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sábado, 11 de abril de 2009

Pascua de Resurrección - Ciclo B (Jn 20,1-9): ESPERANZA PARA LOS CRUCIFICADOS

Publicado por José Antonio Pagola

Los cristianos hemos olvidado con frecuencia algo que los primeros creyentes subrayan con fuerza: Dios ha resucitado precisamente al Crucificado.
Así lo anuncian desde el primer momento: «Vosotros lo matasteis, pero Dios lo resucitó». El Resucitado no es otro que el ejecutado en la cruz.
Dios no ha resucitado a un monje de Qurnrán, ni a un noble saduceo, ni a un escriba fariseo, ni a un revolucionario zelote, sino a un crucificado.
Y esto es importante. La resurrección de Jesús ha sido, antes que nada, la reacción de Dios ante la injusticia criminal de los que han crucificado a Jesús. El gesto de Dios nos descubre no sólo el triunfo de su omnipotencia, sino la victoria de su justicia, por encima de las injusticias de los hombres.
Por eso, la resurrección de Jesús es esperanza, en primer lugar, para los crucificados. No le espera resurrección a cualquier vida, sino a una existencia crucificada y vivida con el espíritu del Crucificado.
Dios resucitó a un crucificado, y desde entonces hay esperanza para los crucificados de mil maneras a lo largo de la historia. Pero, esto significa además que todos caminamos hacia la resurrección en la medida en que nuestra vida tiene algo de crucifixión.
Caminamos hacia la resurrección cuando nuestro vivir diario no es una cómoda evasión de los problemas ajenos, sino una entrega constante y agotadora a los demás. Cuando nuestra vida no es una búsqueda confortable de felicidad, sino un desvivirse por los otros. Cuando nuestra vida no es inhibición y absentismo egoísta, sino defensa y lucha arriesgada por tantos desvalidos, pobres e indefensos.
Sólo desde esa participación humilde en la crucifixión de Jesús podemos esperar con fe la resurrección. Para decirlo gráficamente con Jon Sobrino: «sería un grave error pretender apuntarse a la resurrección de Jesús en su último estadio, sin recorrer las mismas etapas histórica que recorrió Jesús».
La actual solidaridad con los crucificados es la garantía de nuestra futura resurrección. Por ello, esta mañana de Pascua hemos de hacernos una pregunta decisiva para nuestro ser cristiano.
¿Estamos del lado de los que crucifican o de aquellos que son crucificados? ¿Estamos junto a los que matan la vida y deshumanizan a los hombres, o de aquellos que «mueren» por defender lo humano y se desviven en el servicio a la vida?
Una vida crucificada en el servicio a los hermanos y en la defensa de los crucificados es el mejor testimonio de una fe viva en el Resucitado.

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