Por José María Maruri, SJ
1.- De las tres lecturas de hoy sólo el evangelio está en consonancia con el ambiente veraniego que vivimos. Porque ni esas luchas del Apocalipsis, ni eso de viejo y nuevo Adán le dice nada a un señor tumbado en la arena de la playa, ni a unos chicos bailando en una discoteca. Pero en el evangelio aparece la Virgen, diríamos, yéndose de vacaciones a la sierra a casa de su prima Isabel. La Virgen caminante, siempre camino de la luz, no como esos vuelos que parten de noche, vuelan de noche y llegan de noche, sino como esos otros que parten de día, y van todo el camino tratando de coger el sol en su alborada, caminando en la luz y en busca de la luz.
2.- La Virgen María en su Inmaculada Concepción ya está en el amanecer de una nueva humanidad, no sujeta al pecado, es decir, no sujeta al egoísmo, raíz de todo pecado, que es el rechazo al amor de Dios y de los hombres.
Egoísmo que no existió en María, y que es en nosotros como yerba salvaje, que chupa toda la sabia de la tierra de nuestro corazón, lo seca y hace imposible que el amor de Dios y de los hombres anide allí.
El corazón de María estuvo siempre libre de ese tremendo yerbajo, y por tanto tan abierto al amor, que Dios que es Amor, se vino a habitar en Ella, y tomó en Ella cuerpo humano, convirtiendo a María en Madre de Dios. María, caminando siempre hacia la luz.
3.- La fiesta de hoy es la llegada a su término de ese vuelo de María hacia la luz, el abraso definitivo con el amanecer de Dios. María, puro ser humano, realiza en si misma lo que la resurrección de su Hijo comporta a todos nosotros, porque si por todos resucitó en El hemos resucitado todos, y María, como la primera por ser Madre de por todos Dios, alcanza esa resurrección sin pasar por la corrupción de su cuerpo.
Hoy es una fiesta más de la exaltación del cuerpo humano, es decir de eso que somos, como dijo Juan Pablo II, que no es que tengamos un cuerpo, es que somos cuerpo. El ser humano, el cuerpo humano en María llega hoy a esa eterna alborada hacia la que camina y vuela. Hoy en María, ese cuerpo que somos no que tenemos, como dijo Juan Pablo II, llega a la eterna alborada hacia la que camina y vuela.
2.- La Virgen María en su Inmaculada Concepción ya está en el amanecer de una nueva humanidad, no sujeta al pecado, es decir, no sujeta al egoísmo, raíz de todo pecado, que es el rechazo al amor de Dios y de los hombres.
Egoísmo que no existió en María, y que es en nosotros como yerba salvaje, que chupa toda la sabia de la tierra de nuestro corazón, lo seca y hace imposible que el amor de Dios y de los hombres anide allí.
El corazón de María estuvo siempre libre de ese tremendo yerbajo, y por tanto tan abierto al amor, que Dios que es Amor, se vino a habitar en Ella, y tomó en Ella cuerpo humano, convirtiendo a María en Madre de Dios. María, caminando siempre hacia la luz.
3.- La fiesta de hoy es la llegada a su término de ese vuelo de María hacia la luz, el abraso definitivo con el amanecer de Dios. María, puro ser humano, realiza en si misma lo que la resurrección de su Hijo comporta a todos nosotros, porque si por todos resucitó en El hemos resucitado todos, y María, como la primera por ser Madre de por todos Dios, alcanza esa resurrección sin pasar por la corrupción de su cuerpo.
Hoy es una fiesta más de la exaltación del cuerpo humano, es decir de eso que somos, como dijo Juan Pablo II, que no es que tengamos un cuerpo, es que somos cuerpo. El ser humano, el cuerpo humano en María llega hoy a esa eterna alborada hacia la que camina y vuela. Hoy en María, ese cuerpo que somos no que tenemos, como dijo Juan Pablo II, llega a la eterna alborada hacia la que camina y vuela.
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