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viernes, 21 de noviembre de 2008

Evangelio Misionero del Día: Sabado 22 de Noviembre de 2008

Por CAMINO MISIONERO


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 20, 27-40

Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: "Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda". Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?»
Jesús les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección no se casan. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él».
Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien». Y ya no se atrevían a preguntarle nada.


Compartiendo La Palabra
Publicado por Cebipal

Participar en la vida plena de Jesús
Lucas 20,27-40
“No es Dios de muertes sino de vivos”

La felicitación que un rabino le hace a Jesús, “Maestro, has hablado bien” (20,39), y el silencio de sus adversarios que “ya no se atrevieron a preguntarle nada” (20,40), nos muestra la importancia de este pasaje.

El Señor nos creó para la vida, una vida que no se agota en aquí sino que trasciende hasta la eternidad. La vida en la eternidad tiene características nuevas con relación a lo que ahora conocemos y es la realización plena de lo ahora es apenas como una semilla: el potencial de la vida divina que llevamos dentro.

La discusión de Jesús con un grupo de saduceos, aquellos “que sostienen que no hay resurrección” (20,27), da pie para que Él exponga lo que nos aguarda en la vida futura.

La figura de Moisés, y junto con él dos maneras de entender la experiencia de Dios, aparecen en los extremos de la discusión:
- Para los saduceos es ante todo es el legislador de Israel que dictó el procedimiento que se debía seguir cuando una mujer quedaba viuda y no le dejaba descendencia a su familia (ver 20,28): la ley del “levirato”, según la cual en caso de viudez la mujer buscará marido en una familia extraña sino que uno de sus cuñados la esposará (ver Dt 25,5-10).
- Para Jesús, sin negar lo anterior, es el pastor que hizo una experiencia del Dios de la alianza en el Monte Horeb cuando lo descubrió en la zarza ardiente (ver 20,37): allí se reveló como el Dios de la vida, “no un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven” (20,38).

Aplicando la ley mencionada al caso hipotético de una mujer que tuvo siete maridos (aunque conocemos una en Tobías 6,14), los saduceos se burlan de la creencia en la resurrección: “¿De cuál de ellos (los siete maridos) será mujer en la resurrección?” (20,33).

La enseñanza de Jesús se plantea en estos términos:

1. Plantea una diferencia entre “este mundo” y el “mundo aquel” (20,34-35). Es decir, que no hay que colocar al mismo nivel la vida terrena y la vida en la resurrección. Si bien, somos los mismos, habrá también novedades significativas entre los “hijos de este mundo” (20,34) y los “hijos de la resurrección” (20,36b).

2. En ese mismo orden de ideas habrá que entender entonces que en la vida futura no habrá que estar preocupados por la vida sexual para tener hijos (“ni ellos tomarán mujer ni ellas marido”, 20,35b), ya que la muerte desaparecerá (“ni pueden ya morir”, 20,36ª). De hecho, en la vida terrena -según la mentalidad bíblica- la generación de hijos tiene como finalidad sustituir a los muertos, porque hay que mantener viva la promesa del Dios de la Alianza.

3. La gran novedad consiste en ser “hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección” (20,36b) subraya la eficacia de la resurrección. El juego de palabras “hijos de... hijos de...”, nos remite al misterio de la filiación divina de la persona de Jesús (ver el pasaje siguiente: 20,41-44). Se quiere decir que participando en la resurrección de Jesús un discípulo del Señor participa del misterio de su filiación divina.

4. Para vivir esta resurrección tenemos que ser “dignos” de ella (20,35).

La resurrección es la realización plena de la vida y a ella nos llama el Dios de la Alianza, el Dios de las relaciones vivificantes y vivificadoras, para quien -en cuanto están en Él- “todos viven”.


Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida cotidiana:

1. ¿Qué imágenes de Dios aparecen contrastadas en la discusión de Jesús con los saduceos?

2. ¿Cómo entiende Jesús la vida futura?

3. ¿Cuál es el llamado que el Señor nos hace hoy a través de su santa Palabra?

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