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sábado, 21 de febrero de 2009

Cuatro momentos para meditar el Evangelio: VII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B


I - BUSCO UN FILANTROPO QUE SE LLAME TEOFILO.

1.- Muy queridos amigos:

El pasaje Evangélico de este domingo, nos muestra esa doble necesidad que tiene todo hombre: en primer lugar ese nuestro estar faltos de Dios y, aunado a esto, la necesidad de la solidaridad humana.

Aquel hombre que se encuentra postrado en una camilla, a causa de su enfermedad nos representa a todos, a tí y a mí, y a cada uno de los miembros de la humanidad.

Se trata de un hombre paralítico, una persona inactiva e insuficiente por sí misma, siempre necesitada de los demás. Pero no está solo, ya que a su lado se ha hecho presente la solidaridad de esos auténticos amigos que quieren su salud, pero que no han podido conseguirla. Pero ahora ellos han podido percibir que aquello que sí pueden hacer es poner al amigo en contacto con Dios. Y, es que precisamente, allí en donde acaban las posibilidades humanas encuentra principio la manifestación del poder divino. Digámoslo de otra manera: las posibilidades humanas tienen su verdadero inicio cuando en su imposibilidad se acercan a las posibilidades de Dios.

2.- Oye, ¿Te has detenido en alguna ocasión a reflexionar sobre el tema de la amistad cristiana?

Al leer el pasaje del Evangelio de este domingo, en donde aquellos cuatro hombres tienen una preocupación muy noble a favor de aquel hombre postrado en su lecho de enfermedad, quisiera invitarte para que meditemos en torno al tema de la amistad cristiana.

Lo he preferido el día de hoy, y no el domingo pasado que estaba ubicado apenas un día después de esa fiesta tan comercializada de “el día del amor y la amistad”, y la razón es la siguiente: la Palabra de Dios hoy nos ofrece pautas fundamentales para entender la verdadera amistad cristiana.

Amistad cristiana: Me parece importante que le demos un lugar especial tanto al sustantivo como al modificador del sustantivo. Resulta importante hablar sobre el tema de la amistad, pero sobre todo es fundamental dar algunas líneas necesarias sobre sus cualidades auténticamente cristianas.

3.- La amistad es una relación profundamente humana que brota de la posibilidad de encontrarse entre seres personales, con inteligencia, con sentimientos, con emociones y con libertad. En esencia, podemos decir que la amistad no puede ser solamente un afecto, sino una relación social que, sin lugar a dudas, supone un afecto. Pero, aquí lo más importante es la relación, ya que el amor en muchas ocasiones no exige la reciprocidad, es decir, la correspondencia, y la amistad sí exige la correspondencia. Te lo explico con tres ejemplos: un sentimiento tan noble como lo es el amor paterno estrictamente no exige la reciprocidad, tal como acontece en el caso de muchos padres de familia que aman aún sin ser correspondidos, y quizá aquí el amor paterno llega a ser más digno de nuestra admiración; el amor filial tampoco exige la reciprocidad, podemos amar tanto a nuestros padres aunque ellos no se preocupen por nosotros, y un amor de esta dimensión merece todo el respeto; finalmente el amor fraterno tampoco exige la reciprocidad, ya que en lo personal yo puedo querer mucho a mis hermanos y aunque ellos no me correspondan esto en nada disminuye el amor fraterno que yo puedo experimentar y manifestar.... Pero en el caso del amor de amistad, estrictamente no puede haber amistad sin correspondencia.

Te fijas como la amistad es más una relación social que un afecto.

La amistad como relación social encierra un doble aspecto. En primer lugar, la amistad supone la posesión común de ciertas cualidades, inclinaciones, actividades, gustos, aficiones, etc..., en las que los amigos convienen y, lo cual se constituye en un punto de encuentro entre esas dos personas. En segundo lugar, la amistad supone que las dos personas no sean precisamente en todo iguales, sino que debe existir entre ellas ciertas diferencias debido a las cuales se experimente la necesidad del otro y, así los amigos se puedan complementar mutuamente y puedan constituir una unidad orgánica, en la que cada uno tiene una función propia respecto al otro, se da una unidad en la diversidad.

La presencia en la amistad tanto de los elementos identificables como de los diferenciantes lo ha plasmado Maurois diciendo: “Ésta podría ser una buena receta para la amistad: tener los mismos gustos y oficios distintos”. La misma idea la manejaba Salustio diciendo: “Querer la misma cosa y no querer la misma cosa, ésta es la verdadera amistad”.

4.- Los elementos anteriormente referidos encierran factores importantes sobre cualquier tipo de amistad. No obstante, quiero ahora agregar aquellos elementos que hacen que una amistad sea eminentemente cristiana, para ello quisiera seguir el pensamiento de Santo Tomás de Aquino.

El Aquinate expresa que la amistad cristiana es una expresión del amor que debe contar con 5 cualidades: Debe ser un amor de benevolencia, un amor recíproco, un amor estable, un amor manifiesto, y, finalmente, un amor de comunión. Meditemos acerca de cada una de estas cualidades.

En primer lugar la benevolencia: La amistad nos hace deleitarnos en el bien de los que queremos, para ellos sólo podemos querer el bien. Si una persona le desea el mal al otro, o le procura daños, o le provoca un sinfín de problemas, o le destruye en su vida, en su salud, en su familia, en sus estudios o en su profesión, debiera uno automáticamente poner en tela de duda si realmente esa relación corresponde a una amistad cristiana. Fíjate como el día de hoy se va confundiendo la amistad con las falsas comparsas. Se considera “amigo” a alguien que nos solapa actitudes o acciones nocivas, al que se vuelve cómplice de un mal actuar, al que encubre aquello que nos está destruyendo, o que silencia aquello que está lastimando a los que más nos quieren. Un amigo no puede desear que estés perdiendo ese tiempo que le corresponde a tus estudios o que se dañe tu matrimonio, que se pierda tu negocio o que se ponga en riesgo tu trabajo. El primer factor, es la benevolencia, en la amistad se trata de querer el bien del otro.

En segundo lugar está la reciprocidad: La amistad al ser una relación social exige la correspondencia, es decir, brota de un sentimiento que se experimenta como algo mutuo en la vida. No puede existir amistad si sólo una persona ama a la otra, con un amor que no es correspondido. La amistad será siempre cosa de dos. Se trata de una correlación. Y en nuestro tiempo, algunos hemos convertido la amistad en un título, ya que no nos procuramos, no dialogamos, no nos cuidamos recíprocamente. La amistad exige la cercanía, un trato frecuente y la corresponsabilidad.

En tercer lugar está la estabilidad: En la amistad es importante tanto la existencia como la permanencia de los sentimientos. Una inclinación suscitada por un impulso pasajero de simpatía no puede ser catalogado como una amistad; ser amigo de una persona supone un comportamiento constante, bien arraigado y aceptado conscientemente. La amistad exige la manifestación de la fidelidad y de la lealtad, que sólo el paso de los años nos otorga. Se trata de sobrevivir en el afecto a un sinfín de situaciones adversas, y dar testimonio con la vida de los sentimientos que se albergan en el corazón. Si alguien habla de un amigo que “un día se tuvo”, tendría que poner en tela de juicio su afirmación o replantear sus apreciaciones. Diría San Ambrosio que “la amistad que puede acabar, nunca fue verdadera amistad”. Entiende, que los amigos verdaderos son aquellos que quedan cuando todos se han marchado.

En cuarto lugar está la manifestación: El amor de amistad exige de nuestra parte, que los sentimientos se vuelvan operativos. La amistad debe tender naturalmente a manifestarse en actos; la benevolencia exigirá espontáneamente que se haga algo por aquél que se ama. Es totalmente contradictorio el pensar en una amistad que no necesite de una cierta experiencia de afecto; la amistad es un amor afectivo que se debe transformar en efectivo. En este ámbito, el dolor suele ser un espacio privilegiado para que se acrisole la genuina amistad. Date cuenta de que nos une más el dolor que la diversión, nos une más el padecer juntos que el gozar juntos.

Finalmente está la comunión: Afirmaba Aristóteles que los amigos son como un alma en dos cuerpos, se trata de la fusión del “yo” y el “tú” para que pueda surgir la madura experiencia del “nosotros”. En la amistad se experimenta la unidad. El amor de amistad debe llegar a crecer, de tal manera, que con el paso del tiempo, los amigos sean capaces de conservar una sintonía de vida que les haga capaces de captar las diferentes señales que se emiten en la vida de la persona que se estima, y que se pueda conocer todo aquello que pareciera permanecer escondido. La amistad cristiana nos brinda esas herramientas necesarias para decodificar todos aquellos códigos que el otro emite, y convertirlas en un lenguaje comprensible. El amigo es considerado como “otro yo” y a veces “otro yo” mejor que uno mismo. Esto es lo que suscita una relación de benevolencia mutua, estable y eficaz con otro sujeto. No es posible que dos personas se consideren como una sola realidad, si no existe entre ellos una cierta comunión.

5.- Para conseguir la comunión, la auténtica amistad ha de estar cimentada en la apertura y la sinceridad absoluta; ésto permitirá llegar a tener una comunicación emocional y personal completa, que nos permita experimentar una mutua empatía. Esta experiencia se puede asemejar a dos instrumentos musicales, afinados de tal manera, que se pueda tocar la misma nota en el mismo tiempo, de tal forma que se escucha solamente un sólo sonido al pulsar de las cuerdas.



II - AMICITIA PARES AUT ACCIPIT AUT FACIT.

“Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.

1.- Muy gentiles amigos:

En nuestro tiempo, el tema de la amistad es uno de los temas sobre los que todo mundo habla con pretendida erudición. En esta semana que ha terminado nos debió resultar sorprendente el encender la radio o la televisión, el leer la prensa escrita y encontrarnos con un sin fin de personas que aparentan ser doctos sobre esta materia.

2.- Al igual que sobre los temas del amor, de la familia y de la muerte, si tú y yo, un día, navegáramos en la red o incursionáramos en una Biblioteca, y nos dedicáramos a inspeccionar en la información o en los libros que allí se encuentran, nos quedaríamos pasmados ante la gran cantidad de autores que han escrito sobre el tema de la amistad: filósofos, pensadores, científicos, teólogos, psicólogos, pedagogos, sociólogos, terapeutas y místicos,... por sólo referir a algunos.

Si quisiéramos encontrar una definición o una descripción sobre la amistad, jamás terminaríamos de recolectarlas. Son tantas y tan variadas las alusiones que pueden llegar a nuestras manos.

Nos encontramos con algunos pensamientos anónimos como aquel que dice que “en la prosperidad, nuestros amigos nos conocen; y en la adversidad nosotros conocemos a nuestros amigos.” Algunos son de la antigüedad como el de Epícteto: “Debemos rehuir la amistad de los malos y la enemistad de los buenos”; o como aquel otro de Aristóteles en su Ética Nicomaquea: “Si los ciudadanos practicasen entre sí la amistad, no tendrían necesidad de la justicia”. Decía Marco Tulio Cicerón en su Tratado sobre la amistad que “la amistad o encuentra a iguales o hace iguales”.

Y, ¿qué opinas sobre este pensamiento de Catón el censor: “ Desata, pero no rompas, los lazos de la amistad sospechosa”?

Algunos pensamientos son de celebridades del tiempo moderno como Friedrich Nietszche: “Si eres un esclavo, no puedes ser un amigo. Si eres un tirano, no puedes tener amigos”; o aquel otro que fue escrito por Robert Louis Stevenson: “Un amigo es un regalo que uno se hace a sí mismo”.

Hay tantos pensamientos que me agradan, como aquel escrito por William Blake: “Es más fácil perdonar a un enemigo que a un amigo”; o el otro que bien podría parecerte contradictorio al anterior y que fue pronunciado por La Bruyére: “La amistad no puede ir muy lejos cuando ni unos ni otros están dispuestos a perdonarse los pequeños defectos”.

Hay pensamientos eminentemente cristianos, como la aportación de san Agustín, al decirnos: “Ante todo debéis guardaros de las sospechas, porque éste es el veneno de la amistad”. O, ¿qué te parece la magistral exposición del Beato Elredo en su Tratado sobre la amistad espiritual: “Esta es la verdadera, la perfecta, la estable y constante amistad: la que no se deja corromper por la envidia; la que no se enfría por las sospechas; la que no se disuelve por la ambición; la que puesta a prueba de esta manera, no cede; la que, a pesar de tantos golpes, no cae; la que, batida por tantas injurias, se muestra inflexible”?

El Beato Raimundo Lulio, filósofo y escritor franciscano que murió martirizado, en su estilo propio le pregunta a Dios sobre la amistad y nos comunica lo siguiente: “ Preguntaron al Amigo de dónde nacía el amor, de qué vivía y por qué moría. Respondió el Amigo que el amor nacía del recuerdo, vivía de la inteligencia y moría de olvido”.

3.- Gentil amigo:

Ya en el segmento anterior, hemos hablado sobre la benevolencia, la reciprocidad, la estabilidad, la manifestación, y la comunión, cinco cualidades que ha manifestado santo Tomás de Aquino como necesarias para la amistad... Debemos decir que la amistad cultiva en nosotros otras muchas virtudes: el desinterés, la comprensión, la condescendencia, el espíritu de colaboración, la servicialidad, la mutua preocupación, la promoción del otro, etc...

Pensemos, no obstante, por ahora en uno de los elementos centrales del Evangelio del día de hoy: Hablando de amistad cristiana resulta incomprensible que un bautizado no tenga deseos de acercar a sus amigos a Jesucristo. Recuerda que san Juan el Bautista se encargó de acercar a Andrés y a Juan para que conocieran al Cordero sin mancha, que Felipe acercó con entusiasmo a Natanael; y ahora, son cuatro los amigos de aquel paralítico quienes le acercaron a Jesús, sobreponiéndose a todo tipo de obstáculos.

4.- ¿Sabes? A lo largo de los siglos, la amistad sincera ha sido uno de los caminos que Dios ha beneficiado para que así muchísimos hombres se hubiesen acercado a la vida de la gracia. Algunos de ellos compartieron el ideal evangélico y juntos llegaron a vivir la santidad: Así los inseparables San Pedro y San Pablo, San Gregorio y San Basilio, San Agustín y san Ambrosio, San Francisco de Asís y Santa Clara, Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura, Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier..., por sólo mencionar a algunos.

Y es que la amistad verdadera debe conducir a la comunicación de bienes, y esto debe hacernos pensar también en la comunicación del Bien Verdadero,... de Aquel cuyo amor vale más que la vida.

El buen amigo se preocupa por acercarnos a Dios, aún cuando nosotros estuviéramos imposibilitados para hacerlo. Se trata de un buscar acercarnos a Dios no solamente con un fin utilitarista y meramente pasajero, sino para que se establezca o se restablezca nuestra amistad con el Señor: “Hijo, tus pecados te son perdonados”- le dijo el Señor a Aquel hombre paralítico-, esto es lo verdaderamente importante. Todo lo demás vendrá por añadidura y será algo sumamente más fácil para Dios.

5.- A propósito de la amistad que conduce a Dios, predicaba el Santo Cura de Ars en el siglo XIX: “Así como muchas veces basta una sola mala conversación para perder a una persona, no es raro tampoco que una conversación buena la convierta o la haga evitar el pecado. ¡Cuántas veces, después de haber conversado con alguien que nos habló del buen Dios, nos hemos sentido vivamente inclinados a Él y nos habremos propuesto portarnos mejor en adelante!... Esto es lo que multiplicaba tanto el número de los santos en los primeros tiempos de la Iglesia; en sus conversaciones no se ocupaban de otra cosa que de Dios. Con ellos los cristianos se animaban unos a otros, y conservaban constantemente el gusto y la inclinación hacia las cosas de Dios.”

6.- La amistad debe crear una armonía de sentimientos y de gustos que pueda prescindir del amor de los sentidos, pero, en cambio, debe desarrollar hasta grados muy elevados, e incluso hasta el heroísmo, la dedicación del amigo a favor del amigo. Digamos que la amistad cuando se suscita en la armonía llega a expresarse en una dulce melodía.

Los encuentros, incluso casuales y provisionales, dan la ocasión a almas nobles y virtuosas para gozar de esta relación humana y cristiana que se llama amistad. Lo cual supone y desarrolla la generosidad, el desinterés, la simpatía y, especialmente, la posibilidad de mutuos sacrificios.

La amistad será pura y fuerte, si está sostenida y alimentada por la comunión de amor, que un alma cristiana tiene con el Señor.

7.- Hablando de esos amigos que se preocupan por que las personas que queremos se acerquen a Dios, te quería compartir una variación de una narración que leí hace algunos años en un libro de Don Armando Fuentes Aguirre, titulado: Del amor, la familia y otros pensamientos.

“Se cuenta que había en aquella ciudad dos amigos que compartían el afecto sincero de la amistad desde la niñez: uno de ellos era profundamente creyente y piadoso, mientras que el otro se manifestaba y autodenominaba incrédulo y ateo.

El amigo creyente, rectamente preocupado por su amigo, buscaba convencer al renuente para que se acercara a Dios. Le ocupaba su tiempo el buscar que aquel amigo pudiera conocer y experimentar el amor y la bondad de Dios en su propia vida. Aguzó el ingenio y lo hacía de todas las formas pensables y posibles, hasta llegar a recitarle las argumentaciones que había dado San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Anselmo de Canterbury, San Alberto Magno, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, y,... aquel hombre nunca creyó.

Le habló, lo mejor que pudo, del pensamiento de San Agustín de Hipona según se contiene en sus libros de las “Confesiones” y en la “Ciudad de Dios”, y aquel hombre le hizo caso omiso, vivía escondido en ese caracol de la incredulidad, que daba mil vueltas en los callejones del laberinto de su propia insensatez.

Finalmente, el tiempo separó a aquellos amigos, cada uno formó su propia familia. Sus quehaceres y sus trabajos les distanciaron y, antes de que se despidieran, el amigo creyente le dijo al incrédulo: “solamente me queda rezar por ti, para que un día encuentres a Dios,... o mejor dicho: que Él te salga al encuentro”..., y le dejó a solas con sus pensamientos y con su insensatez.

Años después, sucedió que aquel hombre que durante mucho tiempo se llegó a confesar hasta ateo, una mañana le fue a tocar la puerta al amigo creyente, lo cual le provocó gusto e incertidumbre, motivo por el cual le preguntó el cristiano al incrédulo acerca del motivo de su visita, y aquel hombre le contestó con una sonrisa luminosa: -Quiero decirte que ahora creo en Dios- ¡Estoy convencido de que Dios existe!

¿Adió? – le respondió el creyente-. Y pudieras decirme quien te convenció. No le hiciste caso ni a Santo Tomás ni a san Buenaventura, ni a San Anselmo ni a san Juan Crisóstomo, ni a san Alberto ni a san Agustín.

-¿Podrías decirme quién te convenció?-

A lo que respondió el anteriormente incrédulo: -“Es que ayer nació mi hijo”-... Y después de guardar un momento de silencio continúo diciendo con su voz entrecortada- “No hay duda: Dios existe, no me lo puedo explicar de otra manera. ¡Dios existe!...





III - LOS AMIGOS DE JESÚS.

Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Algunos escribas que estaban ahí sentados comenzaron a pensar: “¿Por qué habla ése así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?”

1.- Por más que Jesús se esfuerza en establecer la calma y recomendar la discreción, la muchedumbre le acosa. No hay nada que hacer. Esto subraya la ambigüedad de la espera mesiánica de parte de algunos. No debemos olvidar que de vez en cuando surgían iluminados, como el día de hoy, que dicen ser el Mesías esperado y que reunen a algunos partidarios desesperados utilizando los hechos portentosos. Esto nos ayuda a comprender mejor el por qué Jesús no quería que se hablase de Él antes de tiempo. Él no quería que lo confundieran con un libertador temporal.

Y sin embargo, en el Evangelio contemplamos a Jesús empujado, apretado, en una casa de Cafarnaúm. Y Jesús predica la Palabra de Dios. Esto es lo importante para Él, si las gentes iban a Él para ver “el milagro”, “lo sensacional”, “lo sorprendente”... Jesús permanece imperturbable en su papel, que es ante todo salvífico: proclamar ¡la Palabra de Dios!

2.- Le presentan entonces al paralítico, ¡la gente se empeña en acercarse a Jesús por cualquier medio! Y de nuevo, lo que es esencial para Jesús. En lugar de dejarse llevar por un papel del Mesías taumaturgo, del Mesías milagrero, Jesús valora la Fe y realiza una obra mesiánica completamente salvífica: perdona los pecados. Él tiene poder para curar al enfermo y, así lo va a demostrar, pero para Jesús,...y así debe ser para nosotros, es más importante la salvación que la sanación.

Y es aquí precisamente en donde, todos aquellos que nos hacemos llamar amigos de Jesús, debemos preguntarnos: ¿Qué es lo que buscamos al acercarnos al Señor: la salud o la salvación? ¿Confundimos al Señor con un taumaturgo o le reconocemos como nuestro Salvador?

3.- Hemos hablado ya, durante los dos primeros segmentos, sobre el tema de la amistad. Si revisas el Evangelio y tu propia vida, te darás cuenta de otro factor más: Jesucristo es el amigo que nunca falla; puesto que es Él, quien vive plenamente ese amor de benevolencia, ese amor mutuo, ese amor recíproco, ese amor manifiesto y ese amor de comunión.

En el Nuevo Testamento, los discípulos han de ser reconocidos como amigos de Jesús por dos razones. La primera es el perfecto amor, que lleva a Jesucristo hasta el sacrificio de su propia vida: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. La segunda consiste en esa familiaridad que se manifiesta en el conocimiento de la vida íntima de Dios: “A ustedes ya no los llamo siervos sino amigos, puesto que el siervo no sabe lo que hace su amo”.

El poeta Archibald McLeich afirmó que a los hombres nos afectan más los símbolos que las ideas. Decía que cuando él solía entrar a una Iglesia católica le gustaba ver el Santo Cristo que cuelga sobre los altares. Y es que allí es fácil leer bajo la cruz un lema no escrito: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos”.

La amistad de Jesús la han experimentado tantos hombres, entre ellos san Pedro. Es cierto que él ha autoexperimentado la debilidad, los tropiezos, la fragilidad y su inconsistencia, y resulta sorprendente la fineza con la que Jesús se acerca a él. Pedro ha negado conocerle y ser uno de sus discípulos, y no ha podido acompañarle ni siquiera una hora espabilado. Y, ¿sabes qué? El Señor Jesucristo es tan leal que la cobardía de aquel a quien quiere no ha logrado romper los lazos de amistad que Él le ofrece a Pedro, y que nos ofrece a cada uno de nosotros.

4.- ¡Que Jesús es el mejor amigo para cada uno de nosotros! ¿Quién podría negarlo?

¿Cómo podríamos olvidar el consejo de santa Teresa de Ávila?: “ ¿Qué más queremos que tener un tan buen Amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo?”

La vida cristiana es una relación de amor con el Hijo de Dios que vive más allá de la muerte. Alcanzados por Cristo, como los santos, vivimos con Él una profunda comunión de pensamiento, de vida, frente a lo que resulta pálido reflejo cualquier amistad humana. Fray Luis de León lo ensalza como el más amado de los hombres por el número de amigos, por el amor que Dios mismo le tiene, por la grandeza de los sacrificios que hay que aceptar por amor suyo hasta la muerte. A partir de ahora, al hablar de amistad será imposible olvidarlo a Él.

Jesús no ha venido al mundo a condenar la amistad, sino a santificarla y hacerla posible acreditándola con su mismo ejemplo, aunque en Él sea imposible separar las manifestaciones generosas de un amor sobrenatural, de las manifestaciones externas de una amistad humana.

¿Quién puede olvidar o podría no hacer suyo lo que escribe Lope de Vega en su Rima Sacra, así conocida como “De la Divina espera amorosa”?

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía!:
“¡Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuanto amor llamar porfía!”

¡Y cuántas, hermosura soberana,
“Mañana le abriremos”, respondía,
para lo mismo responder mañana!

5.- Amistad es un aspecto de la personalidad de Cristo que nunca meditaremos lo suficiente. Cada uno puede decir de sí que Jesús le quiere con una amistad personal única, y que esta amistad es conjugable con la amistad que tiene con todos los demás, a los que ama también individualmente.

Con tan buen amigo, que quiso ser el primero en padecer, todo se puede sufrir. Él ayuda y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero.

Pero cada uno de nosotros debe también cultivar actitudes que muestren una verdadera amistad para con Jesucristo. Se trata de un amor verdaderamente desinteresado en el que le amemos por lo que Él es, más que por lo que podamos obtener.

6.- ¿Te acuerdas cómo Jesucristo se sentía agusto en Betania? ¿Recuerdas cómo a Martha, a María y a Lázaro se les llama “los amigos del Señor”? En Betania estaba la casa de sus amigos, la casa de aquellos que le ofrecían un lugar para su descanso cuando venía camino a Jerusalén, era un lugar en donde se buscaba atenderlo más que arrancarle un favor. Aquellas hermanas le ofrecían tanto su desgaste en los quehaceres, como esa atención educada de quien se sienta a sus pies para escucharle. Jesús valora a los amigos, sabe ser amigo y permite que los que le quieren aprendan a ser amigos. El Señor sabe gozar y llorar por sus amigos. “Mira cuanto le amaba”, dirán los que vean llorar al Maestro por Lázaro antes de regresarlo a la vida. Betania era un lugar sumamente especial para Él.

Y es aquí en donde debemos preguntarnos ya no sobre el trato de amistad que Él nos ofrece, sino sobre el trato de amistad que nosotros e ofrecemos a Él.

7.- ¡Qué mezquino resulta el que amemos al Señor más por lo que nos puede ofrecer que por lo que Él es para nosotros! ¡Qué degradante es que le amemos más por los favores que esperamos que por su persona!

Y esto va estrechamente unido a las actitudes de aquellos que estamos esperando que se manifieste más como un taumaturgo que como Salvador. Las actitudes de muchos de los que nos llamamos amigos de Jesús, dejan mucho que desear: predicamos a un Jesús milagrero más que al Dueño de nuestra existencia.

Hoy existimos muchos pseudocristianos que le damos mayor importancia a los milagros que a la salvación que Jesucristo nos ofrece. Cada vez son más los que en sus carpas hacen de los milagros un espectáculo y en sus programas de televisión venden quimeras en forma de rosas, mantos, listones rojos y vasos de agua, a los que después les acompañaran sus facturas.

Cada vez son más los predicadores que en la charlatanería se presentan como si fueran médicos, y son tantos los templos, los viejos cines, los locales de renta y las lonas en los campos que, según ellos, deberían cancelar los hospitales de nuestra ciudad. En la propuesta de esos autonombrados “ángeles de Dios” deberíamos ya despedir a los médicos y cerrar los centros médicos.

Ellos olvidan que Jesucristo no ha venido a dejar sin trabajo a los doctores, que no ha venido a desemplear a los panaderos, que Él no ha venido a vaciar los hospitales, ni a hacerle competencia a los comerciantes.... ¡Jesucristo ha venido a salvarnos!

Somos tantos los “amigos de Jesús” que desarrollamos nuestra vida cristiana bajo el signo de lo extraordinario, de lo excepcional, y en no pocas ocasiones, de lo extravagante.

Olvidamos que nuestro Amigo ha optado por lo discreto. Recuerda que un milagro sensacional puede también llevar la marca de Satanás: el cual provoca fantasmagorías, ilusiones y engaños... A Satanás le interesa lo estruendoso y lo espectacular.

8.- Hay muchísimos milagros, les mentiría y yo sería injusto con Dios si olvidara mencionarlo, pero tengo que decir que la discreción suele ser la firma que lleva cada uno de los milagros divinos.

Esos cristianos hambrientos de milagros no se dan cuenta de que en el fondo son muy pobres en la fe. Su ecuación: más milagros igual a más fe, es totalmente falsa y suele ser esa también la propuesta del tentador. No son los milagros los que provocan la fe sino la fe la que provoca el milagro.

9.- No debemos negar el don de Dios, pero no es en una carpa, ni en un viejo cine, en donde se tienen que dar los milagros, sino en la vida diaria.

El verdadero milagro, no los espectáculos montados con música de fondo y programas editados en la televisión, significarán siempre la libertad de Dios y no una manipulación humana.

10.- Nuestro trato genuino de amistad para con Jesucristo se dará cuando le amemos por lo que Él es, más que por lo que podamos obtener de nuestras falsas amistades interesadas.




IV - LA AMISTAD EN LOS ESPOSOS.

Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo: ¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: “Tus pecados te son perdonados” o decirle: “Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder para perdonar los pecados –le dijo al paralítico-: Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”.
El hombre se levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios,...”

1.- Muy queridos amigos:

La Sagrada Escritura, nos refiere en el Antiguo Testamento, la amistad de Dios con tres personajes: el pobre, el justo y el sabio (Sab 7,27; Is 41,8), nos refiere la amistad excelsa entre los seres humanos (1Sam 18,1-3; 2Sam 1,26) y califica la amistad como un tesoro: “Un amigo fiel es poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel; su precio es incalculable” (Ecles 6,14). El amigo verdadero ama en todo tiempo, y es un hermano para el día de la desventura (Prov 17,17).

El Señor Jesucristo, además de su infinito amor por todos los hombres, manifestó su amistad con personas determinadas: los discípulos y apóstoles (Jn 11,53ss), José de Arimatea, Nicodemo, Lázaro y sus hermanas (Lc 10,38-42; Jn 11,1-44; 12,1-8), los publicanos y los pecadores (Lc 7,34)… Al mismo Judas no le negó el honroso título de amigo cuando después de la traición este le entregaba en anos de sus enemigos (Mt 26,50).

Los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo san Pablo tuvo amigos, a quienes quería entrañablemente, les hecha de menos cuando están ausentes y se llena de alegría cuando tiene noticias de ellos (2Cor 2,13; Rom 16,21; 1Tim 1,2; 1Cor 4,17, etc…). Les envía saludos a sus amigos en la fe (Rom 16,8-9; Tit 3,15). Los mismo hará el apóstol san Juan “ a cada uno en particular” (3Jn 15).

2.- La antigüedad cristiana nos ha dejado testimonio de grandes amistades entre los primeros cristianos. Abundan los textos que en el epistolario nos refieren la amistad entre los primeros cristianos (3Jn 1; 1Pe 5,13, Col 4,14; 2Tim 4,11; Filemón 24; Tit 1,4 etc…)

Sería incomprensible que un cristiano no tuviera deseos de acercar a sus amigos a Cristo. Los primeros que conocieron al Señor fueron a comunicar la buena nueva, antes que a ningún otro, a los que amaban. Juan bautista a Juan y Andrés; Andrés atrajo a Pedro, su hermano; Felipe a su amigo Natanael; Juan seguramente encaminó hacia el Señor a su hermano Santiago (cfr. Jn 1,41ss).

A lo largo de los siglos, la amistad ha sido un camino por el que muchísimos hombres se han acercado y se acercan a Dios y han alcanzado el cielo. Es un camino natural y sencillo, que elimina –cuando es sincera- muchos obstáculos y dificultades. El Señor tiene en cuenta con frecuencia este medio para darse a conocer.

El cristiano fomenta la amistad y está abierto al trato y al cariño de todos, impulsado por la caridad. Esta virtud teologal consolida y hace más fuerte la amistad (cfr. Summa Theológica 2-2, q. 23, a. 2). Es lógico, pues, que el cristiano cuente con numerosos amigos y que no rechace – al contrario- la posibilidad de nuevos amigos.

3.- ¿Sabes? El día de hoy en que meditamos en torno al tema de la amistad, te quería comentar que cuando estudiaba la Filosofía en el Seminario de Monterrey hubo una frase de Friedrich Nietzsche que cuando la leí por primera vez no la comprendí: “En los matrimonios infelices no es el amor lo que falla, sino la amistad.”

Ahora, a mis casi 19 años de ordenado sacerdote y a mis 43 años de edad, con el paso del tiempo y con un ministerio a favor de los hombres, en lo que se refiere a Dios, he podido percibir la verdad sobre tantas situaciones humanas ensombrecidas por el pecado original y me he dado cuenta de la razón que tenía aquel hombre, que al final de su vida llegó a salir del recto juicio: “En los matrimonios infelices no es el amor lo que falla, sino la amistad.”

Y es que es en el ámbito de la relación interpersonal en donde se inicia la demolición de muchos de los edificios de los matrimonios.

4.- Hace algunos años leí una obra de Barbara Silverstone titulada: “El amor que lastima” En donde ella manifestaba como el pedir disculpas es el arte indispensable que exige un verdadero propósito de cambio en las actitudes de los que pedimos disculpa.

Barbara nos cuenta que ella se casó profundamente enamorada, ¿existe acaso alguna persona sana y honesta que no se case profundamente enamorada?, y cuenta ella que al casarse no conocía una doble manía que tenía su flamante esposo. De esto se dio cuenta en la primera oportunidad en que como esposos fueron a una reunión de amigos, a una reunión social. Recuerda que al entrar en aquel recinto ella se sentía como la soberana de una corte ingresando al salón de un palacio y en donde todo mundo parecía verle aunque estuvieran viendo hacia otro lugar, llegaron y se sentaron en torno a una de las mesas con unos amigos. La primera de las manías apareció: él se permitía en público hacer comentarios despectivos sobre ella, la ridiculizaba, le lastimaba; en medio de los amigos llegaba a contar hasta situaciones de la intimidad provocando la risa de todos los invitados: él se convertía en el alma de la fiesta y ella en el hazmerreír de la reunión. Al regresar a la casa ella iba sumergida en el dolor y al bajar del carro él simplemente le dijo: ¡Vamos!, no hagas papeles, no fue para tanto.

La cruda moral asaltaba su corazón de enamorada y no le permitía conciliar el sueño. Y entonces sobrevenía la segunda manía: al día siguiente, invariablemente le traía un ramo de rosas con una glosa en una tarjeta: “Discúlpame, por haberte ofendido la noche de anoche. Te amo”. El mismo quiso poner aquellas rosas en un florero y las puso sobre el buró que estaba orientado hacia el lugar en el que ella descansaba en el lecho matrimonial. Esto le devolvió la paz en su corazón.

Sin embargo las cosas no quedaron allí, las escenas idénticas se siguieron repitiendo. Una ocasión aislada no hubiera tenido gran problema, ni siquiera dos, pero que en cada reunión social, su esposo se hiciera pasar el gracioso a costa de ella ante los amigos y que al otro día buscará resarcir con un ramo de rosas la ofensa perpetrada, se convirtió en un escenario recurrente y en una lastimosa situación.

Y llegó el día en que ella se cansó y antes de irse a la casa de su madre, tomó en sus manos cada uno de los tallos de aquel bouquet de rosas, y acto seguido con sus dedos índice y pulgar de la mano derecha iba empujando cada espina hasta cortarlas y al hacerlo sus dedos empezaban a sangrar, las espinas ensangrentadas las iba poniendo sobre la funda de la almohada en el lecho matrimonial. Así lo hizo hasta que terminó con la última de las espinas del último de los tallos. Al concluir aquella tarea la superficie de la almohada estaba llena de espinas y de la sangre de sus dedos. Antes de marcharse a la casa de su madre, Barbara escribió un texto en el reverso de la tarjeta que solía acompañar aquel ramo de rosas: “Cuando me ofendes delante de las personas me lastimas más de lo que estas espinas han lastimado mis dedos”.

5.- “En los matrimonios infelices no es el amor lo que falla, sino la amistad”. ¡Cuánta razón tienen estas palabras! Y es que, en lo personal, he llegado a conocer a personas que se aman profundamente pero que se lastiman despiadadamente. Él asegura que está locamente enamorado de ella, pero en la primera ocasión la ofende y le falta el respeto. Él dice que jamás ha amado como le ama a ella, y yo les suelo preguntar: Entonces, ¿Por qué le lastimas?... Se trata de amores tormentosos, puesto que aunque se asegure que existe el amor las relaciones interpersonales son deficientes. “En los matrimonios infelices no es el amor lo que falla, sino la amistad”, decía el loco Nietzsche y lo sufren las personas locamente enamoradas de los los enamorados desquiciados.

Considero oportuno el que comprendamos que cuando la Palabra de Dios menciona que en el matrimonio se forma una sola cosa, que los esposos ya no son dos sino uno sólo, no refiere la Palabra de Dios la sobreposición del Yo sobre el Tú, no se trata de Yo que ha desaparecido o asesinado al tú. El ser una sola cosa refiere el nacimiento de un “nosotros”, compuesto por el yo y por el tú, en donde en un nosotros el yo y el tú son sumamente importantes e insdispensables. El matrimonio no puede ser un empobrecimiento sino un enriquecimiento, no es resta sino suma. Y aquí la amistad entendida como relación interpersonal madura es también importante: para ella algo es muy importante y para él no lo es tanto, para él algo es muy importante y para ella no lo es. Y al final de cuentas no tienen ni porque pensar igual, ni porque sentir igual, ni porque hablar igual, ni porque opinar igual.

6.- ¿Qué otros aspectos se podrían hablar acerca del tema de la amistad? Te quería comentar que hay un sabio escritor llamado James Newton, quien en un libro titulado “AMIGOS EXTRAORDINARIOS” nos narra una anécdota que puede que, sea verdad o que sea leyenda, será difícil el corroborarlo, pero que pinta muy bien al renombrado inventor Thomas Alva Edison en este tema de la amistad: “En cierta ocasión que el científico e inventor estaba trabajando en el perfeccionamiento de la que sería su primera lámpara incandescente, le entregó una bombilla terminada a un joven ayudante, quien al recibir tal encomienda se puso demasiado nervioso y la llevó paso a paso escaleras arriba, pero en el último peldaño se le cayó. Todos los colaboradores se molestaron y, aunque ya tenían la ficha técnica del invento, tuvieron que trabajar otras 24 horas para hacer una nueva bombilla. Al cabo del nuevo esfuerzo de trabajo, el ilustre científico se la entregó al mismo muchacho, y a todos los presentes les sorprendió y a algunos les incomodó, aún cuando la bombilla llegó en esta ocasión a su destino. En realidad este gesto le cambió la vida a aquel muchacho. Tomás A. Edison sabía que allí estaba en juego algo más que el foco”.

Y es que parece ser que ignoramos que el amigo auténtico nos ofrece una expresión muy clara de lo que es el amor sincero.

Y es que el amor es la causa humana por excelencia también en este tema de la amistad, pero tendrá siempre necesidad de sus efectos. Santo Tomás de Aquino ha señalado cinco efectos del amor en nuestra vida incluyendo el tema de la amistad: primero, la unión de quienes se aman; segundo, la identificación de las voluntades; tercero, la admiración gozosa hacia la persona que se ama; cuarto el celo, que busca desinteresadamente el bien de quien se ama, hasta llegar a los mayores y más impensables sacrificios; y quinto el sufrimiento compartido, por el que se hacen propios las penas y los dolores de la persona a la que se ama.

El amor es la explicación de todo en la amistad verdadera. Un amor que se abre al otro en su individualidad irrepetible y que le dice la palabra decisiva: “Quiero que tú seas quien eres”. Si no se comienza por esta aceptación del amigo, como quiera que él o ella se presenten, reconociendo en él o en ella una imagen real, aunque empañada, de Cristo, no se puede decir que se ama verdaderamente a los amigos, incluyendo a los esposos con quienes la amistad debería ser cosa de la vida diaria.

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