Publicado por El Blog de X. Pikaza
Mc 13, 33-36. Acababa el año con una llamada a la vigilancia. Empieza el nuevo año de la liturgia cristiana con otra llamada semejante, pero que ya no está motivada por la exigencia del juicio de Dios, sino por la esperanza del Cristo. Empieza así otra vez el Adviento, marcado por la Venida de Dios. Ciertamente, nosotros podemos caminar hacia la Vida, pero sólo porque la Vida está llegando a nosotros. Así lo muestra el evangelio, diciendo que el tiempo es espera de amor y compromiso al servicio de la vida, es decir, de los otros.
Lectura. Mc 13, 28-36
El texto litúrgico ha reducido esta lectura, tomando sólo una parte de ella (Mc 13, 33-36). Prefiero verla en su conjunto, porque de esa manera abre mejor la gran puerta de la esperanza de Dios.
Estamos en el capítulo trece de Marcos, el más duro y más consolador de todos los textos de la esperanza cristiana, un pasaje lleno de guerras y enfrentamientos, de hambres y terrores. Pues bien, en ese tiempo suena la voz que Jesús dirigió a sus cuatro discípulos primeros (Pedro y Andrés, Santiago y Juan), sobre el Monte de los Olivos, abriendo sus ojos, para que vieran el misterio de los tiempos (cf. Mc 13, 3-4). Sus grandes palabras de aviso y aliento terminan así:
a. (Está a las puertas)….28 Fijaos en lo que sucede con la higuera. Cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, conocéis que se acerca el verano. 29 Pues lo mismo vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que ya está cerca, a las puertas.
b. (En esta generación, ya ha llegado) 30 Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
b’ (Ni Cristo sabe, ni lo sabe el Hijo) 32 En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre.
a’ (Velad) 33 (Cuidado! Estad alerta, porque no sabéis cuándo llegará el momento. 34 Sucederá lo mismo que con aquel que se ausentó de su casa, encomendó a cada uno de los siervos su tarea y encargó al portero que velase. 35 Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a media noche, al canto del gallo o al amanecer. 36 No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. 37 Lo que a vosotros os digo, lo digo a todos: (Velad!
Éste es el final del final (b y b’)
Ha pasado el clímax del relato: el evangelio ha dicho lo importante sobre la crisis de los tiempos, con la llegada del Hijo del Hombre, es decir, de la humanidad verdadera (Mc 13,24-27). Pero a fin de completar ese mensaje (¡viene el Hijo del Hombre!) en forma positiva, en clave de advertencia eclesial, el evangelio ha introducido, en el centro del pasaje (entre a y a’), dos pequeños textos sobre la confianza ante el fin y la vigilancia.
-- (b) Por un lado asegura que todas estas cosas han de suceder en esta generación (13, 30). Ésta es una palabra que se puede atribuir al Jesús histórico: en esta misma generación (en este tiempo que es el nuestro) pasarán todas las cosas. Estamos al fin de los tiempos, ante la Hora decisivo. El Evangelio de Marcos dirige esta palabra de Jesús a los lectores/oyentes de su evangelio: ahora, cuando se proclama esta palabra, sucederán estas cosas. Nosotros debemos aplicarlas a nuestro tiempo: estamos ya en los últimos tiempos.
-- (b’) Por otro afirma que del día y hora nadie sabe nada, ni siquiera Cristo, ni siquiera el Hijo de Dios, sino sólo el Padre (Mc 13, 32). Estas palabras han de tomarse absolutamente en serio: ni siquiera Cristo supo o calculó los tiempos; anunció y preparó la llegada de Dios, pero no anduvo fijando fechas. Esto significa que debemos evitar todo cálculo de tiempo; vivir en vigilancia, pero sin adivinanzas que no tienen sentido. El mismo Cristo deja el tiempo en manos de Dios Padre.
La culminación del tiempo es Dios
Ante el misterio del fin (ante la hora) sólo existe una respuesta, sólo puede darse una palabra: (Estamos en la manos del Padre, el único que sabe! Desaparecen todas las instancias de poder o ciencia, de lucha o angustia del mundo. Quedan en segundo plano los ángeles, lo mismo que los hombres y mujeres de la tierra, todo lo que pueden hacer o maquinar los poderes de la tierra. El mismo Hijo, a quien Dios ha dado su Espíritu y palabra (cf. Mc 1, 9-11), está a la escucha de Dios. En la raíz y meta de todo se halla el Padre, él solo es quien sabe.
En el principio del evangelio de Marcos (Mc 1, 11) estaba el Padre, diciendo su palabra original: (Eres mi Hijo!. En ella se fundaba todo lo que existe; de ella procedía el camino de la salvación y la misma realidad del mundo.
B También aquí, al final del tiempo (Mc 13, 32) se encuentra al Padre. El Hijo ha cumplido su función, ha entregado la vida en sus manos. Por eso se mantiene gozoso en su ignorancia, que no es falta de conocimiento sino conocimiento superior: es confianza suprema, amor completo hacia aquel que le ha amada.
Está a las puertas, velad (a y a’)
Estamos en la noche que precede a la aurora de la salvación. Como siervos vigilantes debemos mantenernos en el tiempo de tiniebla de este mundo, llenos de esperanza.
Es evidente que esta imagen de la noche que precede al día y de los siervos que esperan al Kyrios o Señor proviene de la apocalíptica judía. Pero los cristianos saben que la salvación está ya realizada por Jesús y que el Señor a quien esperan es el mismo Jesús, que ha nacido y ha muerto por ellos. Eso hace que cambie su actitud. Cuando leen o escuchan este texto, los creyentes saben no son simples criados sometidos al capricho de un amo imprevisible, que vendrá cuando el decida (según su pura gana), sino que está viniendo ya, porque nos ama y tiene «gana» de encontrarnos.
Estamos a la espera, pero no como extraños, sino como amigos, compañeros de alguien que nos ama, que nos ha precedido en el camino de la entrega generosa de la vida, para darnos Vida.
De esta manera culmina el capítulo trece de Marcos y todo el evangelio. Jesús ha descorrido el telón y por un momento ha mostrado a sus amigos (a sus cuatro queridos, a todos los hombres y mujeres de la tierra) lo que se encuentra al lado de su vida y de su muerte, en el fondo de su entrega, frente al templo de Jerusalén:
Noche de amor, noche de vela y trabajo
(a) Está a las puertas ya el amigo, el gran Amado… Va a llamad, va a llamaros. Están preparados… Ha pasado el tiempo de la maduración, los brotes de la higuera van a convertirse en fruto. Llega ya el Amado, en la noche de una vida corta y dura, pero llena de esperanza. Limpia la cara, perfuma tu rostro y espera, como la Novia del Cantares, como el novio… No sabes el momento, pero está llegando ya, en esta generación, en este tiempo de tu vida. Deja por un día otras noticias, atentados en Bombay, muerte el Caliput, hambre y tortura, en mil lugares de tierra, con caravanas de hambrientos que caminan o van a la deriva, sin llegar a ningún puerto. Olvida por un momento todo. Estremécete y tiembla de pasión de amor: está llegando el Amado, va llamar a tu puerta. Se dejará amar y le amarás, te amará y os amaréis, y sabrás que la vida ha tenido un sentido. Siéntate a la vera de la puerta, con la lámpara encendida, al borde de tu cama, porque llega
(a’) Mantente en vela y trabaja, como siervo vigilante… Antes te he dicho que esperes, estremecido/a de amor. Ahora te dice que veles y trabajes en la dura noche. A todos a dado el «amigo» una tarea, la tarea de vigilar y servir como criados (douloi) de la casa y porteros (thyrôroi) del edificio de la humanidad. Jesús había llamado a sus cuatro del principio (Mc 1, 16-20; 13, 3-4) como pescadores para reunir a los hombres en la gran playa del reino. Ahora les hace vigilantes, encargados de velar por todos, para todos.
Velar es trabajar a favor de los demás, esperando a la vera de la playa a los que vienen en pateras, para ofrecerles te caliente, una casa, una esperanza.
Velar es procurar pan para todos y trabajos, y una casa… en tiempos de crisis fuerte y de amenaza. Tembloroso de amor podrás hacerte «siervo» de todos, para que todos amen, para que todos esperen…
El amor y el trabajo, noche de bodas, madrugada de servicio
Ante el Señor que llega (en adviento) eres amante/amigo/a y sabes que culminará tu historia de amor. Te enseñará y aprenderás, aprenderéis a quereros por siempre…
Ante el Señor que llega eres «siervo», es decir, ministro al servicio de la vida de los otros. Te ha hecho Dios portero, te hecho encargado de todo y de todos… Como mayordomo y administrador de la vida de todos (que es vida de Dios) te ha puesto Jesús en el mundo, para que acojas a todos en la gran espera.
Viene él (cuando Dios quiere, ahora mismo, siempre…), viene en cada uno de aquellos que están llegando a tu playa, que están llamando a tu puerta, que están sufriendo de frío o de hambre al otro lado de la calle, en Bombay, el Bom Puerto de los viejos portugueses, o aquí mismo, a la vera de tu casa, al otro lado de la pared de tu cuarto.
A todos, buen Adviento, en amor y en trabajo.
Lectura. Mc 13, 28-36
El texto litúrgico ha reducido esta lectura, tomando sólo una parte de ella (Mc 13, 33-36). Prefiero verla en su conjunto, porque de esa manera abre mejor la gran puerta de la esperanza de Dios.
Estamos en el capítulo trece de Marcos, el más duro y más consolador de todos los textos de la esperanza cristiana, un pasaje lleno de guerras y enfrentamientos, de hambres y terrores. Pues bien, en ese tiempo suena la voz que Jesús dirigió a sus cuatro discípulos primeros (Pedro y Andrés, Santiago y Juan), sobre el Monte de los Olivos, abriendo sus ojos, para que vieran el misterio de los tiempos (cf. Mc 13, 3-4). Sus grandes palabras de aviso y aliento terminan así:
a. (Está a las puertas)….28 Fijaos en lo que sucede con la higuera. Cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, conocéis que se acerca el verano. 29 Pues lo mismo vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que ya está cerca, a las puertas.
b. (En esta generación, ya ha llegado) 30 Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
b’ (Ni Cristo sabe, ni lo sabe el Hijo) 32 En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre.
a’ (Velad) 33 (Cuidado! Estad alerta, porque no sabéis cuándo llegará el momento. 34 Sucederá lo mismo que con aquel que se ausentó de su casa, encomendó a cada uno de los siervos su tarea y encargó al portero que velase. 35 Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a media noche, al canto del gallo o al amanecer. 36 No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. 37 Lo que a vosotros os digo, lo digo a todos: (Velad!
Éste es el final del final (b y b’)
Ha pasado el clímax del relato: el evangelio ha dicho lo importante sobre la crisis de los tiempos, con la llegada del Hijo del Hombre, es decir, de la humanidad verdadera (Mc 13,24-27). Pero a fin de completar ese mensaje (¡viene el Hijo del Hombre!) en forma positiva, en clave de advertencia eclesial, el evangelio ha introducido, en el centro del pasaje (entre a y a’), dos pequeños textos sobre la confianza ante el fin y la vigilancia.
-- (b) Por un lado asegura que todas estas cosas han de suceder en esta generación (13, 30). Ésta es una palabra que se puede atribuir al Jesús histórico: en esta misma generación (en este tiempo que es el nuestro) pasarán todas las cosas. Estamos al fin de los tiempos, ante la Hora decisivo. El Evangelio de Marcos dirige esta palabra de Jesús a los lectores/oyentes de su evangelio: ahora, cuando se proclama esta palabra, sucederán estas cosas. Nosotros debemos aplicarlas a nuestro tiempo: estamos ya en los últimos tiempos.
-- (b’) Por otro afirma que del día y hora nadie sabe nada, ni siquiera Cristo, ni siquiera el Hijo de Dios, sino sólo el Padre (Mc 13, 32). Estas palabras han de tomarse absolutamente en serio: ni siquiera Cristo supo o calculó los tiempos; anunció y preparó la llegada de Dios, pero no anduvo fijando fechas. Esto significa que debemos evitar todo cálculo de tiempo; vivir en vigilancia, pero sin adivinanzas que no tienen sentido. El mismo Cristo deja el tiempo en manos de Dios Padre.
La culminación del tiempo es Dios
Ante el misterio del fin (ante la hora) sólo existe una respuesta, sólo puede darse una palabra: (Estamos en la manos del Padre, el único que sabe! Desaparecen todas las instancias de poder o ciencia, de lucha o angustia del mundo. Quedan en segundo plano los ángeles, lo mismo que los hombres y mujeres de la tierra, todo lo que pueden hacer o maquinar los poderes de la tierra. El mismo Hijo, a quien Dios ha dado su Espíritu y palabra (cf. Mc 1, 9-11), está a la escucha de Dios. En la raíz y meta de todo se halla el Padre, él solo es quien sabe.
En el principio del evangelio de Marcos (Mc 1, 11) estaba el Padre, diciendo su palabra original: (Eres mi Hijo!. En ella se fundaba todo lo que existe; de ella procedía el camino de la salvación y la misma realidad del mundo.
B También aquí, al final del tiempo (Mc 13, 32) se encuentra al Padre. El Hijo ha cumplido su función, ha entregado la vida en sus manos. Por eso se mantiene gozoso en su ignorancia, que no es falta de conocimiento sino conocimiento superior: es confianza suprema, amor completo hacia aquel que le ha amada.
Está a las puertas, velad (a y a’)
Estamos en la noche que precede a la aurora de la salvación. Como siervos vigilantes debemos mantenernos en el tiempo de tiniebla de este mundo, llenos de esperanza.
Es evidente que esta imagen de la noche que precede al día y de los siervos que esperan al Kyrios o Señor proviene de la apocalíptica judía. Pero los cristianos saben que la salvación está ya realizada por Jesús y que el Señor a quien esperan es el mismo Jesús, que ha nacido y ha muerto por ellos. Eso hace que cambie su actitud. Cuando leen o escuchan este texto, los creyentes saben no son simples criados sometidos al capricho de un amo imprevisible, que vendrá cuando el decida (según su pura gana), sino que está viniendo ya, porque nos ama y tiene «gana» de encontrarnos.
Estamos a la espera, pero no como extraños, sino como amigos, compañeros de alguien que nos ama, que nos ha precedido en el camino de la entrega generosa de la vida, para darnos Vida.
De esta manera culmina el capítulo trece de Marcos y todo el evangelio. Jesús ha descorrido el telón y por un momento ha mostrado a sus amigos (a sus cuatro queridos, a todos los hombres y mujeres de la tierra) lo que se encuentra al lado de su vida y de su muerte, en el fondo de su entrega, frente al templo de Jerusalén:
Noche de amor, noche de vela y trabajo
(a) Está a las puertas ya el amigo, el gran Amado… Va a llamad, va a llamaros. Están preparados… Ha pasado el tiempo de la maduración, los brotes de la higuera van a convertirse en fruto. Llega ya el Amado, en la noche de una vida corta y dura, pero llena de esperanza. Limpia la cara, perfuma tu rostro y espera, como la Novia del Cantares, como el novio… No sabes el momento, pero está llegando ya, en esta generación, en este tiempo de tu vida. Deja por un día otras noticias, atentados en Bombay, muerte el Caliput, hambre y tortura, en mil lugares de tierra, con caravanas de hambrientos que caminan o van a la deriva, sin llegar a ningún puerto. Olvida por un momento todo. Estremécete y tiembla de pasión de amor: está llegando el Amado, va llamar a tu puerta. Se dejará amar y le amarás, te amará y os amaréis, y sabrás que la vida ha tenido un sentido. Siéntate a la vera de la puerta, con la lámpara encendida, al borde de tu cama, porque llega
(a’) Mantente en vela y trabaja, como siervo vigilante… Antes te he dicho que esperes, estremecido/a de amor. Ahora te dice que veles y trabajes en la dura noche. A todos a dado el «amigo» una tarea, la tarea de vigilar y servir como criados (douloi) de la casa y porteros (thyrôroi) del edificio de la humanidad. Jesús había llamado a sus cuatro del principio (Mc 1, 16-20; 13, 3-4) como pescadores para reunir a los hombres en la gran playa del reino. Ahora les hace vigilantes, encargados de velar por todos, para todos.
Velar es trabajar a favor de los demás, esperando a la vera de la playa a los que vienen en pateras, para ofrecerles te caliente, una casa, una esperanza.
Velar es procurar pan para todos y trabajos, y una casa… en tiempos de crisis fuerte y de amenaza. Tembloroso de amor podrás hacerte «siervo» de todos, para que todos amen, para que todos esperen…
El amor y el trabajo, noche de bodas, madrugada de servicio
Ante el Señor que llega (en adviento) eres amante/amigo/a y sabes que culminará tu historia de amor. Te enseñará y aprenderás, aprenderéis a quereros por siempre…
Ante el Señor que llega eres «siervo», es decir, ministro al servicio de la vida de los otros. Te ha hecho Dios portero, te hecho encargado de todo y de todos… Como mayordomo y administrador de la vida de todos (que es vida de Dios) te ha puesto Jesús en el mundo, para que acojas a todos en la gran espera.
Viene él (cuando Dios quiere, ahora mismo, siempre…), viene en cada uno de aquellos que están llegando a tu playa, que están llamando a tu puerta, que están sufriendo de frío o de hambre al otro lado de la calle, en Bombay, el Bom Puerto de los viejos portugueses, o aquí mismo, a la vera de tu casa, al otro lado de la pared de tu cuarto.
A todos, buen Adviento, en amor y en trabajo.
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