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miércoles, 5 de noviembre de 2008

XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: La Dedicación de la Basílica de Letrán: EL MENSAJE DEL DOMINGO


El 9 de noviembre la liturgia conmemora la dedicación de la Basílica de Letrán, la más antigua de Roma y de la Iglesia. El nombre de Basílica, que en griego significa Casa del Rey, lo llevan algunos templos a los que el Papa les concede ese honor. La Basílica de Letrán había sido antes el palacio de una familia con ese nombre, y el emperador romano Constantino, convertido al cristianismo, se lo regaló al Papa san Silvestre (314-355), quien lo consagró como templo católico el 9 de noviembre del año 324.

Desde entonces es la Catedral del Papa como Obispo de Roma, y como tal sigue siendo su sede (es decir, su cátedra -de donde proviene la palabra catedral-). En su entrada se lee: Madre y Cabeza de toda las Iglesias de la Ciudad y del Mundo. Se llama Basílica de San Juan de Letrán porque tiene dos capillas dedicadas respectivamente al Bautista y al Evangelista. Desde el año 324 hasta el 1400 (cuando los Papas se fueron a Avignon, en Francia), la casa contigua llamada Palacio de Letrán fue la residencia papal, y allí se celebraron cinco Concilios (reuniones de los obispos de todo el mundo). Cuando los Papas volvieron de Francia, se trasladaron al Vaticano. Hoy en el Palacio de Letrán vive el Vicario de Roma, un Arzobispo delegado por el Papa para el gobierno de su Catedral. Para celebrar su dedicación, la liturgia propone varios textos bíblicos relacionados con el tema del templo (Exequiel 47, 1-12; Salmo 46 (45); 1 Corintios 3, 9-17).

1. ¡No sigan haciendo de la casa de mi Padre un mercado!

El Templo de Jerusalén era para los judíos el lugar de la presencia de Dios. En él se guardaba el Arca de la Alianza, un cofre con los diez mandamientos promulgados 12 siglos antes en el monte Sinaí. Un primer templo, edificado por el rey Salomón hacia el siglo X a. C., había sido arrasado en el año 587 bajo el imperio babilónico de Nabucodonosor. El segundo templo, al que se refiere el profeta Ezequiel en la 1ª lectura, fue construido en el mismo sitio por Zorobabel, descendiente de Salomón, del 520 al 515 a. C., después del cautiverio de los judíos en Babilonia. Unos 5 siglos más tarde el rey Herodes el Grande había iniciado su reconstrucción con mayor esplendor, En tiempos de Jesús todavía continuaba su restauración, y unos 40 años después, en el 70, iba a ser incendiado por el ejército romano, quedando en pie sólo lo que existe hoy con el nombre de “Muro de las Lamentaciones”.

El Evangelio nos muestra la actitud tajante de Jesús contra toda forma de comercio de la religión. Hoy podría repetirse este mismo episodio en muchos lugares en los cuales se trafica con la fe religiosa, tanto dentro del catolicismo como de otras confesiones religiosas cristianas y no cristianas. “El celo por tu casa me devorará”, dice el texto de Juan citando el verso 9 del Salmo 69 (68); en los otros tres Evangelios (Mt 21, 12-13; Mc 11, 15-18; Lc 19, 45-46), Jesús les dice a los mercaderes, evocando al profeta Isaías (57, 9), “Mi casa es casa de oración”, y agrega: “y ustedes la han convertido en cueva de ladrones”. Estas mismas palabras pueden ser aplicadas a las formas de mercadeo religioso que encontramos con frecuencia cuando se considera la relación con Dios como un asunto de compraventa, y no pocos mercachifles se aprovechan de la credulidad ingenua de muchos para explotarlos, especialmente a los pobres. Por eso el Evangelio nos interpela de manera especial a quienes tenemos la misión de hacer de la Iglesia un espacio en el que tenga lugar la verdadera relación con Dios, que “ni se compra ni se vende”.


2. Destruyan este santuario, y en tres días lo reconstruiré

Esta referencia de Jesús a su muerte y resurrección después de expulsar a los mercaderes del templo se encuentra únicamente en el relato del Evangelio de Juan, y el propio evangelista explica a renglón seguido su significado: “el santuario del que hablaba era su cuerpo”.

Pues bien, así como Jesús considera su cuerpo el lugar de la presencia de Dios (Él es el “Emmanuel”, el “Dios-con-nosotros”, como había dicho Isaías refiriéndose al Mesías), también nosotros podemos reconocer en la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, la continuación de esa misma presencia en la historia humana, una presencia que se actualiza especialmente en el sacramento de la Eucaristía, lugar por excelencia de la acción salvadora de Dios que llega hasta cada uno de nosotros.

3. Ustedes son el templo de Dios, y el Espíritu de Dios habita en ustedes

San Agustín recomienda: “Cuando recordemos la consagración de un templo, pensemos en aquello que dijo san Pablo (2ª lectura): Cada uno de nosotros es un templo del Espíritu Santo. Conservemos nuestra alma bella y limpia, como le agrada a Dios que sean sus templos santos”. A la luz de esta reflexión, y específicamente al recibir a Cristo resucitado en la Eucaristía, preguntémonos: ¿Qué he hecho, que estoy haciendo, qué debo hacer para vivir como un auténtico templo de Dios?

Para ser verdadero santuario de Dios, es preciso que el Espíritu Santo nos llene de Dios mismo, que es Amor, y expulse de nuestros corazones toda forma de egoísmo, de odio, de rencor, de envidia, todo aquello que en nuestras actitudes y comportamientos se oponga a Él. Por tanto, terminemos esta reflexión con la plegaria que nos invita a hacer la liturgia para invocar al Espíritu de Dios: Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en nosotros el fuego de tu amor.-

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