San Juan Crisóstomo
1. ¿Por qué razón nombra al fundador de la ciudad? Porque hay otra Cesarea, la llamada de Estratón, y no fue en ésta, sino en aquélla, donde el Señor preguntó a sus discípulos. Allí los llevó lejos de los judíos, a fin de que, libres de toda angustia, pudieran decir con entera libertad cuanto íntimamente sentían. —¿Y por qué no les preguntó inmediatamente lo que ellos sentían, sino que quiso antes saber la opinión del vulgo? —Porque quería que, expresada ésta y volviéndoles a preguntar a ellos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?, el tono mismo de la pregunta los levantara a más alta opinión acerca de sí y no cayeran en la bajeza de sentir de la muchedumbre. Por eso justamente tampoco les interroga al comienzo de su predicación. Cuando ya había hecho muchos milagros y les había enseñado muchas y levantadas doctrinas, cuando les había dado tantas pruebas de su divinidad y de su concordia con el Padre, entonces es cuando les plantea esta pregunta. Y no les dijo: "¿Quién dicen los escribas y fariseos que soy yo?", a pesar de que éstos se le acercaban muchas veces y conversaban con Él, sino ¿Quien dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Con lo que buscaba el Señor el sentir incorruptible del pueblo. Porque si bien ese sentir se quedaba más bajo de lo conveniente, por lo menos estaba exento de malicia; mas el de escribas y fariseos se inspiraba en pura maldad.
Y para dar a entender el Señor cuán ardientemente deseaba que se confesara y reconociera su encarnación, se llama a sí mismo Hijo del hombre, designando así su divinidad, como lo hace en muchas otras partes. Por ejemplo, cuando dice: “Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que está en el cielo”. Y otra vez: ¿Que será cuando viereis al Hijo del hombre que sube a donde estaba primero? Luego le respondieron: Unos que Juan Bautista, otros Elías, otros Jeremías o alguno de los profetas. Y, expuesta así esta errada opinión, prosiguió entonces el Señor: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Lo que era invitarlos a que concibieran más altos pensamientos sobre el y mostrarles que la primera sentencia se quedaba muy por bajo de su auténtica dignidad. De ahí que requiera otra de ellos y les plantee nueva pregunta, a fin de que no cayeran juntamente con el vulgo. Y es que la gente, como le habían visto hacer al Señor milagros muy por encima del poder humano, por un lado le tenían por hombre, pero, por otro, les parecía un hombre aparecido por resurrección, como decía el mismo Herodes. Mas con el fin de apartar a sus discípulos de semejante idea, el Señor les vuelve a preguntar: Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo? Vosotros, es decir, los que estáis siempre conmigo, los que me veis hacer milagros, los que por virtud mía habéis hecho también muchos.
PEDRO, BOCA DE LOS APÓSTOLES
¿Qué hace, pues, Pedro, boca que es de los apóstoles? El, siempre ardiente; él, director del coro de los apóstoles, aun cuando todos son interrogados, responde solo. Y es de notar que cuando el Señor preguntó por la opinión del vulgo, todos contestaron a su pregunta; pero cuando les pregunta la de ellos directamente, entonces es Pedro quien se adelanta y toma la mano y dice: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¿Qué le responde Cristo?: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te lo han revelado. Ahora bien, si Pedro no hubiera confesado a Jesús por Hijo natural de Dios y nacido del Padre mismo, su confesión no hubiera sido obra de una revelación. De haberle tenido por uno de tantos, sus palabras no hubieran merecido la bienaventuranza. La verdad es que antes de esto, los hombres que estaban en la barca, después de la tormenta de que fueron testigos, exclamaron: “Verdaderamente es éste Hijo de Dios”. Y, sin embargo, a pesar de su aseveración de verdaderamente, no fueron proclamados bienaventurados. Porque no confesaron una filiación divina, como la que aquí confiesa Pedro. Aquellos pescadores creían sin duda que Jesús, uno de tantos, era verdaderamente Hijo de Dios, escogido ciertamente entre todos, pero no de la misma sustancia o naturaleza de Dios Padre.
LA CONFESIÓN DE PEDRO, REVELACIÓN DEL PADRE
2. También Natanael había dicho: Maestro, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el rey de Israel. Y no sólo no se le proclama bienaventurado, sino que es reprendido por el Señor por haber hablado muy por bajo de la verdad. Lo cierto es que el Señor añadió: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores has de ver. ¿Por qué, pues, Pedro es proclamado bienaventurado? Porque le confesó Hijo natural de Dios, De ahí que en los otros casos nada semejante dijo el Señor; mas en éste nos hace ver también quién fue el que lo reveló. Tal vez pudiera pensar la gente que, siendo Pedro tan ardiente amador de Cristo, sus palabras nacían de amistad y adulación y de ganas que tenía de congraciarse con su maestro. Pues para que nadie pudiera pensar así, Jesús nos descubre quién fue el que habló antes al alma de Pedro, y nos demos así cuenta que, si Pedro fue quien habló, el Padre fue quien le dictó las palabras —palabras que ya no podemos mirar como opinión humana, sino creerlas como dogma divino—. —Mas ¿por qué no lo afirma el Señor mismo y dice: "Yo soy el Cristo", sino que lo va preparando por sus preguntas, llevando a sus discípulos a confesarlo? —Porque así era entonces para Él más conveniente y necesario y de esta manera se atraía mejor a sus discípulos a la fe de aquella misma confesión por ellos hecha. ¿Veis cómo el Padre revela al Hijo, y el Hijo al Padre? Porque tampoco al Padre le conoce nadie—dice Él mismo—, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Luego no es posible conocer al Hijo sino por el Padre, ni conocer por otro al Padre sino por el Hijo. De suerte que aun por aquí se demuestra patentemente la igualdad y consustancialidad del Hijo con el Padre.
LA PROMESA DE JESÚS A PEDRO
—¿Qué le contesta, pues, Cristo? Tú eres Simón, hijo de Jonás. Tú te llamarás Cefas. Como tú has proclamado a mi Padre—le dice—, así también yo pronuncio el nombre de quien te ha engendrado. Que era poco menos que decir: Como tú eres hijo de Jonás, así lo soy yo de mi Padre. Porque, por lo demás, superfluo era llamarle hijo de Jonás. Mas como Pedro le habla llamado Hijo de Dios, El añade el nombre del padre de Pedro, para dar a entender que lo mismo que Pedro era hijo de Jonás, así era El Hijo de Dios, es decir, de la misma sustancia de su Padre. Y yo te digo: Tú eres Piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, es decir, sobre la fe de tu confesión. Por aquí hace ver ya que habían de ser muchos los que creerían, y así levanta el pensamiento de Pedro y le constituye pastor de su Iglesia. Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y si contra ella no prevalecerán, mucho menos contra mí. No te turbes, pues, cuando luego oigas que he de ser entregado y crucificado. Y seguidamente le concede otro honor: Y yo te daré las llaves del reino do los cielos. ¿Qué quiere decir: Yo te daré las llaves? Como mi Padre te ha dado que me conocieras, yo te daré las llaves del reino de los cielos. Y no dijo: "Yo rogaré a mi Padre"; a pesar de ser tan grande la autoridad que demostraba, a pesar de la grandeza inefable del don. Pues con todo eso, El dijo: Yo te daré, —¿Y qué le vas a dar, dime? —Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y cuanto tú desatares sobre la tierra, desatado quedará en los cielos. ¿Cómo, pues, no ha de ser cosa suya conceder sentarse a su derecha o a su izquierda, cuando ahora dice: Yo te daré? ¿Veis cómo Él mismo levanta a Pedro a más alta idea de El y se revela a sí mismo y demuestra ser Hijo de Dios por estas dos promesas que aquí le hace? Porque cosas que atañen sólo al poder de Dios, como son perdonar los pecados, hacer inconmovible a su Iglesia aun en medio del embate de tantas olas y dar a un pobre pescador la firmeza de una roca aun en medio de la guerra de toda la tierra, eso es lo que aquí promete el Señor que le ha de dar a Pedro. Es lo que el Padre mismo decía hablando con Jeremías: Que le haría como una columna de bronce o como una muralla'. Solo que a Jeremías le hace tal para una sola nación, y a Pedro para la tierra entera. Aquí preguntaría yo con gusto a quienes se empeñan en rebajar la dignidad del Hijo: ¿Qué dones son mayores: los que dió el Padre o los que dió el Hijo a Pedro? El Padre le hizo a Pedro la gracia de revelarle al Hijo; pero el Hijo propagó por el mundo entero la revelación del Padre y la suya propia, y a un pobre mortal le puso en las manos la potestad de todo lo que hay en el cielo, pues le entregó sus llaves—El, que extendió su Iglesia por todo lo descubierto de la tierra y la hizo más firme que el cielo mismo: Porque el cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará. El que tales dones da, el que tales hazañas realizó, ¿cómo puede ser inferior? Y al hablar así, no pretendo dividir las obras del Padre y del Hijo: Porque todo fue hecho por El, y sin El nada fue hecho. No, lo que yo quiero es hacer callar la lengua desvergonzada de quienes a tales afirmaciones se desmandan.
HOMILIA 54
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (46–90), Tomo II, BAC, Madrid, 1956, Pág.137- 143)
Y para dar a entender el Señor cuán ardientemente deseaba que se confesara y reconociera su encarnación, se llama a sí mismo Hijo del hombre, designando así su divinidad, como lo hace en muchas otras partes. Por ejemplo, cuando dice: “Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que está en el cielo”. Y otra vez: ¿Que será cuando viereis al Hijo del hombre que sube a donde estaba primero? Luego le respondieron: Unos que Juan Bautista, otros Elías, otros Jeremías o alguno de los profetas. Y, expuesta así esta errada opinión, prosiguió entonces el Señor: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Lo que era invitarlos a que concibieran más altos pensamientos sobre el y mostrarles que la primera sentencia se quedaba muy por bajo de su auténtica dignidad. De ahí que requiera otra de ellos y les plantee nueva pregunta, a fin de que no cayeran juntamente con el vulgo. Y es que la gente, como le habían visto hacer al Señor milagros muy por encima del poder humano, por un lado le tenían por hombre, pero, por otro, les parecía un hombre aparecido por resurrección, como decía el mismo Herodes. Mas con el fin de apartar a sus discípulos de semejante idea, el Señor les vuelve a preguntar: Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo? Vosotros, es decir, los que estáis siempre conmigo, los que me veis hacer milagros, los que por virtud mía habéis hecho también muchos.
PEDRO, BOCA DE LOS APÓSTOLES
¿Qué hace, pues, Pedro, boca que es de los apóstoles? El, siempre ardiente; él, director del coro de los apóstoles, aun cuando todos son interrogados, responde solo. Y es de notar que cuando el Señor preguntó por la opinión del vulgo, todos contestaron a su pregunta; pero cuando les pregunta la de ellos directamente, entonces es Pedro quien se adelanta y toma la mano y dice: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¿Qué le responde Cristo?: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te lo han revelado. Ahora bien, si Pedro no hubiera confesado a Jesús por Hijo natural de Dios y nacido del Padre mismo, su confesión no hubiera sido obra de una revelación. De haberle tenido por uno de tantos, sus palabras no hubieran merecido la bienaventuranza. La verdad es que antes de esto, los hombres que estaban en la barca, después de la tormenta de que fueron testigos, exclamaron: “Verdaderamente es éste Hijo de Dios”. Y, sin embargo, a pesar de su aseveración de verdaderamente, no fueron proclamados bienaventurados. Porque no confesaron una filiación divina, como la que aquí confiesa Pedro. Aquellos pescadores creían sin duda que Jesús, uno de tantos, era verdaderamente Hijo de Dios, escogido ciertamente entre todos, pero no de la misma sustancia o naturaleza de Dios Padre.
LA CONFESIÓN DE PEDRO, REVELACIÓN DEL PADRE
2. También Natanael había dicho: Maestro, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el rey de Israel. Y no sólo no se le proclama bienaventurado, sino que es reprendido por el Señor por haber hablado muy por bajo de la verdad. Lo cierto es que el Señor añadió: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores has de ver. ¿Por qué, pues, Pedro es proclamado bienaventurado? Porque le confesó Hijo natural de Dios, De ahí que en los otros casos nada semejante dijo el Señor; mas en éste nos hace ver también quién fue el que lo reveló. Tal vez pudiera pensar la gente que, siendo Pedro tan ardiente amador de Cristo, sus palabras nacían de amistad y adulación y de ganas que tenía de congraciarse con su maestro. Pues para que nadie pudiera pensar así, Jesús nos descubre quién fue el que habló antes al alma de Pedro, y nos demos así cuenta que, si Pedro fue quien habló, el Padre fue quien le dictó las palabras —palabras que ya no podemos mirar como opinión humana, sino creerlas como dogma divino—. —Mas ¿por qué no lo afirma el Señor mismo y dice: "Yo soy el Cristo", sino que lo va preparando por sus preguntas, llevando a sus discípulos a confesarlo? —Porque así era entonces para Él más conveniente y necesario y de esta manera se atraía mejor a sus discípulos a la fe de aquella misma confesión por ellos hecha. ¿Veis cómo el Padre revela al Hijo, y el Hijo al Padre? Porque tampoco al Padre le conoce nadie—dice Él mismo—, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Luego no es posible conocer al Hijo sino por el Padre, ni conocer por otro al Padre sino por el Hijo. De suerte que aun por aquí se demuestra patentemente la igualdad y consustancialidad del Hijo con el Padre.
LA PROMESA DE JESÚS A PEDRO
—¿Qué le contesta, pues, Cristo? Tú eres Simón, hijo de Jonás. Tú te llamarás Cefas. Como tú has proclamado a mi Padre—le dice—, así también yo pronuncio el nombre de quien te ha engendrado. Que era poco menos que decir: Como tú eres hijo de Jonás, así lo soy yo de mi Padre. Porque, por lo demás, superfluo era llamarle hijo de Jonás. Mas como Pedro le habla llamado Hijo de Dios, El añade el nombre del padre de Pedro, para dar a entender que lo mismo que Pedro era hijo de Jonás, así era El Hijo de Dios, es decir, de la misma sustancia de su Padre. Y yo te digo: Tú eres Piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, es decir, sobre la fe de tu confesión. Por aquí hace ver ya que habían de ser muchos los que creerían, y así levanta el pensamiento de Pedro y le constituye pastor de su Iglesia. Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y si contra ella no prevalecerán, mucho menos contra mí. No te turbes, pues, cuando luego oigas que he de ser entregado y crucificado. Y seguidamente le concede otro honor: Y yo te daré las llaves del reino do los cielos. ¿Qué quiere decir: Yo te daré las llaves? Como mi Padre te ha dado que me conocieras, yo te daré las llaves del reino de los cielos. Y no dijo: "Yo rogaré a mi Padre"; a pesar de ser tan grande la autoridad que demostraba, a pesar de la grandeza inefable del don. Pues con todo eso, El dijo: Yo te daré, —¿Y qué le vas a dar, dime? —Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y cuanto tú desatares sobre la tierra, desatado quedará en los cielos. ¿Cómo, pues, no ha de ser cosa suya conceder sentarse a su derecha o a su izquierda, cuando ahora dice: Yo te daré? ¿Veis cómo Él mismo levanta a Pedro a más alta idea de El y se revela a sí mismo y demuestra ser Hijo de Dios por estas dos promesas que aquí le hace? Porque cosas que atañen sólo al poder de Dios, como son perdonar los pecados, hacer inconmovible a su Iglesia aun en medio del embate de tantas olas y dar a un pobre pescador la firmeza de una roca aun en medio de la guerra de toda la tierra, eso es lo que aquí promete el Señor que le ha de dar a Pedro. Es lo que el Padre mismo decía hablando con Jeremías: Que le haría como una columna de bronce o como una muralla'. Solo que a Jeremías le hace tal para una sola nación, y a Pedro para la tierra entera. Aquí preguntaría yo con gusto a quienes se empeñan en rebajar la dignidad del Hijo: ¿Qué dones son mayores: los que dió el Padre o los que dió el Hijo a Pedro? El Padre le hizo a Pedro la gracia de revelarle al Hijo; pero el Hijo propagó por el mundo entero la revelación del Padre y la suya propia, y a un pobre mortal le puso en las manos la potestad de todo lo que hay en el cielo, pues le entregó sus llaves—El, que extendió su Iglesia por todo lo descubierto de la tierra y la hizo más firme que el cielo mismo: Porque el cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará. El que tales dones da, el que tales hazañas realizó, ¿cómo puede ser inferior? Y al hablar así, no pretendo dividir las obras del Padre y del Hijo: Porque todo fue hecho por El, y sin El nada fue hecho. No, lo que yo quiero es hacer callar la lengua desvergonzada de quienes a tales afirmaciones se desmandan.
HOMILIA 54
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (46–90), Tomo II, BAC, Madrid, 1956, Pág.137- 143)
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