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jueves, 27 de enero de 2011

IV Domingo del T.O. (Mt 5,1-12a) - Ciclo A: Todos llamados a trabajar juntos


Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

Cuando se conquistó el Oeste Americano, la gente viajaba en diligencia. Lo que, tal vez, no sabe usted es que había tres clases de viajeros.
Los viajeros de primera, pasara lo que pasara en esos viajes turbulentos, permanecían sentados todo el tiempo.
Los viajeros de segunda, cuando surgía un problema, bajaban de la diligencia mientras se solucionaba el problema y miraban.
Los viajeros de tercera tenían que salir, mancharse las manos, arreglar la rueda rota, empujar…poner la diligencia en marcha.
En este viaje hacia la casa de Dios nos decía el Señor hay que cambiar de vida y de corazón, eso sólo lo podemos hacer cada uno.
En este viaje hacia una vida más digna, hacia una comunidad más unida, hacia un barrio más seguro, necesitamos la ayuda de todos.

Todos tenemos que ser viajeros de tercera.

Todos llamados a trabajar juntos.

Jesucristo no fue un viajero de primera en aquella diligencia en la que le tocó viajar.

Sólo los que cambian de vida y de corazón pueden entender el mensaje de Jesús.

En el evangelio de hoy, Jesús, el nuevo Moisés, sube a la loma, se sienta y se pone a enseñarles, a enseñarnos.

A este sermón se la llama la Carta Magna y el programa de todos los seguidores de Jesús. Es el programa de la felicidad según Jesús.

No sé si estamos programados para ser felices, pero todos queremos serlo y buscamos la felicidad como locos.

¿Se ha preguntado alguna ver qué es la felicidad?

¿Alguna vez ha querido comprar la felicidad? ¿En qué tienda? ¿En qué playa? ¿En qué discoteca? ¿Alguna vez se ha dicho, hoy, sí he sido feliz?

La felicidad, el gozo, para nosotros son breves flashes, momentos, segundos de bienestar: una conversación agradable, una buena comida, una partida de dominó, un hijo que triunfa, una oración vivida, un viaje a Manta…

Podríamos hacer una lista interminable de momentos felices.

Pero usted y yo no queremos sólo momentos de felicidad, queremos toda la felicidad y la queremos ya, ahora mismo. ¿Es posible?

Yo no sé lo que es la felicidad, pero sé lo que es un hombre feliz.

Yo conozco en nuestra comunidad hombres y mujeres felices.

Felices a pesar de la enfermedad, a pesar de las estrecheces económicas, a pesar de todo.

Felices porque Dios es su fuente de la santidad y de la felicidad.

Es una bendición saber que hay en nuestra comunidad hombres felices porque es señal de que se toman en serio el evangelio de Jesús.

Jesús subió a la loma, se sentó, rodeado de sus discípulos y comenzó a enseñarles:

"Felices los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que buscan la paz, los perseguidos."

Este programa de la felicidad de Jesús es una afirmación sobre nuestra vida, nuestro mundo y nuestra situación.

Jesús ve a los pobres, los oprimidos, los desheredados, los despreciados…

Jesús sabe que el mal existe, que la esclavitud existe, que la avaricia de unos pocos empobrece a muchos.

Jesús sabe que esto no le gusta y no lo quiere Dios.

Jesús nos dice, hoy, a todos los que están en el lado de los perdedores, de los que no pintan nada:
el Reino de Dios es suyo,
heredarán la tierra,
tendrán misericordia,
verán a Dios,
serán llamados hijos de Dios.
Dios escucha su grito, Dios habla y consuela.

Dios quiere una revolución, la del amor, la justicia y la paz.

Dios quiere un pueblo que sea leal a su Dios, que confíe en su Dios, que sea feliz con su Dios.

La iglesia no es un club privado al que uno se apunta para conseguir migajas de felicidad.

La iglesia, nosotros, llamados y elegidos por Dios, escuchamos las felicidades de Dios para todos sus hijos y nos sentimos responsables de compartir y comunicar a los hermanos nuestra felicidad.

¿Quién tiene palabras de vida eterna?

¿Quién es mi felicidad?

¿Quién es mi destino?

¿Quién me podrá separar del amor de Dios?

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