veces como una carrera que permite ascender, y ese no es el sentido original. Estos ministros no son, o por lo menos no deben serlo si quieren ser fieles al evangelio, una asociación que se aparta del común de la gente para formar clero (clero significa apartado, el clérigo es el que se aparta del pueblo).

Con esto no queremos atacar nuestra institución, a nuestra “santa y pecadora” Madre Iglesia, como la llamaba San Agustín. Ésta es una dificultad que vemos y por la cual tenemos derecho a manifestarnos y a pedir que mejore, como lo hicieron los cristianos de lengua griega en el texto que leemos hoy. Existen otras dificultades, inconsistencias, incoherencias, retos, problemas concretos, que tenemos como Iglesia y que a la luz del evangelio necesitamos dar respuestas. Como dice la carta de Pedro (2da. Lect.), todos somos piedras vivas y entramos en la construcción del templo espiritual para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, que Dios acepta por medio de Jesucristo.

Jesús, camino, verdad y vida

El fragmento del Evangelio que leemos hoy, exclusivo de Juan, es una confesión de fe de las comunidades del Discípulo Amado. Estas palabras no las pronunció el Jesús histórico, son una confesión de fe de las comunidades acerca de Jesús. Nos encontramos con lo que llaman algunos teólogos, la alta cristología (entiéndase cristología como el estudio de Jesucristo).

En medio del conflicto con las autoridades judías y romanas, en medio de los problemas internos, y después de una vasta experiencia y de una profunda reflexión acerca del misterio de Jesús, las comunidades confesaron que Jesús era el camino, la verdad y la vida. La presente confesión la redactaron poniéndola en boca de Jesús, para darle más autoridad al texto.

Las comunidades del discípulo amado comprendieron que los medios para llegar a Dios no eran el templo, la ley, ni las tradiciones estrictas que imponían los maestros de la época. Comprendieron que para llegar a Dios y tener vida abundante debían aceptar a Jesús, unirse a su causa y seguir sus pasos hasta el final. Las comunidades descubrieron, con su propia experiencia, que Jesús era el camino, la verdad y la vida.

El camino, porque propone un proyecto de vida incluyente en el que todos los seres humanos tenemos un espacio. Porque con su vida y con sus palabras, con el amor misericordioso hacia el prójimo nos mostró la forma para llegar a Dios y a los hermanos, y porque en Él se reveló todo el amor del Padre hacia la humanidad.

La verdad, porque nos dejó ver lo que significa ser hijos de Dios y hermanos de los demás seres humanos. Porque fue un auténtico ser humano durante toda su vida e incluso durante su muerte en la cual se mantuvo siempre fiel al Proyecto del Padre para la humanidad sedienta de vida. Es la verdad porque su Palabra anunciada y testimoniada se convierte en criterio de verdad y transparencia que ilumina el camino de todo ser humano que la busca con sinceridad de corazón.

La vida, porque, aunque fue asesinado en el madero de la cruz, Dios lo resucitó reivindicando su honra y su causa. De esta manera sigue dando cada día un sentido nuevo a la vida en medio de las amenazas de muerte que causan terror. Es la vida porque adhiriéndose a Él el ser humano puede encontrar un sentido pleno a su existencia y apostar a un proyecto de vida, de verdad y de amor, como horizonte que puede salvar a la humanidad del caos, de la injusticia, de la corrupción, de la exclusión y de la muerte existencial.

Por eso, la invitación fundamental de todo el evangelio es creer: “crean en Dios y crean también en mí.” Creer es adherirse fielmente al proyecto de Jesús y penetrar profundamente en su Misterio. Esta adhesión permite que el discípulo conozca a Jesús y viva en su amor con respecto al Padre Dios y a los hermanos. Creer implica aceptar a Jesús como el único revelador y mediador de la salvación y vivir en comunidad de amor, solidaridad, servicio y justicia, en oposición al mundo imperante que excluye, esclaviza y mata. El seguimiento discipular no se realiza si no se ha encontrado a Jesús y si no se ha creído en Él. Por eso para el Cuarto Evangelista creer y conocer son sinónimos en tanto que creer implica el conocimiento profundo del Misterio de Jesús.

Este fragmento del Evangelio presenta a Felipe, uno de los doce, como un discípulo despistado que ha caminado con Jesús pero no le ha conocido. No ha descubierto el Misterio de Jesús y la profunda relación con Dios, su Padre: “Tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices que les muestre al Padre? ¿No crees tú que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?...”

Nosotros estamos invitados a vivir esta experiencia de salvación que vivieron las primeras comunidades cristianas. Vale la pena que nos preguntemos si hemos experimentado que Jesús es el camino, la verdad y la vida. Vale la pena que evaluemos si conocemos profundamente a Jesús, si realmente creemos en Él, si le creemos a Él y si creemos como Él, o nos pasa como le pasaba a Felipe. ¿Cuánto hace que somos discípulos de Jesús? ¿Le conocemos? ¿Estamos totalmente adheridos a su Palabra y a su obra, o vamos tras Él por un interés egoísta? ¿Realmente creemos en Él y como Él? ¿Manifestamos con nuestras obras que realmente le creemos?: “Créanme que yo estoy en Padre y el Padre está en mí. Y si no, créanlo a causa de las obras mismas. Les aseguro que el que cree en mí, también hará las obras que hago yo, y las hará aún más grandes. Pues yo me voy al Padre.”

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