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domingo, 6 de febrero de 2011

Los mártires del siglo XXI


Por LUIS FERMÍN MORENO
Publicado por ALANDAR

“Los cristianos son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe en el mundo”. Esta frase pertenece a Benedicto XVI y la pronunció en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz el pasado 1 de enero. Pocas horas después, vino a darle la razón una bomba que estalló a la salida de misa en una iglesia copta de Alejandría, provocando 21 muertos y 79 heridos. El año 2011 comenzó, así, con el mismo amargor causado por los asesinatos de cristianos en Irak a finales de 2010.

La última Navidad ha sido especialmente dura para nuestros correligionarios en Egipto, India, Pakistán, Vietnam, Irak o Tierra Santa. Pero la persecución a lo cristiano y a los cristianos –y no hablamos, pues, sólo de católicos, sino también de anglicanos, de luteranos, de evangélicos, de ortodoxos…- es habitual en buena parte del mundo. Por diversos motivos relacionados con sus creencias y de diferentes maneras, los cristianos son –somos- asesinados, agredidos y vejados en los cinco continentes: según Ayuda a la Iglesia Necesitada, más de 200 millones de seguidores de Jesús sufren discriminación por su fe. Naturalmente, no son los únicos; está claro que no hay ninguna religión en el mundo que esté exenta de discriminación. Según el Centro Pew de Investigaciones, organismo que investiga las grandes tendencias sociales de nuestra época, dos tercios de la población mundial viven en países que aplican “restricciones” a la libertad religiosa. El budismo, por ejemplo, es acallado en China por el afán totalitario del Gobierno comunista. En la India hay violencia entre musulmanes e hinduistas por motivos religiosos. Y es cierto que el islam está siendo reprimido en algunos lugares de Asia o incluso en la neutral Suiza, que prohibió la erección de minaretes. Pero los datos son apabullantes: los seguidores de Jesús, según la organización Ayuda a la Iglesia Necesitada, se llevan la palma: más de 200 millones de cristianos sufren discriminación por su fe.

Tal vez no debería sorprendernos. Al fin y al cabo, ya lo anunció el propio Jesús de Nazaret a sus primeros discípulos (y permítaseme por una vez la larga cita evangélica): “Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (Mt. 5, 12-13). Ha ocurrido siempre -y sigue ocurriendo- aunque a nuestras conciencias, acostumbradas a oír los lamentos de los jerarcas que se sienten “perseguidos” en esta laicista sociedad occidental que nos rodea, les parezca increíble o algo de otra época que existan de verdad cristianos que se juegan la vida o lo poco que tienen por mantenerse fieles a su fe.

Sigilosas o explosivas

Las discriminaciones pueden ser, ya lo hemos dicho, de muchos tipos y de distintas intensidades, sigilosas y persistentes o violentas y explosivas. Y responden a motivaciones que vienen de “arriba” –esto es, de los gobiernos o regímenes políticos- o de “al lado” –es decir, de otros grupos sociales mayoritarios, de fundamentalismos o de odios sempiternos. Ambas clases aparecen con frecuencia de forma conjunta, como sucede en muchos países de mayoría islámica.

El Centro Pew señala hasta 64 países donde se persigue a los cristianos. La mayor parte de ellos están en Oriente Medio o el norte de África, pero no son los únicos. Corea del Norte, Irán, Arabia Saudí, Afganistán y Somalia encabezan la lista. Pero otros como India, Pakistán, Argelia, Marruecos, Malasia, China o la misma Turquía –que aspira a entrar en la Unión Europea- no les van a la zaga. Y no hay que olvidar algunos países americanos, como la Venezuela de Hugo Chávez o la Cuba de Raúl Castro.

En el foco actual están, por los recientes atentados, Irak y Egipto. Pero el asedio a los cristianos viene de lejos en los dos países y, sin excluir las motivaciones locales, las acciones violentas ocurridas están sin duda relacionadas. La rama local de Al Qaeda había amenazado a los coptos egipcios tras el asalto, durante la misa, a la catedral católica de Bagdad el 31 de octubre pasado, que causó 58 muertos, la mayoría mujeres y niños. Los terroristas consideran que los cristianos son infieles y hacen de ellos un símbolo de Occidente, objetivo último de sus ideólogos, que pretenden expandir su visión político-religiosa en todo el mundo musulmán. Golpeando a las comunidades cristianas, los terroristas intentan provocar a los países occidentales y desestabilizar los regímenes árabes causando tensiones sociales en el seno de sus poblaciones. Las indignadas protestas de los coptos egipcios contra sus propias autoridades tras el atentado parecen indicar que lo están consiguiendo.

En Irak quedan cada vez menos cristianos. Su situación es tan insoportable que la mayoría ha optado por exiliarse. Según datos de la ONG británica Minority Rights Group (MRG), el 64 por ciento de los refugiados iraquíes de 2009 eran cristianos y muchos de ellos afirmaban no querer retornar al país. Lo cierto es que apenas tienen otra salida en medio de una guerra civil de facto entre sunitas y chiítas que los ha situado en el centro de todas las violencias y sin autoridad que los proteja o los apoye. Las causas, explica monseñor Shlemon Warduni, vicario del patriarcado caldeo de Bagdad, son muchas y variadas, pero “la finalidad parece clara y única: reducir la presencia cristiana cada vez más en Irak, marginarla y privarla de sus derechos”. El exterminio de los cristianos es una realidad hoy en el Irak que los vio nacer y y su éxodo masivo muestra a las claras que lo que está en juego es la propia supervivencia del cristianismo en el país.

Secuestrados en su patria

En Egipto no hay guerra, pero sí una creciente “islamización” del país. Los coptos cristianos, descendientes de los egipcios originarios y cuya presencia en aquellas tierras es anterior a la llegada del islam, son alrededor de ocho millones, el diez por ciento de la población. Viven, según la expresión de uno de ellos, “secuestrados en su patria”. Ataques como el ocurrido a comienzos de año suceden periódicamente. Pero las tensiones están a la orden del día. No se les permite ocupar cargos públicos y no poseen los mismos derechos que el resto de ciudadanos. La Constitución egipcia precisa claramente que “los principios de la ley coránica constituyen la fuente principal de la legislación”, por lo que se aplica a todos. “Una familia cristiana puede vivir libremente su fe en la medida en que no se acerque a un tribunal”, concluye el patriarca copto-ortodoxo Chenouda III de Alejandría.

La situación es peor en otros países musulmanes. Sabido es que en Arabia Saudí y otros emiratos del golfo Pérsico están prohibidas todas las religiones, excepto el islam. Que la mera posesión de una Biblia acarrea pena de cárcel. O que la conversión al cristianismo acaba en pena de muerte por apostasía. Menos conocidas son, sin embargo, las presiones que soportan los miles de trabajadores inmigrantes que trabajan allí: “Vivo en Arabia desde hace diez años y en este periodo he visto a muchos católicos y cristianos filipinos aceptar el Islam por su terrible situación en tierra extranjera”, contaba hace unos meses Joselyn Cabrera, enfermera católica filipina que trabaja en un hospital en Riad, en la revista Misioneros Tercer Milenio. “Después de algunos meses, quienes dan trabajo plantean un ultimátum y dicen que debemos hacernos musulmanes para no ser despedidos”.

En el Extremo Oriente, Malasia representa otro caso en el que el poder político ha puesto en el punto de mira a los cristianos. El partido en el Gobierno, en horas bajas, ha emprendido una campaña contra los “infieles” con ánimo de recuperar el apoyo popular. En este contexto se enmarca la prohibición al diario católico Herald Weekly de utilizar la palabra Alá, usada por los cristianos malayos durante siglos para referirse a Dios. El Gobierno, según un informe de la agencia Fides, pretende que toda la población “profese el islam, hable el idioma nacional y practique la cultura del país”.

“Somos islotes en medio de un tormentoso océano musulmán”, resumía el último otoño en el Sínodo de Obispos de Oriente Medio el obispo de Rabat, Vincent Landel. El problema, continuaba, no son los musulmanes, sino que el islam es la cultura dominante y los cristianos son tratados como ciudadanos de segunda. Así, en Marruecos, al contrario que en otros países islámicos, aunque oficialmente existe la libertad de culto, “los cristianos somos considerados como extranjeros y tenemos que tener mucho cuidado para no aplicar nuestras ideas a su civilización”. Se refería el obispo a las varias expulsiones de cristianos evangélicos en los últimos meses.

Éste es un problema común no sólo en los países musulmanes, sino en todos aquellos en los que –léase, verbigracia, los comunistas- las religiones están más o menos proscritas. Los evangélicos, que no se paran en barras, se caracterizan por llevar a cabo actividades proselitistas prohibidas y perseguidas por los gobiernos. Y no sólo son perseguidos, sino que, en muchas ocasiones, acaban poniendo a las autoridades o a la sociedad en contra de todos los cristianos sin distinción. Continuando con Marruecos, en 2010 fueron expulsados 165 cristianos extranjeros. Uno de ellos, el pastor protestante Jean-Luc Blanc, resumía así lo que ocurre: “Desde hace una decena de años, unos 600 misioneros evangélicos, financiados por grupos internacionales, llevan a cabo un proselitismo virulento y se niegan a dialogar con el resto de confesiones cristianas. Pero los servicios de información marroquíes no distinguen entre un evangélico, un protestante luterano o un ortodoxo, y pagamos todos”. En cualquier caso, la tolerancia hacia los cristianos se ha constreñido en los últimos años en el país magrebí y algunos observadores lo achacan a la influencia de los países del Golfo Pérsico, cuya ayuda financiera ha crecido sensiblemente al mismo tiempo.

Mercado religioso

En el plano político, los totalitarismos son, como era de esperar, los primeros impulsores de las persecuciones religiosas. En estos casos no sólo contra los cristianos, sino también contra cualquier creyente que no se avenga a acatar los principios del régimen en cuestión. Así, los países oficialmente budistas, como Bután, Laos, Sri Lanka o Myanmar, tan dados en teoría a la no violencia, no dudan en acosar a las escasas comunidades cristianas. En Laos, sin ir más lejos, un grupo de cristianos de la provincia de Salavan permanece retenido desde hace varios meses “hasta que renuncien a su fe”. La razón que aducen las autoridades para esto es que “se han adherido a creencias importadas que representan una amenaza para el sistema político”.

En China los ciudadanos sólo pueden pertenecer a una religión declarada “oficial” por el régimen comunista. Para los católicos, existe una iglesia controlada por el partido que nombra a sus propios obispos. Los que rechazan unirse a ella se ven obligados a pasar a la clandestinidad. El resultado: obispos encarcelados durante décadas, sacerdotes arrestados, fieles ejecutados, desaparecidos o despojados de sus bienes con frecuencia. También aquí ha aumentado el número de misioneros evangélicos que, al decir del pastor Chan Kim-kwong, secretario general del Consejo de Cristianos de Hong Kong, “ven China como la mayor nación no cristianizada del mundo y, por tanto, como un gran mercado religioso en el que invertir”. Y también aquí han dado lugar a una mayor persecución y opresión de los cristianos.

En Corea del Norte, por contra, los métodos son mucho menos sutiles. Allí, a los cristianos se les aplican juicios sumarísimos y se les fusila sin miramientos. En algún caso, han llegado incluso a aplastarles la cabeza con apisonadoras delante de multitudes convocadas para verlo. Aunque, dado el oscurantismo del régimen norcoreano, es muy complicado dar cifras, se calcula que en los últimos cincuenta años han desaparecido en el país alrededor de 300.000 cristianos. En Vietnam la policía interviene directamente contra los cristianos. Así, el pasado día de Reyes la policía destruyó una cruz que dominaba una colina, en Dong Chiume. Los cristianos que se atrevieron a protestar pacíficamente fueron arrestados y golpeados, la parroquia fue intervenida y, según fuentes de la archidiócesis de Hanoi, “las autoridades locales siguen insultando y calumniando a los fieles”.

En otros lugares, fundamentalmente en África, son los conflictos sociales y la pobreza los que generan de modo directo la violencia contra los cristianos. Ocurre, por ejemplo, en Nigeria –dividido en un norte en el que impera la sharía islámica y un sur de mayoría cristiana-, donde las luchas por la tierra entre ganaderos y agricultores estallan en forma de ataques contra comunidades religiosas, colegios, iglesias o grupos de personas. “Cuando se ataca una iglesia, se hace porque es el símbolo más visible de la comunidad, no en cuanto lugar de culto”, entiende monseñor Ignacio Kaigama, arzobispo de Jos. También en Liberia o en Sudán se dan situaciones similares, esto es, luchas étnicas con trasfondo económico que acaba pagando la religión.

Con este panorama, causan cierto sonrojo las continuas quejas de “persecución religiosa” que salen de la boca de nuestros jerarcas católicos. Volviendo al mensaje papal citado al comienzo, esta persecución consiste en “formas más sofisticadas de hostilidad” centradas en “renegar de la historia y de los símbolos religiosos” siguiendo estrategias “que fomentan a menudo el odio y el prejuicio” traicionando “el pluralismo y la laicidad de las instituciones”.

Pero, ¿de verdad cree alguien que hay realmente persecución religiosa en Europa y en España porque intenten retirar un crucifijo de un colegio público o llamemos “matrimonio” a las uniones homosexuales? Lo que hay, a lo sumo, es cierta –y fundada– animosidad ante una Iglesia oficial que trata de imponer su moral –principalmente sexual– al resto de la sociedad, que la rechaza. Llamar a esto “persecución” no sólo es no haber entendido nada de lo que significa realmente la libertad religiosa y vivir en un estado aconfesional, sino que, cuando hay tantos cristianos que mueren por su fe en muchos países del mundo, supone una frivolidad que espanta.

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