No sé si será por aquello de que el latín es idioma cooficial del Vaticano, pero el caso es que la lengua de Julio César me ha ofrecido respuestas —o al menos interrogantes (que casi es más importante)— a la hora de afrontar el Adviento.
Diccionario español-latín en mano y con rigor absoluto (no en cuanto a filología se refiere sino en cuanto a hacer reflexionar), presento las conclusiones de la actividad.
Así, a bote pronto y sin indagar más, lo de Adviento viene de “Adventus”, y lo de adventus no es más que venida-llegada (la de un Dios hecho hombre, se entiende). Pero si lo miras de otro modo, el adventus se puede separar en la preposición “ad” y en el sustantivo “ventus”, siendo “ad” algo similar a nuestro “a” o “hacia”, y el “ventus” nuestro viento. Vamos que, visto así, el Adviento puede ser un ir al encuentro de nuestro viento, de Aquél que sopla nuestras velas, del que agita nuestro ánimo, del que despoja nuestro árbol de las hojas muertas para que nazcan las nuevas, del que hace correr y desplazarse las cosas, del que apaga nuestros fuegos o quizás las velas de nuestra tarta (para que se cumplan todos los deseos). El viento al que perseguir nos lo dejan elegir: a unos nos mueve Dios, a otros Messi y a otros Melendi. Y ponemos ese viento en el centro de nuestras vidas; los que nos decimos cristianos colocamos a Dios y Melendi ya se coloca solo. Los que nos decidimos por Dios, bebemos los vientos por Él, le anunciamos a los cuatro vientos y le seguimos contra viento y marea. Cierto es que cada vez nos toleran menos, pero sabemos que aquéllos que nos critican pueden irse con viento fresco porque sus palabras se las llevará el viento. En fin, que eso tan grande y hermoso es el “ventus”, al que ahora habrá que perseguir con el “ad”.
Y el “ad” implica lo primero dirección, hacia donde caminar. Y el diccionario añade que eso supone dirección en el espacio (realidad espacial orientada al Reino), dirección en el tiempo (realidad temporal disponible para Dios) y dirección en el orden afectivo (y aquí no explico nada, porque lo difícil no es entenderlo sino vivir la comunión con Él, amarle y sentir su amor). ¡Qué buena sería la dirección si de veras fuéramos hacia nuestro viento…!
Siguen las acepciones de “ad” por la palabra proximidad y por la especificación “junto a, en casa de”. Casi nada. Junto a Dios, en su casa. ¡Quién lo pillara! ¡Quién lo mereciera!
Y para colmo, completamos la responsabilidad al leer que “ad” supone finalidad, en el sentido de destino e intención. Dios en sentido teleológico, el viento como orientación de nuestras vidas, como intención de nuestros actos. ¡El “ventus” nos coja confesados…!
Y cuando el diccionario ha parecido dejarme claro cuán grande es el Dios que se nos va a hacer hombre al terminar el Adviento, cuando parece que ya ha hecho suficiente con haberme aclarado cómo ha de ser mi actitud hacia Él, me deja la última perla. Desde la habitual asociación entre Adviento y preparación (del camino, dice Juan entre otros), busco cómo se dice preparar en latín. Y encuentro los deberes para este previo del nacimiento: preparar se dice “parare” y “comparare”. Entre ajetreos, entre preparativos para eso en lo que hemos convertido la Navidad, entre luces y músicas, toca pararse. Pararse y volver a caer en la cuenta del Dios inconmensurable y humilde que nos nace, del “ventus” que lleva nuestro velero a buen puerto. Y una vez parado y sin otra luz que la del Verbo, toca compararse. Compararse, confrontar nuestra actitud con el exigente “ad” y reconducir lo que proceda para que nuestras vidas sean dosis de adventus —ahora sí, todo junto— porque en nosotros esté viniendo Dios, esté llegando.
* Darío Pérez es Salesiano Cooperador, profesor de Bachillerato y miembro del dúo musical Darío & Guzmán
Diccionario español-latín en mano y con rigor absoluto (no en cuanto a filología se refiere sino en cuanto a hacer reflexionar), presento las conclusiones de la actividad.
Así, a bote pronto y sin indagar más, lo de Adviento viene de “Adventus”, y lo de adventus no es más que venida-llegada (la de un Dios hecho hombre, se entiende). Pero si lo miras de otro modo, el adventus se puede separar en la preposición “ad” y en el sustantivo “ventus”, siendo “ad” algo similar a nuestro “a” o “hacia”, y el “ventus” nuestro viento. Vamos que, visto así, el Adviento puede ser un ir al encuentro de nuestro viento, de Aquél que sopla nuestras velas, del que agita nuestro ánimo, del que despoja nuestro árbol de las hojas muertas para que nazcan las nuevas, del que hace correr y desplazarse las cosas, del que apaga nuestros fuegos o quizás las velas de nuestra tarta (para que se cumplan todos los deseos). El viento al que perseguir nos lo dejan elegir: a unos nos mueve Dios, a otros Messi y a otros Melendi. Y ponemos ese viento en el centro de nuestras vidas; los que nos decimos cristianos colocamos a Dios y Melendi ya se coloca solo. Los que nos decidimos por Dios, bebemos los vientos por Él, le anunciamos a los cuatro vientos y le seguimos contra viento y marea. Cierto es que cada vez nos toleran menos, pero sabemos que aquéllos que nos critican pueden irse con viento fresco porque sus palabras se las llevará el viento. En fin, que eso tan grande y hermoso es el “ventus”, al que ahora habrá que perseguir con el “ad”.
Y el “ad” implica lo primero dirección, hacia donde caminar. Y el diccionario añade que eso supone dirección en el espacio (realidad espacial orientada al Reino), dirección en el tiempo (realidad temporal disponible para Dios) y dirección en el orden afectivo (y aquí no explico nada, porque lo difícil no es entenderlo sino vivir la comunión con Él, amarle y sentir su amor). ¡Qué buena sería la dirección si de veras fuéramos hacia nuestro viento…!
Siguen las acepciones de “ad” por la palabra proximidad y por la especificación “junto a, en casa de”. Casi nada. Junto a Dios, en su casa. ¡Quién lo pillara! ¡Quién lo mereciera!
Y para colmo, completamos la responsabilidad al leer que “ad” supone finalidad, en el sentido de destino e intención. Dios en sentido teleológico, el viento como orientación de nuestras vidas, como intención de nuestros actos. ¡El “ventus” nos coja confesados…!
Y cuando el diccionario ha parecido dejarme claro cuán grande es el Dios que se nos va a hacer hombre al terminar el Adviento, cuando parece que ya ha hecho suficiente con haberme aclarado cómo ha de ser mi actitud hacia Él, me deja la última perla. Desde la habitual asociación entre Adviento y preparación (del camino, dice Juan entre otros), busco cómo se dice preparar en latín. Y encuentro los deberes para este previo del nacimiento: preparar se dice “parare” y “comparare”. Entre ajetreos, entre preparativos para eso en lo que hemos convertido la Navidad, entre luces y músicas, toca pararse. Pararse y volver a caer en la cuenta del Dios inconmensurable y humilde que nos nace, del “ventus” que lleva nuestro velero a buen puerto. Y una vez parado y sin otra luz que la del Verbo, toca compararse. Compararse, confrontar nuestra actitud con el exigente “ad” y reconducir lo que proceda para que nuestras vidas sean dosis de adventus —ahora sí, todo junto— porque en nosotros esté viniendo Dios, esté llegando.
* Darío Pérez es Salesiano Cooperador, profesor de Bachillerato y miembro del dúo musical Darío & Guzmán
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