Por B.Caballero
1. La nueva ley evangélica. Continuamos leyendo como evangelio el discurso del monte, comenzado el domingo cuarto. En el texto evangélico de hoy inicia Jesús las seis antítesis con que proclama el sentido de la ley evangélica. Hoy se leen las cuatro primeras antítesis, referentes a estos temas: homicidio, adulterio, divorcio y juramento.
La antítesis era un método pedagógico de contraste, usado por los rabinos en la tradición oral de escuela y de sinagoga. Jesús se acomodó al mismo: "Habéis oído que se dijo a los antiguos..., pero yo os digo". Cristo compromete en cada aserto toda su autoridad mesiánica. Se establece así un paralelismo que supera al antiguo testamento. Aquí hay un nuevo monte, un nuevo legislador, y una nueva ley superior a la de Moisés en el Sinaí. La clave del sentido de la ley nueva radica en estas dos frases:
1. "No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir sino a dar plenitud". Por tanto, las fórmulas antitéticas en labios de Jesús no son palabras de un revolucionario alocado que hace tabla rasa del antiguo testamento, es decir de la ley y de los profetas. Las seis antinomias no desautorizan la ley viejotestamentaria, sino que le dan plenitud y profundidad, es decir, una mayor exigencia y radicalidad mediante la promulgación de la ley nueva (= pero yo os digo), que fundamenta una moral, una ética religiosa, en dinamismo progresivo, interior y totalizante.
2". "Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". Es decir, si vuestra fidelidad al Señor y vuestra santidad no son mayores que las de ellos, no alcanzaréis a Dios. Esta fidelidad mayor es la diferencia que señala Cristo entre los miembros de la Sinagoga y los de la Iglesia, entre la comunidad del antiguo y del nuevo testamento. El amor sin límites a Dios y al hermano es la plenitud de la ley de Cristo, la nueva justicia del reino de Dios, la nueva santidad, la nueva fidelidad; porque, resume san Pablo, "amar es cumplir la ley entera" (Rom 13,10).
2. Cuatro temas concretos. Una vez declarado el espíritu de la ley nueva, Jesús desciende a algunos puntos significativos. Son las antítesis, que se refieren a temas concretos, y contraponen actos externos a actitudes interiores. Así excluye el Señor la casuística farisaica del mínimo legal, que se da por satisfecho con la observancia de la sola letra de la ley; y urge el espíritu pleno de la ley animada por el amor. He aquí los temas de las cuatro primeras antítesis que leemos hoy:
1) Homicidio: Afirmación de la vida humana y del derecho a la misma (quinto mandamiento). Jesús condena no sólo la privación de la vida física, sino incluso toda acción y sentimiento de malquerencia, porque ése es el sentido pleno de la ley.
2) Adulterio: Afirmación de la plena fidelidad conyugal en el amor. Es inmoral no sólo el hecho consumado, sino también el deseo, el adulterio de corazón.
3) Divorcio: Afirmación de la indisolubilidad del vínculo matrimonial. Jesús restablece la ordenación original del Creador, anulando la tolerancia de la ley mosaica, sobre la que fundamentaban su interpretación laxista las escuelas rabínicas.
4) Perjurio: Afirmación de la verdad, sinceridad, honradez y lealtad, con exclusión del juramento. Porque contra la mentira no hay más salvaguarda que vivir en la verdad y sinceridad de hermanos que se saben hijos de Dios.
3. El espíritu de la ley sobre la letra. La ley mosaica y el antiguo testamento en su conjunto cumplieron con su papel de pedagogo ("niñera", dice san Pablo) que preparaba para la fe en Cristo Jesús. Pues bien, la ley evangélica mantiene también una función de pedagogo para la educación progresiva del cristiano en el amor. Cuando éste llega a su plena madurez y perfección no se siente coaccionado por la ley; ésta le sobra. Por eso decía san Agustín: "Ama y haz lo que quieras"; pero primero ama. Y san Juan de la Cruz al final de la Subida al Monte escribe: "Por aquí ya no hay camino, que para el justo no hay ley".
Si Cristo prima el espíritu de la ley sobre la letra de la misma, es para enseñarnos que la moral cristiana no se limita a la observancia ritualista y legalista de un código de normas. Peligro que nos acecha constantemente. Pero la ética auténticamente religiosa es más que eso, porque toda nuestra vida cristiana ha de ser respuesta al don amoroso de Dios, manifestado en Cristo Jesús. El objetivo fundamental de la ley del Espíritu que nos da vida en Cristo Jesús no es hacer esclavos de la letra escrita, sino hijos libres de Dios.
Sin embargo, y por desgracia, no es raro encontrar cristianos minimalistas, herederos de un fariseísmo hipócrita y casuista, que se contentan con el "yo no robo, ni mato, ni hago mal a nadie". Eso es el límite mínimo que no asegura que ames a los demás. El amor va más lejos que la justicia y el derecho, sin negarlos. Por eso el cristiano que ama de verdad no se limita al mínimo indispensable para cumplir los mandamientos con espíritu penal y de esclavo, sino que a impulsos del Espíritu y del amor que Dios ha derramado en su corazón, como persona libre y liberada por Cristo, se entrega a una obediencia amorosa de hijo que responde a una ley interior y sin fronteras.
Mientras no nos sintamos liberados del legalismo tacaño porque nuestro amor, como el de los Santos, va mucho más allá del tope mínimo de la letra de la ley, no habremos captado el mensaje evangélico de hoy. La radicalidad de la ley de Jesús es la dinámica progresiva del amor sin límites ni fronteras. Cobran así primacía las actitudes interiores y la opción fundamental por Dios y su reino, sobre los mismos actos externos; aunque sin descuidar éstos para no incurrir en espejismo laxista.
La antítesis era un método pedagógico de contraste, usado por los rabinos en la tradición oral de escuela y de sinagoga. Jesús se acomodó al mismo: "Habéis oído que se dijo a los antiguos..., pero yo os digo". Cristo compromete en cada aserto toda su autoridad mesiánica. Se establece así un paralelismo que supera al antiguo testamento. Aquí hay un nuevo monte, un nuevo legislador, y una nueva ley superior a la de Moisés en el Sinaí. La clave del sentido de la ley nueva radica en estas dos frases:
1. "No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir sino a dar plenitud". Por tanto, las fórmulas antitéticas en labios de Jesús no son palabras de un revolucionario alocado que hace tabla rasa del antiguo testamento, es decir de la ley y de los profetas. Las seis antinomias no desautorizan la ley viejotestamentaria, sino que le dan plenitud y profundidad, es decir, una mayor exigencia y radicalidad mediante la promulgación de la ley nueva (= pero yo os digo), que fundamenta una moral, una ética religiosa, en dinamismo progresivo, interior y totalizante.
2". "Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". Es decir, si vuestra fidelidad al Señor y vuestra santidad no son mayores que las de ellos, no alcanzaréis a Dios. Esta fidelidad mayor es la diferencia que señala Cristo entre los miembros de la Sinagoga y los de la Iglesia, entre la comunidad del antiguo y del nuevo testamento. El amor sin límites a Dios y al hermano es la plenitud de la ley de Cristo, la nueva justicia del reino de Dios, la nueva santidad, la nueva fidelidad; porque, resume san Pablo, "amar es cumplir la ley entera" (Rom 13,10).
2. Cuatro temas concretos. Una vez declarado el espíritu de la ley nueva, Jesús desciende a algunos puntos significativos. Son las antítesis, que se refieren a temas concretos, y contraponen actos externos a actitudes interiores. Así excluye el Señor la casuística farisaica del mínimo legal, que se da por satisfecho con la observancia de la sola letra de la ley; y urge el espíritu pleno de la ley animada por el amor. He aquí los temas de las cuatro primeras antítesis que leemos hoy:
1) Homicidio: Afirmación de la vida humana y del derecho a la misma (quinto mandamiento). Jesús condena no sólo la privación de la vida física, sino incluso toda acción y sentimiento de malquerencia, porque ése es el sentido pleno de la ley.
2) Adulterio: Afirmación de la plena fidelidad conyugal en el amor. Es inmoral no sólo el hecho consumado, sino también el deseo, el adulterio de corazón.
3) Divorcio: Afirmación de la indisolubilidad del vínculo matrimonial. Jesús restablece la ordenación original del Creador, anulando la tolerancia de la ley mosaica, sobre la que fundamentaban su interpretación laxista las escuelas rabínicas.
4) Perjurio: Afirmación de la verdad, sinceridad, honradez y lealtad, con exclusión del juramento. Porque contra la mentira no hay más salvaguarda que vivir en la verdad y sinceridad de hermanos que se saben hijos de Dios.
3. El espíritu de la ley sobre la letra. La ley mosaica y el antiguo testamento en su conjunto cumplieron con su papel de pedagogo ("niñera", dice san Pablo) que preparaba para la fe en Cristo Jesús. Pues bien, la ley evangélica mantiene también una función de pedagogo para la educación progresiva del cristiano en el amor. Cuando éste llega a su plena madurez y perfección no se siente coaccionado por la ley; ésta le sobra. Por eso decía san Agustín: "Ama y haz lo que quieras"; pero primero ama. Y san Juan de la Cruz al final de la Subida al Monte escribe: "Por aquí ya no hay camino, que para el justo no hay ley".
Si Cristo prima el espíritu de la ley sobre la letra de la misma, es para enseñarnos que la moral cristiana no se limita a la observancia ritualista y legalista de un código de normas. Peligro que nos acecha constantemente. Pero la ética auténticamente religiosa es más que eso, porque toda nuestra vida cristiana ha de ser respuesta al don amoroso de Dios, manifestado en Cristo Jesús. El objetivo fundamental de la ley del Espíritu que nos da vida en Cristo Jesús no es hacer esclavos de la letra escrita, sino hijos libres de Dios.
Sin embargo, y por desgracia, no es raro encontrar cristianos minimalistas, herederos de un fariseísmo hipócrita y casuista, que se contentan con el "yo no robo, ni mato, ni hago mal a nadie". Eso es el límite mínimo que no asegura que ames a los demás. El amor va más lejos que la justicia y el derecho, sin negarlos. Por eso el cristiano que ama de verdad no se limita al mínimo indispensable para cumplir los mandamientos con espíritu penal y de esclavo, sino que a impulsos del Espíritu y del amor que Dios ha derramado en su corazón, como persona libre y liberada por Cristo, se entrega a una obediencia amorosa de hijo que responde a una ley interior y sin fronteras.
Mientras no nos sintamos liberados del legalismo tacaño porque nuestro amor, como el de los Santos, va mucho más allá del tope mínimo de la letra de la ley, no habremos captado el mensaje evangélico de hoy. La radicalidad de la ley de Jesús es la dinámica progresiva del amor sin límites ni fronteras. Cobran así primacía las actitudes interiores y la opción fundamental por Dios y su reino, sobre los mismos actos externos; aunque sin descuidar éstos para no incurrir en espejismo laxista.
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