Un libro de Jerónimo Podestá, el primer obispo que contrajo matrimonio
Su viuda, Clelia Luro, reunió sus frases y pensamientos. Fue amigo del brasileño Helder Cámara y lideró a más de 150 mil curas en pareja. Una voz contra el celibato a una semana del caso de Víctor Hugo Casas, en Córdoba.Un luchador.
Se enfrentó al Vaticano,
defendió a los sectores populares y
debió exiliarse por amenzasas de la Triple A.
Se enfrentó al Vaticano,
defendió a los sectores populares y
debió exiliarse por amenzasas de la Triple A.
Clelia Luro, la viuda del obispo Jerónimo Podestá, vive en un lugar mágico de Buenos Aires. Detrás de una cancel y de un pasillo largo de paredes descascaradas, aparece una vieja casona color rojo punzó, que perteneció a la familia de Ciriaco Cuitiño, el célebre mazorquero de Juan Manuel de Rosas. Ella está sentada en un sillón de mimbre en la galería, debajo de un añoso árbol de palta que atenta contra los que pasan debajo a puro paltazos desde las alturas. Tiene 83 años y acaba de publicar el libro Jerónimo Podestá: un obispo sin fronteras, en el que recoge las frases y pensamientos de quien fue una de las figuras más reconocidas de los católicos por el Tercer Mundo y un referente del movimiento internacional de sacerdotes casados. A menos de una semana de que un nuevo sacerdote –el cordobés Víctor Hugo Casas– abandonara la Iglesia para casarse con una mujer, su testimonio se hace inevitable.
La historia entre Clelia y Jerónimo nació a fines de la década del sesenta, cuando ella era secretaria en el obispado de Avellaneda y él, titular de la diócesis más populosa del conurbano. Las posiciones políticas de Podestá, cercano a los sectores populares, comenzaron a enfrentarlo con el episcopado argentino. Después de un largo enfrentamiento, el Vaticano, acusándolo de mantener una historia de amor con Clelia, le pidió que renunciara, cosa que Podestá hizo de inmediato. Ya entrada la década del setenta, el ex obispo debió exiliarse debido a las recurrentes amenazas por parte de la Triple A. A su regreso, en los años ochenta, dirigió junto a su esposa la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados, una organización que reunía cerca de 150 mil curas en pareja. Podestá murió entrado el nuevo siglo sin ser reconocido por Roma sólo porque estaba casado.
“Este libro está pensado para los jóvenes, son frases y pensamientos, como para conocer rápidamente el pensamiento de Jerónimo –dice Luro, quien en 1985 escribió Mi nombre es Clelia, donde cuenta su historia junto a Podestá–. Siempre digo que la historia olvida a los mártires que no murieron de forma violenta, que son alejados y quedan solos, como profetas, hablando. Este libro es un intento por rescatar sus ideas, porque Jerónimo era un obispo sumiso, pero Roma lo golpeó y lo convirtió en profeta”.
“¿Por qué publicar el libro hoy? Porque su palabra es lúcida como una semilla. Representa una profunda fe encarnada. Tanto él como Helder Cámara (obispo de Recife), ya que ambos eran muy amigos. Ambos vivían el mensaje de Cristo, luchaban por los derechos humanos, contra las dictaduras y la opresión, un ejemplo de compromiso con el dolor ajeno y con los problemas de los más humildes. Fueron profetas, hombres en plenitud, visionarios que se escaparon a las normas. Creo que Jerónimo era una totalidad: en él cabían el amor humano, la política y la fe, porque él siempre se reconoció a sí mismo como un obispo, aun después de haber sido expulsado de la Iglesia”, asegura Luro.
“La actuación de Podestá al frente de la Federación de Sacerdotes Casados fue, y continúa siendo, un gran desafío al Vaticano –agrega la mujer–. Él fue el único obispo casado y significó la unión con los sacerdotes, su diócesis fue la diáspora. En 1987 había 150 mil sacerdotes casados, reunidos en iglesias domésticas, celebrando misas en sus casas, viviendo más allá de lo que Roma permitía. Jerónimo fue la unidad de la Federación Latinoamericana y la Internacional y siempre luchó por el celibato optativo y por una conciencia eclesial más amplia. Hoy, por ejemplo, el cardenal Carlo Martini y el teólogo Hans Küng exigen lo mismo que Podestá hace 40 años. Y lo peor es que reciben la misma respuesta por parte del Papa. Pero bueno, querido, lo que mata a la institución es la misma institución”.
El libro está divido en cuatro secciones: “Amor y vida”, “Fe”, “Política”, “Movimientos de Padres Casados” y, finalmente, la “Carta a los obispos en tiempos de la dictadura militar”. En esta última, fechada en 1972, Podestá dice: “La expoliación del pueblo tiene índices elocuentes e irrefutables: la desigual distribución de la renta nacional, que acusa un marcado retroceso en desmedro de los trabajadores en relación con períodos anteriores; el bajo índice de la mano de obra dentro de los rubros del costo de producción frente a la elevada incidencia del costo financiero; la evidente insuficiencia del salario; el alza incontrolada del costo de la vida; la usura generalizada, la especulación en todas sus formas, la desmesurada fuga de capitales... ¿Qué puede extrañarnos, pues, que se acentúen cada vez más las tendencias a favor de la instauración de un sistema socialista? ¿Quién puede condenar, en nombre de Cristo, la propuesta de socializar los medios de producción en pro de un socialismo humanista?”.
“La carta, obviamente, nunca obtuvo respuesta –dice Luro con una sonrisa irónica–, pero así era Jerónimo: apasionado, frontal, comprometido. Y por eso decidí publicar este libro, para que su voz no se acalle nunca”. Hace un silencio, quebrado por el sonido del viento en las hojas de los árboles y por la explosión de alguna palta madura contra el suelo. Ella da por terminada la entrevista. Comienza la sesión de fotos en esa casa que parece de otro tiempo y otra ciudad. La mujer lleva los ojos húmedos por el recuerdo de ese amor de película y concluye: “Yo te juro que Jerónimo era un obispo de otro mundo”.
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