Por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
La Navidad es la celebración de la acción comunicativa más plena y definitiva que ha registrado la historia: Dios quiso decir una Palabra que no se quedó ya en el vacío del aire que se expulsa por la boca, sino que se hizo carne, sangre, hueso, historia, tiempo, cultura, llanto, risa... Dios dijo una Palabra viva en la persona de Jesús y esta comunicación de Dios con nosotros ha sido, es y seguirá siendo un motivo de gran alegría para todo el pueblo.
Celebramos la manifestación de un Dios que quiere y realiza la comunión con los hombres y las mujeres; un Dios que vive construyendo comunión entre nosotros y nos invita a buscar formas de comunicación que dejen atrás las palabras vacías de realidad para convertirse en palabras de carne y hueso; palabras que se comprometan con la historia que relatan, que lloren con las tragedias que describen, que se alegren con lo bello de la vida, que sangren con las balas que denuncian, que se rían de los chistes que recuerdan, que caminen junto al pueblo malherido, que se inflamen de esperanza con la risa de los niños.
En un mundo en el que la palabra parece haber perdido su valor y en el que decir paz, justicia, igualdad o fraternidad no es más que un discurso repetido que se pierde en el mundo de las ideas y no acierta a transformar las relaciones entre los seres humanos, tenemos que celebrar esta fiesta de Navidad dejando que nuestras existencias se conviertan en palabras vivas que comuniquen no un concepto sino un abrazo solidario, una cadena rota, una caricia tierna, una deuda perdonada, una paz hecha comida.
Solamente asumiendo esta actitud podremos dar el paso definitivo que nos lleve del reino de la palabra al imperio del Espíritu, que no se contenta con nombrar las cosas sino que las realiza en la historia, transformando la tierra de sombras y tinieblas que habitamos en una tierra de luz, que mana leche y miel. Es el camino de la Pascua judía que llevó al pueblo esclavizado a caminar por el desierto hasta una tierra de libertad. Es el camino de Emaús en el que se hace presente la vida del Resucitado para dejar atrás la tristeza y el fracaso, para correr al encuentro de la comunidad que se construye desde las fragilidades de cada uno.
En definitiva es el camino de comunicación al que nos invita hoy la Navidad: vivir de una manera renovada la dinámica transformadora del bautismo, escuchando la Palabra, que desde la fuerza del Espíritu, vuelve a hacerse carne en nuestra carne, sangre, en nuestra sangre, para ofrecer una esperanza a toda la creación que gime con dolores de parto esperando su liberación.
“Jesús de Nazaret, // palabra sin fin // en tu nombre pequeño, // caricia infinita//
en tu mano de obrero, // perdón del Padre // en calles sin liturgia, // todopoderoso Señor //
en sandalias sin tierras, // culmen de la historia // creciendo día a día, // hermano sin fronteras// en una reducida geografía (...) Y en cada uno de nosotros // sigues creciendo hasta que todo nombre, // raza, arcilla, credo, // culmine su estatura” (BENJAMÍN GONZÁLEZ BUELTA, S.J.).
Celebramos la manifestación de un Dios que quiere y realiza la comunión con los hombres y las mujeres; un Dios que vive construyendo comunión entre nosotros y nos invita a buscar formas de comunicación que dejen atrás las palabras vacías de realidad para convertirse en palabras de carne y hueso; palabras que se comprometan con la historia que relatan, que lloren con las tragedias que describen, que se alegren con lo bello de la vida, que sangren con las balas que denuncian, que se rían de los chistes que recuerdan, que caminen junto al pueblo malherido, que se inflamen de esperanza con la risa de los niños.
En un mundo en el que la palabra parece haber perdido su valor y en el que decir paz, justicia, igualdad o fraternidad no es más que un discurso repetido que se pierde en el mundo de las ideas y no acierta a transformar las relaciones entre los seres humanos, tenemos que celebrar esta fiesta de Navidad dejando que nuestras existencias se conviertan en palabras vivas que comuniquen no un concepto sino un abrazo solidario, una cadena rota, una caricia tierna, una deuda perdonada, una paz hecha comida.
Solamente asumiendo esta actitud podremos dar el paso definitivo que nos lleve del reino de la palabra al imperio del Espíritu, que no se contenta con nombrar las cosas sino que las realiza en la historia, transformando la tierra de sombras y tinieblas que habitamos en una tierra de luz, que mana leche y miel. Es el camino de la Pascua judía que llevó al pueblo esclavizado a caminar por el desierto hasta una tierra de libertad. Es el camino de Emaús en el que se hace presente la vida del Resucitado para dejar atrás la tristeza y el fracaso, para correr al encuentro de la comunidad que se construye desde las fragilidades de cada uno.
En definitiva es el camino de comunicación al que nos invita hoy la Navidad: vivir de una manera renovada la dinámica transformadora del bautismo, escuchando la Palabra, que desde la fuerza del Espíritu, vuelve a hacerse carne en nuestra carne, sangre, en nuestra sangre, para ofrecer una esperanza a toda la creación que gime con dolores de parto esperando su liberación.
“Jesús de Nazaret, // palabra sin fin // en tu nombre pequeño, // caricia infinita//
en tu mano de obrero, // perdón del Padre // en calles sin liturgia, // todopoderoso Señor //
en sandalias sin tierras, // culmen de la historia // creciendo día a día, // hermano sin fronteras// en una reducida geografía (...) Y en cada uno de nosotros // sigues creciendo hasta que todo nombre, // raza, arcilla, credo, // culmine su estatura” (BENJAMÍN GONZÁLEZ BUELTA, S.J.).
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