“¡Ven, Espíritu Santo!
Tú, que has intervenido en la historia, desde la creación del mundo.
Tú, que como regalo pascual de Cristo resucitado a los suyos, has inundado el corazón de tus fieles de gracia, con el don divino de la misericordia.
Tú, que en los albores de la Iglesia te entregaste como don divino de perdón.
Tú, que no dejas de asistir al pueblo adquirido con agua y con sangre, para que sea testigo de la verdad del Evangelio.
Tú, que de manera discreta inflamas el corazón de los discípulos del Señor, hasta que llegan a reconocer que está vivo y presente en medio de la comunidad.
Tú, que has impulsado a través de los siglos la nave de la Iglesia con el viento de la renovación y la riqueza de los carismas.
Espíritu Santo, fascinante reflejo de la Belleza increada.
Espíritu Santo, regalo permanente del Resucitado.
Espíritu Santo, manifestación del Amor de Dios.
Espíritu Santo, consuelo interior, paz del alma, atracción hacia el bien.
Espíritu Santo, resonancia del querer divino a través de mociones consoladoras.
Espíritu Santo, fiel amigo del alma.
Espíritu Santo, don copioso de luz, sabiduría, inteligencia y consejo.
Espíritu Santo, gracia remecida en el corazón de tus fieles.
Ven, de nuevo, en esta hora recia, sobre los que te suplican, y sobre todos los que tenemos necesidad de ti, y enciende y mantén en nosotros el fuego de tu amor.
Ven, Espíritu de Cristo resucitado, colma de alegría, de esperanza, de serenidad a toda la Iglesia, que tu presencia invisible consolide la fe, la comunión, la confianza de todos los cristianos, en esta hora difícil, en la que se cierne sobre nosotros el descrédito, la tristeza y la desconfianza.
Ven, Tú que eres tregua, alivio, descanso, y conforta a quienes se sienten cansados de remar contra corriente, y gustan los sabores del fracaso, del agotamiento, y los efectos de la propia debilidad.
Ven, Tú que eres fortaleza, sostenimiento y valor, afianza la fe del pueblo de Dios y de sus pastores.
Ven, Espíritu defensor, pon en los labios de los que presiden las comunidades palabras de sabiduría, de consejo, que conduzcan al pueblo de Dios por las sendas del bien y de la verdad.
Ven, Espíritu de santidad, manifiesta que el bien ha podido al mal, la vida a la muerte, el amor al odio.
Ven, Espíritu Santo, y renueva en esta hora los dones y frutos de aquel primer Pentecostés, para que el mundo conozca de dónde viene la salvación y los cristianos seamos testigos valientes de la verdad, que Tú nos has revelado.”
Tú, que has intervenido en la historia, desde la creación del mundo.
Tú, que como regalo pascual de Cristo resucitado a los suyos, has inundado el corazón de tus fieles de gracia, con el don divino de la misericordia.
Tú, que en los albores de la Iglesia te entregaste como don divino de perdón.
Tú, que no dejas de asistir al pueblo adquirido con agua y con sangre, para que sea testigo de la verdad del Evangelio.
Tú, que de manera discreta inflamas el corazón de los discípulos del Señor, hasta que llegan a reconocer que está vivo y presente en medio de la comunidad.
Tú, que has impulsado a través de los siglos la nave de la Iglesia con el viento de la renovación y la riqueza de los carismas.
Espíritu Santo, fascinante reflejo de la Belleza increada.
Espíritu Santo, regalo permanente del Resucitado.
Espíritu Santo, manifestación del Amor de Dios.
Espíritu Santo, consuelo interior, paz del alma, atracción hacia el bien.
Espíritu Santo, resonancia del querer divino a través de mociones consoladoras.
Espíritu Santo, fiel amigo del alma.
Espíritu Santo, don copioso de luz, sabiduría, inteligencia y consejo.
Espíritu Santo, gracia remecida en el corazón de tus fieles.
Ven, de nuevo, en esta hora recia, sobre los que te suplican, y sobre todos los que tenemos necesidad de ti, y enciende y mantén en nosotros el fuego de tu amor.
Ven, Espíritu de Cristo resucitado, colma de alegría, de esperanza, de serenidad a toda la Iglesia, que tu presencia invisible consolide la fe, la comunión, la confianza de todos los cristianos, en esta hora difícil, en la que se cierne sobre nosotros el descrédito, la tristeza y la desconfianza.
Ven, Tú que eres tregua, alivio, descanso, y conforta a quienes se sienten cansados de remar contra corriente, y gustan los sabores del fracaso, del agotamiento, y los efectos de la propia debilidad.
Ven, Tú que eres fortaleza, sostenimiento y valor, afianza la fe del pueblo de Dios y de sus pastores.
Ven, Espíritu defensor, pon en los labios de los que presiden las comunidades palabras de sabiduría, de consejo, que conduzcan al pueblo de Dios por las sendas del bien y de la verdad.
Ven, Espíritu de santidad, manifiesta que el bien ha podido al mal, la vida a la muerte, el amor al odio.
Ven, Espíritu Santo, y renueva en esta hora los dones y frutos de aquel primer Pentecostés, para que el mundo conozca de dónde viene la salvación y los cristianos seamos testigos valientes de la verdad, que Tú nos has revelado.”
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