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martes, 24 de agosto de 2010

Recuperación 5. Romper las cadenas, nacer de nuevo

Publicado por El Blog de X. Pikaza

El blog se mueve mucho, quizá porque es verano y siguen los fuegos de agosto (en el hemisferio norte). Como dice sabiamente Burbuleta, empezamos por la burocracia de la iglesia y terminamos con la salvación de los no-cristianos y con el bautismo de los niños. Es normal, los temas que de verdad importan son los eternos.

Quedan pendientes varios temas, como iglesia y pobreza, iglesia y estado etc. Tiempo al tiempo, que un blog no es un consultorio de la Hermana Francis, ni el bloguero tiene todas las respuestas. Además, para respuestas-respuestas ya están las del enter virtual Hisopo. Aunque sea un ser virtual, que, por tanto, no puede enfadarse, pues no está bautizado, ni puede recibir heridas, lamento muchísimo que Ambrosio le haya llamado Hys-opus –ojo al griego hys, el opus es claro – y que Hisopo le haya respondido “carabina”, aunque no haya respondido a su pregunta sobre un documento del 93. Ciertamente, los entes virtuales no pueden bautizarse (para ello hay que ser persona), pero pongo una pila bautismal, por si acaso, con mucha agua bendita en su interior, y del siglo XII, antes de la crisis escolástica.

El blog es como un Árbol de Navidad donde cada cual va poniendo su regalo (hay algunos muy buenos: Gracias Galetel, Burbuleta. Sofía, Roser etc etc.), aunque hay algunos comentaristas que se hacen pará-sitos, en el sentido etimológico, como la zarza de Jc 9, 14-15. De todas formas, sean todos bienvenidos.

Como había pensado, sigo con la quinta entrega de la “recuperación”, pues llega casi septiembre (que en estas tierra era tiempo de recuperaciones escolares). Éste es un tema vinculado al bautismo: nacer de nuevo. A eso aluden las imágenes: romper la cadena, recuperar la pila bautismal. Buena semana a todos, entes reales y virtuals del blog.

Significativamente el surgimiento de la iglesia implica una ruptura.

La tradición israelita sabe también que Abraham tuvo que dejar patria, tribu y familia, para engendrar nueva familia de bendición para todas las tribus y naciones de la tierra (Gen 12, 1-3). Moisés y los hebreos instalados en Egipto debieron oponerse al Faraón, quizá el primero de los grandes y eficaces sistemas de planificación económico-social del mundo, para caminar por el desierto hacia una existencia en libertad compartida.

También Buda rompió con su familia, con las gentes instaladas en la fácil y egoísta belleza del palacio y reino, para descubrir el sufrimiento y compartirlo con los hombres y mujeres de su entorno, abriendo así una vía de iluminación liberadora. Finalmente, Mahoma cortó los lazos tribales y sociales de la ciudad de comerciantes egoístas (Meca), en gesto de gran peregrinación o huída (Hijra, Hégira), que marca el comienzo de la experiencia musulmana.

De la ruptura de Jesús hemos venido hablando varias veces en este blog.

Rompió con la red de relaciones e intereses que había tejido en su entorno la familia (cf. Mc 3, 31-35), para ofrecer humanidad compartida y esperanza a los excluidos del sistema. Rompió también con los pilares sagrados del sistema israelita (ley y templo) y con la estructura imperial y económica de Roma, siendo así crucificado, de manera que la pascua es ratificación divina de su rompimiento mesiánico.

Como testigos y continuadores de aquel gesto nos sabemos hoy nosotros, cristianos del tercer milenio, llamados a ofrecer el testimonio de Dios más allá del sistema, a nivel de gratuidad y comunicación personal. No rompemos lo anterior para crear otro pueblo como el de Abrahán o Moisés, ni para establecer la ley islámica, como Mahoma; ni hemos dejado la seguridad del sistema para descubrir la luz interna, más allá de los deseos, como Buda. Admiramos, ciertamente, esas rupturas y nos sentimos solidarios de quienes las hicieron y las siguen haciendo en China o India, África o América. Pero buscamos la del Cristo.

En el post anterior he citado un signo actual de esa ruptura: el despliegue de los papeles y documentaciones del sistema, está hecho de representaciones y burocracia, donde cada uno recibe su número y lugar en el conjunto. Rompiendo el estuche de hierro del sistema, la iglesia quiere ser signo de encuentro personal, donde cada uno sea lo que es (quien es) en confianza inmediata, sin números, papeles, ni documentaciones.

Sin números, papeles, ni documentaciones.

Se dirá que la iglesia ha sido la primera en acudir a los papeles, al fijar su canon en la Biblia. Paradójicamente es así. Pero la Biblia no es un libro-información, ni un texto-espectáculo, sino testimonio personal de fe, signo y memoria de la ruptura pascual que la iglesia debe mantener y actualizar en cada momento de su historia.

Frente al riesgo del espectáculo que engaña (idolatría) y sobre la burocracia que esclaviza (organizando la vida según ley), se eleva el testimonio de ese Libro (Biblia) que cada generación de cristianos asume como propio, para recrear su ruptura creadora, en perspectiva de misterio y gratuidad, encuentro con Dios y comunión interhumana. En ese fondo se sitúa la ruptura familiar de Jesús y la ruptura orante de la iglesia.

En el principio de la iglesia está gesto de Jesús que abandona su buena familia,

para plantar su casa entre los pobres y excluidos del sistema (enfermos, posesos, pecadores). Jesús y sus discípulos dejaron el orden de los sabios, buenos militares de la liberación (celotas), puros y perfectos (fariseos, esenios), para hacerse hermanos de los excluidos.

Éste no es un rechazo hacia la soledad interior, para aislarse del mundo, sino hacia la universalidad, reconociendo la presencia y don de Dios en aquellos que no importan ni cuentan en las estadísticas, pues están fuera de los buenos libros y de los espectáculos sagrados o profanos de los triunfadores. De manera consecuente, para mantenerse fiel al evangelio, la iglesia debe tomar su tienda y moverse a la periferia del sistema: romper su vinculación con las estructuras de poder, sus ventajas diplomáticas y sociales, para sentarse en la calle de la vida, con Jesús y sus primeros discípulos, creando familia en gratuidad universal, por encima de la ley del mundo.

Ésta es una ruptura de comunicación orante.

Hay una oración del sistema, que se expresa en forma de representación, como espectáculo circense, gran teatro del mundo, organizado por los medios (radio, intenet, televisión). Vivimos en una sociedad mediática. Ciertamente, los "medios" en sí son neutrales y pueden ayudar al ser humano, pero pueden crear adición y no crean comunión. Por eso, la palabra de la iglesia debe superar ese nivel y conducirnos con Jesús al lugar de la ruptura orante, al encuentro personal con Dios. Jesús rechazó el culto del sistema (sacrificios, ritos nacionales), para dialogar con Dios desde la vida, en comunión directa con los hombres y mujeres de su entorno. Ciertamente, la iglesia actual habla de oración, pero a veces parece que le tiene miedo.

La mayoría de los templos cristianos de occidente se han cerrado o son para turistas. Muchos orantes recetas o modelos orientales, como si la fuente de misterio de la iglesia su hubiera secado: no hay apenas varones contemplativos; las admirables mujeres de las grandes tradiciones monacales (benedictinas, franciscanas, carmelitas) viven cerradas en clausuras legales, bajo el dominio de clérigos no orantes (o menos orantes) y su influjo no parece grande en el conjunto de la iglesia...

Estos dos momentos de la ruptura cristiana (social y contemplativo) son inseparables. El descubrimiento del valor de los pequeños, a nivel de humanidad cercana, no por la estructura del sistema, y el descubrimiento y cultivo del misterio personal de Dios, son como dos piernas para el caminar humano. Frente a la lógica del sistema, que a todos domina y en el fondo iguala, expulsando a los más débiles, se eleva la experiencia de gratuidad, que se concreta en el valor de cada uno de los hombres y mujeres, capaces de encontrar a Dios libremente en la intimidad de su existencia, para abrirse en amor liberador hacia los otros.

Un punto de partida es el la apertura concreta hacia los pobres o excluidos.

No valen por sistema, espectáculo u organización, sino por ellos mismos: son dignos de amor, especialmente si están necesitados. Frente al Todo del orden social que promete beatitud a sus privilegiados, se elevan el enfermo y moribundo de Buda, el huérfano, viuda y extranjero de la tradición israelita. Ellos son signo de un Dios de gratuidad, que habita en lo escondido, rompiendo y superando los modelos de sacralidad del mundo, propios de las religiones organizadas, que acaban bendiciendo el sistema (buena familia, culto bueno, sacerdotes funcionarios de los grandes ritos eclesiales). Sobre esta ruptura de los pobres (enfermos, pecadores, leprosos, manchados) ha trazado Jesús su camino mesiánico, ha iniciado la marcha de su iglesia.

El otro punto de partida es el encuentro gratuito y personal con Dios,

a quien cada creyente descubre como fuente de ser y amor cercano (Padre). Este es el alfabeto y lenguaje de la iglesia, en una sociedad de espectáculo y planificación. Por encima de todo fingimiento, el fiel acoge y agradece la vida como don (=cree). Por eso vive en libertad: nada le puede dominar, nadie puede dirigirle desde fuera, pues se sabe querido de Dios, elegido, en manos del misterio fundante que es el Padre. Se dice que el budismo nace cuando reconocemos la omnipotencia del dolor y superamos la dictadura del deseo que domina y destruye nuestra vida. Pues bien, el cristianismo nace y se expande allí donde afirmamos sorprendidos, respondiendo a su palabra y presencia de amor, que hay Dios y que él es Padre nuestro y de los expulsados del sistema.

La pascua ratifica esos principios de ruptura, según la confesión cristiana:

Dios es Padre porque ha resucitado a Jesús, avalando su gesto y camino de Reino. La confesión cristiana se expresa en dos principios (Dios Padre, los pobres) y promueve una comunidad de creyentes, que rompen los modelos normales del sistema, para crear una comunidad alternativa de gracia y encuentro entre personas.

Éste es el milagro, este el secreto: hombres y mujeres pueden vivir y vincularse por la fe en el Padre, en comunión de amor a los pequeños, excluidos del sistema. Desde esa confesión se unieron los primeros cristianos, esperando la próxima venida de Jesús, el fin del tiempo. Pero Jesús no llegó de aquella forma (en parusía espectacular), sino que viene por la pascua, en la comunidad creyente, que se funda en Dios (fuente de gracia) y se abre a los excluidos (signo de presencia divina), rompiendo los moldes del sistema.

Más allá de toda representación y ley, planificación y fingimiento, Dios Padre es principio personal de vida, a quien podemos encontrar en oración. Más allá del sistema están los excluidos e impotentes (enfermos, impuros...) a quienes desde Dios amamos. Sobre ese doble (y único) principio de exterioridad sistémica (Dios y los pobres) fundan cristianos su ruptura, expresan el sentido de la vida sobre el mundo .

Conclusión.

Ningún sistema sacral o jerarquía religiosa, puede avalar y justificar los dos principios de ruptura que he destacado (Dios y los pobres), vinculados por la experiencia de oración y el gesto de servicio y amor mutuo. Por eso, los cristianos se saben dislocados en el mundo. Lo que ellos más valoran no vale en el sistema: ni es necesario su Dios, ni son necesarios sus pobres. Ambos moran fuera del sistema: superan los cálculos, son signo radical de gracia, expresión de la extrañeza de la vida. No sabemos por qué son así, cómo funcionan, porque simplemente no funcionan: ni el Padre Dios ni los pobres hombres sirven al sistema, que se limita a utilizarlos o los tolera. El dios del mundo opera sacralizando religiosamente el orden establecido. El Dios de Jesús rompe la estructura del sistema, para revelarse como gratuidad en la oración contemplativa y en amor a los excluidos.

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