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sábado, 21 de febrero de 2009

Evangelio Misionero del Día: Domingo 22 de Febrero de 2009 - VII Domingo del T.O. - Ciclo B

Por CAMINO MISIONERO


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 2, 1-12

Jesús volvió a Cafarnaúm y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y Él les anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a Él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: «¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?»
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: «¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate, toma tu camilla y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados, dijo al paralítico: Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».
Él se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto nada igual».


Compartiendo la Palabra
Por Pedro Garcia cmf

El Evangelio de este Domingo reviste unas características muy especiales y contiene unas enseñanzas de primer orden en cuanto a la Persona de Jesús, al poder de Dios y a la paz de nuestras almas. Se trata de un milagro del Señor que suscitó una seria polémica con los escribas o legistas del pueblo.
Jesús está dentro de una casa por lo visto, una casa importante, espaciosa, rodeado de mucha gente que le escucha embobada. En éstas, se presentan cuatro individuos llevando en una camilla a un paralítico para que Jesús lo cure.
- ¡Déjennos paso, déjennos paso!...
Pero nadie les da oportunidad para meter la camilla dentro. Los portadores se las ingenian de manera insospechada. Rodean la casa, se suben hasta techo por la parte de atrás, calculan el centro de la estancia donde está sentado Jesús, levantan las tejas o las losetas, hacen un agujero bien grande, y descuelgan por él la camilla con el enfermo tumbado... Podemos imaginar el alboroto y las protestas. Pero nada les detiene a los atrevidos familiares y amigos del enfermo.
A todo esto, Jesús se conmueve, y se dice:
- ¡Pero, habráse visto la fe de esta gente! ¿Qué remedio me queda sino hacerles caso?...
Y sin más, se dirige al paralítico con unas palabras que nadie se espera:
- ¡Confía, hijo! Tus pecados te son perdonados.
Según la mentalidad judía de entonces, la enfermedad era hija del pecado pecado propio, o de los padres o de los antecesores, y tenía que pagarlo ahora el pobre paciente. Con sus palabras, Jesús venía a decirle: Vas a quedar curado, pues quitado el pecado, la enfermedad no puede continuar. Los escribas no discurren tanto, se fijan sólo en la palabra de Jesús, ponen caras de enfado y se dicen para sus adentros:
- ¿Cómo se atreve éste a hablar así? ¿Cómo puede decir semejante blasfemia? ¿Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios?
No discurren mal estos contrincantes de Jesús. El pecado queda en poder únicamente de Dios, y sólo Dios es capaz de perdonarlo. El hombre se encuentra impotente ante la culpa.
Jesús lo sabe mejor que nadie, y ahora va a dar una de las lecciones más grandes del Evangelio, una Buena Noticia de verdad. Adivina el pensamiento de los escribas, y les dice:
- ¿Por qué pensáis así dentro de vosotros? ¿Qué es más fácil: decir al paralítico “Te son perdonados tus pecados”, o decirle “¡Levántate y anda!”.
Se hace un silencio sepulcral. Jesús entonces toma una actitud solemne:
- Pues, para que veáis que yo tengo el poder de perdonar los pecados ¡escúchame, enfermo, que te hablo a ti!: levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa.
El paralítico, ni tardo ni perezoso, se levanta curado, y dando brincos de alegría ¡nos lo podemos figurar! se marcha feliz a más no poder.
Los escribas se quedan mudos. Y, a no ser que se quieran cegar voluntariamente, han de reconocer la verdad: ¡Este Jesús es más que un simple profeta! Éste se confiesa Dios... Y la gente que rodea a Jesús nos dice el Evangelio se queda estupefacta, y alaba a Dios diciendo: No hemos visto jamás una cosa semejante.
Éste es el Evangelio de hoy. ¿Sabemos sacar sus lecciones impresionantes?...
Ante todo, la más impresionante de todas: Jesús tiene conciencia de que es Dios y se confiesa Dios, Dios como el Padre que le ha enviado. Una vez resucitado, dirá a los apóstoles: Perdonad los pecados. A quienes se los perdonéis vosotros, perdonados les quedan.
Es decir, Jesús no sólo es Dios que puede perdonar, sino que puede otorgar este poder a su Iglesia para que lo ejerza en su Nombre.
Y la Iglesia perdonará sólo en el Nombre de Dios, de modo que dirá el ministro de la reconciliación: Yo te perdono tus pecados en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. No lo hará en nombre propio, sino en el de Dios. Perdonará Dios por el ministerio del sacerdote.
Recalcamos, que los escribas judíos no discurrían mal. Su mal estuvo en rechazar la Persona de Jesús y no creer en su misión, cuando se la demostraba con milagros tan rotundos.
Otra lección de este milagro es la realidad que Jesús nos muestra sobre el perdón.
¿Qué significa para Dios el perdonar?
Tenemos que quitarnos nosotros de la cabeza el pensar que el perdón de Dios es como el nuestro. Nosotros decimos que perdonamos, pero nos quedamos siempre con el resquemor dentro. Perdonamos muchas veces de labios para afuera, pero por dentro no olvidamos nunca la ofensa.
Dios no es así. Dios, al perdonar, se echa los pecados a la espalda en bellísima expresión de la Biblia, es decir, ya no los puede ver, quedan detrás, pues Dios mira sólo hacia delante, hacia la salvación que da con el perdón. Han quedado de tal manera olvidados, que ni tiene memoria Dios para recordarlos.
Porque con el perdón, Dios no restaura una cosa vieja, dejando reparada la misma cosa, sino que hace una nueva creación. Ha cambiado todo radicalmente. Al paralítico no le quedaba nada de la enfermedad. Era una salud nueva y completa.
¡Señor Jesucristo!
No puedes inspirarnos mayor confianza que la dimanada de este Evangelio. Si lloramos nuestras culpas, Tú no tienes memoria sino para recordar lo bueno que hacemos por ti...

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