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miércoles, 18 de febrero de 2009

EL MENSAJE DEL DOMINGO: VII Domingo del T.O. - Ciclo B: (Mc 2,1-12)


Una vez más el Evangelio nos presenta a Jesús predicando y sanando. El contenido de su predicación lo resume en un solo término: “la Palabra”. No se trata de un mensaje cualquiera, sino del anuncio del Reino de Dios, es decir, del poder del Amor misericordioso que es Él mismo, que se revela en Jesús que es la Palabra de Dios en persona, y que se manifiesta en el perdón juntamente con la curación de un hombre postrado por la parálisis. Meditemos en el sentido del relato evangélico de la curación del paralítico, teniendo en cuenta las demás lecturas de este domingo [Isaías 43, 18-19; 21-22; 24-25; Salmo 41 (40); 2 Corintios 1, 18-22].


1.- “Haciendo una abertura, bajaron la camilla en que yacía el paralítico”

Lo primero que resalta en el relato del Evangelio es la fe de quienes superan la dificultad de llegar hasta Jesús por causa del gentío que se agolpaba junto a la casa. Las casas de aquel tiempo en Cafarnaúm -la ciudad pesquera de Galilea donde Jesús estableció su residencia al iniciar su vida pública-, y en general en toda aquella región, tenían una pequeña azotea sobre la cual era posible construir un segundo piso y a la que se subía por unas gradas de mampostería construidas por fuera.

De esta forma podemos imaginarnos lo que hicieron quienes llevaban al paralítico para bajarlo en su camilla y ponerlo junto a Jesús. Ahora bien, ¿Qué hacemos nosotros para encontrarnos con el Señor, a pesar de lo difícil que parece a veces este encuentro por causa del ajetreo diario o de los obstáculos que pueden estar impidiéndonos experimentar su acción salvadora y sanadora, sobre todo cuando nos hallamos espiritualmente paralizados?

2.- “Hijo, tus pecados quedan perdonados”


Un detalle sobresale en esta frase que Jesús dirige al paralítico: lo llama “hijo”, con lo cual está expresando que en Él se revela el amor misericordioso de Dios Padre. La enfermedad era concebida en aquellos tiempos como una consecuencia de los pecados cometidos o heredados. Jesús se acomoda a esta concepción cultural, pero no para afirmar que necesariamente la enfermedad de aquel paralítico fuera consecuencia de sus culpas, sino para mostrar que todo ser humano necesita ser sanado primero que todo espiritualmente, y que Él mismo tiene el poder de perdonar los pecados porque es la manifestación en persona del Dios misericordioso que había dicho por medio del profeta Isaías, tal como lo expresa la 1ª lectura de este domingo: “Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isaías 43, 25).

Para los escribas o doctores de la Ley era inconcebible que un ser humano pudiera hacer lo que es privativo de Dios: perdonar los pecados. El Evangelio nos dice que estaban allí “sentados” varios de ellos. Podemos imaginarlos observando lo que ocurría con una actitud escéptica muy distinta de la fe que movía a las gentes sencillas y humildes a buscar a Jesús para ser enseñadas y sanadas por Él. Por eso, al oír lo primero que Jesús le dice al paralítico -“Tus pecados quedan perdonados”-, aquellos doctores juzgan sus palabras como una blasfemia -un insulto a Dios-, pero Jesús les demuestra, a ellos y a todos los presentes, su poder como mediador de la misericordia divina.

Un poder que Él iba a transmitir a quienes, por una vocación y una misión específicas, les encomendaría el ministerio sacramental de la reconciliación. En este sacramento, a través de la absolución realizada por el sacerdote, es Dios mismo quien muestra eficazmente su misericordia en virtud de la mediación redentora de Jesucristo y con la acción purificadora y renovadora de su Espíritu, cuando reconocemos y expresamos sinceramente nuestra necesidad de ser sanados espiritualmente y le decimos: Ten misericordia de mí, sáname porque he pecado contra ti [Salmo 41 (40), 4].



3.- “Levántate y anda”


Al final del relato evangélico de hoy resaltan estas palabras que también podemos considerar dirigidas por nuestro Señor Jesucristo a nosotros, como una invitación a no dejarnos vencer por la parálisis espiritual. Esta situación de parálisis ocurre cuando las ataduras del egoísmo y de nuestros apegos nos impiden andar ágilmente por el camino que nos conduce a la verdadera felicidad.

Que resuene entonces para cada uno de nosotros esta palabra positiva, animadora y sanadora del Señor: “levántate y anda”. Y que también nosotros, con la fuerza del Espíritu Santo que Él mismo ha puesto en nuestros corazones -como escribe el apóstol san Pablo en la segunda lectura de hoy (1 Corintios 1, 22)- podamos transmitirles ese mismo ánimo renovador a las personas con las que convivimos o nos encontramos, mediante nuestra disposición a comprender y ayudar a quienes reconocen su necesidad de ser salvados y sanados, con el testimonio de nuestra esperanza activa en un Dios que no sólo tiene el poder de perdonar los pecados y sanar, sino que además nos invita a ser compasivos y misericordiosos como Él mismo nos ha mostrado que lo es.-

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