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sábado, 20 de diciembre de 2008

María, mujer de Adviento (1) Amiga de Dios

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Con este título, Amiga de Dios (Paulinas, Madrid 1997), escribí un libro que lleva tiempo descatalogado. Ahora, que se acerca Navidad, con María, personaje principal del Adviento, he querido rescatar uno de sus capítulos y así lo presento, hoy y mañana, sin notas eruditas, como introducción y comentario al texto del domingo (el relato de la Anunciación Lc 1, 26-38). Hoy presento y comento la primera parte, mañana la segunda. Es un texto largo y guarda para mí muchos recuerdos. Espero que algunos de mis amigos, lectores del blog, lo puedan utilizar. A ellos lo dedico, deseándoles desde ahora buen Aviento, con María, a quien quise definir entonces como Amiga de Dios, aplicándole así un título famoso de su antepasado Abrahan, a quien judíos y cristianos llaman "Amigo de Dios" (cf. (2 Cr. 20:7; Is. 41:8; Stg. 2:23). También los musulmanes le llaman el Amigo (Al Jalil) y dan en su honor ese nombre a un monte de Hebrón. Miriam, María, hija de Abrahán, es para muchos de nosotros, la Amiga de Dios y así quiero recordarla en este Adviento.

Texto: Lc 1, 26-33

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo." Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le podrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin." Y María dijo al ángel: "¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?"

Lc 1. 26-27. Principio, una mujer

María no está en el templo, como el sacerdote Zacarías, ni es esposa de un escriba famoso, ni pertenece a las familias de los ancianos de Jerusalén. Ella es simplemente virgen desposada con un hombre llamado José, habitando en Nazaret de Galilea. Está en su casa, como mujer particular, y allí recibe la visita del ángel Gabriel:

- En Nazaret, ciudad de Galilea. Zacarías oficiaba en el templo, culminación sacral del mundo, en Jerusalén, ciudad de las promesas, centro de esperanza oficial para todos los humanos. María se encuentra en una aldea ignota de la lejana Galilea, fuera de los circuitos sacrales de la historia israelita. Es como si Dios quisiera escoger la periferia, para iniciar su acción de lejos, desde fuera de los centros que parecen destinados para el triunfo de los hombres poderosos, de los grandes y los sabios de la tierra. En el margen de este mundo parece que ha iniciado Dios su obra .


- María mujer judía (galilea) de su tiempo. La acción de Dios y la respuesta human no se expresará por un varón (un sacerdote, escriba, anciano) de los representantes del poder oficial del sanedrín. Es como si, al centro de la historia, la humanidad quedara en manos de una mujer. Es evidente que existen en el Antiguo Testamento relatos de anunciación cuyo protagonista es una mujer como Agar, a la que Dios promete un hijo fuerte (Gen 16, 7-13), y la madre de Sansón (Jc 13). Allí donde culmina esa línea se sitúa nuestro texto, destacando la figura y esperanza de la mujer, como portadora de un deseo de vida que Dios mismo alimenta. En el centro de la historia no está el varón dominador, ni el sacerdote, ni el profeta, sino el hondo deseo de maternidad, de acción humana y vida, de una mujer .

- María no es simple mujer (gynê) sino una virgen (parthenos) en palabra que por ahora posee un significado abierto: no destaca la carencia de relaciones sexuales o la integridad biológica del himen sino su madurez femenina, en clave integral: ha dejado de ser niña, cuerpo en espera; se ha desarrollado en plano físico y mental y tiene, por tanto, capacidad de concebir, aunque todavía no lo ha hecho (no se ha casado, no ha tenido un hijo). Evidentemente, desde la perspectiva israelita, podemos definir a María como virgen, es decir, mujer capaz de relacionarse con un varón y engendrar un hijo, haciéndose madre. Ese término posee pues un sentido dialogal: dentro de Israel una mujer no es virgen para sí sino para el esposo .

- María está desposada. Podemos suponer que la han desposado (emnêsteumenên lo sugiere). No ha tenido por ahora libertad; ha crecido en un mundo dominado por varones, para ser entregada un día en matrimonio e integrarse así en la vida y familia de un marido. Virgen desposada significa mujer que ha crecido y ha sido concedida ya a un marido. Parece que ella no posee una esperanza en sí, no puede hacer la vida por su cuenta ni decidir conforme a sus criterios. Su posibilidad suprema consiste en desposarse con un buen marido, convirtiéndose para él en garantía de esperanza, es decir, en madre de sus hijos. En este contexto se entiende mejor el término virgen: María no ha tenido relaciones sexuales con otros varones, de forma que puede garantizar la pureza legal de la descendencia del marido .

- Su desposado pertenece a la casa de David, es un portador de la esperanza mesiánica. Normalmente, las cosas debían haberse clausurado aquí. Las preferencias y deseos personales de una virgen como María no cuentan; forman quizá parte de los cuchicheos familiares, de los susurros de mujeres, de los miedos privados de la propia niña que va creciendo, pero no parecen importantes. La vida le ha hecho mujer, la sociedad le obliga a contentarse con su papel receptivo. Como desposada con un descendiente "oficial" de David, puede alimentar los sueños más fuertes de realeza y mesianismo: ¿nacerá por ella el rey-mesías? Pero la palabra fundamental, la decisión transformadora, no le pertenece a ella; si todo es normal, Dios hablará por medio del Hijo de David, su futuro marido .

Profundización. Una mujer especial

Quisiera destacar la tensión del texto que nos habla de una virgen desposada con un hombre de la casa de David, para añadir que ella recibe directamente la visita del ángel. Por un lado pertenece a su marido; por otro dialoga con Dios. Esta es la paradoja.

- Por un lado es virgen (no viuda o violada, ni casada o divorciada); es mujer perfecta para un marido bueno, portador de las promesas; es mujer supuestamente feliz, pues entre todos los posibles maridos han venido a elegirle uno que puede ser su bendición; por eso tiene que estar agradecida en primer lugar a sus familiares (que le han elegido este esposo) y en segundo lugar al mismo esposo, pues por él se entroncará con la historia legendaria y privilegiada de David y sus promesas.

- Es virgen desposada con un davídida, receptora y guardiana de las esperanzas de su marido. Sus palabras personales, el tipo de su encuentro privado con Dios, no tendrían que importar mucho al lector, que parece estar aguardando la presencia de José, su acción de varón regio, descendiente de monarca y portador de la promesa, en perspectiva de esperma y fe judía. Era normal que aquí viniera a relatarse una historia de varones. Por eso, deberíamos preguntarnos: ¿cómo mantenían y expresaban ellos la esperanza? ¿de qué forma se sentían portadores de un semen mesiánico especial? ¿Qué gestos realizaban para destacarse sobre el pueblo? Son preguntas que hacemos todavía, pero el texto no responde. Abre unas expectativas (¡desposada con un hijo de David!) para cerrarlas después o interpretarlas de manera distinta, sorprendente .

- Es virgen que dialoga con el misterio, de tal forma que el texto la presenta como mujer para Dios. Esto nos obliga a reinterpretar el sentido del término: no es virgen para un davídida pretendiente regio, ni para un sacerdote portador de genealogías sagradas sino para el mismo Dios y su proyecto mesiánico. Desde aquí ha de entenderse el diálogo que sigue.

Lo normal sería que Dios hablara con José, asumiendo su esperanza mesiánica y abriendo con él un camino nuevo de culminación humana. Pero en este momento de la historia, Dios no tiene que decir nada al varón sino que habla directamente a la mujer. El varón ha abierto unas expectativas: ha desposado a María, introduciéndola en un campo de esperanzas mesiánica; esa es su función, esa es su grandeza. Pero después desaparece, ya no tiene nada que hacer ni que decir. En su lugar, pero en un nivel infinitamente superior de palabra y realidad, se introduce Dios, para suscitar la nueva acción de María.

Si las cosas fueran normales en plano genealógico, José mismo debía haber hablado con su virgen desposada, ofreciéndole su esperanza y situando su matrimonio a la luz de las promesas mesiánicas. Este habría sido el modelo de unión y engendramiento más perfecto, en línea de complementariedad personal, allí donde los temas y esperanzas principales se asumen (discuten, planean) en pareja. Pero el texto supera ese esquema: José queda en el margen, como figura respetada pero secundaria, casi de ayudante. La esperanza de María va a desarrollarse en diálogo con Gabriel (= varón, fuerza, de Dios).

Lc 1, 28-33. Una mujer que, dialoga con Dios. Primera revelación

Por su desposorio con José, hijo de David, María se ha introducido en la línea de esperanzas mesiánicas de Israel. Pero veremos luego que ella es portadora de una esperanza supraisraelita. Como mujer y virgen, en diálogo con Dios, ella asume la tarea del conjunto de la humanidad, representada en el principio por una mujer, de forma que ella puede llamarse Nueva Eva .
Desde este fondo leeremos el texto. Lo haremos de forma sencilla, asumiendo lo dicho en la primera parte de este libro. No escribimos un nuevo comentario; nos limitamos a situar el diálogo y acción de María con el ángel a la luz de la esperanza judía y humana . Todo es antiguo en sus palabras, todo viene desde el fondo de los tiempos, en la línea de las teofanías y anunciaciones del Antiguo Testamento. Pero todo es, al mismo tiempo, nuevo. Nunca se habían dicho palabras como estas. En ningún momento de la historia pagana o judía encontramos una acción semejante, Dios y la mujer dialogando de esta forma .

El ángel, varón de Dios, saluda a Maria: Alégrate, agraciada, el Señor esta contigo. Puede ser cortesía, parece anuncio de júbilo mesiánico. No es un ser humano quien saluda a Dios y le alaba, como hace Zacarías con el incensario del fuego y perfume sobre el templo. Es el mismo Dios quien saluda a la mujer, gozándose con ella, ofreciéndole su fuerza divina, engendradora .

Evidentemente, ella se turba. Cuando habla Dios, el ser humano pierde su equilibrio. Se le quiebran las antiguas coordenadas y se vuelve incapaz de reaccionar en línea humana. Por eso necesita que Dios mismo le ayude, que responda, que le diga desde dentro una palabra de acción nueva y de futuro. Sobre el fondo roto (quebrado) de la esperanza mesiánica de María, vinculada a su desposorio con José, viene a introducirse ahora la nueva palabra de Dios, creadora de más alta esperanza.

No temas, María, pues has hallado gracia ante Dios;
y, mira, concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo
y le pondrás por nombre Jesús;
este será Grande, se llamará Hijo del Altísimo,
y el Señor Dios le dará el trono de su padre David
y reinará sobre la casa de Jacob por siempre
y su reino no tendrá fin (1, 30-33).

María ha hallado gracia. Parece que nadie le había concedido la palabra. Padres y parientes decidían su futuro y le escogían un marido, para que este decidiera luego su futuro. Ella estaba relegada a su vida interior, resguardada en el hogar de sus pensamientos y deseos. Pues bien, desde el fondo de ese hogar en el que actúa como reina, respondiendo a su deseo de mujer, responde Dios y le promete descendencia, proponiéndole un futuro.

- Dios es trascendente y desborda y sobrecoge a la mujer María. No es palabra que le viene simplemente de lo interno, no es un eco de su puro anhelo. Es Dios que existe y llama desde su fuerte trascendencia, superando con su voz todos los esquemas y proyectos de este mundo.

- Pero, al mismo tiempo, Dios llama a María desde su propia vida y verdad de mujer, como esperanza superior que pone en marcha todas sus posibles esperanzas de mujer y de persona. Concebirás: lo dice el ángel, en forma de pasivo (synlêpsê), como señalando así que el responsable de su maternidad no es otro que el mismo Dios, pero añadiendo que ese Dios se expresa y abre vida al interior de su vida de mujer. Aquí se inscribe la mariología práctica, la acción propia y nueva de María.

- Este Dios no es esposo humano, pero de algún modo se sitúa en el lugar donde la tradición patriarcalista colocaba al esposo. Desde aquí debemos destacar el hecho de que ella, virgen agraciada de Dios, no consulta a su marido humano lo que ha de hacer sino que decide por sí misma, como dueña de su vida y de su cuerpo, en contra de una tradición israelita que tendía a convertir a la joven en propiedad del padre y a la casada en bien de su marido. María está desosada ya, pero el texto la presenta como plenamente libre ante Dios, capaz de decidir el sentido de su vida, en el plano más valioso y discutido de la historia femenina: en la acogida de los hijos. No consulta al padre, no se somete al futuro esposo. Sabe y puede dialogar con Dios, en gesto creador de vida. Frente a un Antiguo Testamento que toma a la mujer como incapaz de asumir por sí misma una palabra y pronunciar un voto vinculante, Lc 1,26-38 ha destacado la libertad creadora de María, que se define y actúa como persona libre y creadora, en diálogo con Dios .

Dios le hará fértil, pero ha de ser ella quien realice humanamente su obra, dando a luz al niño y llamándole Jesús (=Yahvé salva). Pone nombre quien tiene autoridad, quien asume y dice la primera palabra que marcará luego el camino y futuro del nacido. Pues bien, aquí aparece María como dueña de la más fuerte palabra, mujer que actúa y nombra al mesías sobre el mundo .

La promesa de Dios

Ella escucha: el ángel le está abriendo el futuro, pidiendo su colaboración. Por vez primera se ha sentido tratada como mujer, persona: el mismo Dios le ofrece su palabra y le pide su colaboración en el camino superior de la esperanza mesiánica. Evidentemente, estamos situados en una perspectiva judía, pero los límites del judaísmo parecen romperse por dentro. Los cuatro últimos versos de la estrofa citada abren un camino de luz para el futuro:

- Se llamará Hijo del Altísimo... María le ha puesto por nombre Jesús, pero en otra perspectiva podrá llamarse Grande (= Megas), Hijo del Hypsistou, Excelso. Así descubre que el prometido pertenece al misterio de Dios, como Hijo del Más Alto, del mismo Dios excelso. Su esperanza y deseo mesiánico de madre aparece así vinculado al despliegue de Dios, pues el niño desborda sus deseos humanos, cumpliéndolos por dentro .

- El Señor Dios le dará el trono de David su padre... Conforme a la esperanza mesiánica, los títulos de hijo de Dios e hijo de David se encuentran vinculados. Dios es Padre del niño en el sentido transcendente. En plano humano, israelita, el padre de ese niño será el mismo David, conforme a 2Sam 7 y Sal 89. ¿Cómo concuerdan ambas paternidades, de David y de Dios? El ángel no lo dice, deja abierta la pregunta. Lo normal sería que el nacido, siendo hijo de Dios a nivel transcendente, se mostrara como hijo de David a través de un "padre" humano, sobre todo después de haber dicho que María es la desposada de un hombre de la casa de David. Pero el texto no responde, deja abierto el tema de una forma que parece provocativa .

- Y reinará sobre la casa de Jacob por siempre, sobre el conjunto de las tribus de Israel, herederas del patriarca, cuyo recuerdo mantienen también los samaritanos. La esperanza del trono de David tenía más importancia en las tradiciones de Judá y Jerusalén. Nuestro texto ha vinculado las dos esperanzas, de Jacob (todo Israel) y de David (Judá), siguiendo una larga tradición israelita. En algún sentido, ambas se identifican, pero en en otro se distinguen: la casa de Jacob presenta un contenido más extenso, desborda las fronteras judías, se abre a todos los israelitas y en algún sentido a todos los humanos, como indicará Jesús al elegir doce apóstoles como signo de las Doce tribus de Israel .

- Y su reino no tendrá fin. Esta palabra nos lleva a la meta de la profecía, tal como ha culminado en la apocalíptica: tras los grandes cambios de la historia viene el rey perpetuo, el tiempo de la gran quietud, de la verdad y vida completa. Se evocan así las claras imágenes del mesianismo israelita, tanto en perspectiva histórico/profética (¡su linaje será perpetuo y su trono como el sol en mi presencia!: Sal 89,37) como apocalíptica (su dominio es eterno, su reino no tendrá fin: Dan 7,14) .

Estas palabras sitúan a María ante el cumplimiento de las promesas mesiánicas de la historia israelita. Es como si Dios abriera de pronto el alma de María para introducir en ella toda la esperanza de su pueblo. Ciertamente, conocía la promesa, se lo han dicho mil veces, lo ha escuchado en la lectura sinagogal: se alzará el trono del Hijo de David, reinará la casa de Jacob... Pero en este momento esas palabras de esperanza dejan de ser evocación general de las creencias del pueblo y se convierten en la expresión más concreta de su propia vocación y compromiso.

María, un mujer que tiene que responder

Son palabras para ella. Ha escuchado y tiene que decir y decidir. Han abierto el futuro ante sus ojos, lo han puesto en sus manos y deseos de mujer. Una simple virgen desposada que debía estar dispuesta a someterse a su marido se descubre responsable no sólo de sí misma (de su propia respuesta) sino también de toda la historia y plenitud mesiánica del pueblo (y de la humanidad). María ocupa así el lugar que Gen 3 había atribuido a Eva.

- Queriendo dialogar con Dios, Eva, la primera madre, había terminado poniéndose en manos de su serpiente interior (deseo divinizado de su propia sabiduría y poder sobre la vida).
- Ahora es Dios quien ha tomado la iniciativa y quiere dialogar con María, abriendo ante sus ojos (ante su propia decisión) el cumplimiento de la humanidad, la culminación o paraíso de lo humano. El mismo futuro mesiánico depende de la respuesta de María. Por eso hablamos aquí de una mariología práctica .

Lo que está en juego en la escena no es una teoría sobre el hombre y su esperanza. Dios no pide a María una oración separada de la vida, un pensamiento puro. Dios le pide su propio ser y acción de mujer como persona. En este plano, ser es más que teorizar, ese hacer o hacerse, desplegando la propia vida al servicio de los otros. Así lo interpreta ella, pensando, preguntando y comprometiéndose al fin en la propuesta mesiánica del ángel.

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