Frecuentemente me invitan a hablar sobre el amor. La verdad es que me cohibe un poco porque esta palabra —amor— es una de las más desgastadas de nuestra lengua. Y como fenómeno interpersonal, uno de los más desvirtuados.
Para no repetir lo que todo el mundo sabe y oye, suelo abordarlo inspirándome en uno de los mayores biólogos contemporáneos: el chileno Humberto Maturana. En sus reflexiones contempla el amor como un fenómeno cósmico y biológico. Expliquemos lo que quiere decir: el amor se da dentro del dinamismo de la propia evolución desde sus manifestaciones más primarias, hace muchos miles de millones de años, hasta las más complejas del nivel humano. Veamos como entra el amor en el universo.
En el universo se verifican dos tipos de acoplamientos (encajes) de los seres con su medio, uno necesario y otro espontáneo. El primero, el necesario, hace que todos los seres estén interconectados unos con otros y acoplados a sus respectivos ecosistemas para asegurar su supervivencia. Pero hay otro acoplamiento, que se realiza espontáneamente. Los topquarks, la primera condensación de la energía en materia, interaccionan sin razones de supervivencia, por puro placer, en el fluir de su vivir. Se trata de encajes dinámicos y recíprocos entre todos los seres, no vivos y vivos. No hay justificaciones para esos encajes. Suceden porque suceden. Es un acontecimiento original de la existencia en su pura gratuidad. Es como la flor que florece por florecer.
Cuando se relacionan uno con o otro (digamos dos protones) y se crea así un campo de relación, surge el amor como fenómeno cósmico. El amor tiende a expandirse y adquirir formas cada vez más inter-retro-relacionadas en los seres vivos, especialmente en los humanos. En nuestro nivel es más que simplemente espontáneo como en los demás seres; se convierte en el proyecto de la libertad que acoge conscientemente al otro y crea el amor como el más alto valor de la vida.
En esta línea, surge el amor ampliado que es la socialización. El amor-relación es el fundamento del fenómeno social y no su consecuencia. En otras palabras: el amor-relación da origen a la sociedad; ésta existe porque existe el amor y no al contrario, como convencionalmente se cree. Si falta el amor-relación (el fundamento) se destruye lo social. Sin el amor lo social adquiere la forma de agregación forzada, de dominación y de violencia, estando todos obligados a encajarse. Por eso siempre que se destruye el encaje y la congruencia entre los seres, se destruye el amor-relación y con eso, la sociabilidad. El amor-relación es siempre apertura al otro y con-vivencia y com-unión con el otro.
No fue la lucha del más fuerte por la supervivencia lo que garantizó la persistencia de la vida y de los individuos hasta los días actuales, sino la cooperación y el amor-relación entre ellos. Los homínidos ancestrales se fueron haciendo humanos en la medida en que repartían cada vez más los resultados de la cosecha y de la caza, y compartían sus afectos. El mismo lenguaje que caracteriza al ser humano surgió en el interior de este dinamismo de amor-relación y de distribución.
La competición, enfatiza Maturana, es antisocial, hoy y antes, porque implica la negación del otro, el rechazo a compartir y al amor. La sociedad moderna neoliberal y de mercado se asienta sobre la competición. Por eso es excluyente, inhumana y produce tantas victimas, como la actual crisis ha revelado. No trae felicidad porque no se rige por el amor-relación. La crisis actual se originó, en parte, por la excesiva competición y por la falta de cooperación. Es aceptable una sociedad con mercado pero no sólo de mercado.
¿Cómo se caracteriza el amor humano? Responde Maturana: «lo que es especialmente humano en el amor no es el amor, sino lo que hacemos con el amor como humanos; es nuestra manera particular de vivir juntos como seres sociales en el lenguaje; sin amor no somos seres sociales».
Vemos, pues, que el amor es un fenómeno cósmico y biológico. Al llegar al nivel humano se revela como un proyecto de libertad, como una gran fuerza de unión, de entrega mutua y de solidaridad. Las personas se unen y se recrean por el lenguaje amoroso, el sentimiento de bienquerencia y de pertenencia a un mismo destino.
Sin el cuidado esencial, el encaje del amor-relación no se da, no se conserva, no se expande ni permite el consorcio con los demás seres. Sin el cuidado no hay atmósfera que propicie el florecimiento de aquello que verdaderamente humaniza: el sentimiento profundo, la voluntad de compartir y la búsqueda del amor.
Creo que hablar así del amor tiene sentido porque nos hace más humanos.
Leonardo Boff es autor de Gracia y experiencia humana, Trotta.
Para no repetir lo que todo el mundo sabe y oye, suelo abordarlo inspirándome en uno de los mayores biólogos contemporáneos: el chileno Humberto Maturana. En sus reflexiones contempla el amor como un fenómeno cósmico y biológico. Expliquemos lo que quiere decir: el amor se da dentro del dinamismo de la propia evolución desde sus manifestaciones más primarias, hace muchos miles de millones de años, hasta las más complejas del nivel humano. Veamos como entra el amor en el universo.
En el universo se verifican dos tipos de acoplamientos (encajes) de los seres con su medio, uno necesario y otro espontáneo. El primero, el necesario, hace que todos los seres estén interconectados unos con otros y acoplados a sus respectivos ecosistemas para asegurar su supervivencia. Pero hay otro acoplamiento, que se realiza espontáneamente. Los topquarks, la primera condensación de la energía en materia, interaccionan sin razones de supervivencia, por puro placer, en el fluir de su vivir. Se trata de encajes dinámicos y recíprocos entre todos los seres, no vivos y vivos. No hay justificaciones para esos encajes. Suceden porque suceden. Es un acontecimiento original de la existencia en su pura gratuidad. Es como la flor que florece por florecer.
Cuando se relacionan uno con o otro (digamos dos protones) y se crea así un campo de relación, surge el amor como fenómeno cósmico. El amor tiende a expandirse y adquirir formas cada vez más inter-retro-relacionadas en los seres vivos, especialmente en los humanos. En nuestro nivel es más que simplemente espontáneo como en los demás seres; se convierte en el proyecto de la libertad que acoge conscientemente al otro y crea el amor como el más alto valor de la vida.
En esta línea, surge el amor ampliado que es la socialización. El amor-relación es el fundamento del fenómeno social y no su consecuencia. En otras palabras: el amor-relación da origen a la sociedad; ésta existe porque existe el amor y no al contrario, como convencionalmente se cree. Si falta el amor-relación (el fundamento) se destruye lo social. Sin el amor lo social adquiere la forma de agregación forzada, de dominación y de violencia, estando todos obligados a encajarse. Por eso siempre que se destruye el encaje y la congruencia entre los seres, se destruye el amor-relación y con eso, la sociabilidad. El amor-relación es siempre apertura al otro y con-vivencia y com-unión con el otro.
No fue la lucha del más fuerte por la supervivencia lo que garantizó la persistencia de la vida y de los individuos hasta los días actuales, sino la cooperación y el amor-relación entre ellos. Los homínidos ancestrales se fueron haciendo humanos en la medida en que repartían cada vez más los resultados de la cosecha y de la caza, y compartían sus afectos. El mismo lenguaje que caracteriza al ser humano surgió en el interior de este dinamismo de amor-relación y de distribución.
La competición, enfatiza Maturana, es antisocial, hoy y antes, porque implica la negación del otro, el rechazo a compartir y al amor. La sociedad moderna neoliberal y de mercado se asienta sobre la competición. Por eso es excluyente, inhumana y produce tantas victimas, como la actual crisis ha revelado. No trae felicidad porque no se rige por el amor-relación. La crisis actual se originó, en parte, por la excesiva competición y por la falta de cooperación. Es aceptable una sociedad con mercado pero no sólo de mercado.
¿Cómo se caracteriza el amor humano? Responde Maturana: «lo que es especialmente humano en el amor no es el amor, sino lo que hacemos con el amor como humanos; es nuestra manera particular de vivir juntos como seres sociales en el lenguaje; sin amor no somos seres sociales».
Vemos, pues, que el amor es un fenómeno cósmico y biológico. Al llegar al nivel humano se revela como un proyecto de libertad, como una gran fuerza de unión, de entrega mutua y de solidaridad. Las personas se unen y se recrean por el lenguaje amoroso, el sentimiento de bienquerencia y de pertenencia a un mismo destino.
Sin el cuidado esencial, el encaje del amor-relación no se da, no se conserva, no se expande ni permite el consorcio con los demás seres. Sin el cuidado no hay atmósfera que propicie el florecimiento de aquello que verdaderamente humaniza: el sentimiento profundo, la voluntad de compartir y la búsqueda del amor.
Creo que hablar así del amor tiene sentido porque nos hace más humanos.
Leonardo Boff es autor de Gracia y experiencia humana, Trotta.
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