Publicado por Servicios Koinonia
Is 52,7-10: Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios
Salmo 97: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Heb 1,1-6: Dios nos ha hablado por el Hijo
Jn 1,1-18: La Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros
En torno al pesebre celebramos hoy el acontecimiento del nacimiento de Jesús. La alegría invade el corazón de quienes durante este tiempo nos hemos venido preparando para conmemorar de nuevo este misterio grande y sublime de la encarnación del hijo de Dios. Ante el misterio, sólo podemos callar y dejarnos penetrar por esa presencia única que todo lo llena, es Dios presente, siempre ahí en medio de quienes quieran aceptarlo.
Las buenas noticias alegran la vida de la gente, y esa alegría alborozada se manifiesta en palabras de cariño y gratitud para el portador de ellas. Es lo que describe Isaías en este canto del cual sólo tomamos dos estrofas. La alegría de los pisoteados es inmensa ante el anuncio de las buenas noticias de la liberación; la bota opresora ha sido vencida y ahora los desterrados podrán volver a su terruño, a su ciudad. Quien anuncia la liberación es siempre bienvenido, bien acogido por quien aspira ser liberado.
A lo largo de toda la historia de la salvación Dios envió mensajeros que anunciaran buenas noticias a los empobrecidos y marginados, pero ahora su mensajero es definitivo, ya no habrá más profetas ni mediadores; hoy nos ha nacido el que colmará todas esas expectativas de libertad y de tiempos mejores. Esa es la convicción del autor de la carta a los Hebreos. En ningún momento Dios dejó de transmitir su mensaje a sus hijos, siempre lo hizo, pero ahora lo ha de manera definitiva.
El trozo del Evangelio de Juan que escuchamos nos resume en forma de cántico el sentir del evangelista respecto a la eternidad del proyecto salvífico de Dios. Mucho se ha escrito sobre este “prólogo” del evangelio de Juan. Bástenos a nosotros caer en la cuenta de que el evangelista quiere que su comunidad tome conciencia de ese plan de Dios iniciado desde antiguo, que en los designios de Dios no hay improvisaciones dañinas, sino que cada etapa en el proceso de la revelación es como el eslabón de una cadena, realizado y llevado adelante, siempre de manera pedagógica. Así, en la realidad Dios, el hijo ya estaba presente, pero sólo lo envía cuando el Padre lo considera conveniente.
También va describiendo el evangelista los acontecimientos que precedieron la llegada de Jesús: la misión de Juan, quien prepara el camino, y cómo la gente que aceptó la predicación de Juan estaban en grado de aceptar la luz que es el mismo Jesús.
Hay dos elementos que podríamos subrayar de un modo muy especial. El primero es la constatación que hace el evangelista en el versículo 14: “el Verbo se hizo carne y plantó su morada entre nosotros”. Constatación que es importante para quienes influenciados por corrientes gnósticas llegan a creer que el proyecto de Dios se reduce a ideas o a discursos, o que creen que su fe decae si aceptan que Dios se haya podido “contaminar” de carne humana. Para los cristianos que se están formando en la comunidad de Juan, tienen que desaparecer esos escrúpulos. En los planes de Dios también está contemplada la encarnación del Verbo. El cristiano no es seguidor de una idea o de un discurso bonito; es seguidor de Dios que ha asumido nuestra naturaleza con todo lo que ello implica de exitoso, pero también de riesgoso.
En Jesús, Dios ha corrido el riesgo de ser aceptado o rechazado. Aquí está el segundo elemento que nos debe hacer pensar en este día, lo consigna Juan en 1,11: “Vino a su propia casa, pero los suyos no lo recibieron”. He ahí el gran riesgo del que hablábamos: aceptación o rechazo. Es la otra parte que no podemos ignorar cuando contemplamos el misterio de la encarnación. Con todos los siglos de preparación para su venida, el hijo de Dios sufrió el rechazo. La obstinación de parte de muchos de “su casa” trajo como consecuencia su muerte violenta. Pedro, en Hechos de los apóstoles (Hch 2,22-23) es mucho más claro: “sepan pues que a este al que Dios había constituido profeta poderoso en obras y palabras, ustedes lo mataron clavándolo en la cruz”. Sin embargo, continúa Juan en 1,12: “pero a todos los que lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios”.
El aspecto histórico de Jesús, no lo podemos pasar por alto tan fácilmente. La dimensión humana de Jesús arranca, entonces, con lo que celebramos hoy, y se va extendiendo hasta la cruz. Ese es el camino que recorreremos también con él durante este año litúrgico que habíamos inaugurado con el adviento.
Salmo 97: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Heb 1,1-6: Dios nos ha hablado por el Hijo
Jn 1,1-18: La Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros
En torno al pesebre celebramos hoy el acontecimiento del nacimiento de Jesús. La alegría invade el corazón de quienes durante este tiempo nos hemos venido preparando para conmemorar de nuevo este misterio grande y sublime de la encarnación del hijo de Dios. Ante el misterio, sólo podemos callar y dejarnos penetrar por esa presencia única que todo lo llena, es Dios presente, siempre ahí en medio de quienes quieran aceptarlo.
Las buenas noticias alegran la vida de la gente, y esa alegría alborozada se manifiesta en palabras de cariño y gratitud para el portador de ellas. Es lo que describe Isaías en este canto del cual sólo tomamos dos estrofas. La alegría de los pisoteados es inmensa ante el anuncio de las buenas noticias de la liberación; la bota opresora ha sido vencida y ahora los desterrados podrán volver a su terruño, a su ciudad. Quien anuncia la liberación es siempre bienvenido, bien acogido por quien aspira ser liberado.
A lo largo de toda la historia de la salvación Dios envió mensajeros que anunciaran buenas noticias a los empobrecidos y marginados, pero ahora su mensajero es definitivo, ya no habrá más profetas ni mediadores; hoy nos ha nacido el que colmará todas esas expectativas de libertad y de tiempos mejores. Esa es la convicción del autor de la carta a los Hebreos. En ningún momento Dios dejó de transmitir su mensaje a sus hijos, siempre lo hizo, pero ahora lo ha de manera definitiva.
El trozo del Evangelio de Juan que escuchamos nos resume en forma de cántico el sentir del evangelista respecto a la eternidad del proyecto salvífico de Dios. Mucho se ha escrito sobre este “prólogo” del evangelio de Juan. Bástenos a nosotros caer en la cuenta de que el evangelista quiere que su comunidad tome conciencia de ese plan de Dios iniciado desde antiguo, que en los designios de Dios no hay improvisaciones dañinas, sino que cada etapa en el proceso de la revelación es como el eslabón de una cadena, realizado y llevado adelante, siempre de manera pedagógica. Así, en la realidad Dios, el hijo ya estaba presente, pero sólo lo envía cuando el Padre lo considera conveniente.
También va describiendo el evangelista los acontecimientos que precedieron la llegada de Jesús: la misión de Juan, quien prepara el camino, y cómo la gente que aceptó la predicación de Juan estaban en grado de aceptar la luz que es el mismo Jesús.
Hay dos elementos que podríamos subrayar de un modo muy especial. El primero es la constatación que hace el evangelista en el versículo 14: “el Verbo se hizo carne y plantó su morada entre nosotros”. Constatación que es importante para quienes influenciados por corrientes gnósticas llegan a creer que el proyecto de Dios se reduce a ideas o a discursos, o que creen que su fe decae si aceptan que Dios se haya podido “contaminar” de carne humana. Para los cristianos que se están formando en la comunidad de Juan, tienen que desaparecer esos escrúpulos. En los planes de Dios también está contemplada la encarnación del Verbo. El cristiano no es seguidor de una idea o de un discurso bonito; es seguidor de Dios que ha asumido nuestra naturaleza con todo lo que ello implica de exitoso, pero también de riesgoso.
En Jesús, Dios ha corrido el riesgo de ser aceptado o rechazado. Aquí está el segundo elemento que nos debe hacer pensar en este día, lo consigna Juan en 1,11: “Vino a su propia casa, pero los suyos no lo recibieron”. He ahí el gran riesgo del que hablábamos: aceptación o rechazo. Es la otra parte que no podemos ignorar cuando contemplamos el misterio de la encarnación. Con todos los siglos de preparación para su venida, el hijo de Dios sufrió el rechazo. La obstinación de parte de muchos de “su casa” trajo como consecuencia su muerte violenta. Pedro, en Hechos de los apóstoles (Hch 2,22-23) es mucho más claro: “sepan pues que a este al que Dios había constituido profeta poderoso en obras y palabras, ustedes lo mataron clavándolo en la cruz”. Sin embargo, continúa Juan en 1,12: “pero a todos los que lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios”.
El aspecto histórico de Jesús, no lo podemos pasar por alto tan fácilmente. La dimensión humana de Jesús arranca, entonces, con lo que celebramos hoy, y se va extendiendo hasta la cruz. Ese es el camino que recorreremos también con él durante este año litúrgico que habíamos inaugurado con el adviento.
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