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lunes, 22 de marzo de 2010

LA HUMANIDAD ES UNA COMUNIDAD DE PECADORES


Jn 8, 1-11
Por José Enrique Galarreta sj
Publicado por Fe Adulta

El fragmento se inserta en la penúltima estancia de Jesús en Jerusalén, con motivo de la "Fiesta de las Tiendas", una gran fiesta religiosa anual que se celebraba desde antes del Exilio. Es la fiesta del cumplimiento de la Promesa, la fiesta mesiánica por excelencia.

El símbolo fundamental era el agua, como signo de abundancia y de bendición de Dios, y las chozas de ramaje que se hacían alrededor de la ciudad, recordando la peregrinación por el desierto, desde las que se hacían procesiones rituales a las fuentes de Gijón, que brotaban en la ladera sudeste de la colina del Templo y derramaban el agua a la piscina de Siloé. Jesús ha aprovechado este simbolismo para declararse:

Si alguno tiene sed, que venga a mí,
que beba el que cree en mí.
Como dice la Escritura,
de su seno brotarán corrientes de agua viva.

Todo ello provoca la áspera disputa con las autoridades sobre la autoridad de Jesús, y discusiones entre la gente acerca de Jesús. Finalmente, los jefes mandan una patrulla para prenderle, pero los guardias se vuelven sin arrestarle diciendo: "¡Jamás hombre alguno ha hablado como ese hombre!". ¡Qué admirable poder de la presencia y la palabra de Jesús, que deja embobados e inermes incluso a los policías que van a detenerle!

En este contexto se inserta el pasaje del evangelio de hoy. No es un texto original de Juan: es una adición posterior. Por sus características internas y literarias se parece mucho a Lucas. Incluso en algunos manuscritos antiguos se coloca en Lucas, después del 21, 38, es decir, al final de las últimas discusiones en el templo, inmediatamente antes del relato de la Pasión. De todas maneras nadie discute su autenticidad y es seguro que es un relato contemporáneo a los Evangelios, desplazado aquí por razones que conocemos mal.

El relato se podría incluir entre las "trampas" que se van poniendo a Jesús para desautorizarle. La discusión sobre el tributo al César, la cuestión de la Resurrección, el primer Mandamiento, el cuestionamiento de su autoridad... Esta vez la trampa es mortal. Condenar a la mujer, aparte de posibles problemas jurídicos sobre autoridad para condenar a muerte, supone que toda la doctrina del perdón no se lleva a la práctica. Perdonar a la mujer significa quebrantar la Ley de Moisés, "autorizar" el pecado. Es una trampa perfecta, rabínica, un callejón sin salida.

Jesús tenía una escapatoria; como lo hizo en Lucas 12,13 podía decir: ¿quién me ha nombrado a mi juez en Israel? Pero entonces lapidarían a la mujer. Y es eso lo que quiere evitar Jesús, a toda costa.

La escena, por otra parte, es soberbia, incluso literariamente: el escenario, un pórtico del Templo. Multitud de gente rodeando a Jesús, sentado, como un rabino prestigioso. Un espacio libre en el centro, y allí, la mujer en pie y los sabios y santos del pueblo acosando a Jesús...

Como siempre, sin embargo, Jesús demuestra que todas esas dificultades están situadas en plano jurídico humano muy inferior, y "vuela" sobre ellas en una interpretación mucho más profunda. Varias son las frases determinantes.

"Aquél de vosotros que esté sin pecado, que tire la primera piedra"

¿Quién es el hombre para juzgar de los pecados de los hombres? La primera tremenda verdad que pasaban por alto aquellos jefes religiosos es que se consideran jueces de la conciencia de los demás. Y esto pertenece sólo a Dios.

Pero, por encima de esto, hay otra lección más profunda, repetida en varios momentos por Jesús: ¿Por qué te consideras justo? La humanidad no está dividida en "justos" y "pecadores". La humanidad es una comunidad de pecadores, por lo que necesita del perdón para sobrevivir.

(La viga en tu ojo y la paja en ojo ajeno - El Fariseo y el Publicano - La parábola de los dos deudores - Todo ello culminación de la estupenda intuición del libro de Jonás: "pues si tú te contristas porque muere un arbusto, ¿no se va a preocupar Dios de la muerte de tantos hombres...?" Y, por encima de todo, la Parábola del Hijo Pródigo, que leímos el domingo pasado, en que muestra cómo es Dios respecto a los pecadores.)

Pero hay que recordar aquí que los escribas y los fariseos no hacen más que aplicar la ley, la ley de Moisés, la ley de “Dios”:

 LEVÍTICO 2,10: si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto, tanto el adúltero como la adúltera.
 DEUTERONOMIO 22,22: si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos... Así harás desaparecer de Israel el mal.

¿Es que para Jesús La Ley no es válida? ¿No hay que cumplir la Ley de Dios? ¿No es Palabra de Dios?

Al responder a esta pregunta nos encontramos con dos sorpresas, fundamentales para entender lo de Jesús:

1. Que sólo podemos afirmar que el Antiguo testamento es Palabra de Dios cuando es recogido por Jesús. Cuando es superado, corregido o negado por Jesús (recordemos Mateo 5,43 “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos...”) no podemos entenderlo más que como pura provisionalidad, la manera, imperfecta, de entender la Palabra que se hizo en un tiempo muy lejano a la mentalidad de Jesús.

2. Que Jesús supera la Ley en un sentido muy profundo: salvar a la persona es antes que cumplir la ley. Los escribas y fariseos quieren observar la ley matando a la persona. Jesús quiere salvar a la persona aun forzando la ley. No es el hombre para el Sábado sino el Sábado para el hombre.

Así, Jesús revela a Dios. Dios no es el que busca la justicia por el castigo. Dios es el que quiere salvar del pecado. Y nosotros los hombres o somos así o vamos contra Dios. Salvar al pecador, liberar del pecado es la obsesión de Jesús. Y por eso se indigna contra los "justos", porque en primer lugar no lo son, sino que son tan ciegos que no saben que son pecadores; y en segundo lugar porque, si lo son, es porque han recibido de Dios mucho más que otros, para que puedan salvar más.

"Tampoco yo te condeno. Vete en paz y no peques más"

Una vez más, Jesús ha actuado como Salvador, como Médico. Intenta ante todo curar a la mujer, y curar a los orgullosos letrados y fariseos, que son pecadores, están enfermos, pero no se dan cuenta, y ésa es su más grave enfermedad.

Es importante, sin embargo, darnos cuenta de que el mensaje no es que el pecado no tiene importancia. El pecado es una grave, quizá gravísima enfermedad. Quizá una enfermedad mortal. Una cosa es perdonar y otra decir que el pecado es indiferente. Todo el Antiguo Testamento muestra esta doble línea: la gravedad del pecado, que hace que el hombre pierda el paraíso, que desencadena el Diluvio (y así, cientos de textos) y el incesante trabajo de Dios por salvar al hombre del pecado.

Esta misma línea se recoge en el Nuevo Testamento. El pecado del mundo es el que le cuesta a Dios la Encarnación ("Tanto amó Dios al mundo que... no escatimó ni a su propio Hijo..."), el que le cuesta a Jesús la muerte en cruz.

El pecado es la muerte del hombre, y por tanto la preocupación de Dios, que no quiere que nadie se pierda (El Buen Pastor, la Oveja Perdida, la Mujer y las Cinco Monedas...). Pero Dios está para salvar, para evitar que el hombre se pierda.

Nos viene a la memoria la "última acción de Salvador" de Jesús. Mientras le crucifican va diciendo "Perdónales porque no saben lo que hacen". Y casi justo antes de morir, acepta al ladrón que no le dice más que "no te olvides de este pecador".

Por ello, recordamos que Jesús no revela a Dios simplemente con sus palabras, con su mensaje. Es Él mismo el que revela a Dios. En Él vemos cómo es Dios. Y Dios es así: capaz de jugarse la vida - y de perderla - por una mujer pecadora.

Después de este texto, el Evangelio de Juan coloca dos acciones salvadoras de Jesús, la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro, y una áspera polémica con los fariseos y letrados. A continuación, se reúne el Consejo y le condenan a muerte.

Retornamos al texto de Pablo. "Todo es pérdida ante el conocimiento sublime de Jesús": Conocido Jesús, todo lo demás es basura. Éste es el Jesús tras el cual corremos, el que da tal sentido a la vida que todo lo demás es basura. Corremos tras Él no por nuestras obras justas ante la ley, sino porque es agua fecunda, porque vivir así es vivir, porque esta es una Nueva Vida mejor y más dura y más limpia, y porque creemos - al verle resucitado - que es LA VIDA.

Si Jesús es Médico Salvador es porque en Él resplandece el Espíritu de Dios Médico y Salvador. Y si nosotros seguimos a Jesús, en nosotros ha de resplandecer ese mismo Espíritu. Dios es mi médico y mi salvador.

Esto significa ante todo que la luz de Dios descubre el pecado que hay en mí. Medio a oscuras no se ven las manchas. Con buena luz se ve enseguida que estamos manchados. Es la primera consecuencia del conocimiento de Dios: sentirnos pecadores.

Esto lo vio claramente el Antiguo Testamento, poniendo enorme distancia entre el Dios Santísimo y el hombre pecador, y representándolo en el Templo, con su Santuario inaccesible, oculto tras el Velo. Pero el Antiguo testamento no vio tan claramente que entre los hombres pecadores y Dios Santísimo no debe haber lejanía, porque Dios Santísimo es el Médico Salvador.

Por tanto, nuestra actitud ante todos los hombres nunca es de condena, porque sabemos que no son culpables sino enfermos, como nosotros mismos. Y no les ofrecemos la salud nosotros los sanos, sino nosotros tan enfermos como ellos.

Ninguna soberbia, ninguna superioridad, ningún sentido de que nosotros somos más que nadie: sedientos como todos, sabemos dónde está la fuente y compartimos el agua que hemos recibido. Oscuros como todos, nuestra mecha se ha encendido en el Fuego del Espíritu y procuramos que todo se encienda en él.

Porque hemos entendido el sentido de la vida cristiana: dejar atrás todos los valores intrascendentes para dedicarse a la gran Misión: colaborar con el Salvador, ayudar a curar el mal del mundo.

La fuente de todo esto es el descubrimiento del amor de Dios. Dios ama. En el comportamiento de los fariseos y de Jesús frente a la mujer adúltera hay una diferencia esencial. A Jesús le importa la mujer, le quiere, quiere que salga de sus pecados. A los otros les importa sólo que se cumpla la Ley.

Y éste es el secreto: si descubrimos que Dios nos quiere empezaremos a querer, nos sentiremos hermanos en la enfermedad y procuraremos compartir la medicina. Esta es la diferencia entre Jesús, el hombre lleno del Espíritu, y nosotros, en quienes el Espíritu aún lucha con las tinieblas. Jesús es la Salud plena, el Agua pura, la Luz total, porque "en Él reside toda la plenitud de la Divinidad".

Nosotros somos enfermos en camino de curación, luz y sombras, agua no muy limpia. Quizás, sin embargo, por eso mismo podemos ser buenos médicos, porque sufrimos en nuestra propia carne la enfermedad y comprendemos bien lo que necesitan otros enfermos como nosotros.

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