Publicado por El Blog de X. Pikaza
Ayer he comentado el evangelio del domingo (Mt 28, 16-20) poniendo de relieve el sentido más hondo de la Ascensión como Presencia y Tarea de Jesús, desde la Montaña del Amor cumplido. Hoy me fijo en la primera lectura (Hech 1, 1-11) que es la que ha servido y sigue sirviendo de “imaginario” simbólico para la celebración de este día. Retomo lo que he dicho en mi libro Camino de Pascua (Sígueme, Salamanca 1997) que me ha venido sirviendo de guía durante este tiempo. Sigo deseando a todos una feliz fiesta de Ascensión, que su vida sea camino y presencia de Cielo. Creer en el Cristo del Cielo sigue siendo aceptar agradecidos su tarea en la tierra. Cristo se ha "ido" para estar presente de una manera más intensa, más comprometida. En el "hueco" de Jesús somos nosotros. Donde él ha quedado seguimos nosotros (con él, por supuesto).
Resurrección y Elevación. Introducción temáica
Hay en el NT varias formas y esquemas para hablar del triunfo final de Jesús. En este libro hemos desarrollado el de la resurrección, que es con mucho el más primitivo e importante y así lo seguiremos estudiando. Pero a su lado hallamos, por lo menos, otros dos modelos, en parte distintos y en parte convergentes (complementarios):
- Esquema de elevación. Supone que Jesús se había rebajado previamente, sometiéndose de un modo voluntario a un tipo de existencia dominada por la carne (corrupción, miseria). Pues bien, ha culminado su camino y Dios le exalta, haciéndole Señor de todo lo que existe. Empleando este esquema pueden entenderse textos tan importantes como Flp 2, 6-11 y gran parte del evangelio de Juan.
- Esquema de rapto. Conforme a diversas tradiciones judías, conservadas sobre todo en los libros apócrifos, algunos personajes de la historia antigua como Enoc y Elías (lo mismo que Moisés en otras tradiciones) fueron raptados por Dios. No murieron del todo, no quedaron hundidos bajo tierrra, esperando el fin del tiempo. Ellos fueron escondidos en el cielo; allí se encuentran, contemplando los misterios de Dios y de la historia; de allí deben volver para realizar el juicio de Dios sobre la tierra. Parece que algunos cristianos han podido aplicar un esquema semejante a Jesucristo.
A mi entender, este último esquema, centrado en el rapto, resulta secundario y por eso no podemos estudiarlo en un trabajo de tipo general como es el nuestro. El modelo fundamental, que recoge la novedad cristiana y la explicita en forma de experiencia y confesión de fe, de transformación personal y de misión, es el de la pascua: Jesús ha resucitado. Pienso, sin embargo, que puede y debe completarse desde la perspectiva de la elevación, tal como ha venido a desembocar en el relato de la Ascensión que ofrece Lucas en Hech 1,1-11.
En algún sentido, siempre que hablamos de resurrección presuponemos que existe algún tipo de elevación, al menos en sentido general: Jesús no ha vuelto a la vida anterior (como Lázaro) para ser lo que antes era; por su resurrección ha sido “elevado” a un nivel de gloria y plenitud que previamente no tenía (que no existía); la pascua de Jesús ha suscitado un mundo nuevo, el misterio más alto de la plenitud humana que se expresa donde el Cristo ha culminado su camino.
El mismo Pablo ha destacado de algún modo este motivo, utilizando esquemas conceptuales que a veces se han querido entender desde la gnosis. Así presenta a Jesús como Hijo (o Ser) divino que habría descendido de los cielos a la tierra, para ascender de nuevo tras la muerte, en proceso de glorificación. No es seguro que ese esquema ya existiera antes de Pablo, aunque parece estar al fondo de los textos que hablan de un envío de la Sabiduría divina o de la misma Palabra de Dios (en fórmula que asume el Evangelio de Juan en su prólogo acerca del Logos: Jn 1,1-18).
Sea como fuere, lo cierto es que no sólo se puede sino que se debe hablar de elevación pascual de Jesucristo, siempre que ese término se tome en perspectiva simbólica. No se trata de un “ascenso” espacial (Jesús no sube en sentido físico) sino de una especie de elevación religiosa, salvadora. La altura a la que asciende es su propia gloria de Mesías que ha triunfado de la muerte y que comienza a ser reflejo pleno de la vida de Dios para los hombres.
Textos de elevación. Un esquema
No podemos ser exhaustivos, pero debemos citar algunos pasajes de tipo pascual donde Jesús aparece como ser que asciende a través de la resurrección, en gesto de triunfo y glorificación. Se ha entregado Jesús por los hombres, ha muerto por ellos; en respuesta de amor creador, Dios le ha elevado, por medio de la pascua, para constituirle Señor de todo lo que existe:
- Flp 2, 6-11. Cristo se ha entregado hasta la muerte, por lo cual, Dios le ha exaltado, dándole un nombre que está sobre todo nombre... A la muerte de cruz sucede, como inversión creadora, la elevación del Cristo, entronizado como Señor de cielo y tierra. Aquí no se habla de resurrección sino de elevación y retorno triunfante del Señor que se ha entregado por los hombres.
- Tim 3, 16. Cristo es el misterio de piedad manifestado en la carne y elevado a la gloria... Tampoco aquí se alude directamente a una victoria de Jesús sobre la muerte en claves de resurrección. Se habla más bien de una elevación del salvador, dentro de un esquema de descenso y ascenso sagrado.
- 1 Ped 3, 18-22; 4, 6. Cristo ha muerto en la carne, pero ha sido vivificado por el Espíritu y, ascendiendo al cielo, está a la derecha de Dios.... Como en casos anteriores, se vincula el descenso o abajamiento de Cristo con su elevación gloriosa. El esquema de bajada y subida es el mismo.
- Ef 4, 7-10. El que bajó es el mismo que ha subido por encima de todos los cielos, para llenarlo todo... Estamos en el centro de la teología de la carta a los Efesios (y Colosenses). Abajándose, ha vencido Cristo a todos los poderes adversarios, para ascender así a la gloria de Dios sobre la tierra.
Casi todos estos pasajes pertenecen a la tradición de la escuela paulina, interesada en presentar el triunfo escatológico de Cristo como gran ascenso del mesías que, habiendo culminado su camino, nos hace capaces de seguirle, para superar de esa manera el mundo viejo y alcanzar la meta de la gloria. Esta misma tradición se encuentra en el fondo de Juan, cuyo evangelio aparece bien centrado en la experiencia del descenso y ascenso del Hijo de Dios que ha bajado al mundo para elevarnos a la gloria de Dios Padre.
Este es un esquema bonito, plástico. Tiene la ventaja de presentar la muerte y gloria de Jesús en términos que resultan comprensibles dentro de la simbología religiosa y filosófica del tiempo. Desde ese fondo, Jesús puede aparecer como un ser divino que desciende para elevar a los hombres a través de su mismo gesto de solidaridad y muerte redentora. Parece que en ese fondo pueden olvidarse, o dejarse en segundo plano, ciertos rasgos importantes del misterio cristiano: la realidad humana concreta de Jesús, su comportamiento con los pobres, las razones sociales de su muerte... Pero el esquema en cuanto tal resulta válido y es lógico que haya sido asumido y desarrollado en el NT.
Orden litúrgico: Resurrección, Ascensión, Pentecostés.
Sólo Lucas, al final de su evangelio (Lc 24, 50-53) y al comienzo de Hechos (Hech 1,1-11) ha desarrollado de forma explícita el esquema de elevación, para culminar de esa manera las apariciones de la pascua y señalar que el Cristo no se encuentra de la forma antigua sobre el mundo; por eso no se puede seguir apareciendo, de manera que el tiempo de la pascua queda relegado de algún modo al pasado.
Ya Mt 28, 16-20 había presentado la resurrección de Jesús de alguna forma como elevación: el Señor se muestra en la Montaña, recibiendo en sí toda la gloria (poder) de cielo y tierra. Hay en ese esquema elevación, pero no existe Ascensión: Jesús se encuentra arriba, presidiendo en la montaña de su pascua la historia de sus misioneros, pero no tiene que marcharse al cielo.
El Cristo de Mateo no asciende ni se va, queda por siempre con su iglesia. No sube para alejarse y enviar su Espíritu. Él se queda dentro de la historia de los hombres, siendo al mismo tiempo el fin o meta de todo lo que existe: ¡Y yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos! (Mt 28, 20). Así formula Mateo, asi podrian decir Juan o Pablo: ninguno de ellos necesita distinguir pascua como resurrección (triunfo de la vida) y pascua como ascensión (elevación celeste).
Por el contrario, Lucas, fiel a su propia perspectiva histórica y teológica, ha querido distinguir catequéticamente esos momentos, ofreciendo así la base simbólica sobre la que luego han sido formuladas las afirmaciones de fe que hallamos recogidas por el credo. Así distingue tres momentos de un único misterio:
- Pascua: resucitó de entre los muertos. Esta fórmula expresa mejor eso que pudiéramos llamar el triunfo personal de Jesús, su victoria sobre la muerte.
- Ascensión: subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre. Esta destaca el aspecto teológico: Jesús ha venido de Dios, a Dios retorna, en gesto de culminación escatológica y trinitaria.
- Pentecostés: Jesús envía el Espíritu Santo desde el seno de Dios Padre. Como Señor escatológico y también como Hijo de Dios, puede ofrecer a los hombres la gracia de su vida, el don de su Espíritu.
Por situarse en esta perspectiva, Lucas ha tenido que pone un límite al período primero, de estado naciente de la pascua. En un primer momento no hacían falta unas fronteras entre tiempo pascual y tiempo tras la pascua. Después de la resurreción, todo tiempo era pascua para los creyentes que vivían inmersos en un campo de encuentro con Jesús resucitado, sea en el camino de seguimiento en Galilea (Mc), sea en el encuentro misionero en la montaña (Mt). Por eso, lo mismo que se había mostrado en el principio a las mujeres y a Pedro con los discípulos, Jesús podía seguirse revelando para mostrar nuevos caminos y experiencias dentro de la iglesia.
Pero, en un determinado momento, una vez que los creyentes fueron tomando distancia en relación con los principios de la pascua, resultaba necesario precisar las fronteras del primer tiempo de pascua, para distinguirlo de las etapas posteriores. Eso es lo que ha hecho el autor de Lucas-Hechos de una forma canónica:
- Hubo un tiempo de pascua, centrado en los cuarenta días de las apariciones de Jesús a los apóstoles. Aquellos fueron días de nacimiento: tiempo de la gran recreación y de enseñanza nueva para los discípulos antiguos. De esta forma se distinguen los primeros días de la iglesia y se separan de todos los que vienen luego: ellos fueron como un idilio de encuentro con Jesús, de vida transparente. Los que tuvieron la fortuna de vivir aquellos días participaron de un acontecimiento único que ya no volverá a repetirse nunca más dentro de la historia. Aquel era el momento de las apariciones pascuales con valor universal, para todos los tiempos del futuro de la iglesia (cf Hech 1, 1-5).
- Este tiempo ha culminado y terminado en la Ascensión. Jesús tiene que marcharse de este mundo: dejar su antigua forma de presencia. Así aparece claramente en el gesto solemne del ascenso al cielo, desde el Monte de los Olivos (Lc 24, 50-53; Hech 1, 6-11). De ahora en adelante los cristianos ya no pueden apelar a nuevas formas de revelación fundante de Jesús. El tiempo de pascua ha terminado. Ya no pueden darse más apariciones fundantes (normativas) del Señor resucitado, porque el tiempo de ellas ha pasado.
- A partir de la Ascensión empieza el tiempo de Pentecostés. Diez días más tarde, en la fecha solemne de la fiesta judía de las Semanas (a los Cincuenta Días de Pascua), los creyentes reunidos recibieron el don del Espíritu Santo. Jesús lo posee en plenitud, Jesús lo ofrece a sus creyentes, iniciando de esa forma el tiempo nuevo de la iglesia. Precisamente los testigos de la pascua (los apóstoles, mujeres y parientes que, unidos a la Madre de Jesús, hallamos en Hech 1, 13-14) son los receptores de la nueva experiencia del Espíritu. Ellos fueron testigos de la pascua; ellos empiezan a ser misioneros y enviados finales del Espíritu de Cristo (cf Hech 2).
La Ascensión. El texto base de Lucas y Hechos
Parece que Lucas-Hechos ha reelaborado tradiciones anteriores que hablaban de una aparición de Jesús en la montaña, en la línea de lo visto al tratar de Mt 28, 16-20 (l3ª estación). Pero esa montaña no se encuentra ya en Galilea sino en el entorno de Jerusalén (Monte de los Olivos). Esa montaña no es lugar de presencia constante sino lugar de despedida, de ascensión del Cristo que, desde la altura de este mundo, va subiendo hacia el misterio de Dios, a la plenitud de la gloria, para sentarse a la derecha de Dios Padre (cf Hech 2, 33).
De esa forma, la aparición en la montaña se convierte en última aparición, la visión pascual se vuelve experiencia de despedida. Lucas necesita mostrar un final, para decir que Jesús se ha ido: no puede convivir entre nosotros en la forma antigua, no puede aparecerse por doquier, en cualquier tiempo o circunstancia. Se ha ido, y es bueno que esté alejado de nosotros, a la derecha de Dios Padre, porque sólo así nos puede dejar en libertad y ofrecernos su Espíritu:
Jesús les dirigió fuera (de la ciudad), hacia Betania
y levantando las manos les bendijo. Y sucedió que al bendecirles
se separó de ellos y se elevaba hacia el cielo (Lc 24, 50-51).
Ellos, reuniéndose, le rogaban:
- ¿Es este el tiempo en que vas a restaurar el reino para Israel?
Pero él les contestó:
No os toca a vosotros conocer los tiempos y momentos
que el Padre ha reservado para su propio poder.
Pero recibireis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros
y sereis mis testigos en Jerusalén
y en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra.
Y diciendo estas cosas, mientras ellos miraban fué arrebatado
y una nube le sustrajo a sus ojos;
y mientras miraban hacia el cielo, para ver cómo ascendía.
he aquí que se les mostraron dos varones vestidos de blanco y les dijeron:
Hombres galileos ¿qué haceís mirando al cielo?
Este mismo Jesús que os ha sido tomado para ir al cielo
volverá de la misma forma en que le habeis visto subir hacia el cielo (Hech 1, 6-11).
La ascensión así expresada es ante todo elevación. Hablando de una forma simbólica muy honda, tenemos que decir Jesús ha subido hacia la altura de Dios, desbordando el plano de la historia y geografía de la tierra. Ahora se encuentra en un nivel distinto, en ámbito perfecto de gloria y plenitud pascual. Así lo muestra nuestro texto, en hondo simbolismo.
Esa elevación es a la vez promesa de retorno. El mismo Jesús que ha subido volverá. De esa forma, entre ascenso y retorno del Cristo, se abre un tiempo nuevo, propio de la misión y tarea de los hombres, conforme a la palabra de la iglesia. En algún momento podía parecer que la pascua destruía la creatividad de los humanos, impedía la vida en libertad de los creyentes. Nuestro texto indica lo contrario: Jesús se eleva al cielo y así deja un hueco para que los hombres puedan ser plenamente humanos, haciéndose cristianos.
La misma elevación se hace promesa de Espíritu. Cristo ha cumplido su tarea, de tal forma que Lucas puede ya decir: ¡está todo culminado, está ya realizado!. Los cristianos ya no pueden andar buscando sin fin el ser de Cristo, en una especie de experiencia ansiosa y siempre repetida de anhelos pascuales y fracasos. Conocemos a Jesús con suficiencia; ahora es el momento de asumir su obra, actualizando su camino en el Espíritu.
La elevación hace posible el tiempo de la iglesia. Alguien podía pensar que el Cristo pascual llena de tal forma el espacio de los hombres que éstos pierden la posibilidad de realizar algo nuevo y personal. La ascensión muestra lo contrario: Jesús abre para sus discípulos un tiempo y espacio nuevo de creatividad universal en el Espíritu.
Conclusión. Ascensión y Asunción
Al celebrar la fiesta de Jesús que culmina su "revelación pascual" en el principio de la iglesia y sube al cielo, nuestro texto le vincula a todos los creyentes que recorren su camino, completan su tarea, y suben igualmente al espacio más alto de la gloria. Desde este fondo se suelen distinguir dos palabras:
- Ascensión. Esa palabra ha quedado reservada para Jesús y resalta el carácter activo de su gesto: sube o se eleva por sí mismo.
- Asunción. Esta palabra se emplea para la Virgen María y puede utilizarse tambien para el resto de los fieles. Ella, la Virgen, ha sido elevada a los cielos, en Asunción de tipo receptivo.
María y los santos se dejan subir, permiten que Dios les eleve por Cristo y con el Cristo a su gloria. De esa forma, ellos se unen a la culminación pascual del Cristo. Dicho esto, debemos recordar algo que es obvio: Jesús no ha subido simplemente al lugar o estado anterior (como si fuera un ser divino que simplemente baja para volver luego a la altura donde estaba previamente); a través de su ascensión, elevación o cumplimiento pascual, Jesús ha venido a ocupar (a suscitar) un lugar (estado, forma de ser) que previamente no existía, culminando así la creación, en misterio escatológico. Pero con esto desbordamos el nivel de lectura y meditación bíblica y entramos en misterios de reflexión teológica que han de estudiarse en otro plano.
Resurrección y Elevación. Introducción temáica
Hay en el NT varias formas y esquemas para hablar del triunfo final de Jesús. En este libro hemos desarrollado el de la resurrección, que es con mucho el más primitivo e importante y así lo seguiremos estudiando. Pero a su lado hallamos, por lo menos, otros dos modelos, en parte distintos y en parte convergentes (complementarios):
- Esquema de elevación. Supone que Jesús se había rebajado previamente, sometiéndose de un modo voluntario a un tipo de existencia dominada por la carne (corrupción, miseria). Pues bien, ha culminado su camino y Dios le exalta, haciéndole Señor de todo lo que existe. Empleando este esquema pueden entenderse textos tan importantes como Flp 2, 6-11 y gran parte del evangelio de Juan.
- Esquema de rapto. Conforme a diversas tradiciones judías, conservadas sobre todo en los libros apócrifos, algunos personajes de la historia antigua como Enoc y Elías (lo mismo que Moisés en otras tradiciones) fueron raptados por Dios. No murieron del todo, no quedaron hundidos bajo tierrra, esperando el fin del tiempo. Ellos fueron escondidos en el cielo; allí se encuentran, contemplando los misterios de Dios y de la historia; de allí deben volver para realizar el juicio de Dios sobre la tierra. Parece que algunos cristianos han podido aplicar un esquema semejante a Jesucristo.
A mi entender, este último esquema, centrado en el rapto, resulta secundario y por eso no podemos estudiarlo en un trabajo de tipo general como es el nuestro. El modelo fundamental, que recoge la novedad cristiana y la explicita en forma de experiencia y confesión de fe, de transformación personal y de misión, es el de la pascua: Jesús ha resucitado. Pienso, sin embargo, que puede y debe completarse desde la perspectiva de la elevación, tal como ha venido a desembocar en el relato de la Ascensión que ofrece Lucas en Hech 1,1-11.
En algún sentido, siempre que hablamos de resurrección presuponemos que existe algún tipo de elevación, al menos en sentido general: Jesús no ha vuelto a la vida anterior (como Lázaro) para ser lo que antes era; por su resurrección ha sido “elevado” a un nivel de gloria y plenitud que previamente no tenía (que no existía); la pascua de Jesús ha suscitado un mundo nuevo, el misterio más alto de la plenitud humana que se expresa donde el Cristo ha culminado su camino.
El mismo Pablo ha destacado de algún modo este motivo, utilizando esquemas conceptuales que a veces se han querido entender desde la gnosis. Así presenta a Jesús como Hijo (o Ser) divino que habría descendido de los cielos a la tierra, para ascender de nuevo tras la muerte, en proceso de glorificación. No es seguro que ese esquema ya existiera antes de Pablo, aunque parece estar al fondo de los textos que hablan de un envío de la Sabiduría divina o de la misma Palabra de Dios (en fórmula que asume el Evangelio de Juan en su prólogo acerca del Logos: Jn 1,1-18).
Sea como fuere, lo cierto es que no sólo se puede sino que se debe hablar de elevación pascual de Jesucristo, siempre que ese término se tome en perspectiva simbólica. No se trata de un “ascenso” espacial (Jesús no sube en sentido físico) sino de una especie de elevación religiosa, salvadora. La altura a la que asciende es su propia gloria de Mesías que ha triunfado de la muerte y que comienza a ser reflejo pleno de la vida de Dios para los hombres.
Textos de elevación. Un esquema
No podemos ser exhaustivos, pero debemos citar algunos pasajes de tipo pascual donde Jesús aparece como ser que asciende a través de la resurrección, en gesto de triunfo y glorificación. Se ha entregado Jesús por los hombres, ha muerto por ellos; en respuesta de amor creador, Dios le ha elevado, por medio de la pascua, para constituirle Señor de todo lo que existe:
- Flp 2, 6-11. Cristo se ha entregado hasta la muerte, por lo cual, Dios le ha exaltado, dándole un nombre que está sobre todo nombre... A la muerte de cruz sucede, como inversión creadora, la elevación del Cristo, entronizado como Señor de cielo y tierra. Aquí no se habla de resurrección sino de elevación y retorno triunfante del Señor que se ha entregado por los hombres.
- Tim 3, 16. Cristo es el misterio de piedad manifestado en la carne y elevado a la gloria... Tampoco aquí se alude directamente a una victoria de Jesús sobre la muerte en claves de resurrección. Se habla más bien de una elevación del salvador, dentro de un esquema de descenso y ascenso sagrado.
- 1 Ped 3, 18-22; 4, 6. Cristo ha muerto en la carne, pero ha sido vivificado por el Espíritu y, ascendiendo al cielo, está a la derecha de Dios.... Como en casos anteriores, se vincula el descenso o abajamiento de Cristo con su elevación gloriosa. El esquema de bajada y subida es el mismo.
- Ef 4, 7-10. El que bajó es el mismo que ha subido por encima de todos los cielos, para llenarlo todo... Estamos en el centro de la teología de la carta a los Efesios (y Colosenses). Abajándose, ha vencido Cristo a todos los poderes adversarios, para ascender así a la gloria de Dios sobre la tierra.
Casi todos estos pasajes pertenecen a la tradición de la escuela paulina, interesada en presentar el triunfo escatológico de Cristo como gran ascenso del mesías que, habiendo culminado su camino, nos hace capaces de seguirle, para superar de esa manera el mundo viejo y alcanzar la meta de la gloria. Esta misma tradición se encuentra en el fondo de Juan, cuyo evangelio aparece bien centrado en la experiencia del descenso y ascenso del Hijo de Dios que ha bajado al mundo para elevarnos a la gloria de Dios Padre.
Este es un esquema bonito, plástico. Tiene la ventaja de presentar la muerte y gloria de Jesús en términos que resultan comprensibles dentro de la simbología religiosa y filosófica del tiempo. Desde ese fondo, Jesús puede aparecer como un ser divino que desciende para elevar a los hombres a través de su mismo gesto de solidaridad y muerte redentora. Parece que en ese fondo pueden olvidarse, o dejarse en segundo plano, ciertos rasgos importantes del misterio cristiano: la realidad humana concreta de Jesús, su comportamiento con los pobres, las razones sociales de su muerte... Pero el esquema en cuanto tal resulta válido y es lógico que haya sido asumido y desarrollado en el NT.
Orden litúrgico: Resurrección, Ascensión, Pentecostés.
Sólo Lucas, al final de su evangelio (Lc 24, 50-53) y al comienzo de Hechos (Hech 1,1-11) ha desarrollado de forma explícita el esquema de elevación, para culminar de esa manera las apariciones de la pascua y señalar que el Cristo no se encuentra de la forma antigua sobre el mundo; por eso no se puede seguir apareciendo, de manera que el tiempo de la pascua queda relegado de algún modo al pasado.
Ya Mt 28, 16-20 había presentado la resurrección de Jesús de alguna forma como elevación: el Señor se muestra en la Montaña, recibiendo en sí toda la gloria (poder) de cielo y tierra. Hay en ese esquema elevación, pero no existe Ascensión: Jesús se encuentra arriba, presidiendo en la montaña de su pascua la historia de sus misioneros, pero no tiene que marcharse al cielo.
El Cristo de Mateo no asciende ni se va, queda por siempre con su iglesia. No sube para alejarse y enviar su Espíritu. Él se queda dentro de la historia de los hombres, siendo al mismo tiempo el fin o meta de todo lo que existe: ¡Y yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos! (Mt 28, 20). Así formula Mateo, asi podrian decir Juan o Pablo: ninguno de ellos necesita distinguir pascua como resurrección (triunfo de la vida) y pascua como ascensión (elevación celeste).
Por el contrario, Lucas, fiel a su propia perspectiva histórica y teológica, ha querido distinguir catequéticamente esos momentos, ofreciendo así la base simbólica sobre la que luego han sido formuladas las afirmaciones de fe que hallamos recogidas por el credo. Así distingue tres momentos de un único misterio:
- Pascua: resucitó de entre los muertos. Esta fórmula expresa mejor eso que pudiéramos llamar el triunfo personal de Jesús, su victoria sobre la muerte.
- Ascensión: subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre. Esta destaca el aspecto teológico: Jesús ha venido de Dios, a Dios retorna, en gesto de culminación escatológica y trinitaria.
- Pentecostés: Jesús envía el Espíritu Santo desde el seno de Dios Padre. Como Señor escatológico y también como Hijo de Dios, puede ofrecer a los hombres la gracia de su vida, el don de su Espíritu.
Por situarse en esta perspectiva, Lucas ha tenido que pone un límite al período primero, de estado naciente de la pascua. En un primer momento no hacían falta unas fronteras entre tiempo pascual y tiempo tras la pascua. Después de la resurreción, todo tiempo era pascua para los creyentes que vivían inmersos en un campo de encuentro con Jesús resucitado, sea en el camino de seguimiento en Galilea (Mc), sea en el encuentro misionero en la montaña (Mt). Por eso, lo mismo que se había mostrado en el principio a las mujeres y a Pedro con los discípulos, Jesús podía seguirse revelando para mostrar nuevos caminos y experiencias dentro de la iglesia.
Pero, en un determinado momento, una vez que los creyentes fueron tomando distancia en relación con los principios de la pascua, resultaba necesario precisar las fronteras del primer tiempo de pascua, para distinguirlo de las etapas posteriores. Eso es lo que ha hecho el autor de Lucas-Hechos de una forma canónica:
- Hubo un tiempo de pascua, centrado en los cuarenta días de las apariciones de Jesús a los apóstoles. Aquellos fueron días de nacimiento: tiempo de la gran recreación y de enseñanza nueva para los discípulos antiguos. De esta forma se distinguen los primeros días de la iglesia y se separan de todos los que vienen luego: ellos fueron como un idilio de encuentro con Jesús, de vida transparente. Los que tuvieron la fortuna de vivir aquellos días participaron de un acontecimiento único que ya no volverá a repetirse nunca más dentro de la historia. Aquel era el momento de las apariciones pascuales con valor universal, para todos los tiempos del futuro de la iglesia (cf Hech 1, 1-5).
- Este tiempo ha culminado y terminado en la Ascensión. Jesús tiene que marcharse de este mundo: dejar su antigua forma de presencia. Así aparece claramente en el gesto solemne del ascenso al cielo, desde el Monte de los Olivos (Lc 24, 50-53; Hech 1, 6-11). De ahora en adelante los cristianos ya no pueden apelar a nuevas formas de revelación fundante de Jesús. El tiempo de pascua ha terminado. Ya no pueden darse más apariciones fundantes (normativas) del Señor resucitado, porque el tiempo de ellas ha pasado.
- A partir de la Ascensión empieza el tiempo de Pentecostés. Diez días más tarde, en la fecha solemne de la fiesta judía de las Semanas (a los Cincuenta Días de Pascua), los creyentes reunidos recibieron el don del Espíritu Santo. Jesús lo posee en plenitud, Jesús lo ofrece a sus creyentes, iniciando de esa forma el tiempo nuevo de la iglesia. Precisamente los testigos de la pascua (los apóstoles, mujeres y parientes que, unidos a la Madre de Jesús, hallamos en Hech 1, 13-14) son los receptores de la nueva experiencia del Espíritu. Ellos fueron testigos de la pascua; ellos empiezan a ser misioneros y enviados finales del Espíritu de Cristo (cf Hech 2).
La Ascensión. El texto base de Lucas y Hechos
Parece que Lucas-Hechos ha reelaborado tradiciones anteriores que hablaban de una aparición de Jesús en la montaña, en la línea de lo visto al tratar de Mt 28, 16-20 (l3ª estación). Pero esa montaña no se encuentra ya en Galilea sino en el entorno de Jerusalén (Monte de los Olivos). Esa montaña no es lugar de presencia constante sino lugar de despedida, de ascensión del Cristo que, desde la altura de este mundo, va subiendo hacia el misterio de Dios, a la plenitud de la gloria, para sentarse a la derecha de Dios Padre (cf Hech 2, 33).
De esa forma, la aparición en la montaña se convierte en última aparición, la visión pascual se vuelve experiencia de despedida. Lucas necesita mostrar un final, para decir que Jesús se ha ido: no puede convivir entre nosotros en la forma antigua, no puede aparecerse por doquier, en cualquier tiempo o circunstancia. Se ha ido, y es bueno que esté alejado de nosotros, a la derecha de Dios Padre, porque sólo así nos puede dejar en libertad y ofrecernos su Espíritu:
Jesús les dirigió fuera (de la ciudad), hacia Betania
y levantando las manos les bendijo. Y sucedió que al bendecirles
se separó de ellos y se elevaba hacia el cielo (Lc 24, 50-51).
Ellos, reuniéndose, le rogaban:
- ¿Es este el tiempo en que vas a restaurar el reino para Israel?
Pero él les contestó:
No os toca a vosotros conocer los tiempos y momentos
que el Padre ha reservado para su propio poder.
Pero recibireis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros
y sereis mis testigos en Jerusalén
y en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra.
Y diciendo estas cosas, mientras ellos miraban fué arrebatado
y una nube le sustrajo a sus ojos;
y mientras miraban hacia el cielo, para ver cómo ascendía.
he aquí que se les mostraron dos varones vestidos de blanco y les dijeron:
Hombres galileos ¿qué haceís mirando al cielo?
Este mismo Jesús que os ha sido tomado para ir al cielo
volverá de la misma forma en que le habeis visto subir hacia el cielo (Hech 1, 6-11).
La ascensión así expresada es ante todo elevación. Hablando de una forma simbólica muy honda, tenemos que decir Jesús ha subido hacia la altura de Dios, desbordando el plano de la historia y geografía de la tierra. Ahora se encuentra en un nivel distinto, en ámbito perfecto de gloria y plenitud pascual. Así lo muestra nuestro texto, en hondo simbolismo.
Esa elevación es a la vez promesa de retorno. El mismo Jesús que ha subido volverá. De esa forma, entre ascenso y retorno del Cristo, se abre un tiempo nuevo, propio de la misión y tarea de los hombres, conforme a la palabra de la iglesia. En algún momento podía parecer que la pascua destruía la creatividad de los humanos, impedía la vida en libertad de los creyentes. Nuestro texto indica lo contrario: Jesús se eleva al cielo y así deja un hueco para que los hombres puedan ser plenamente humanos, haciéndose cristianos.
La misma elevación se hace promesa de Espíritu. Cristo ha cumplido su tarea, de tal forma que Lucas puede ya decir: ¡está todo culminado, está ya realizado!. Los cristianos ya no pueden andar buscando sin fin el ser de Cristo, en una especie de experiencia ansiosa y siempre repetida de anhelos pascuales y fracasos. Conocemos a Jesús con suficiencia; ahora es el momento de asumir su obra, actualizando su camino en el Espíritu.
La elevación hace posible el tiempo de la iglesia. Alguien podía pensar que el Cristo pascual llena de tal forma el espacio de los hombres que éstos pierden la posibilidad de realizar algo nuevo y personal. La ascensión muestra lo contrario: Jesús abre para sus discípulos un tiempo y espacio nuevo de creatividad universal en el Espíritu.
Conclusión. Ascensión y Asunción
Al celebrar la fiesta de Jesús que culmina su "revelación pascual" en el principio de la iglesia y sube al cielo, nuestro texto le vincula a todos los creyentes que recorren su camino, completan su tarea, y suben igualmente al espacio más alto de la gloria. Desde este fondo se suelen distinguir dos palabras:
- Ascensión. Esa palabra ha quedado reservada para Jesús y resalta el carácter activo de su gesto: sube o se eleva por sí mismo.
- Asunción. Esta palabra se emplea para la Virgen María y puede utilizarse tambien para el resto de los fieles. Ella, la Virgen, ha sido elevada a los cielos, en Asunción de tipo receptivo.
María y los santos se dejan subir, permiten que Dios les eleve por Cristo y con el Cristo a su gloria. De esa forma, ellos se unen a la culminación pascual del Cristo. Dicho esto, debemos recordar algo que es obvio: Jesús no ha subido simplemente al lugar o estado anterior (como si fuera un ser divino que simplemente baja para volver luego a la altura donde estaba previamente); a través de su ascensión, elevación o cumplimiento pascual, Jesús ha venido a ocupar (a suscitar) un lugar (estado, forma de ser) que previamente no existía, culminando así la creación, en misterio escatológico. Pero con esto desbordamos el nivel de lectura y meditación bíblica y entramos en misterios de reflexión teológica que han de estudiarse en otro plano.
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