1.- A veces son las propias experiencias las que más te inspiran para hablar de la Palabra de Dios. Y eso puede significar que estamos bien, que todo lo que nos ocurre está cerca de la mano del Señor. Por ejemplo: no era yo tan joven cuando comencé a dar, en solitario, unos largos paseos por una playa alicantina. Allí viajaba –y viajo—con frecuencia. Y en esos paseos ya con más de cuarenta años esperaba encontrarme un tesoro lanzado por el mar a la playa. No era una obsesión pero, en efecto, esperaba que el mar regalase algo valioso. Yo también buscaba mi tesoro escondido. No era tanto la búsqueda exclusiva de dinero o de algo muy valioso. Se trataba de esperar algo que me cambiase la vida o me hiciese más feliz. Cuando yo comencé a dar esos paseos no era creyente. Y, cuando lo fui, ya no buscaba el tesoro. De ello me he dado cuenta ahora, hace muy poco tiempo.
La especial finura psicológica de Jesús de Nazaret nos muestra en el evangelio de Mateo de hoy que todo hombre y toda mujer buscan su tesoro. Claro, algunos, lo encuentran; otros, jamás. Y muchos creen que han encontrado un tesoro cuando, en realidad, solo han hallado quincalla, bisutería. La cuestión es saber, y discernir, cual es nuestro tesoro oculto verdadero y necesario para que nuestra vida sea mejor. También, esa ya aludida finura de Jesús en el análisis de la mentalidad humana lo llama tesoro que es una palabra que plantea, la mayoría de las veces, que existe en su interior un contenido de riquezas materiales e inmediatas, de dinero. Y Jesús no es amigo del dinero, pero sabe que los hombres y mujeres de todos los tiempos si lo son. Y lo que desea es dar verdad a sus vidas. Enseñarles que el verdadero tesoro que necesitamos para ser felices es vivir en sintonía con el Reino de Dios, dentro de él. Lo demás, como decía antes es quincalla, bisutería.
2.- Vamos “atravesando” en estos domingos de julio la “ruta de las parábolas”. Hemos leído varias. Nos llamó la atención el domingo pasado la de la cizaña, porque es una explicación necesaria de Jesús a unos de los grandes enigmas de la humanidad: la coexistencia del bien y del mal dentro de la presencia totalizadora del Dios Bueno. Es la pregunta de “¿Por qué Dios permite esto? Y, desde luego, hay situaciones muy cercanas que nos llevan a hacer esa terrible pregunta. Ahí están los salvajes atentados de Londres, Madrid y Nueva York. La libertad absoluta de hombres y mujeres les lleva a asumir su propio camino. La idea de “imagen y semejanza” anunciada por Dios en el momento de la creación del género humano es eso. Dios es libre. Nosotros, también. Resulta chocante que el poderoso deje ser libre al débil. Pero Dios es así. Y es que nuestra libertad para hacer el bien o el mal está presente en nuestras vidas y no hay nadie –absolutamente, nadie—que no haya experimentado su capacidad cotidiana para hacer el bien y el mal. Y es esa libertad plena la que, asimismo, nos lleva a poder elegir el tesoro del Reino de Dios, totalmente, libremente, sin coacciones. Tampoco hay “coacción” divina en la búsqueda del bien. Es la capacidad de discernimiento que nos da nuestra libertad lo que nos lleva a ello.
3.- Salomón –nos cuenta el libro de los Reyes—escucha una pregunta fabulosa, soñada, también, por todos. Dios le pregunta: “Pídeme lo que quieras”. La respuesta va a ser humilde, pero magistral: “da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien”. Y el Señor entusiasmado por la respuesta dará a Salomón todo lo mejor que se puede encontrar en la tierra. Es obvio que Salomón opta por lo que llamaríamos el talante del Reino de Dios. Y ello, pues, guarda su relación con el tesoro de la parábola. Pero, también, se pone de manifiesto un hecho muy habitual y corriente en la vida humana. Pedir a Dios lo que necesitamos o lo que –según nosotros—nos falta. “Pedir y se os dará” dice Jesús. Entonces que es lo que podemos pedirle a Dios. Pues, sinceramente, creo que todo, hasta que nos toque la lotería, porque como Padre Bueno que es entenderá nuestras peticiones. ¿Todo lo que pedimos nos lo puede dar? No claro que no. No todo nos conviene o, realmente, existe. Además, Dios no puede traicionar sus propias leyes. Lo que sería absurdo por otra parte es ir con reservas a nuestra conversación habitual con nuestro Padre.
Es posible que a todo esto haya que aplicar la frase del Apóstol Pedro respecto que para Dios mil años son como un día. Es decir, que nuestro cómputo respecto a los dones generosos dados por Nuestro Señor Dios, deben tener un recorrido, espacio y tiempo. Como niños impacientes que somos desearíamos que lo pedido nos llegue inmediatamente, a vuelta de correo. Pero no es así. En mi caso, he de reconocer que examinando mi vida de unos cuantos años –no pocos—he obtenido mucho de lo que he pedido. Tal vez, concretado de otra manera la petición inicial. No le podemos poner puertas al campo de nuestra relación con Dios, ni tampoco querer llevar a nuestro Padre por los caminos inmediatos de nuestra cambiante existencia.
4.- Hemos leído un brevísimo fragmento de la Carta de Pablo a los fieles de Roma. Y, sin embargo, es más que fundamental. Resume el plan completo de Dios para nuestra salvación. La doctrina de la Iglesia ha hablado de vocación, elección, predestinación y justificación como los pasos para dicha salvación. Y nadie, como Pablo de Tarso, lo ha referido de manera tan breve y completa. La cuestión es que ese plan de salvación tiene dos lados inseparables, diferenciados, pero inseparables. La salvación es individual y comunitaria. La salvación llega a cada uno de nosotros, pero incardinados en un conjunto de bien, amor, solidaridad, belleza y felicidad que contiene el Reino de Dios. Y así, las palabras de Pablo nos ayudan a mejor comprender todo lo que hemos dicho anteriormente y que no es otra cosa que la relación con Dios en el contexto de una vida coronada por el descubrimiento del Reino de Dios. Debemos meditar muy especialmente las lecturas de hoy. Merece la pena que hoy especialmente –siempre hay que hacerlo—cuando lleguemos a casa leamos y releamos estos textos de la Misa de hoy. Y abrir con ellos una meditación abierta, como la búsqueda del tesoro escondido. Y no nos debe faltar una condición en nuestro avance. Ella está perfectamente definida en el versículo responsorial del salmo 118 que hemos proclamado: “¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Y, en fin, que hagamos muy nuestras todas estas vivencias, que las alojemos en lo más profundo de nuestro corazón y que, con ellas –y ante la mirada atenta del Señor Jesús—seamos capaces de ofrecérselas a nuestros hermanos.
La especial finura psicológica de Jesús de Nazaret nos muestra en el evangelio de Mateo de hoy que todo hombre y toda mujer buscan su tesoro. Claro, algunos, lo encuentran; otros, jamás. Y muchos creen que han encontrado un tesoro cuando, en realidad, solo han hallado quincalla, bisutería. La cuestión es saber, y discernir, cual es nuestro tesoro oculto verdadero y necesario para que nuestra vida sea mejor. También, esa ya aludida finura de Jesús en el análisis de la mentalidad humana lo llama tesoro que es una palabra que plantea, la mayoría de las veces, que existe en su interior un contenido de riquezas materiales e inmediatas, de dinero. Y Jesús no es amigo del dinero, pero sabe que los hombres y mujeres de todos los tiempos si lo son. Y lo que desea es dar verdad a sus vidas. Enseñarles que el verdadero tesoro que necesitamos para ser felices es vivir en sintonía con el Reino de Dios, dentro de él. Lo demás, como decía antes es quincalla, bisutería.
2.- Vamos “atravesando” en estos domingos de julio la “ruta de las parábolas”. Hemos leído varias. Nos llamó la atención el domingo pasado la de la cizaña, porque es una explicación necesaria de Jesús a unos de los grandes enigmas de la humanidad: la coexistencia del bien y del mal dentro de la presencia totalizadora del Dios Bueno. Es la pregunta de “¿Por qué Dios permite esto? Y, desde luego, hay situaciones muy cercanas que nos llevan a hacer esa terrible pregunta. Ahí están los salvajes atentados de Londres, Madrid y Nueva York. La libertad absoluta de hombres y mujeres les lleva a asumir su propio camino. La idea de “imagen y semejanza” anunciada por Dios en el momento de la creación del género humano es eso. Dios es libre. Nosotros, también. Resulta chocante que el poderoso deje ser libre al débil. Pero Dios es así. Y es que nuestra libertad para hacer el bien o el mal está presente en nuestras vidas y no hay nadie –absolutamente, nadie—que no haya experimentado su capacidad cotidiana para hacer el bien y el mal. Y es esa libertad plena la que, asimismo, nos lleva a poder elegir el tesoro del Reino de Dios, totalmente, libremente, sin coacciones. Tampoco hay “coacción” divina en la búsqueda del bien. Es la capacidad de discernimiento que nos da nuestra libertad lo que nos lleva a ello.
3.- Salomón –nos cuenta el libro de los Reyes—escucha una pregunta fabulosa, soñada, también, por todos. Dios le pregunta: “Pídeme lo que quieras”. La respuesta va a ser humilde, pero magistral: “da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien”. Y el Señor entusiasmado por la respuesta dará a Salomón todo lo mejor que se puede encontrar en la tierra. Es obvio que Salomón opta por lo que llamaríamos el talante del Reino de Dios. Y ello, pues, guarda su relación con el tesoro de la parábola. Pero, también, se pone de manifiesto un hecho muy habitual y corriente en la vida humana. Pedir a Dios lo que necesitamos o lo que –según nosotros—nos falta. “Pedir y se os dará” dice Jesús. Entonces que es lo que podemos pedirle a Dios. Pues, sinceramente, creo que todo, hasta que nos toque la lotería, porque como Padre Bueno que es entenderá nuestras peticiones. ¿Todo lo que pedimos nos lo puede dar? No claro que no. No todo nos conviene o, realmente, existe. Además, Dios no puede traicionar sus propias leyes. Lo que sería absurdo por otra parte es ir con reservas a nuestra conversación habitual con nuestro Padre.
Es posible que a todo esto haya que aplicar la frase del Apóstol Pedro respecto que para Dios mil años son como un día. Es decir, que nuestro cómputo respecto a los dones generosos dados por Nuestro Señor Dios, deben tener un recorrido, espacio y tiempo. Como niños impacientes que somos desearíamos que lo pedido nos llegue inmediatamente, a vuelta de correo. Pero no es así. En mi caso, he de reconocer que examinando mi vida de unos cuantos años –no pocos—he obtenido mucho de lo que he pedido. Tal vez, concretado de otra manera la petición inicial. No le podemos poner puertas al campo de nuestra relación con Dios, ni tampoco querer llevar a nuestro Padre por los caminos inmediatos de nuestra cambiante existencia.
4.- Hemos leído un brevísimo fragmento de la Carta de Pablo a los fieles de Roma. Y, sin embargo, es más que fundamental. Resume el plan completo de Dios para nuestra salvación. La doctrina de la Iglesia ha hablado de vocación, elección, predestinación y justificación como los pasos para dicha salvación. Y nadie, como Pablo de Tarso, lo ha referido de manera tan breve y completa. La cuestión es que ese plan de salvación tiene dos lados inseparables, diferenciados, pero inseparables. La salvación es individual y comunitaria. La salvación llega a cada uno de nosotros, pero incardinados en un conjunto de bien, amor, solidaridad, belleza y felicidad que contiene el Reino de Dios. Y así, las palabras de Pablo nos ayudan a mejor comprender todo lo que hemos dicho anteriormente y que no es otra cosa que la relación con Dios en el contexto de una vida coronada por el descubrimiento del Reino de Dios. Debemos meditar muy especialmente las lecturas de hoy. Merece la pena que hoy especialmente –siempre hay que hacerlo—cuando lleguemos a casa leamos y releamos estos textos de la Misa de hoy. Y abrir con ellos una meditación abierta, como la búsqueda del tesoro escondido. Y no nos debe faltar una condición en nuestro avance. Ella está perfectamente definida en el versículo responsorial del salmo 118 que hemos proclamado: “¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Y, en fin, que hagamos muy nuestras todas estas vivencias, que las alojemos en lo más profundo de nuestro corazón y que, con ellas –y ante la mirada atenta del Señor Jesús—seamos capaces de ofrecérselas a nuestros hermanos.
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