Los cristianos ante las discriminaciones
y prejuicios sociales
Estarán unidas en tu mano
Estarán unidas en tu mano
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Is 58, 6-12
No te cierres a tu propia carne
Sal 133
La dulzura de los hermanos es vivir juntos
Gal 3, 26-29
Todos vosotros sois uno en Cristo
Lc 18, 9-14
A los que se tenían por justos
Al comienzo del mundo, los seres humanos creados a imagen de Dios no eran más que uno en su mano.
Y sin embargo el pecado se metió en el corazón del hombre y no hemos dejado de construir categorías discriminatorias: aquí sobre la raza o la etnia se hace la selección; en este lugar es la identidad sexual o el simple hecho de ser hombre o mujer lo que alimenta los perjuicios; en otro lugar es la religión el factor de exclusión. Todas estas discriminaciones son deshumanizadoras. Son fuentes de conflictos y de grandes sufrimientos.
En su ministerio terrestre, Jesús se mostró particularmente sensible a toda la humanidad, a todos los hombres y mujeres. No dejó de denunciar las discriminaciones de toda clase y el orgullo que algunos de sus contemporáneos podían revelar. Los justos no son siempre aquellos a los que se cree, y el desprecio no tiene su sitio en el corazón de los creyentes.
Como los beneficios del aceite precioso o del rocío de Hermón, el salmo 133 canta la felicidad de la vida fraternal compartida. Es una alegría vivir juntos como hermanos y hermanas a los que nos es dado gustar de corazón los encuentros ecuménicos, cada vez que renunciamos a las discriminaciones confesionales.
La unidad recuperada de la familia humana, es la misión común de todos los cristianos: juntos, se debe trabajar contra toda discriminación. Es también su esperanza compartida: porque todos no son más que uno en Cristo, y no hay más judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer.
Señor, haznos discernir las discriminaciones y las exclusiones que marcan nuestras sociedades. Dirige nuestra mirada y ayúdanos a reconocer los prejuicios que habitan en nosotros. Que aprendamos a desterrar todo desprecio y a gustar la alegría de vivir juntos en la unidad. Amén.
No te cierres a tu propia carne
Sal 133
La dulzura de los hermanos es vivir juntos
Gal 3, 26-29
Todos vosotros sois uno en Cristo
Lc 18, 9-14
A los que se tenían por justos
Comentario
Al comienzo del mundo, los seres humanos creados a imagen de Dios no eran más que uno en su mano.
Y sin embargo el pecado se metió en el corazón del hombre y no hemos dejado de construir categorías discriminatorias: aquí sobre la raza o la etnia se hace la selección; en este lugar es la identidad sexual o el simple hecho de ser hombre o mujer lo que alimenta los perjuicios; en otro lugar es la religión el factor de exclusión. Todas estas discriminaciones son deshumanizadoras. Son fuentes de conflictos y de grandes sufrimientos.
En su ministerio terrestre, Jesús se mostró particularmente sensible a toda la humanidad, a todos los hombres y mujeres. No dejó de denunciar las discriminaciones de toda clase y el orgullo que algunos de sus contemporáneos podían revelar. Los justos no son siempre aquellos a los que se cree, y el desprecio no tiene su sitio en el corazón de los creyentes.
Como los beneficios del aceite precioso o del rocío de Hermón, el salmo 133 canta la felicidad de la vida fraternal compartida. Es una alegría vivir juntos como hermanos y hermanas a los que nos es dado gustar de corazón los encuentros ecuménicos, cada vez que renunciamos a las discriminaciones confesionales.
La unidad recuperada de la familia humana, es la misión común de todos los cristianos: juntos, se debe trabajar contra toda discriminación. Es también su esperanza compartida: porque todos no son más que uno en Cristo, y no hay más judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer.
Oración
Señor, haznos discernir las discriminaciones y las exclusiones que marcan nuestras sociedades. Dirige nuestra mirada y ayúdanos a reconocer los prejuicios que habitan en nosotros. Que aprendamos a desterrar todo desprecio y a gustar la alegría de vivir juntos en la unidad. Amén.
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