'Se busca' es el encabezamiento de un conocido cartel de los años setenta, que representaba el rostro de Jesús, de quien se hacía esta descripción: 'Amigo de vagos y maleantes; dema gogo provocador del pueblo; compañero de borrachos y gente de mal vivir; fuera de la ley; agitador político; elemento sub versivo para el orden constituido'. El texto terminaba ofreciendo una recompensa por su captura.
Este cartel resultó incómodo no sólo a los cristianos, sino también a muchos ciudadanos de bien, que lo consideraron 'una falta de respeto, una provocación e incluso, en su caso, una presentación blasfema de Jesús'. La reacción de esta gen te nos transporta a la sociedad en que vivió Jesús. También entonces su persona y su comportamiento despertaban seme jante reacción. Por una sencilla razón: Jesús no sólo dirigía su mensaje a los marginados de la sociedad judía, sino que hacía de ellos el centro de su misión; más aun, se les aseme jaba haciéndose uno de ellos.
No es de extrañar, por tanto, que el cartel resultase tam bién incómodo a la Iglesia, cuyos objetivos pastorales priori tarios no son los marginados, y cuyo internacional-catolicismo no ha arraigado ni en las masas obreras ni en las capas infe riores de la sociedad. Por eso, no está de más volver la mirada hacia los inicios del movimiento cristiano y redescubrir que la imagen de Jesús que ofrecía aquel cartel no era tan descami nada como se pretendía. Destacaba uno de los rasgos más acusados de la personalidad del Maestro: su solidaridad con los marginados. Veamos un ejemplo, entre tantos, sacado del evangelio de Lucas: «Entró Jesús en Jericó y empezó a atravesar la ciudad. En esto un hombre, llamado Zaqueo, que era jefe de recauda dores y muy rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era de baja estatura. Para verlo se adelantó corriendo y se subió a una higuera, porque tenía que pasar por allí. Al llegar a aquel sitio, levantó Jesús la vista y le dijo: -Zaqueo, baja en seguida, que hoy tengo que alojarme en tu casa. El bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver aquello murmuraban todos: -¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador! Zaqueo se puso en pie y le dijo al Señor: -Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien le he sacado dinero se lo restituiré cuatro veces. Jesús le contestó: -Hoy ha llegado la salvación a esta casa; pues también él es hijo de Abrahán. Porque este hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido y a salvarlo» (Lc 19,1-10).
La misión de Jesús consistía en 'buscar lo perdido para salvarlo'. 'Lo perdido', en este caso, era Zaqueo, cuyo nom bre, derivado del hebreo zacah~ significa 'puro, íntegro, justo'. Ironías de la vida, pues nadie lo consideraba tal. Zaqueo era jefe de recaudadores, judío colaboracionista con los romanos; cobraba impuestos que Roma destinaba, al parecer, al fomen to del culto a los ídolos. Los recaudadores tenían merecida fama de ladrones, pues cobraban, por lo general, más de lo que estaba tasado, enriqueciéndose de este modo.
El hecho de que Zaqueo fuese considerado pecador, por ladrón y colaboracionista, no impidió a Jesús entrar en su casa a comer con él. En el transcurso de aquel encuentro, Za queo sintió deseos de cambiar: se comprometió a dar la mitad de sus bienes a los pobres -el máximo de la espontánea limosna estaba fijado por los rabinos en el quinto del haber-y a devolver el cuádruplo de lo robado -el libro del Levítico prescribía sólo la obligación de devolver el 20 por 100, una quinta parte-. Zaqueo se comprometió mucho más de lo que las leyes exigían.
La práctica de Jesús de dirigirse a los marginados de la religión oficial o de la sociedad (recaudadores, leprosos, en fermos, prostitutas, ladrones) no fue infructuosa, como lo muestra el caso de Zaqueo. El precio de esta práctica lo pagó Jesús al ser considerado uno más de ellos. Otro gallo le can taría a la Iglesia si se decidiera, de una vez para siempre, a cambiar de táctica, centrando sus objetivos pastorales en los marginados. Sólo así podría ser fiel a la misión de Jesús, que vino a salvar lo perdido, pues «no necesitan médico los sanos, sino los enfermos» (Lc 5,32).
Este cartel resultó incómodo no sólo a los cristianos, sino también a muchos ciudadanos de bien, que lo consideraron 'una falta de respeto, una provocación e incluso, en su caso, una presentación blasfema de Jesús'. La reacción de esta gen te nos transporta a la sociedad en que vivió Jesús. También entonces su persona y su comportamiento despertaban seme jante reacción. Por una sencilla razón: Jesús no sólo dirigía su mensaje a los marginados de la sociedad judía, sino que hacía de ellos el centro de su misión; más aun, se les aseme jaba haciéndose uno de ellos.
No es de extrañar, por tanto, que el cartel resultase tam bién incómodo a la Iglesia, cuyos objetivos pastorales priori tarios no son los marginados, y cuyo internacional-catolicismo no ha arraigado ni en las masas obreras ni en las capas infe riores de la sociedad. Por eso, no está de más volver la mirada hacia los inicios del movimiento cristiano y redescubrir que la imagen de Jesús que ofrecía aquel cartel no era tan descami nada como se pretendía. Destacaba uno de los rasgos más acusados de la personalidad del Maestro: su solidaridad con los marginados. Veamos un ejemplo, entre tantos, sacado del evangelio de Lucas: «Entró Jesús en Jericó y empezó a atravesar la ciudad. En esto un hombre, llamado Zaqueo, que era jefe de recauda dores y muy rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era de baja estatura. Para verlo se adelantó corriendo y se subió a una higuera, porque tenía que pasar por allí. Al llegar a aquel sitio, levantó Jesús la vista y le dijo: -Zaqueo, baja en seguida, que hoy tengo que alojarme en tu casa. El bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver aquello murmuraban todos: -¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador! Zaqueo se puso en pie y le dijo al Señor: -Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien le he sacado dinero se lo restituiré cuatro veces. Jesús le contestó: -Hoy ha llegado la salvación a esta casa; pues también él es hijo de Abrahán. Porque este hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido y a salvarlo» (Lc 19,1-10).
La misión de Jesús consistía en 'buscar lo perdido para salvarlo'. 'Lo perdido', en este caso, era Zaqueo, cuyo nom bre, derivado del hebreo zacah~ significa 'puro, íntegro, justo'. Ironías de la vida, pues nadie lo consideraba tal. Zaqueo era jefe de recaudadores, judío colaboracionista con los romanos; cobraba impuestos que Roma destinaba, al parecer, al fomen to del culto a los ídolos. Los recaudadores tenían merecida fama de ladrones, pues cobraban, por lo general, más de lo que estaba tasado, enriqueciéndose de este modo.
El hecho de que Zaqueo fuese considerado pecador, por ladrón y colaboracionista, no impidió a Jesús entrar en su casa a comer con él. En el transcurso de aquel encuentro, Za queo sintió deseos de cambiar: se comprometió a dar la mitad de sus bienes a los pobres -el máximo de la espontánea limosna estaba fijado por los rabinos en el quinto del haber-y a devolver el cuádruplo de lo robado -el libro del Levítico prescribía sólo la obligación de devolver el 20 por 100, una quinta parte-. Zaqueo se comprometió mucho más de lo que las leyes exigían.
La práctica de Jesús de dirigirse a los marginados de la religión oficial o de la sociedad (recaudadores, leprosos, en fermos, prostitutas, ladrones) no fue infructuosa, como lo muestra el caso de Zaqueo. El precio de esta práctica lo pagó Jesús al ser considerado uno más de ellos. Otro gallo le can taría a la Iglesia si se decidiera, de una vez para siempre, a cambiar de táctica, centrando sus objetivos pastorales en los marginados. Sólo así podría ser fiel a la misión de Jesús, que vino a salvar lo perdido, pues «no necesitan médico los sanos, sino los enfermos» (Lc 5,32).
No hay comentarios:
Publicar un comentario