Publicado por Pasionistas.es
Como todos los años, el Adviento comienzo con una llamada a la vigilancia y a la esperanza. A un estar atentos al que está viniendo. Un estar atentos a las venidas de Dios a nuestra historia. Creo que hay dos marcos que nos pueden servir de iluminación para este tiempo del Adviento: o somos Narcisos o somos Suricatos.
No es tiempo para Narcisos
En el prólogo al Alquimista, Paulo Coelho nos presenta la interpretación que hace Oscar Wilde sobre la historia de Narciso. Dice que, cuando Narciso murió, las diosas del bosque llegaron y vieron el lago transformado, de agua dulce que era, en un cántaro de lágrimas saladas.
- “¿Por qué lloras?” Le preguntan la Oréades.
- Lloro por Narciso, respondió el Lago.
- ¡Ah, no nos asombra que llores por Narciso! Al fin y al cabo, a pesar de que nosotras siempre corríamos tras él por el bosque, tú eras el único que tenía la oportunidad de contemplar de cerca su belleza.
- ¿Pero Narciso era bello? Preguntó el Lago.
- ¿Quién sino tú podrías saberlo? Era en tus márgenes donde él se inclinaba para contemplarse todos los días.
El Lago permaneció en silencio unos instantes. Y finalmente dijo:
Yo lloro por Narciso, pero nunca me di cuenta de que Narciso fuera bello.
Lloro por Narciso porque cada vez que él se inclinaba sobre mis márgenes yo podía ver, en el fondo de sus ojos, reflejada mi propia belleza”.
Aquí nadie ve la belleza del otro. Narciso contempla su belleza en el espejo del Lago. Y el Lago contempla la suya en el fondo de los ojos de Narciso. Total que nadie veía la belleza del otro sino que cada uno veía su propia belleza. Por algo el narcisismo es:
Ese encerrarse cada uno sobre sí mismo y no ver a los demás.
Ese mirarse siempre a sí mismo y no ser capaz de ver a los demás.
Ese mirarse uno a sí mismo en su hoy sin capacidad de mirarse en su mañana.
Por eso podemos morir sin haber visto a nadie.
Podemos morir sin habernos enterado de nada.
Podemos morir sin enterarnos de la belleza de Dios.
Podemos morir sin enterarnos de que Dios cada mañana viene a contemplarse en nuestras propias vidas y en nuestra historia. Nunca le vemos llegar. No sabemos que rostro tiene Dios, por más que cada día se encarne en nuestra condición humana. ¿Seremos capaces de verlo en Navidad o contemplaremos solamente nuestro árbol, nuestros regalos y nuestras luces? Unas Navidades donde Dios se hace hombre, pero sin hombres que logren ver de verdad la belleza del rostro humano de Dios.
El Suricato
En cambio me encantan esos animalitos que se llaman Suricatos. Parecen unas ardillas. Corren en manadas, se esconden en sus madrigueras, juegan y se divierten. Pero, siempre hay uno que está vigilante. Siempre hay alguno que, mientras los demás se divierten, él está derechito, empinado sobre sus pies, con la cabeza en alto, o subido en una roca o en algún arbusto. El tiene la misión de vigilar, estar atento a cualquier peligro que se acerca y pasar la voz al resto para que a tiempo se escondan.
El es el vigía atento siempre al peligro. Es el que vela para ver antes que los demás. Porque el peligro acecha en cualquier momento. Es la mejor parábola de lo que la Palabra de Dios nos pide a todos en este domingo. “Velad entonces, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos”.
Todas las horas son buenas para que Dios pueda llegar a nuestras vidas y a nuestra historia. Dios siempre es sorpresivo. No tiene horas de visita ni horas de oficina.
Por eso, es preciso estar atentos y vigilantes: “Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!”
Puede encontrarnos dormidos.
Puede encontrarnos despistados.
Puede encontrarnos tan metidos en nosotros mismos que no vemos nada fuera.
Puede encontrarnos tan metidos en nuestras cosas, que el resto no nos interesa.
Para velar y vigilar es preciso saber esperar a Alguien.
Quien no espera a nadie ¿para qué va a estar despierto?
Quien no espera a nadie ¿para qué va perder el tiempo esperando?
Es triste lo que dice Juan en su Prólogo:
“Vino a los suyos y los suyos no le conocieron”.
“Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”.
El Adviento es tiempo de esperanza. Por eso es tiempo de espera. Tiempo de vigilancia.
No es tiempo para Narcisos que, de tanto contemplarse a sí mismos, terminan ahogados en el mismo Lago que les permitía verse.
El Adviento es tiempo de ser como el Suricato. Siempre con la cabeza en alto, y girando para todas partes, y erguido sobre la punta de su pies para ver más lejos. Como decía aquella monja de clausura: “Alguien tiene que estar esperándolo, junto al puente, a la entrada del pueblo”.
Oración
Señor: Nos regalas este tiempo del Adviento como un tiempo de esperanza.
Como tiempo para esperarte a Ti que no sabemos cuando vendrás.
Como tiempo para esperarte a Ti y que no nos encuentres dormidos.
Te pedimos que nos mantengas despiertos, atentos a cuando llegues.
Atentos a cuando toques a la puerta de nuestros corazones.
Atentos a los acontecimientos que también nos hablan de Ti.
Atentos a tus señales que tenemos que aprender a leerlas con ojos de fe.
La verdad que me da miedo que llegues y no te vea.
Que llegues y no me encuentres.
Que llegues y tengas que pasar de largo porque estoy despistado que no me entero de nada.
No es tiempo para Narcisos
En el prólogo al Alquimista, Paulo Coelho nos presenta la interpretación que hace Oscar Wilde sobre la historia de Narciso. Dice que, cuando Narciso murió, las diosas del bosque llegaron y vieron el lago transformado, de agua dulce que era, en un cántaro de lágrimas saladas.
- “¿Por qué lloras?” Le preguntan la Oréades.
- Lloro por Narciso, respondió el Lago.
- ¡Ah, no nos asombra que llores por Narciso! Al fin y al cabo, a pesar de que nosotras siempre corríamos tras él por el bosque, tú eras el único que tenía la oportunidad de contemplar de cerca su belleza.
- ¿Pero Narciso era bello? Preguntó el Lago.
- ¿Quién sino tú podrías saberlo? Era en tus márgenes donde él se inclinaba para contemplarse todos los días.
El Lago permaneció en silencio unos instantes. Y finalmente dijo:
Yo lloro por Narciso, pero nunca me di cuenta de que Narciso fuera bello.
Lloro por Narciso porque cada vez que él se inclinaba sobre mis márgenes yo podía ver, en el fondo de sus ojos, reflejada mi propia belleza”.
Aquí nadie ve la belleza del otro. Narciso contempla su belleza en el espejo del Lago. Y el Lago contempla la suya en el fondo de los ojos de Narciso. Total que nadie veía la belleza del otro sino que cada uno veía su propia belleza. Por algo el narcisismo es:
Ese encerrarse cada uno sobre sí mismo y no ver a los demás.
Ese mirarse siempre a sí mismo y no ser capaz de ver a los demás.
Ese mirarse uno a sí mismo en su hoy sin capacidad de mirarse en su mañana.
Por eso podemos morir sin haber visto a nadie.
Podemos morir sin habernos enterado de nada.
Podemos morir sin enterarnos de la belleza de Dios.
Podemos morir sin enterarnos de que Dios cada mañana viene a contemplarse en nuestras propias vidas y en nuestra historia. Nunca le vemos llegar. No sabemos que rostro tiene Dios, por más que cada día se encarne en nuestra condición humana. ¿Seremos capaces de verlo en Navidad o contemplaremos solamente nuestro árbol, nuestros regalos y nuestras luces? Unas Navidades donde Dios se hace hombre, pero sin hombres que logren ver de verdad la belleza del rostro humano de Dios.
El Suricato
En cambio me encantan esos animalitos que se llaman Suricatos. Parecen unas ardillas. Corren en manadas, se esconden en sus madrigueras, juegan y se divierten. Pero, siempre hay uno que está vigilante. Siempre hay alguno que, mientras los demás se divierten, él está derechito, empinado sobre sus pies, con la cabeza en alto, o subido en una roca o en algún arbusto. El tiene la misión de vigilar, estar atento a cualquier peligro que se acerca y pasar la voz al resto para que a tiempo se escondan.
El es el vigía atento siempre al peligro. Es el que vela para ver antes que los demás. Porque el peligro acecha en cualquier momento. Es la mejor parábola de lo que la Palabra de Dios nos pide a todos en este domingo. “Velad entonces, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos”.
Todas las horas son buenas para que Dios pueda llegar a nuestras vidas y a nuestra historia. Dios siempre es sorpresivo. No tiene horas de visita ni horas de oficina.
Por eso, es preciso estar atentos y vigilantes: “Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!”
Puede encontrarnos dormidos.
Puede encontrarnos despistados.
Puede encontrarnos tan metidos en nosotros mismos que no vemos nada fuera.
Puede encontrarnos tan metidos en nuestras cosas, que el resto no nos interesa.
Para velar y vigilar es preciso saber esperar a Alguien.
Quien no espera a nadie ¿para qué va a estar despierto?
Quien no espera a nadie ¿para qué va perder el tiempo esperando?
Es triste lo que dice Juan en su Prólogo:
“Vino a los suyos y los suyos no le conocieron”.
“Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”.
El Adviento es tiempo de esperanza. Por eso es tiempo de espera. Tiempo de vigilancia.
No es tiempo para Narcisos que, de tanto contemplarse a sí mismos, terminan ahogados en el mismo Lago que les permitía verse.
El Adviento es tiempo de ser como el Suricato. Siempre con la cabeza en alto, y girando para todas partes, y erguido sobre la punta de su pies para ver más lejos. Como decía aquella monja de clausura: “Alguien tiene que estar esperándolo, junto al puente, a la entrada del pueblo”.
Oración
Señor: Nos regalas este tiempo del Adviento como un tiempo de esperanza.
Como tiempo para esperarte a Ti que no sabemos cuando vendrás.
Como tiempo para esperarte a Ti y que no nos encuentres dormidos.
Te pedimos que nos mantengas despiertos, atentos a cuando llegues.
Atentos a cuando toques a la puerta de nuestros corazones.
Atentos a los acontecimientos que también nos hablan de Ti.
Atentos a tus señales que tenemos que aprender a leerlas con ojos de fe.
La verdad que me da miedo que llegues y no te vea.
Que llegues y no me encuentres.
Que llegues y tengas que pasar de largo porque estoy despistado que no me entero de nada.
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