Domingo de Resurrección. Por Abel Domínguez*
¡Qué manera de correr! ¡Y qué ganas teníamos de llegar a contárselo a todos! Cuando llegamos yo estaba tan agotado que fue Cleofás el que empezó a contarlo con la voz llena de emoción. Escuchad su historia:
Nos dirigíamos de regreso a nuestra casa. Nuestros familiares habían abandonado Jerusalén temprano, para mayor seguridad. Habíamos acordado escondernos en Emaús por un tiempo, y luego continuar. A mitad de camino un hombre se nos acercó. “¡Que la paz sea con vosotros!”, nos saludó alegre. Nosotros íbamos tan preocupados y con tanto miedo que ni nos dimos cuenta que nos saludaba. Pero él repitió su saludo: “¡Que la paz esté con vosotros! ¿Os importa que camine junto a vosotros?“
Y nosotros aceptamos su compañía. Y pronto nos pusimos a hablar de todo lo que había pasado esos días en Jerusalén, pues el hombre no parecía estar informado. Le contamos quién era Jesús, le dijimos que era una gran persona y que lo había mostrado con sus palabras, que llenaban el corazón de calor, y con las cosas que hacía, que nos dejaban a todos maravillados.
Y terminamos contándole, llenos de tristeza, cómo había sido juzgado, torturado y crucificado por las autoridades romanas, a petición de los sacerdotes de Jerusalén…. ¡Algo inexplicable para una persona tan buena y en quien tantas esperanzas habíamos puesto! En ese momento, el desconocido me interrumpió para preguntarme: “¿Pero qué esperabais?” Me dejó mudo… ¿Pues qué quería que esperásemos? “Pues que fuera nuestro salvador, que fuera el Mesías”, le respondí.
En ese momento su cara se puso seria y enseguida se rió por nuestra ignorancia: “¿Pero qué esperabais? ¿Realmente esperabais así al Mesías? ¿Pero no habéis leído en las escrituras y en los anuncios de los profetas que aquel que realmente fuera el Mesías no iba a venir a salvarnos con un ejército? ¿No habéis leído que no iba a ser más que un siervo al que le tocaría sufrir desprecios, insultos, torturas y muerte?”
Y después de hacernos esas preguntas comenzó a explicarnos aquello que en las escrituras y en los profetas se decía del auténtico mesías que salvaría a los hombres. ¡Qué manera de hablar! ¡Cómo ardía nuestro corazón al escucharle! Lo hacía con tanta pasión que se me hizo el camino cortísimo. Tanto que cuando llegamos a una posada le invitamos a quedarse con nosotros para continuar escuchándole y para compartir con él nuestro pan.
Él aceptó… Nos sentamos y él se puso a bendecir el pan. Y lo hizo, lo hizo como… como lo habíamos visto hacer tantas veces a Jesús… Pero era tan… tan parecido…. Que… ¡En ese momento caímos los dos en la cuenta! ¡Era Jesús! ¡Jesús vivo!
* Abel Domínguez es Salesiano, licenciado en Historia y estudiante de Teología.
Nos dirigíamos de regreso a nuestra casa. Nuestros familiares habían abandonado Jerusalén temprano, para mayor seguridad. Habíamos acordado escondernos en Emaús por un tiempo, y luego continuar. A mitad de camino un hombre se nos acercó. “¡Que la paz sea con vosotros!”, nos saludó alegre. Nosotros íbamos tan preocupados y con tanto miedo que ni nos dimos cuenta que nos saludaba. Pero él repitió su saludo: “¡Que la paz esté con vosotros! ¿Os importa que camine junto a vosotros?“
Y nosotros aceptamos su compañía. Y pronto nos pusimos a hablar de todo lo que había pasado esos días en Jerusalén, pues el hombre no parecía estar informado. Le contamos quién era Jesús, le dijimos que era una gran persona y que lo había mostrado con sus palabras, que llenaban el corazón de calor, y con las cosas que hacía, que nos dejaban a todos maravillados.
Y terminamos contándole, llenos de tristeza, cómo había sido juzgado, torturado y crucificado por las autoridades romanas, a petición de los sacerdotes de Jerusalén…. ¡Algo inexplicable para una persona tan buena y en quien tantas esperanzas habíamos puesto! En ese momento, el desconocido me interrumpió para preguntarme: “¿Pero qué esperabais?” Me dejó mudo… ¿Pues qué quería que esperásemos? “Pues que fuera nuestro salvador, que fuera el Mesías”, le respondí.
En ese momento su cara se puso seria y enseguida se rió por nuestra ignorancia: “¿Pero qué esperabais? ¿Realmente esperabais así al Mesías? ¿Pero no habéis leído en las escrituras y en los anuncios de los profetas que aquel que realmente fuera el Mesías no iba a venir a salvarnos con un ejército? ¿No habéis leído que no iba a ser más que un siervo al que le tocaría sufrir desprecios, insultos, torturas y muerte?”
Y después de hacernos esas preguntas comenzó a explicarnos aquello que en las escrituras y en los profetas se decía del auténtico mesías que salvaría a los hombres. ¡Qué manera de hablar! ¡Cómo ardía nuestro corazón al escucharle! Lo hacía con tanta pasión que se me hizo el camino cortísimo. Tanto que cuando llegamos a una posada le invitamos a quedarse con nosotros para continuar escuchándole y para compartir con él nuestro pan.
Él aceptó… Nos sentamos y él se puso a bendecir el pan. Y lo hizo, lo hizo como… como lo habíamos visto hacer tantas veces a Jesús… Pero era tan… tan parecido…. Que… ¡En ese momento caímos los dos en la cuenta! ¡Era Jesús! ¡Jesús vivo!
Para reflexionar
Yo no sé que esperas tú de Jesús…
pero hoy camina a tu lado,
hoy te explica su Palabra,
hoy comparte contigo su pan,
hoy te enciende el corazón con palabras de amor y vida,
hoy te anima a anunciar que sigue vivo…
… dime… ¿esperas todavía algo más?
Yo no sé que esperas tú de Jesús…
pero hoy camina a tu lado,
hoy te explica su Palabra,
hoy comparte contigo su pan,
hoy te enciende el corazón con palabras de amor y vida,
hoy te anima a anunciar que sigue vivo…
… dime… ¿esperas todavía algo más?
* Abel Domínguez es Salesiano, licenciado en Historia y estudiante de Teología.
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