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El Evangelio de este domingo nos presenta dos apariciones de Cristo resucitado a sus apóstoles. Tenemos claramente expresada la cronología de ellas: "Al atardecer de aquel día, el primero de la semana... se presentó Jesús en medio de los discípulos... Ocho días después se presentó Jesús en medio de ellos". La primera de esas apariciones ocurrió "al atardecer de aquel día". ¿A qué día se refiere? Se refiere al día de la resurrección de Cristo. Lo que ocu-rrió "en la mañana de aquel día" es lo que hemos leído en el Evangelio del domingo pasado. Ese fue el día en que, yendo de madrugada al sepulcro donde habían puesto a Jesús, María Magdalena encontró la piedra removida de la boca del sepulcro y alarmada corrió a decirlo a Pedro y a Juan.
En el calendario judío el sábado es el séptimo día de la semana. La resurrección de Cristo ocurrió al día siguiente, el primer día de la semana, que, por este motivo, adquirió el nombre de "Dominica dies" (día del Señor); traducido, se dice "domingo". Podemos concluir que las dos apariciones de Cristo resucitado que nos narra el Evangelio de hoy ocurrieron en día domingo. La segunda fue en un domingo como hoy, ocho días después de la resurrección.
Después que Pedro y Juan hubieron verificado que en el sepulcro no estaba el cuerpo de Jesús, el Evangelio dice que "volvieron a casa". Pero ciertamente no se quedaron tan tranquilos, sino que inmediatamente reunieron a los demás apóstoles. Por eso, esa tarde estaban todos allí, salvo Tomás. Estaban con las puertas cerradas, "por el temor a los judíos", que todavía les duraba. Es este el temor que los había hecho negar a Jesús y dejarlo sólo ante su pasión. En efecto, junto a la cruz de Jesús no había ninguno de ellos, salvo Juan. Allí estaban sólo las tres Marías y el discípulo amado. Podemos imaginar la agitación interior de los apóstoles. Al hecho del sepulcro vacío se agregaba el testimonio de María Magdalena a quien esa mañana se había aparecido Jesús y le había mandado un mensaje a los apóstoles: "Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor". Si era verdad que Jesús había resucitado, ¿en qué situación se encontraban ellos ante él, después de haberlo negado y abandonado? ¿Los llamaría aún sus amigos? Esa tarde los apóstoles no tenían la paz que Jesús les había dejado.
Por eso es que apareciendo Jesús ante ellos, sus pri-meras palabras son: "Paz a vosotros". Y luego las repite por segunda vez. Con estas palabras se disipó toda la agitación interior y todo el temor en que estaban sumidos los discípulos. Las palabras de Jesús son una fórmula de perdón total, y esto los pone en paz. Pasaron del temor a la alegría al ver que todo vuelve como antes y que ellos siguen siendo sus amigos. Una vez reconciliados, "los discípulos se alegraron de ver a Señor".
En este breve espacio es imposible que nos detengamos en la incredulidad de Tomás y en su siguiente confesión de fe. Nos detendremos en el poder que Jesús da a sus apóstoles de perdonar los pecados. Después de haber vivido ellos mismos la experiencia del perdón, Jesús soplando sobre ellos les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos". Sabemos que el Hijo de Dios se hizo hombre y murió en la cruz ofreciendose como un sacrificio por el perdón de los pecados. La frase de Cristo resucitado nos indica que ese perdón no se concede sino por mediación de ciertos hombres que han recibido de Dios el poder de perdonar los pecados. Ese poder no terminó con la muerte del último apóstol. Ellos lo transmitieron a sus sucesores y se sigue transmitiendo hasta hoy, por medio del sacramento del Orden, a quienes Dios llama a este ministerio. Es un poder que fue dado solemnemente por Cristo resucitado junto con el don del Espíritu Santo. Y los apóstoles lo usaron en beneficio de los que se convertían.
Por eso, San Pablo puede decir a los cristianos de Corinto, como una demostración de la resurrección de Cristo: "Si Cristo no resucitó, vosotros estáis aún en vuestros pecados". Es una demostración por reducción al absurdo: los corintos experimentaban claramente que ya no estaban bajo la esclavitud del pecado y que ahora vivían una vida santa en la libertad de los hijos de Dios; sabían que esta liberación del pecado les habría sido imposible a ellos obtenerla por su propio esfuerzo; por el contrario, sabían que había acontecido gracias al poder que tenían los apóstoles de perdonar los pecados; pero este poder procedía de Cristo resucitado; por tanto, Cristo resucitó. La demostración más evidente de la resurrección de Cristo es que los cristianos puedan conducir una vida libre de pecado. En este sentido el testimonio más elocuente es el que ofrecen los santos.
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