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miércoles, 10 de junio de 2009

Solemnidad del Corpus Cristi - Ciclo B (Marcos 14,12-16. 22-26): Liturgia, Reflexiones, Exégesis y Oración


Publicado por DABAR

Alianzas

Alianza, sacrificio, obediencia. ¡Que tres palabras tan complejas y llenas de sentido! En la Palabra de Dios son verdaderamente aldabonazos que remueven.

Las tres aparecen relacionadas en las lecturas de hoy y si las rastreamos en nuestras propias experiencias vitales seguro que también las encontramos entrelazadas con los acontecimientos de nuestra vida que implican alianza, compromiso.

Desde luego la nueva alianza que Jesús instaura es la definitiva, la culminación de un proceso antiguo, que parte de la creación y que, encabezada por Jesús como primicia y primero, nos envuelve y nos arrastra también a todos nosotros hacia la plenitud total. Esta es la esperanza loca que sostengo también por gracia de Dios porque si no, no me lo explico.

Lo más paradójico del asunto es cómo se establece esta alianza definitiva, no se establece desde el poder y la lucha de poder que pretende salvaguardar lo más de lo propio y restarle al otro también lo más posible.

Es desde la obediencia y el sacrificio que se establece esta alianza, sin motivo, sin necesidad desde la gratuidad. Amar implica muchas veces sacrificio que creo que es la palabra más difícil de asumir en nuestro aquí y ahora. Una palabra tan denostada como valorada es la situación contraria el obtener placer, el estar a gusto. Todos huimos del sacrificio, desde luego de los grandes pero también de los pequeños de molestarnos por cosas que nos sacan de nuestros nirvanas pequeños y cotidianos.

Cuando amamos parece que nos crece la capacidad de molestarnos y nos da gusto también hacer cosas por la persona amada, comprarle algo, hacer una comida especial. No llamamos a esto sacrificio porque nos da también placer hacerlo.

A veces no es nada placentero lo que hacemos por amor como cuando nos esforzamos por calmar a un niño que llora a mitad de la noche y lo acunamos con paciencia y ternura o cuando esperamos levantadas a ese hijo adolescente a las 2 de la mañana para estar al tanto de que llega y de cómo llega. Creo que esta es la forma que tenemos desde nuestro lado de colaborar y reactualizar, sosteniendo y haciendo visible la alianza que nos implica a todos.

La alianza no es sólo en sentido vertical de Dios con el hombre sino que nos incluye a todos es también en sentido horizontal, reclama y llama a formar vínculos fraternos y de responsabilidad de los unos para con los otros. Tejemos una red que une y sostiene. Esto es fácil cuando hay amor, sin el amor es obligación desnuda y cada vez más descarnada que finalmente no podemos sostener y nos gana el yo también tengo derecho, cada uno tiene que sacarse las castañas del fuego, el sálvese el que pueda, etc. ¿Cómo amar al que no es de la familia, no es cercano ni conocido? Creo que aquí vuelve a irrumpir el eje vertical porque es desde el amor y el misterio amoroso de Dios desde donde se puede obedecer su voluntad y aprender a mirar a los demás como hermanos, hijos en el Hijo y a mirar el mundo misericordiosamente, como lo mira Dios. Obediencia, vínculo, alianza, sacrificio son rasgos de la misericordia.

En una situación de crisis económica con un paro galopante y la frustración de tantas iniciativas y proyectos vitales creo que estamos llamados a hacer más tupida la red vincular apoyándonos y sosteniéndonos unos a otros ocupándonos de lo que nos corresponde por ley y de lo que no, de lo que es sacrificio amoroso que reafirma la alianza humana.

LOURDES AZORÍN




DIOS HABLA

EXODO 24, 3 8
En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: «Haremos todo lo que dice el Señor». Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos, y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: «Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos». Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos».

HEBREOS 9,11 15
Hermanos: Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Por eso esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

MARCOS 14, 12 16.22 26
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde esta la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena». Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios». Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.




EXEGESIS

PRIMERA LECTURA
En el texto de hoy concluye la larga sección dedicada a la Alianza de Dios con su Pueblo en el Sinaí. El Señor había hecho una audaz propuesta al pueblo por medio de Moisés: “Si queréis obedecerme y guardar mi Alianza, entre todos los pueblos seréis mi propiedad; seréis un pueblo de elegidos, un reino sacerdotal” (Ex.19,5-6). Y a continuación viene la redacción del contenido de la Alianza, partiendo del Decálogo y muchas más exigencias o leyes.
El pueblo ratifica (v.7) lo que ya de primeras había aceptado (19,8). Y Moisés sella con sangre el pacto entre el Señor y su Pueblo: “Derramó la sangre sobre el altar (v.6) y tomó el resto de la sangre y roció con ella al pueblo (v.8)”.
Trasladada a la nueva Alianza los mismos signos tendrán una trascendencia mayor y más profunda. La sangre es la de Jesús, ofrecida por todos; la vida será el mismo vivir de Dios; el Pueblo, toda la humanidad…
Pero nos recuerda el texto de Éxodo algo que con frecuencia olvidamos los cristianos. Polarizada nuestra atención en una teología como la de la fiesta de hoy –Presencia de Jesucristo en las especies sacramentales- hemos olvidado que no es sino un aspecto del misterio de la Nueva Alianza pactada por Dios Padre por medio de Jesucristo, su Hijo, con toda la Humanidad.
Recordamos en este texto de hoy todos los pasos necesarios a reconducir nuestra propia opción de seguimiento y los compromisos a que nos obligamos para ser con verdad interlocutores válidos de un Dios que nos ofrece su presencia salvadora con la garantía ya depositada en su propia entrega.
“Haremos lo que dice el Señor” (v.3) y “tomó el documento del pacto y se lo leyó en voz alta al pueblo”(v.7). Y volvemos a responder “Haremos lo que nos manda el Señor y obedeceremos” (v.7). Y sigue la ratificación con la sangre.
Sería bueno aprovechar hoy la ilación entre escucha y sacrificio para recordar que así es la estructura de nuestra liturgia. Una separación tradicional y clara para explicar la diferencia entre la Liturgia de la Palabra y la Liturgia del Sacramento ha hecho flaco servicio al pueblo. Sin llegar a tiempos pasados cuando se decía que ‘había oído misa quien llegaba al ofertorio’, lo cierto es que la escucha y asentimiento a la Palabra no ocupa aún la importancia que le corresponde. Después de todo es parte esencial del Pacto. Curiosamente, cuando el Pueblo primero de Dios quedó sin sacrificios, no perdió la Palabra. Ella fue su refugio y sigue siendo la columna vertebral de su fe.
El reciente Sínodo sobre la Palabra de Dios nos recuerda con rotundidad que son dos elementos necesarios de una misma realidad al “desear iluminar el intrínseco nexo del único Pan de Vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo”.
Y lo ratifican con un texto del gran enamorado de la Palabra de Dios, San Jerónimo: “La carne del Señor es verdadero alimento y su sangre verdadera bebida, es éste el verdadero bien que nos es reservado en la vida presente, nutrirse de su carne y beber su sangre, no sólo en la Eucaristía, sino también en la Sagrada Escritura. En efecto, la Palabra de Dios que se alcanza con el conocimiento de las Escrituras, es verdadero alimento y verdadera bebida”.
El texto de hoy, del Libro del Éxodo nos recuerda el hilo conductor de la Alianza Antigua y de la Nueva: oferta de Dios, escucha de la Palabra, sumisión del hombre a la misma, ratificación del Pacto con la Sangre del Cordero. … y un nuevo Pueblo de Dios.

TOMÁS RAMÍREZ
tomas@dabar.net



SEGUNDA LECTURA
Este párrafo pertenece a la sección central del escrito, según la estructura cuidadosamente pensada por el autor En ella concentra el mensaje más importante que ha querido comunicar en su ensayo. Todo el párrafo es un desarrollo cristológico que llega en esta líneas a su punto culminante.

Este punto es el sacrificio de Cristo, por el cual ha conseguido la unión definitiva entre Dios y los seres humanos. Las alusiones a la muerte del Señor son suficientemente claras así como sus efectos salvadores. Pero es muy necesario no dejarse confundir por la terminología sacrificial.

Efectivamente, a diferencia de Pablo, el autor de Hebreos presenta la muerte de Cristo como un sacrificio, forma de hablar que en nuestra cultura no resulta realmente significativa, simplemente porque no tenemos auténtica experiencia de lo que es un sacrificio, sino sólo meramente verbal y aplicada al “santo sacrificio de la Misa”, lo cual no ayuda para comprender el sentido de la muerte de Cristo.

Conforme a toda la teología de Hebreos el fundamento de la obra salvadora de Cristo es su perfecta solidaridad con la raza humano, asumiendo sus aspectos menos positivos excepto el pecado tal como lo entiende Hebreos. Esta solidaridad llega a su culminación en la muerte.

Cristo se une, pues a los seres humanos en su encarnación, vida y muerte, abriendo así la posibilidad de unirnos a él en su gloria. Al entrar primero y estar después en perfecta comunión con el Padre, hace que quienes entran en comunión con él, accedan a esa perfecta unión.

La muerte en cruz de Cristo en modo alguno es una expiación de tipio pagano, para aplacar a un Dios irritado con la humanidad por causa de los pecados. Ahí está la posible malinterpretación de la terminología del párrafo.

FEDERICO PASTOR
federico@dabar.net


EVANGELIO
Texto. Los preparativos de la cena en los vs.12-16 son un calco de los preparativos de la entrada en Jerusalén en 11,1-7: encargo pormenorizado, preciso, soberano, perentorio. El Señor en 11,3; el Maestro en 14,14. El marco temporal de los preparativos de la cena es el 14 de Nisán, coincidiendo también con el primer día de la fiesta de los panes ácimos, que duraba una semana.

El marco temporal de los vs.22-26 es el 15 de Nisán, día propiamente hablando de la Pascua.

Mientras comían: ésta es una referencia genérica, pero la secuencia de gestos siguientes remite a la tercera parte de la celebración pascual, tras los aperitivos y la liturgia de Pascua. Era el turno del banquete propiamente dicho, que se abría con la bendición sobre el pan ácimo a cargo del presidente de la mesa: tomaba el pan y daba gracias a Dios por él con estas o similares palabras: Alabado seas tú, Señor, nuestro Dios, Rey del mundo, que haces salir el pan de la tierra. Los comensales contestaban amén, y a continuación el presidente les repartía el pan. Es en esta repartición cuando Jesús confiere al pan repartido un nuevo valor y una nueva importancia.

El texto sigue en el v.23 con la copa. En realidad, antes se ha comido el cordero. Es después de comido el cordero cuando se tomaba la tercera copa, la de acción de gracias. Es en la distribución de esta copa cuando Jesús confiere al vino compartido un nuevo valor y una nueva importancia. Resuena la vieja fórmula de la alianza en el Sinaí entre el pueblo y Dios: Esta es la sangre de la alianza (Ex.24,8). En el Sinaí la sangre era de novillos; aquí, es de Jesús, que emplaza al pueblo para la fiesta definitiva al final de los tiempos.

Marcos concluye con una doble referencia. La primera es a la preceptiva recitación de los salmos 116-118, que, junto con una cuarta copa, constituía el broche final de la celebración de la Pascua, al filo de la medianoche. La segunda referencia es al lugar de destino: huerto de los olivos, donde va a empezar a ser realidad lo que la cena ha anticipado.

Comentario. Con un Jesús disponiendo soberanamente el espacio de la cena y reducidas al mínimo las referencias a la cena judía de Pascua, está claro que lo que Marcos quiere resaltar es la cena de Jesús.

Jesús es el pan y es el vino. Su carne y su sangre son el alimento y la bebida. Jesús los ofrece a todos, Jesús se da a todos, Jesús emplaza a todos a participar con él en el banquete mesiánico definitivo.


ALBERTO BENITO
alberto@dabar.net




NOTAS PARA LA HOMILIA

Muchas veces nuestra veneración a la Eucaristía, en distintos momentos y circunstancias históricas, se ha mezclado con una especie de malsano deseo (por supuesto que nunca declarado) de constatar -nosotros y “los otros”- la presencia activa de la militancia católica en la calle. Para entendernos: algo así como ver sí aún seguimos siendo lo que creemos o creíamos que somos.

Evidentemente un desenfoque. Pero no porque creamos que no se tenga derecho a expresar la propia fe. O en otros términos, que de pronto se tenga que aceptar la trasnochada idea de encerrar la fe en el ámbito de lo privado. Todo lo contrario, cualquier horizonte de sentido, y la fe lo es, necesariamente debe expresarse hacia fuera, debe comunicarse y contagiarse a los demás. Esto a riesgo de que si no se hace, dicho horizonte se cercene a sí mismo. Luego vendrán, en el terreno de la fe, los “datos” de un Dios eminentemente comunicativo, a la vez invitando a la comunicación.

Pero volviendo sobre nuestro planteamiento inicial. Lo que sí subyace en él, es la evidencia dolorosa de que las razones profundas de muchas de nuestras salidas a la calle, poco o nada han tenido y tienen que ver con el contenido y la pedagogía vital que Jesús manifiesta al dejar su Cuerpo y su Sangre. La Fiesta de hoy es por lo tanto, una invitación radical a revisar nuestra fe como hecho comunicativo, pero también como hecho de vida. O si queréis, una invitación a preguntarnos honestamente por esa especie de contradicción que surge entre lo que sería la adecuada comprensión y vivencia del “memorial de la fe” y la comunicación del mismo. Pues ¿no será que comunicamos y contagiamos mal porque comprendemos y vivimos mal?

Sin duda el texto de hoy esta condicionado por los ribetes litúrgicos con que lo hemos revestido, por eso os propongo que por detrás de la Cena Pascual de Jesús, dejemos aparecer la escena de la multiplicación de los panes y los peces (pensemos particularmente en la de Marcos 6, 30-44) en favor de la muchedumbre. Pastoralmente, vitalmente, puede servirnos de mucho.

Claro que Jesús quiere dar a su Cena carácter de salvación definitiva, por eso la propone como memorial redentor capaz de atravesar la historia, como entrega de amor que previamente ha acogido la voluntad del Padre: la voluntad del encuentro definitivo con el hombre y su causa. Sólo en este sentido la entrega del Hijo del Hombre será sacrificial. Pero esa entrega ya tiene para los suyos -nosotros- un contenido, una dinámica: la de la disponibilidad para el compartir como única posibilidad para la fe.

En efecto, la Cena Pascual que hoy Marcos recuerda, sella el estilo de vida de Jesús. Un Jesús que acepta la voluntad del Padre, pero una voluntad que tiene como clave el dar lo que se tiene: sean panes, peces o la vida. Un dar y darnos que no siempre calibramos en sus exigencias, las del involucrarnos al extremo, la de abrirnos hasta que duela, la de arriesgarnos ante lo impensable, la de aportar soluciones desde la generosidad y no desde el cálculo premeditado, la de vivir fraternalmente, sin piedras escondidas en los bolsillos.

La Cena Pascual que el texto recuerda, la Eucaristía -centro y culmen de nuestra vida de fe- son pregunta terrible acerca de la lógica de nuestras vidas. Veámoslo. Volvamos sobre la multiplicación de los panes y los peces. Allí, los Doce -hoy nosotros- quieren desentenderse del problema. Prefieren seguir apegados a la dinámica del contar y comprar, de los que miran a ver si conviene. Sin embargo a esto, Jesús opondrá la lógica del Reino: la lógica de la disponibilidad para el compartir. Cuando se comparte hay de sobra, para los de dentro y los de fuera: ¡doce canastos de sobras juntaron los incrédulos de los apóstoles! (cf. Mc 6, 43). Esto es lo vivido y comunicado por Jesús.

¿Sugestivo juego de escenas no?
Pronto, hoy mismo, veremos pasar delante de nosotros al Dios Eucaristía, al que sigue queriéndose encontrar con la muchedumbre que sabe necesitada de tantas cosas. Sin embargo ese Dios es extremadamente débil, necesita de nuestra disponibilidad para el compartir, y sólo desde allí, seguir salvando.

Si no cambiamos nuestros corazones, si seguimos llenos de indiferencia, si seguimos pensando en la lógica de que no alcanza para todos, quizás celebremos el Corpus para alegrarnos, o no, de cuántos seguimos siendo. Pero sin duda será más interesante celebrarlo con sincera veneración, sin escapar a la mirada del Señor que pasa y nos sigue diciendo: “Dadles vosotros de comer” (Mc 6, 37).

SERGIO LOPEZ




PARA LA ORACION

Dios, Padre nuestro, que nos has manifestado tu amor en la muerte y la resurrección de Jesucristo; concédenos venerar de tal modo la Eucaristía que siempre vivamos conforme a lo que aquí estamos celebrando.
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Padre, concédenos a todos los hombres el don del amor, la justicia y la unidad; te presentamos esta ofrenda junto con el pan y el vino, que se convertir en el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo.
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En verdad es bueno, justo y necesario alabarte y bendecir¬te, Padre, pues tu amor por nosotros no sólo te ha llevado a enviarnos a tu propio Hijo, sino también a que se quede para siempre en medio de nosotros, en el Pan y el Vino convertidos en su Cuerpo y su Sangre.
Así, con tu Amor se alimenta nuestro amor, con tu Vida la nuestra, y con tu ejemplo de paternidad nos enseñas a tra¬tar a los hombres como a nuestros hermanos, pues lo son.
Unido a nuestro amor, queremos elevar ahora en tu honor este himno de alabanza.
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Te damos gracias, Padre, por este don que nos has hecho, y te pedimos que a los que nos has alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, nos ayudes a vivir como Él, llevando esperanza y justicia a todos los hombres.




LA MISA DE HOY

MONICIÓN DE ENTRADA
Cristo ha dejado a su iglesia, como regalo, su Cuerpo y su Sangre que nos dan la vida. Quien participa en este banquete, quien se alimenta con el Pan de Vida debe identificarse con el Señor e imitarle en su entrega radical, en su servicio a los hombres. No hacerlo as¡ es el m s grave sacrilegio, es comer y beber el Cuerpo y Sangre del Señor indignamente.
Hoy es el Día de Caridad. porque no de otra manera pode¬mos vivir el misterio de la Eucaristía; como la Vida que viene a nosotros para que nosotros demos la vida por los demás.

SALUDO
El amor de Dios nuestro Padre, que da vida a la Iglesia por medio del Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo, esté siem¬pre con todos vosotros.

ACTO PENITENCIAL
El Señor Jesús nos dio el mandato de amarnos unos a otros de la misma forma que El nos amó; pero nosotros no siempre cumplimos su voluntad; para participar digna y plenamente en la celebración del amor de Dios, pidámosle que perdone nues¬tros pecados.
-Por lo fácilmente que nos olvidamos del amor y de la justicia. Señor, ten piedad.
-Por creer que ya hemos cumplido, cuando termina la cele¬bración de la Eucaristía. Cristo, ten piedad.
-Por la frecuencia con que nuestro culto se desarrolla a es¬paldas y al margen de la vida diaria. Señor, ten piedad.

MONICIÓN A LA PRIMERA LECTURA
La historia de Dios y la historia del pueblo judío se vincu¬lan profundamente por medio de una alianza de sangre. pero el pacto definitivo entre Dios y el hombre no se establece con sangre de animales sino con la Sangre de Cristo, el Hijo de Dios entregado por los hombres.

SALMO RESPONSORIAL (Sal 115)
Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre.
Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava; rompiste mis cadenas.
Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos, en presencia de todo el pueblo.
Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

MONICIÓN A LA SEGUNDA LECTURA
La Sangre de Cristo es derramada por todos los hombres, y a toda la tierra alcanza su perdón. Cristo se hace solidario con el hombre hasta en la muerte, para establecer entre noso¬tros y Dios unas nuevas relaciones: las de vida.

MONICIÓN A LA LECTURA EVANGÉLICA
La Eucaristía es la repetición del sacrificio de la cruz, la fiesta cristiana de la liberación, la fiesta de la Alianza entre Dios y el hombre, que ha alcanzado ya su consumación en Je¬sucristo el Señor.

ORACIÓN DE LOS FIELES
Al celebrar el amor de Cristo, que dio su vida por noso¬tros, oremos juntos a Dios nuestro Padre por las necesidades de todos los hombres, diciendo: Señor, escucha y ten piedad.
-Para que la Iglesia, al celebrar la Eucaristía, confirme su mi¬sión de amar a todos los hombres. Oremos.
-Para que la comunión del cuerpo de Cristo nos haga comul¬gar con los pobres, que también son cuerpo de Cristo. Oremos.
-Para que los más pobres, débiles y necesitados encuentren el respeto, la justicia y el amor que necesitan. Oremos.
-Para que nuestra comunidad (parroquial) aprenda del amor de Dios y establezca una alianza radical con los m s pobres. Oremos.
Oración: Señor, haz que sepamos poner nuestra vida en el altar, a disposición de los hombres, y que ella sea un culto agra¬dable a ti. Por Jesucristo.



CANTOS PARA LA CELEBRACION

Entrada. Danos un corazón grande (1 CLN-718); Cerca está el Señor (1 CLN-731); Pueblo de Reyes (1 CLN-401).
Gloria. (1 CLN-C 1)
Salmo. LdS; un canto popular referente al tema del Salmo.
Aleluya. Gloria, Gloria, Aleluya (CB-94).
Ofertorio. Beberemos la copa de Cristo (1 CLN-O 10)
Aclamación al memorial. (1 CLN-J 22)
Comunión. Cantos tradicionales y alguno moderno: Donde hay caridad y amor (1 CLN-O 26); Fiesta del banquete (1 CLN-O 23); En torno al pan (del disco Hermanos, de Kairoi).


Director: José Ángel Fuertes Sancho •Paricio Frontiñán, s/n• Tlf 976458529 Fax 976439635 • 50004 ZARAGOZA
Tlf. del Evangelio: 976.44.45.46 - Página web: www.dabar.net - Correo-e: dabar@dabar.net

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