Publicado por El Blog de X. Pikaza
He tratado estos días del Espíritu Santo, desde la perspectiva de Babel. Termino esta pequeña serie de Pentecostés con una reflexión sobre el Pecado contra el Espíritu Santo, comentando el texto básico de Marcos 3, 28-30.
El pecado contra el Espíritu Santo es el Infierno. Y el Infierno no son “los otros”, como dijo algún personaje de Sartre, sino aquellos que no dejan vivir a los otros, o mejor dicho, aquellos que no quieren que se salven los otros (que tengan un lugar en la fiesta y mesa de la vida).
El pecado contra el Espíritu Santo no lo cometen tampoco, sin más, aquellos que destruyen a los otros (como pederastas y otro tipo de perversos…, que bastante pecado tienen), sino aquellos que voluntariamente, por egoísmo propio, no dejan que los otros puedan salvarse y tener un lugar en la vida. Los que excluyen a pobres e impuros etc. para vivir sólo ellos (a costa de los demás), esos cometen el pecado contra el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es, según, eso el Abogado Defensor (Paráclito, Goel) de los pobres y excluídos. Pentecostés es la fiesta de todos, una fiesta en la que sólo quedan excluídos los que se excluyen a sí mismos, por excluir a los pobres (es decir, a los otros), por negarles el derecho a la vida, por razones que puedan parecen incluso muy santas.
Buen día de Pentecostés a todos (y a todas, como algunos dicen). Buen día, sin más..
Texto: Marcos 3, 29-30 .
28 En verdad os digo: todos los pecados y blasfemias que blasfemen se les perdonarán a los hijos de los hombres, 29 pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás; será reo de pecado eterno. 30 Porque decían: ¡tiene un espíritu impuro!
Introducción
El pecado que aquí se pone de relieve y se condena con más fuerza no es un pecado “contra Jesús”, en el sentido “dogmático” del término (como sería negar que él es Hijo de Dios), sino un pecado contra la “obra” de Jesús, representada por el Espíritu Santo, que se expresa y actúa en la liberación de los enfermos-posesos. El pecado es negar la salvación (la vida) para los oros.
a. Pecado contra el Espíritu Santo.
En sentido estricto, sólo pueden cometerlo aquellos que se oponen expresamente a la obra de Jesús (diciendo que ella proviene del Diablo), pero puede adquirir y adquiere una aplicación universal: consiste en negar o impedir, por razones de tipo “dogmático”, es decir, con fuerza y decisión, en un plano religioso/ideológico o social la liberación y vida de los “otros”, de aquellos que pueden parecer menos dignos (impuros, desechables). En esa línea, los que niegan a los otros el derecho a la vida (impidiendo que Jesús les libere) se niegan y/o pierden a sí mismos. Éste es su pecado imperdonable, ésta su destrucción.
−Principio: «Todos los pecados y blasfemias que blasfemen se les perdonarán a los hijos de los hombres…». Estamos ante una sentencia general de revelación salvadora, construida en pasivo divino y debe traducirse así: “Dios perdonará a los hombres todos los pecados y blasfemias…”. Esta frase nos sitúa ante la revelación suprema del “perdón” que es propio del Dios del evangelio (del Dios de Jesús). Esta declaración fundamental no nos sitúa, por tanto, ante un perdón y castigo equidistantes (Dios premia a unos y castiga a otros), sino ante el perdón originario y universal, ante la gracia de la vida del Dios que perdona todas las equivocaciones, errores y pecados de los hombres, desde su más alto “ser” que es gracia.
− Todos los pecados… Juan Bautista había proclamado un bautismo para perdón de los pecados (hamartiai, hamartêmata, que son en el fondo “errores”; 1, 4-5). Marcos nos ha dicho después que Jesús ofrecía a los hombres el “poder” de perdonar los pecados, por encima de la ley de los escribas (2, 7-10), acogiendo en su grupo a los “pecadores” (2, 17). En ese contexto añadirá Jesús que Dios ofrece generosamente el perdón de todos los pecados (en este caso, paraptômara, caídas: 11, 25), sin necesidad de un templo o de mediaciones sacerdotales, pero añadiendo que ese perdón está vinculado al que perdón que nosotros ofrecemos, como supone nuestro texto.
− Y blasfemias… Aquí se identifican en el fondo pecados (hamartêmata) y blasfemias (blasphemiai), en una línea que muy importante para Marcos. Según 14, 64, a Jesús le han condenado por haber proferido una “blasfemia”, al identificarse en el fondo con el Hijo del Hombre y al negar así la autoridad de los sacerdotes en contra de él. Pues bien, 3, 28 pasaje ratifica el perdón de Dios sobre todas las blasfemias que puedan “cometer” los hombres, no sólo contra Dios (que es el caso de blasfemia clave en Israel), sino incluso contra el mismo Jesús Hijo de Hombre (como ha comentado Mateo este pasaje (cf. Mt 12, 32). Eso significa que no existe ninguna blasfemia irreparable y que Dios puede remediarlo y perdonarlo todo.
−Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón… El Espíritu Santo es aquí, evidentemente, el poder divino que se expresa por el “bautismo” del Más Fuerte (cf. 1, 8), el poder de perdonar y de acoger a todos. Éste es el Espíritu que ha descendido sobre Jesús tras su bautismo, que le ha capacitado para luchar contra Satán (1, 10-13), tal como se expresa en su acción de sanador y exorcista. El Espíritu Santo se identifica así con la “causa” de los posesos, enfermos, leprosos, paralíticos, mancos e impuros de diverso tipo que Jesús ha ido curando. Blasfemar contra el Espíritu Santo es oponerse a la obra liberador de Jesús, a la acción del Espíritu santo, para seguir manteniendo oprimidos a los pobres, enfermos y posesos.
En defensa de los pobres y excluidos
Dura ha sido la acusación contra Jesús (¡dicen que está endemoniado!); durísima es ahora su respuesta, que más que en defensa de sí mismo (no condena a los que le condenan a él como persona), va en defensa de los “pobres”: ¡quienes no dejan que Dios libere a esos pobres, blasfeman contra el Espíritu Santo y se destruyen a sí mismos!.
Los escribas necesitan imponer su Ley (seguridad y santidad) para sentirse buenos y seguros (aunque ello suponga y exija la opresión de los endemoniados). No quieren la liberación de los posesos, no desean encontrarlos en la calle. Para disfrutar su propia seguridad, ellos expulsan, demonizan a los otros. Pues bien, Jesús les responde que, al actuar de esa manera, ellos se destruyen a sí mismos, cometiendo el pecado contra el Espíritu Santo, que consiste en oponerse al perdón universal de Dios, que se expresa de un modo privilegiado en la liberación y vida de los pobres.
b. Un pecado imperdonable.
Sólo en este contexto de perdón universal de Dios (que Jesús expresa y confirma al perdonar y acoger a posesos y enfermos, creando así una comunidad abierta) puede y debe hablarse de un “pecado imperdonable”, que consiste, precisamente, en negar el perdón, es decir, en rechazar a Dios, pero no un Dios en sí (en sentido abstracto, separado de la vida), ni siquiera a su enviado (a Jesús mismo, como Hijo de Hombre, añade Mt 12, 23), sino en negar y rechazar la salvación de los pobres e impuros. Dicho en otras palabras, el “infierno” (no perdón) recae sobre aquellos que se niegan absolutamente a perdonar, a los que expulsan a los otros y de un modo especial a los pequeños.
Jesús identifica la obra de Dios (la presencia del Espíritu Santo) con la liberación de los oprimidos. Por eso en su Reino sólo caben aquellos que buscan la libertad universal, de manera que los que justifican el sistema de opresión rechazan Jesús, pues no quieren aceptar su acción liberadora en favor de los encadenados y así corren el riesgo de condenarse, destruyéndose a sí mismos (su pecado no tiene perdón, pues ellos no quieren perdón).
De esta forma expresa Jesús su certeza de que ha llegado el fin de los tiempos (cf. 1, 14-15) y que ese fin es ante todo de perdón y no de juicio. Más aún, aceptando la simbología apocalíptica del cambio de los tiempos (con la destrucción de Satán), Jesús afirma que ese cambio se está realizando a través de su misma acción como exorcista, pues en ella se desvela el Espíritu divino. En este contexto, no hay necesidad de un sacerdocio ritual, ni de Yom Kippur o templo, para perdonar, pues el perdón de Dios se expresa a través de su misma acción reconciliadora, al servicio de los marginados y excluidos del sistema sacral anterior.
En este contexto se puede y debe hablar de un modo del “bautismo” que Jesús realiza por medio del Espíritu Santo y que se expresa en su acción a favor de posesos y excluidos (cf. 1, 8). Por eso, al hablar del pecado/blasfemia contra el Espíritu Santo, Jesús no está queriendo defenderse a sí mismo en cuanto posible persona con un tipo de dignidad sagrada superior, sino que está defendiendo a los pobres y excluidos de su entorno, a quienes él ayuda: ¡Impedir que los pobres se liberen, y hacerlo además en nombre de un posible sistema sagrado, ése es el pecado contra el Espíritu Santo! .
Por eso, los verdaderos ateos no son los que niegan a un Dios abstracto, sino los que se oponen a la acción creadora y liberadora de Dios en cuanto actúa a favor de los pobres del mundo. Aquí se muestra la victoria de Jesús contra Satán, el sentido “divino” de su obra. Para los de Qumrán, luchar contra Satán significaba formar parte de su grupo de pureza. Los sacerdotes de Jerusalén pensaban oponerse a Satán con sus sacrificios en el templo, garantizando así la santidad y orden del pueblo. De manera semejante, los escribas querían oponerse a Satán cumpliendo y haciendo cumplir la Ley de la nación sagrada.
Pues bien, en una línea diferente, Jesús ha descubierto a Dios en los perdidos y expulsados de su pueblo, y ha descubierto que luchar contra Satán no es separarse mejor de los "impuros" y expulsarlos, como muestra el rito de Kippur, sino ayudarles y acogerles, rescatándoles del poder diabólico, por obra del Espíritu, para ofrecerles así gratuitamente un lugar en el Reino La Santidad de Dios no se expresa en la separación ritual y nacional, sino en el amor abierto de manera creadora a los excluidos del sistema .
c. Porque decían: tiene un Espíritu Impuro.
Esta palabra recoge la acusación primera de los escribas en 3, 22-23, al afirmar que Jesús era un poseso: Tiene a Beelzebu y sus obras son diabólicas (expulsa demonios con el poder del príncipe de los demonios, que es Satán o Beelzebú). De esa forma, ellos condenan las “buenas obras de Jesús” queriendo descubrir al fondo de ellas un poder diabólico.
Está en juego el sentido de la acción de Dios, que los separados de Qumrán y otros judíos, como estos escribas, interpretaban en línea de sacralidad particular o de grupo. Pues bien, los cristianos, que han formulado este pasaje siguiendo la enseñanza y obra de Jesús, afirman que Dios ha desplegado su Espíritu por medio de la acción liberadora de Jesús, a favor de posesos, marginados y enfermos. Esta es la "prueba" de la presencia de Dios, aquí se decide el sentido de la historia humana, por medio de Jesús que, con la fuerza del Espíritu Santo, cura y acoge en amor a los marginados.
Por eso (al afirmar que Jesús tiene un espíritu impuro), aquellos que le acusan y condenan no pecan contra Jesús, sino contra del Espíritu de Dios, que se manifiesta y actúa en la liberación de los oprimidos; en este contexto no se puede afirmar que Dios les “condena”, sino que ellos mismos se condenan, pues no quieren el perdón, no quieran formar parte de la comunión del Reino.
Ésta ha sido la gran batalla en torno al evangelio. Los escribas acusan a Jesús de traición contra la casa nacional del judaísmo, afirmando que es un “poseso”, no un hombre de Dios, sino del Diablo, un emisario satánico. Jesús les contra-acusa diciendo que son ellos los que en realidad destruyen la obra de Dios (que es la liberación de los pobres-posesos-excluidos), corriendo así el riesgo de quedar prendidos bajo el poder de Satán (pecado contra el Espíritu Santo). La misma ayuda que Jesús ofrece a los proscritos, su forma de acoger a los posesos, pecadores, publicanos, viene a presentarse como articulum stantis et cadentis fidei: la verdad de la fe en Dios (la obra del Espíritu) se expresa en la solidaridad con los excluidos, tal como aparece en Jesús.
-- Dios. Para defender el mensaje de Dios y su acción liberadora a favor de los proscritos, Jesús tiene que rechazar a estos escribas y así lo hace, empleando la fórmula de revelación solemne (¡amen legô hymin!), por la que dice (cf. pasivo divino) que Dios mismo perdona los pecados, liberando a los antes proscritos (3, 28). En nombre de ese Dios actúa Jesús cuando ayuda a los posesos, de manera que en el fondo éste es un tema teológico. Sólo allí donde Dios se revela como amor, venciendo la opresión de los que intentan controlar a los demás con su legalismo, puede hablarse de evangelio.
-- Espíritu Santo. Han acusado a Jesús de poseso, infiltrado de Satán, Espíritu impuro (3, 22.30). Actuando de esa forma, los escribas pecan en contra del Espíritu Santo, rechazando la acción salvadora universal de Dios que convoca por Jesús a los posesos y pobres (3, 28-29). De esta forma se oponen los espíritus: el impuro de la destrucción del ser humano, vinculado a Satán; y el santo (=puro) que brota de Dios y actúa por medio de Jesús como fuerza de liberación. La “pureza” del Espíritu Santo no se expresa en forma de santidad sacral, sino de acción liberadora a favor de los mismos excluidos de la sociedad.
-- Jesús. En ese contexto aparece Jesús como el Fuerte (iskhyros, cf. 3, 27), en palabra que sitúa nuestra escena en el trasfondo de la promesa de Juan Bautista, que anunciaba la llegada del Mas Fuerte (iskhyroteros: 1, 7), que bautizará (liberará) a los hombres con Espíritu Santo (1, 8). Jesús vino a vencer a Satanás y ya le está venciendo. Esa victoria no implica el fortalecimiento de la ley, sino la superación de un tipo de ley como la de los escribas. Jesús no es mensajero de renovación de un orden sagrado; no ha venido a repetir u organizar en clave de ley lo que ya existía, para bien de la nación sagrada, como querían los escribas (cf. 1, 22), sino a vencer a Satanás y a construir sobre el mundo la nueva familia de Dios, con autoridad sobre los espíritus impuros (cf. 1, 21-28). El mismo Dios le ha llamado Hijo amado (1, 11); es evidente que tiene autoridad sobre su “casa” y así lo muestra liberando a los posesos.
El pecado contra el Espíritu Santo es el Infierno. Y el Infierno no son “los otros”, como dijo algún personaje de Sartre, sino aquellos que no dejan vivir a los otros, o mejor dicho, aquellos que no quieren que se salven los otros (que tengan un lugar en la fiesta y mesa de la vida).
El pecado contra el Espíritu Santo no lo cometen tampoco, sin más, aquellos que destruyen a los otros (como pederastas y otro tipo de perversos…, que bastante pecado tienen), sino aquellos que voluntariamente, por egoísmo propio, no dejan que los otros puedan salvarse y tener un lugar en la vida. Los que excluyen a pobres e impuros etc. para vivir sólo ellos (a costa de los demás), esos cometen el pecado contra el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es, según, eso el Abogado Defensor (Paráclito, Goel) de los pobres y excluídos. Pentecostés es la fiesta de todos, una fiesta en la que sólo quedan excluídos los que se excluyen a sí mismos, por excluir a los pobres (es decir, a los otros), por negarles el derecho a la vida, por razones que puedan parecen incluso muy santas.
Buen día de Pentecostés a todos (y a todas, como algunos dicen). Buen día, sin más..
Texto: Marcos 3, 29-30 .
28 En verdad os digo: todos los pecados y blasfemias que blasfemen se les perdonarán a los hijos de los hombres, 29 pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás; será reo de pecado eterno. 30 Porque decían: ¡tiene un espíritu impuro!
Introducción
El pecado que aquí se pone de relieve y se condena con más fuerza no es un pecado “contra Jesús”, en el sentido “dogmático” del término (como sería negar que él es Hijo de Dios), sino un pecado contra la “obra” de Jesús, representada por el Espíritu Santo, que se expresa y actúa en la liberación de los enfermos-posesos. El pecado es negar la salvación (la vida) para los oros.
a. Pecado contra el Espíritu Santo.
En sentido estricto, sólo pueden cometerlo aquellos que se oponen expresamente a la obra de Jesús (diciendo que ella proviene del Diablo), pero puede adquirir y adquiere una aplicación universal: consiste en negar o impedir, por razones de tipo “dogmático”, es decir, con fuerza y decisión, en un plano religioso/ideológico o social la liberación y vida de los “otros”, de aquellos que pueden parecer menos dignos (impuros, desechables). En esa línea, los que niegan a los otros el derecho a la vida (impidiendo que Jesús les libere) se niegan y/o pierden a sí mismos. Éste es su pecado imperdonable, ésta su destrucción.
−Principio: «Todos los pecados y blasfemias que blasfemen se les perdonarán a los hijos de los hombres…». Estamos ante una sentencia general de revelación salvadora, construida en pasivo divino y debe traducirse así: “Dios perdonará a los hombres todos los pecados y blasfemias…”. Esta frase nos sitúa ante la revelación suprema del “perdón” que es propio del Dios del evangelio (del Dios de Jesús). Esta declaración fundamental no nos sitúa, por tanto, ante un perdón y castigo equidistantes (Dios premia a unos y castiga a otros), sino ante el perdón originario y universal, ante la gracia de la vida del Dios que perdona todas las equivocaciones, errores y pecados de los hombres, desde su más alto “ser” que es gracia.
− Todos los pecados… Juan Bautista había proclamado un bautismo para perdón de los pecados (hamartiai, hamartêmata, que son en el fondo “errores”; 1, 4-5). Marcos nos ha dicho después que Jesús ofrecía a los hombres el “poder” de perdonar los pecados, por encima de la ley de los escribas (2, 7-10), acogiendo en su grupo a los “pecadores” (2, 17). En ese contexto añadirá Jesús que Dios ofrece generosamente el perdón de todos los pecados (en este caso, paraptômara, caídas: 11, 25), sin necesidad de un templo o de mediaciones sacerdotales, pero añadiendo que ese perdón está vinculado al que perdón que nosotros ofrecemos, como supone nuestro texto.
− Y blasfemias… Aquí se identifican en el fondo pecados (hamartêmata) y blasfemias (blasphemiai), en una línea que muy importante para Marcos. Según 14, 64, a Jesús le han condenado por haber proferido una “blasfemia”, al identificarse en el fondo con el Hijo del Hombre y al negar así la autoridad de los sacerdotes en contra de él. Pues bien, 3, 28 pasaje ratifica el perdón de Dios sobre todas las blasfemias que puedan “cometer” los hombres, no sólo contra Dios (que es el caso de blasfemia clave en Israel), sino incluso contra el mismo Jesús Hijo de Hombre (como ha comentado Mateo este pasaje (cf. Mt 12, 32). Eso significa que no existe ninguna blasfemia irreparable y que Dios puede remediarlo y perdonarlo todo.
−Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón… El Espíritu Santo es aquí, evidentemente, el poder divino que se expresa por el “bautismo” del Más Fuerte (cf. 1, 8), el poder de perdonar y de acoger a todos. Éste es el Espíritu que ha descendido sobre Jesús tras su bautismo, que le ha capacitado para luchar contra Satán (1, 10-13), tal como se expresa en su acción de sanador y exorcista. El Espíritu Santo se identifica así con la “causa” de los posesos, enfermos, leprosos, paralíticos, mancos e impuros de diverso tipo que Jesús ha ido curando. Blasfemar contra el Espíritu Santo es oponerse a la obra liberador de Jesús, a la acción del Espíritu santo, para seguir manteniendo oprimidos a los pobres, enfermos y posesos.
En defensa de los pobres y excluidos
Dura ha sido la acusación contra Jesús (¡dicen que está endemoniado!); durísima es ahora su respuesta, que más que en defensa de sí mismo (no condena a los que le condenan a él como persona), va en defensa de los “pobres”: ¡quienes no dejan que Dios libere a esos pobres, blasfeman contra el Espíritu Santo y se destruyen a sí mismos!.
Los escribas necesitan imponer su Ley (seguridad y santidad) para sentirse buenos y seguros (aunque ello suponga y exija la opresión de los endemoniados). No quieren la liberación de los posesos, no desean encontrarlos en la calle. Para disfrutar su propia seguridad, ellos expulsan, demonizan a los otros. Pues bien, Jesús les responde que, al actuar de esa manera, ellos se destruyen a sí mismos, cometiendo el pecado contra el Espíritu Santo, que consiste en oponerse al perdón universal de Dios, que se expresa de un modo privilegiado en la liberación y vida de los pobres.
b. Un pecado imperdonable.
Sólo en este contexto de perdón universal de Dios (que Jesús expresa y confirma al perdonar y acoger a posesos y enfermos, creando así una comunidad abierta) puede y debe hablarse de un “pecado imperdonable”, que consiste, precisamente, en negar el perdón, es decir, en rechazar a Dios, pero no un Dios en sí (en sentido abstracto, separado de la vida), ni siquiera a su enviado (a Jesús mismo, como Hijo de Hombre, añade Mt 12, 23), sino en negar y rechazar la salvación de los pobres e impuros. Dicho en otras palabras, el “infierno” (no perdón) recae sobre aquellos que se niegan absolutamente a perdonar, a los que expulsan a los otros y de un modo especial a los pequeños.
Jesús identifica la obra de Dios (la presencia del Espíritu Santo) con la liberación de los oprimidos. Por eso en su Reino sólo caben aquellos que buscan la libertad universal, de manera que los que justifican el sistema de opresión rechazan Jesús, pues no quieren aceptar su acción liberadora en favor de los encadenados y así corren el riesgo de condenarse, destruyéndose a sí mismos (su pecado no tiene perdón, pues ellos no quieren perdón).
De esta forma expresa Jesús su certeza de que ha llegado el fin de los tiempos (cf. 1, 14-15) y que ese fin es ante todo de perdón y no de juicio. Más aún, aceptando la simbología apocalíptica del cambio de los tiempos (con la destrucción de Satán), Jesús afirma que ese cambio se está realizando a través de su misma acción como exorcista, pues en ella se desvela el Espíritu divino. En este contexto, no hay necesidad de un sacerdocio ritual, ni de Yom Kippur o templo, para perdonar, pues el perdón de Dios se expresa a través de su misma acción reconciliadora, al servicio de los marginados y excluidos del sistema sacral anterior.
En este contexto se puede y debe hablar de un modo del “bautismo” que Jesús realiza por medio del Espíritu Santo y que se expresa en su acción a favor de posesos y excluidos (cf. 1, 8). Por eso, al hablar del pecado/blasfemia contra el Espíritu Santo, Jesús no está queriendo defenderse a sí mismo en cuanto posible persona con un tipo de dignidad sagrada superior, sino que está defendiendo a los pobres y excluidos de su entorno, a quienes él ayuda: ¡Impedir que los pobres se liberen, y hacerlo además en nombre de un posible sistema sagrado, ése es el pecado contra el Espíritu Santo! .
Por eso, los verdaderos ateos no son los que niegan a un Dios abstracto, sino los que se oponen a la acción creadora y liberadora de Dios en cuanto actúa a favor de los pobres del mundo. Aquí se muestra la victoria de Jesús contra Satán, el sentido “divino” de su obra. Para los de Qumrán, luchar contra Satán significaba formar parte de su grupo de pureza. Los sacerdotes de Jerusalén pensaban oponerse a Satán con sus sacrificios en el templo, garantizando así la santidad y orden del pueblo. De manera semejante, los escribas querían oponerse a Satán cumpliendo y haciendo cumplir la Ley de la nación sagrada.
Pues bien, en una línea diferente, Jesús ha descubierto a Dios en los perdidos y expulsados de su pueblo, y ha descubierto que luchar contra Satán no es separarse mejor de los "impuros" y expulsarlos, como muestra el rito de Kippur, sino ayudarles y acogerles, rescatándoles del poder diabólico, por obra del Espíritu, para ofrecerles así gratuitamente un lugar en el Reino La Santidad de Dios no se expresa en la separación ritual y nacional, sino en el amor abierto de manera creadora a los excluidos del sistema .
c. Porque decían: tiene un Espíritu Impuro.
Esta palabra recoge la acusación primera de los escribas en 3, 22-23, al afirmar que Jesús era un poseso: Tiene a Beelzebu y sus obras son diabólicas (expulsa demonios con el poder del príncipe de los demonios, que es Satán o Beelzebú). De esa forma, ellos condenan las “buenas obras de Jesús” queriendo descubrir al fondo de ellas un poder diabólico.
Está en juego el sentido de la acción de Dios, que los separados de Qumrán y otros judíos, como estos escribas, interpretaban en línea de sacralidad particular o de grupo. Pues bien, los cristianos, que han formulado este pasaje siguiendo la enseñanza y obra de Jesús, afirman que Dios ha desplegado su Espíritu por medio de la acción liberadora de Jesús, a favor de posesos, marginados y enfermos. Esta es la "prueba" de la presencia de Dios, aquí se decide el sentido de la historia humana, por medio de Jesús que, con la fuerza del Espíritu Santo, cura y acoge en amor a los marginados.
Por eso (al afirmar que Jesús tiene un espíritu impuro), aquellos que le acusan y condenan no pecan contra Jesús, sino contra del Espíritu de Dios, que se manifiesta y actúa en la liberación de los oprimidos; en este contexto no se puede afirmar que Dios les “condena”, sino que ellos mismos se condenan, pues no quieren el perdón, no quieran formar parte de la comunión del Reino.
Ésta ha sido la gran batalla en torno al evangelio. Los escribas acusan a Jesús de traición contra la casa nacional del judaísmo, afirmando que es un “poseso”, no un hombre de Dios, sino del Diablo, un emisario satánico. Jesús les contra-acusa diciendo que son ellos los que en realidad destruyen la obra de Dios (que es la liberación de los pobres-posesos-excluidos), corriendo así el riesgo de quedar prendidos bajo el poder de Satán (pecado contra el Espíritu Santo). La misma ayuda que Jesús ofrece a los proscritos, su forma de acoger a los posesos, pecadores, publicanos, viene a presentarse como articulum stantis et cadentis fidei: la verdad de la fe en Dios (la obra del Espíritu) se expresa en la solidaridad con los excluidos, tal como aparece en Jesús.
-- Dios. Para defender el mensaje de Dios y su acción liberadora a favor de los proscritos, Jesús tiene que rechazar a estos escribas y así lo hace, empleando la fórmula de revelación solemne (¡amen legô hymin!), por la que dice (cf. pasivo divino) que Dios mismo perdona los pecados, liberando a los antes proscritos (3, 28). En nombre de ese Dios actúa Jesús cuando ayuda a los posesos, de manera que en el fondo éste es un tema teológico. Sólo allí donde Dios se revela como amor, venciendo la opresión de los que intentan controlar a los demás con su legalismo, puede hablarse de evangelio.
-- Espíritu Santo. Han acusado a Jesús de poseso, infiltrado de Satán, Espíritu impuro (3, 22.30). Actuando de esa forma, los escribas pecan en contra del Espíritu Santo, rechazando la acción salvadora universal de Dios que convoca por Jesús a los posesos y pobres (3, 28-29). De esta forma se oponen los espíritus: el impuro de la destrucción del ser humano, vinculado a Satán; y el santo (=puro) que brota de Dios y actúa por medio de Jesús como fuerza de liberación. La “pureza” del Espíritu Santo no se expresa en forma de santidad sacral, sino de acción liberadora a favor de los mismos excluidos de la sociedad.
-- Jesús. En ese contexto aparece Jesús como el Fuerte (iskhyros, cf. 3, 27), en palabra que sitúa nuestra escena en el trasfondo de la promesa de Juan Bautista, que anunciaba la llegada del Mas Fuerte (iskhyroteros: 1, 7), que bautizará (liberará) a los hombres con Espíritu Santo (1, 8). Jesús vino a vencer a Satanás y ya le está venciendo. Esa victoria no implica el fortalecimiento de la ley, sino la superación de un tipo de ley como la de los escribas. Jesús no es mensajero de renovación de un orden sagrado; no ha venido a repetir u organizar en clave de ley lo que ya existía, para bien de la nación sagrada, como querían los escribas (cf. 1, 22), sino a vencer a Satanás y a construir sobre el mundo la nueva familia de Dios, con autoridad sobre los espíritus impuros (cf. 1, 21-28). El mismo Dios le ha llamado Hijo amado (1, 11); es evidente que tiene autoridad sobre su “casa” y así lo muestra liberando a los posesos.
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