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jueves, 16 de septiembre de 2010

Comentario Bíblico y Pautas para la Homilia:XXV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 16, 1-13) - Ciclo C


"No podéis servir a Dios y al dinero".
Publicado por Los Dominicos

Introducción

La celebración de este domingo nos propone una lección de fidelidad y de verdad. Una lección en la que caminar desde la verdad en la administración de nuestra vida, y teniendo en cuenta a quien camina a nuestro lado, nos asegura la vida eterna, esa porción de bien interminable que es la salvación de Dios.

Una lección ésta que supo entender de manera brillante John Henry Newman. Hoy con toda la Iglesia Universal, la Iglesia Católica en el Reino Unido nos alegramos con la beatificación de esta figura insigne y brillante del siglo XIX inglés.

El cardenal Newman, precursor del Concilio Vaticano II, comprendió que la salvación del ser humano por parte de Dios, pasa ineludiblemente por el mismo ser humano, por su libertad y por su voluntad de ser, en verdad, administrador del bien de su vida y responsable en el bien y para el bien de la vida de quienes caminan por este mundo a su lado.



Comentario bíblico

No se puede servir a dos señores

Iª Lectura: Amós (8,4-7): Contra el dinero como religión

I.1. Hoy nos enfrentan los textos de la liturgia con esa realidad que se valora tanto en la vida de los hombres: el poder, el dinero y la vanagloria. Sabemos que la religión debe estar inmersa en la vida de cada día como planteamiento ético y no podemos soslayar los criterios más determinantes que deben identificar a una comunidad cristiana en el mundo. En este sentido, la primera lectura, tomada del profeta Amós, es una buena muestra de lo que decimos. Sabemos que el profeta de Tekoa de Israel es el representante más cualificado del profetismo social. Es una invectiva contra los mercaderes y negociantes que se percatan que la religión les estorba a sus planes; quieren que pasen las fiestas sagradas, el sábado, día del Señor, para poder emprender su tarea financiera, y con ello, las injusticias que conlleva la avaricia de los que son amantes del dinero.

I.2. No quiere decir que todos los empresarios sean avariciosos, pero el profeta sabe el terreno que pisa. El tema que el profeta vislumbre es que su religión y su dios es el dinero, pero no obstante no quieren saltarse ciertas reglas de comportamiento religioso en los días festivos religiosos; incluso algunos pueden aparentar ser muy religiosos, pero su corazón está donde está su tesoro. El profeta Amós pone el dedo en la llaga y sigue siendo bien actual.



IIª Lectura: Iª Timoteo (2,1-8): ¡Para que vivamos en paz!

II.1. Seguimos la lectura de la 1Tim del domingo pasado con un trozo que es bien actual a causa de las responsabilidades de los que dirigen las naciones. Se piden oraciones por ellos para que acierten en sus decisiones. Hoy, en estos momentos, en que el mundo vive la confrontación armada en distintos territorios; en que las decisiones de los jefes de Estado ya no es solamente una responsabilidad política, sino ética; o es ética en cuento es política, no podemos ignorar el sentido de esta lectura de hoy. El mundo vive en guerra; la guerra se hacen con armas poderosas: se venden, se compran, mueren muchos inocentes; se hacen promesas de tregua y siguen hablando los cañones. Hay intereses internacionales en esos conflictos. Es necesario elevar las manos al cielo para pedir la paz y la concordia, sin cólera, sin odios ni rencores.

II.2. Dios, el Señor del mundo, tiene otra estrategia para la humanidad: la salvación y la paz. La afirmación de que “Dios quiere que todos los hombres se salven” no debería perderse nunca de vista en el planteamiento de la vida ética y social de la humanidad. El proyecto de Dios es un proyecto de vida, de felicidad y de solidaridad. El autor de la carta lo plantea –como si fuera Pablo-, como un verdadero proyecto ético cristiano. Debemos aceptar a los dirigentes, especialmente los que han sido elegidos democráticamente (aunque en el texto se hable con la mentalidad de reyes y gobernantes). Pero no tenemos por qué callar ante sus injusticias y estrategias de poder. El cristiano vive en el mundo y debe saber vivir en libertad. Pero esa libertad está inserta en su corazón, porque el cristiano se siente verdaderamente hijo de Dios.



Evangelio: Lucas (16,1-13) ¡Con el dinero no se juega!: Otra lectura del dicho

III.1. El evangelio de hoy es uno de los momentos más sociales de la obra de Lucas, en consonancia con el mensaje del profeta Amós. Corresponde este texto a la primera parte de Lc 16, y quiere mostrar el planteamiento nuevo de cómo los discípulos tienen que comportarse en este mundo, en el que uno de los valores más deseados por todos es la riqueza (lo que es lo más estimable para los hombres). El ejemplo del administrador sagaz, listo, inteligente, que no injusto propiamente hablando, es el punto de partida de toda la enseñanza de los vv. 9-13 (que es lo que se propone propiamente para el evangelio de hoy, en que se puede omitir la lectura de la parábola, aunque es ésta la que debía explicarse en profundidad); aquí se desestabiliza prácticamente la tradición representada por los fariseos, justificada desde hacía tiempo por la tesis de que la riqueza era considerada como una bendición de Dios (Cf Prov 3,16; 8,18; 10,22; 11,16; 21, 17; 22,4), olvidando la crítica profética contra los que amontonan poder y riquezas.

III.2. Al final de la parábola del administrador sagaz, el v.8 plantea el interrogante de cómo ha podido ser alabado un hombre que ha actuado de forma y manera que la fortuna del "hombre rico" va a quedar reducida, ya que los dos casos que se nos presentan solamente sirven de modelo paradigmático de todos los deudores - "y llamando a cada uno de los deudores de su señor" v.5, es decir a “todos”. La parábola, muy probablemente, ha sido transformada desde una historia singular de un administrador de un hombre rico, a una narración en la que indirectamente está presente Dios como "señor", quien ha puesto las riquezas de la creación al servicio de los hombres, y nosotros so la mente somos administradores que un día debemos dar cuentas de nuestra actuación. Todo lo que sea acumular riquezas es una injusticia, una falsedad. Esa es la razón por la cual es alabado el ad ministrador tras haber sido informado "el señor" de su proceder. Porque este Señor de la parábola no es un vulgar terrateniente, que acumula riquezas injustamente, sino el dueño del mundo. La acu sa ción o difamación que se había hecho de este ecónomo, se va a volver en contra de los mismos di famadores. Este hombre es el que ha entendido de verdad la forma en que deben tratarse y usarse las riquezas en este mundo: con equidad. Por eso, el hombre rico de esta parábola ha pa sa do a ser el Señor, el juez de todos los hombres ricos de este mundo, que en vez de ser adminis tradores "que ac túan sagazmente", se han quedado en ser ricos, acumulando ri que zas, endeudando a los pobres cada vez más y exigiéndoles más de lo que pueden dar.

III.3. El administrador, por el contrario, es un ejemplo. El ha podido enriquecerse sin medida y, sin embargo, a la hora de entregar las cuentas de su administración, se encuentra con las manos va cías. En lo único en que puede confiar es en haber actuado con prudencia, con sagacidad, con sa biduría y equidad con los deudores. La aplicación del v.9 : "y yo os digo: haceos amigos con el Ma mmona (dinero) de la injusticia, para que cuando venga a faltar os reciban en las moradas eter nas", es lo mismo que ha hecho el administrador de la parábola, según la reflexión que él mis mo se hace en el v. 4. El v. 9, siempre ha planteado problemas de traducción: pero lo que llanamente se quiere decir es que en vez de hacerse con las riquezas, que son engañosas, lo que debemos es preocuparnos de hacer amigos, es decir, hacer el bien con ellas, cuando se poseen o se administran. Con las riquezas, lo que uno debe pretender es hacerse amigos, haciendo el bien, en vez de acumular poder. Esto es, en verdad lo más práctico (phrónimos), lo más justo y lo más positivo que los cristianos deben hacer con los bienes que Dios nos ha encomendado en este mundo. No se puede hacer amigos, si no es compartiendo con ellos los bienes; es la mejor ma nera de usar las riquezas. Lo contrario, además de ser un escándalo en la perspectiva del Reino, nos cierra el futuro que está en las manos de Dios.

III.4. Podemos entender ahora que “el señor” –que claramente en la parábola no puede ser más que Dios-, haya felicitado al gerente, porque ha sabido actuar de manera que las riquezas no vengan a ser injustas o engañosas. Casi todos consideran las ri quezas en este mundo como el futuro más seguro, y debe ser verdad, si no fuera porque un día de bemos enfrentarnos con la realidad de que tenemos que desprendernos de todo y dar cuentas al Se ñor. Se hace mención de Mammona, que es un juego de palabras; en su raíz aramea expresa esa se guridad, y de ahí su injusticia, porque ellas roban toda la armonía, la equidad y la sabiduría hu mana. Un día hay que dejarlo todo; por eso, lo verdaderamente inteligente es hacer lo que hizo el administrador, quien, al contrario de los criterios de los que sirven a dos señores, a Dios y a la seguridad del dinero, ha preferido servir a su señor, usando las riquezas que se le han encomen da do para hacerse amigo de los hombres, en vez de contribuir a acumular riquezas engañosas para él o para el señor.

III.5. Se dice que la imagen de la comunidad lucana es un reflejo del objetivo social concreto que afecta a toda su obra: el equilibrio económico intracomunitario. Ello no significa, sin embargo, que tuviera "in mente" un programa de tipo socio-político para toda la sociedad. Los intereses profundos que mueven a Lucas se reducen a planteamientos de una ética que se implica en el seguimiento, en el discipulado cristiano; tratando, por otra parte, de dar respuesta a problemas concretos de las relaciones entre ricos y pobres, y de las opciones que debía tomar su comunidad respecto de las riquezas para vivir de acuerdo con los criterios del Reino de Dios. Lucas lo tiene claro: no se puede servir a Dios y al dinero.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura



Pautas para la homilía

Pudiera parecernos hoy que Jesucristo ensalza a un administrador que presenta a todas luces el carácter de un estafador, y sin embargo no es así: la apuesta de Jesucristo por el ser humano es de tal calado que el significado profundo de esta supuesta defensa del estafador queda en segundo plano ante los dos temas centrales que nos propone el texto evangélico: la fidelidad y las riquezas.

Fidelidad y riqueza como términos complementarios revelan en la enseñanza de Jesús una llamada de atención al ejercicio de la responsabilidad humana para con nosotros mismos, para con los demás y para con Dios.

Situando el texto en el contexto del evangelio, nos damos cuenta que inmediatamente antes, Jesús nos ha hablado de la misericordia y el perdón infinito de nuestro Dios para con el ser humano, para con sus hijos. Era la parábola del hijo pródigo o también llamada del padre misericordioso.

Esa capacidad ilimitada de Dios para el perdón ante el hombre necesitado de misericordia, no equivale a un dios a quien todo le dé igual. En términos pastorales y eclesiales corremos el riesgo de que nos suceda lo mismo con el sacramento de la reconciliación penitencial: “Bueno,… luego total… te confiesas… y ya está…”, se oye decir a veces. Pues no. Esa misericordia del Dios de Jesús es a la vez gracia y tarea. Esa capacidad de perdón infinito exige de nosotros un comportamiento responsable para con las riquezas que tenemos.

Recordando el salmo 129 en la Liturgia de las Horas, el salmo que como frailes dominicos rezamos cada día por los hermanos que nos precedieron, De profundis clamavit: en ese salmo dice el salmista: “pero de ti procede el perdón y así infundes respeto”; es la capacidad de perdón de Dios la que a su vez nos impele y exige de nosotros el respeto y la fidelidad a su ley: la ley del amor a Dios y al prójimo.

Ese amor al prójimo conlleva el correcto uso de nuestras riquezas en favor de lo humano y de los hermanos/as. Riquezas que siempre son más de las que creemos y de las meramente económicas o materiales. La fidelidad en la administración de nuestros bienes no se detiene exclusivamente para Jesús en la administración justa del dinero sino que incluye también nuestra propia vida y nuestro tiempo.

El administrador infiel ha sido suficientemente previsor y hábil para llegar a un acuerdo con el enemigo antes de que intervenga el juez (Lc 12, 54-59). Así el administrador estafador ha sabido aprovechar el plazo de tiempo para asegurar su futuro. Esta es para Lucas la primera lección de la parábola: la obligación de aprovechar el tiempo que nos ha sido dado, que nos queda, para asegurar e futuro. Pero, ¿cómo hemos de asegurar ese tiempo que se nos ha dado?

La respuesta está en el mismo evangelio: hemos de asegurarlo en fidelidad a la ley de Dios y no a la ley del dinero. Servimos a Dios cuando servimos a lo humano y a los humanos. Por eso la fidelidad en la administración de nuestros bienes no equivale a entender que a Jesús le gustase que seamos pobres o que no tengamos recursos para vivir. No. La fidelidad nos la jugamos en el uso que hacemos de nuestros bienes y en la dependencia que de ellos somos capaces de tener hasta hipotecar nuestra vida en detrimento de la verdadera vida. El administrador infiel da una buena lección de cómo se debe usar el dinero: distribuyéndolo de tal manera que llegue a todos y a todos asegure una vida mejor.

Por lo tanto nuestra fidelidad a Dios nos la estamos jugando cada día en la misma fidelidad a los hermanos. La fidelidad vertical de una persona para con su Dios pasa, para Jesucristo, por una fidelidad horizontal con los que tenemos al lado.

Pero hay un dato más. Un dato dominicano. Verán: la fidelidad en la administración de los bienes (y el mayor bien que tenemos es la vida misma) se muestra en la buena administración fiel de lo poco y de lo cotidiano que nos traemos entre manos. Es decir: ese Dios nos podrá confiar los bienes eternos al vernos caminar en la VERDAD de nuestra vida, administrado en verdad nuestros propios bienes, nuestra propia vida. Para entender esto les dejo un viejo cuento irlandés que pudiera servirnos para ser fieles administradores de nuestros bienes en la verdad de nuestra vida.

Cuenta una vieja historia irlandesa que un maestro tenía cientos de discípulos. Todos ellos rezaban en el momento adecuado, excepto uno, que en alguna ocasión se encontraba borracho. Cuando el maestro estaba a punto de morir mandó llamar al que en cierta ocasión, se presentó borracho, a su lado y poco a poco le fue transmitiendo a él todas sus enseñanzas más profundas. Los otros discípulos, que le vieron, estaban indignados, y se quejaron amargamente ante el maestro. El maestro, entonces, dijo: “Tenía que pasar toda mi sabiduría a un hombre que conociese yo muy bien. El resto de vosotros aparecéis siempre ante mí como seres virtuosos, pero sólo ocultáis vuestra propia vanidad, vuestro orgullo y vuestra intolerancia. Así que elegí el único discípulo cuyos defectos pude ver”.


Fr. Ismael González Rojas
Blackfriars Oxford (Inglaterra)

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