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jueves, 27 de enero de 2011

DIOS NO QUIERE POBRES


IV Domingo del T.O. (Mt 5,1-12a) - Ciclo A
Por R. J. García Avilés

Dios no quiere que haya pobres. No. La pobreza no es bue­na: hace sufrir a los hombres, a los que Dios ama; y porque los ama, Dios no quiere que los hombres sufran. Otra cosa es que Dios, que no es neutral, tenga sus preferencias por los po­bres. Algo que, por otra parte, es lógico: un buen padre quiere siempre más al más débil de sus hijos.


LA POBREZA NO ES UNA VIRTUD

No. La pobreza no es una virtud que haga a los hombres más agradables a Dios. Como tampoco lo es el sufrimiento. Durante demasiado tiempo se ha presentado a Dios, sin duda sin pretender tal cosa, como un sádico que se complacía con el sufrimiento de los hombres. Durante demasiado tiempo se ha propuesto la resignación ante el sufrimiento injusto como una virtud cristiana. En realidad, pretendiéndolo o no, se esta­ba justificando la injusticia e impidiendo que los que la sufrían se rebelaran contra ella.


DIOS NO HACE POBRES A LOS POBRES

Otra de las cosas que se le han achacado a Dios es que la distribución de la riqueza es algo que se le debe atribuir a él: Dios hace pobres a los pobres y ricos a los ricos; pero claro, como los pobres lo pasan muy mal en esta vida, si aquí son dóciles y resignados y no se rebelan contra tal situación queri­da por Dios... recibirán un gran premio... ¡en la otra vida! Y así, además de justificar la injusticia, se hace a Dios culpa­ble de ella. Y los verdaderos culpables, ¡ a vivir tranquilos sin que nadie los moleste! Y, además, con la conciencia tranquila.


HAY POBRES PORQUE HAY RICOS

Sin embargo, de una breve lectura de los textos del Anti­guo Testamento, especialmente los de los profetas, se deduce que hay pobres porque hay ricos, que los pobres son los empo­brecidos por la ambición y el egoísmo de los ricos: «El Señor viene a entablar un pleito con los jefes y príncipes de su pueblo.

-Vosotros devastabais las viñas, tenéis en casa lo robado al pobre. ¿Qué es eso? ¿Trituráis a mi pueblo, moléis el rostro de los desvali­dos?» (Is 3,14-15).


DIOS AMA A LOS POBRES

Dios, según los escritos que consideramos palabra de Dios, no se hace responsable de que exista la pobreza entre los hom­bres. Los verdaderos responsables somos los hombres mismos. Unos más: los que se aprovechan de la situación, los que, gracias a la pobreza de muchos, viven en la opulencia. Otros menos, pero también culpables: los que aceptan sin luchar la situación por comodidad, por miedo o por mantener la espe­ranza de pasar un día a formar parte de la minoría de privile­giados. Y ¡atención! Que en el mundo en que vivimos esto no es un problema de particulares, de individuos. Si en tiempo de Isaías se podía decir que, en lo que se refiere a tos individuos, la pobreza era consecuencia de la voracidad de los ricos, hoy tenemos que decir que, en lo que se refiere a los pueblos, la pobreza de los países pobres es consecuencia de los abusos y de la insaciable ambición de los países ricos. Por tanto, no le col­guemos a Dios las culpas de Otros; no atribuyamos a Dios nuestras propias culpas.

Eso sí, Dios ama a los pobres de una manera especial. Pero precisamente porque ama a los pobres quiere que dejen de serlo. La pobreza hace sufrir. Y Dios, que ama a todos los hombres, no quiere que ninguno sufra; y por eso muestra una mayor preferencia por los que sufren, por los que están más faltos de amor, de justicia, de pan...


DICHOSOS LOS POBRES

La primera bienaventuranza no es, por tanto, una invita­ción a la resignación. Al contrario, es una llamada, una voca­ción, a la lucha contra la pobreza de los hombres y de los pueblos.

En efecto: «Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por rey», es una invitación a hacerse pobres realmente. Pero no para quedarse en la pobreza, sino para construir un mundo en el que no haya pobres: es una llamada a romper con la ambición y con el deseo de tener cada vez más; es una propuesta de solidaridad -la solidaridad con los más débiles es la expresión social del auténtico amor cristiano- con los pobres.

Terminemos ya con esa resignación falsamente cristiana que es cómplice de la injusticia establecida; acabemos de una vez con esa mal llamada caridad cristiana, que no es otra cosa que un tranquilizante para las conciencias de los culpables de la pobreza. Destruyamos la miseria, el hambre, la incultura..., porque es posible que la pobreza sea el camino más corto para llegar al cielo, pero es el primero de los obstáculos para que el cielo baje a la tierra. Y éste es el proyecto de Dios.

Dios ama a los pobres. Por eso no quiere pobres; y por eso serán dichosos los que eligen ser pobres para poder dedi­carse a construir un mundo en el que no haya pobres. Porque en ese mundo Dios será el rey.

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