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lunes, 24 de noviembre de 2008

Homilía y Recursos para la Homilía: I Domingo de Adviento - Ciclo B

Publicado por Agustinos España

"VIGILAD"



La Iglesia desea que todos sus hijos que en todos los momentos de nuestra vida tengamos la misma actitud de expectación que tuvieron los profetas del Antiguo Testamento, ante la venida del Mesías. Considera como una parte esencial de su misión hacer que sigamos mirando hacia el futuro, aun ahora que se cumplen dos mil años de aquella primera Navidad. Nos alienta a que caminemos con los pastores, en plena noche, vigilantes, dirigiendo nuestra mirada hacia aquella luz que sale de la gruta de Belén. Estén prevenidos, nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa. Despertad, nos repetirá San Pablo. Porque también nosotros podemos olvidar lo fundamental de nuestra existencia. “Ven, Señor, no tardes”. Preparemos el camino para el Señor que llegará pronto; es el momento de apartar los obstáculos si no vemos con claridad la luz que procede de Belén, de Jesús.

Los verdaderos enemigos que luchan sin tregua para mantenernos alejados del Señor, están en el fondo de nuestra alma: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida. La concupiscencia de la carne es también, -además de la tendencia desordenada de los sentidos en general, el desorden de la sensualidad-, la comodidad, la falta de vibración, que empuja a buscar lo más fácil, lo más placentero, el camino más corto, aun a costa de ceder en la fidelidad a Dios. El otro enemigo, la concupiscencia de los ojos, es una avaricia de fondo, que nos lleva a valorar solamente lo que se puede tocar. La soberbia de la vida hace que la inteligencia humana se considere el centro del universo que se entusiasma de nuevo con el seréis como dioses y, al llenarse de amor por sí misma, vuelve la espalda al amor de Dios. Puesto que el Señor viene a nosotros, hemos de prepararnos con una Confesión llena de amor y de contrición.

Estaremos alerta a la venida del Señor, si cuidamos con esmero la oración personal, si no descuidamos las mortificaciones pequeñas, si hacemos un delicado examen de conciencia. Salgamos con corazón limpio a recibir al Rey supremo, porque está para venir y no tardará, leemos en las antífonas de la liturgia. Nuestra Señora espera con gran recogimiento el nacimiento de su Hijo. Junto a Ella nos será fácil disponer nuestra alma para la llegada del Señor.

Hoy empieza el Adviento y, con él, un nuevo año litúrgico: la Iglesia empieza el año con este período cuatro semanas recordando los siglos en los que Dios fue preparando a su pueblo para su nacimiento. Al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida.

Jesús, en estas semanas de adviento, nos pide que nos preparemos interiormente para recibirlo con un corazón limpio y generoso cuando nazca en Belén. “Vigilad sobre vosotros mismos para que vuestros corazones no estén ofuscados por los afanes de esta vida”. Debemos vigilar para que, cuando llegue, nuestros corazones no estén ofuscados por los afanes terrenos, por la tentación de la vida fácil y superficial ?que no llena?, por el egoísmo de pensar sólo en mis problemas y en mis intereses. ¿Qué debo hacer para estar vigilante?

¡Cuántas veces el Señor nos recomienda la oración! Vigilad orando en todo tiempo. Nos lo has enseñado, además, con su propio ejemplo: hace oración en los momentos más importantes ?antes de elegir a los apóstoles, antes de la Pasión?, se pasa noches rezando y, a veces, tienen que venir a buscarlo de madrugada a un lugar apartado donde aprovecha la tranquilidad para hacer oración. Nos damos cuenta de que debemos rezar más si queremos estar vigilante, si queremos mejorar de verdad en este tiempo de preparación para su venida.

Vamos a proponernos, en este tiempo de espera al Señor, renovar nuestros propósitos de que nuestra oración crezca en ardor y dedicación, para recibirlo mejor predispuestos.


RECURSOS PARA LA HOMILÍA

Nexo entre las lecturas

Con este domingo iniciamos el ciclo B y nos introducimos en el tiempo fuerte del adviento. Se nos ofrece el tema de la salvación y su anhelante espera como vínculo de unión de las lecturas. En la primera lectura nos encontramos con una bellísima oración, en forma de salmo, que expresa los sentimientos de los israelitas que volvían gozosos a su patria después del destierro, pero advertían que, extrañamente, se retrasaba la intervención salvífica de Dios: ¡Ah si rompieses los cielos y descendieses”! En esta petición hay simultáneamente angustia y confianza. Hay dolor de la realidad actual, pero esperanza inquebrantable en la promesa del Señor(1L). La segunda lectura, por su parte, expone que los corintios no carecían de ningún don; en Cristo habían sido colmados con toda clase de bendiciones. Más aún, por gracia de Dios, poseen el mayor de los dones: la participación en la vida de su Hijo Jesucristo. ¡Y Dios es fiel!. Esto es precisamente la salvación (2L). El evangelio de Marcos indica que la espera vigilante de la manifestación de Cristo es aquella que debe acompañarnos en nuestra vida mortal. ¡El Señor puede llegar en cualquier momento: velemos, no durmamos! ¡El Señor está por llegar!

Mensaje doctrinal

1. La salvación y la espera. «¡Ah si rompieses los cielos y descendieses!». La gran invocación de Isaías (63, 19), que sintetiza muy bien la espera de Dios presente, ante todo, en la historia del pueblo de Israel de la Biblia, y en el corazón de todo hombre, no fue pronunciada en vano. Dios Padre ha cruzado el umbral de su trascendencia: mediante su Hijo Jesucristo se ha echado a las calles del hombre y su Espíritu de vida y de amor ha penetrado en el corazón de sus criaturas. (Juan Pablo II, Audiencia general del 26 de julio del 2000). Sí, en Cristo, tenemos la salvación y el acceso al Padre. “Dios Padre ha cruzado el umbral de su trascendencia” para hacerse uno como nosotros, más pobre que nosotros. ¡Admirable caridad que para rescatar al esclavo ofreció al Hijo!

Esta salvación ha tenido lugar en el sacrificio redentor de Cristo. Sin embargo, nos encontramos todavía “en camino” hacia la posesión eterna de Dios. Nos encontramos entre la primera venida de Cristo en la humildad de nuestra carne, haciéndose uno de nosotros, y la venida gloriosa al final de los tiempos, cuando llegará como juez universal. El tiempo de nuestra vida se puede definir, por tanto, como un tiempo de espera, un tiempo de anhelo por ver a Dios cara a cara. Este tiempo de espera, en el evangelio de Marcos, se expresa con tres actitudes:


• La primera: estad atentos. Cristo Jesús nos invita a “vivir atentamente”, es decir, nos invita a adoptar una actitud de reflexión, de recogimiento, de silencio interior. Prestar atención quiere decir concentrarse en una realidad con toda el alma y dar unidad a todas las capacidades de la persona humana. Un hombre atento es un hombre reflexivo y bien dispuesto para entrar en relación con Dios, con sus semejantes y consigo mismo. Lo opuesto a la “atención” es la “distracción”, la “dispersión”, tan común en nuestro mundo contemporáneo, lleno de ruidos, de imágenes y de sensaciones transitorias. En la distracción se pierde la unidad interior de la persona, se pierde la calma y la paz del corazón. Un hombre distraído dispersa sus capacidades humanas y se encuentra a la deriva de las sensaciones que lo solicitan. El peligro más grave es el de vivir distraídos ante el tema fundamental de la vida: la preparación para la venida de Cristo Nuestro Señor al final de los tiempos, la preparación para la eternidad que está cada vez más cercana.

• La segunda: Velad . En el original griego velad equivale a “quedarse sin dormir”. La gran tentación que nos asecha es la de quedarnos dormidos en medio de la noche. En la Biblia, la noche es símbolo de la acción del maligno que siembra la cizaña (Mt 13, 24-30); es el tiempo del sufrimiento, de la prueba, de los ataques por sorpresa (Job 7,3; Is 15,1; Jer 6,5); es el tiempo de la angustia ante la venida del Hijo del Hombre (Rm 13,12; 1 Ts 5,4-6), de rechazo de la luz y de la traición de Judas. Por eso, dice Pablo: Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese Día os sorprenda como ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. (1 Ts 5,4-6). El cristiano es un hombre para la luz, un hombre que huye del mal y de la tinieblas; un hombre que no conoce el mal, sino para nombrarlo y combatirlo, pero nunca para dejarlo entrar en el corazón. Quien se duerme, se deja llevar por la fuerza del enemigo, por la fuerza de las pasiones, por los atractivos del mundo. No vela y se pierde. Que sea pues nuestra consigna: ¡velad en la noche del mundo para estar preparados al encuentro del Señor!

• La tercera: Vigilad. En el evangelio se repite dos veces este verbo: vigilad. Es la acción del centinela que tiene que estar alerta, mientras espera pacientemente el paso del tiempo nocturno para ver surgir en el horizonte la luz del alba (cf. Juan Pablo II, Audiencia general del 26 de julio de 2000). Estar alerta significa discernir en medio de la noche los signos de los tiempos. Significa tener un “sexto sentido” para descubrir aquello que puede ofender mi fe, mi amor a la Iglesia, mi fidelidad a la palabra empeñada. Estar alerta significa, como el centinela, vivir con la esperanza en los ojos del amanecer que se avecina; más aún, es descubrir ya en la noche la acción misma de la luz que va venciendo las tinieblas. Como todos los hombres, los cristianos viven en la noche de este mundo, pero no pertenecen a la noche. Esta vigilia, sin embargo, es una prueba; es un momento duro, de lucha, de dificultad. Es un caminar en tinieblas, es una especie de noche oscura del alma. Es una vigilia que, como la de Cristo en Getsemaní, debe decidirse con una adhesión incondicional a los palanes de Dios, porque son planes de amor. Es una vigilia de oración, es una vigilia que implica sacrificio; pero es, al mismo tiempo, una vigilia en la que se anuncia cada vez más cercana la aurora. Centinela, ¿cuánto le queda a la noche? El centinela responde: Llega la mañana y después la noche. Si queréis preguntar volveos, venid (Is. 21, 11-12).

2. El pecado. Con frecuencia, al tratar del pecado, se pone de relieve la “responsabilidad de quien lo comete ” alterando el orden establecido. Esto es correcto, pero no es suficiente. No se ha tocado aún la esencia más profunda del pecado. La primera lectura del profeta Isaías nos ofrece la oportunidad de profundizar en el tema. El profeta expone con gran sensibilidad que el pecado es, ante todo, una “ruptura” con la voluntad salvífica de Dios; una ruptura de la relación de amistad con Dios y de obediencia que debemos a su santa voluntad. Señor, Tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla, tú el alfarero: somos todos obra de tu mano. No te excedas en la ira, Señor; no recuerdes siempre nuestra culpa: mira que somos tu pueblo. El profeta, tomando la voz del pueblo, clama al Señor indicándole que comprende que se ha roto esa amistad entre el Señor y su creatura; entre el Padre y su hijo; entre el alfarero y la arcilla. Por eso, quien quiera comprender afondo su pecado y ser perdonado, debe considerar este camino del “amor roto”, “del amor olvidado”, de la ruptura de amistad con Dios. Cuando el Hijo pródigo hizo experiencia del amor de su Padre, el camino de conversión estaba totalmente desembarazado. El Catecismo nos dice: “Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia”. (Catecismo de la Iglesia Católica 386)


Sugerencias pastorales

1. El cristiano debe vivir como centinela de esperanza en la noche del mundo. Algo que debe caracterizar la vida del cristiano es su esperanza gozosa en el triunfo de Cristo sobre el mal y sobre el pecado. En verdad, son muchos los motivos de sufrimiento y de “noche” para los hombres. Los dolores morales profundos, las enfermedades, las desgracias personales, el “tedio de la vida”, las grandes catástrofes que se abaten sobre pueblos enteros. Parece que todo nos invita a perder el ánimo. Sin embargo, Cristo sale al paso de nuestra vida y nos hace presente que la noche ha sido vencida y que debemos vivir como hijos de la luz. Cristo nos invita a ser “centinelas de la mañana”, centinelas de la esperanza, pregoneros de la buena nueva de la salvación.

En este sentido habría que alimentar la capacidad de maravilla ante todo el mundo creado. El Papa Juan Pablo II nos invitaba de este modo: “Es necesario abrir los ojos para admirar a Dios que se esconde y al mismo tiempo se muestra en las cosas y que nos introduce en los espacios del misterio. La cultura tecnológica y la excesiva inmersión en las realidades materiales nos impiden con frecuencia percibir el rostro escondido de las cosas. En realidad, para quien sabe leer con profundidad, cada cosa, cada acontecimiento trae un mensaje que, en último análisis, lleva a Dios. Los signos que revelan la presencia de Dios son, por tanto, múltiples. Pero para que no se nos escapen tenemos que ser puros y sencillos como los niños (cf. Mateo 18, 3_4), capaces de admirar, sorprendernos, maravillarnos, encantarnos con los gestos divinos de amor y de cercanía para con nosotros. En cierto sentido, se puede aplicar al tejido de la vida cotidiana lo que el Concilio Vaticano II afirma sobre la realización del gran designio de Dios a través de la revelación de su Palabra: «Dios invisible, en su gran amor, habla a los hombres como a sus amigos y se entretiene con ellos para invitarlos y admitirlos en la comunión con él» («Dei Verbum», n. 2). ( Juan Pablo II, Audiencia general del 26 de julio del 2000) ¡Admirable enseñanza capaz de dar luz e iluminar nuestros caminos!

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