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lunes, 24 de noviembre de 2008

I Domingo de Adviento - Ciclo B: DESPERTAR LA ESPERANZA


Alguien ha podido decir que "el siglo XX ha resultado ser un inmenso cementerio de esperanzas". La historia de estos últimos años se ha encargado de desmitificar el mito del progreso. No se han cumplido las grandes promesas de la Ilustración. El mundo moderno sigue plagado de crueldades, injusticias e inseguridad.

Por otra parte, el debilitamiento de la fe religiosa no ha traído una mayor fe en el hombre.

Al contrario, el abandono de Dios parece ir dejando al hombre contemporáneo sin horizonte último, sin meta y sin puntos de referencia.

Los acontecimientos se atropellan unos a otros, pero no conducen a nada nuevo. La civilización del consumismo produce novedad de productos, pero sólo para mantener el sistema en el más absoluto inmovilismo.

Los filósofos postmodernos nos advierten de que hemos de aprender a "vivir en la condición de quien no se dirige a ninguna parte"

Cuando no se espera apenas nada del futuro, lo mejor es vivir al día y disfrutar al máximo del momento presente.

Es la hora del hedonismo y del pragmatismo. Una vez instalados en el sistema con cierta seguridad, lo inteligente es retirarse al "santuario de la vida privada" y disfrutar de todo placer "ahora mismo"

Por eso, son pocos los que se comprometen a fondo para que las cosas sean diferentes.

Crece la indiferencia hacia las cuestiones colectivas y el bien común.

La democracia no genera ya ilusión ni concita los esfuerzos de las gentes para crear un futuro mejor. Cada uno se preocupa de sí mismo. Es la consigna: "Sálvese quien pueda".

Esta crisis de esperanza está configurada por múltiples factores, pero, probablemente, tiene su raíz más profunda en la falta de fe del hombre contemporáneo en sí mismo y en su progreso, la falta de confianza en la vida.

Eliminado Dios, parece que el ser humano se va convirtiendo cada vez más en una pregunta sin respuesta, un proyecto imposible, un caminar hacia ninguna parte.

¿No estará el hombre de hoy necesitando más que nunca al "Dios de la esperanza"? (Rm 15,13)

Ese Dios del que muchos dudan, al que bastantes han abandonado, pero un Dios por el que tantos siguen preguntando.

Un Dios que puede devolvernos la confianza radical en la vida y descubrirnos que el ser humano sigue siendo "un ser capaz de proyecto y de futuro".

La Iglesia no debería olvidar hoy "la responsabilidad de la esperanza" pues ésa es la misión que ha recibido de Cristo resucitado. Antes que "lugar de culto" o "instancia moral", la Iglesia ha de entenderse a sí misma y vivir como "comunidad de la esperanza".

Una esperanza que no es una utopía más, ni una reacción desesperada frente a las crisis e incertidumbres del momento.

Una esperanza que se funda en Cristo resucitado.

En él descubrimos los creyentes el futuro último que le espera a la humanidad, el camino que puede y debe recorrer el hombre hacia su plena humanización y la garantía última frente a los fracasos, la injusticia y la muerte.

Comenzamos hoy el Adviento, escuchando una vez más el grito de Jesús: "Velad, vigilad".

Es una llamada a despertar la esperanza.

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