1.- En este domingo de la Transfiguración, Pedro es un protagonista muy interesante. No es cuestión de contemplar su actitud, como si, solamente, fuera la anécdota de un personaje aturullado por lo extraordinario que había visto. No. Pedro se vio ya en el cielo, en la gloria y quería quedarse ya siempre ahí. Y lo que confundió a Pedro –insisto—no fue la maravilla infrahumana de la que había sido testigo y sin, presuntamente, entenderla del todo. Si había comprendido… Pero a su modo. El Señor Jesús quiso dar confianza y fuerza a Pedro, Juan y Santiago para que resistieran las dificultades que vendrían después. Quiso reforzar la fe de sus tres discípulos más cercanos respecto a la divinidad y la gloria visible que mostraría tras sufrir y morir… y resucitar. Pero, como pudo verse poco tiempo más tarde, no lo consiguió. Pedro creyó que la salvación ya había llegado y ello por el hecho simple de haber sabido seguir a la persona adecuada.
2.- La escena del Monte Tabor parece duró poco. Las cosas volvieron a la normalidad y, tal vez, Pedro comenzó a comprender que la llegada a la Gloria de Dios necesitaba de un camino más duro y más largo. La cuestión debió ser muy parecida para Juan y Santiago. En el devenir del seguimiento a Jesús de Nazaret nos puede pasar a todos un poco como a Pedro, salvando las distancias. Porque, a veces, creemos que hemos llegado a la meta, cuando, un día, inesperadamente se nos hunde todo. Podemos haber sido testigos de algo singular, de una de las consolaciones de las que habla San Ignacio de Loyola, de la recepción de unas gracias tan grandes que nos parecerá que somos ya los mejores. Pero también Ignacio habla de la desolación, de las desolaciones…
3.- Y, en efecto, un pecado fuerte, terrible, impresentable, puede llegar inmediatamente después de una magnífica temporada de fe y de amor… que nos parecía estar consolidados. Y no era así. La cuaresma tiene mucho de rectificación y de búsqueda de aquellos caminos donde hay que rectificar. Y merece la pena que examinemos un poco más de lo normal nuestras conciencias y nuestras vidas. No se trata de buscar pecados pasados que ya fueron perdonados. Eso no, pues ello podría ser camino de algo peor: los escrúpulos. Pero si ver cuales fueron los vericuetos que nos llevaron al fallo. El “dónde” y el “por qué” del error. Tal vez, sea mucho suponer pero es posible que Pedro recordara la noche de las negaciones, la durísima noche de la detención de Jesús, la luz de la transfiguración, y como él ya se sintió en la gloria aquel día, con todo el camino recorrido. Y a partir de ahí pudo darse cuenta de sus limitaciones y de sus repetidos fallos…
4.- Podrá parecer un pensamiento negativo pero, realmente, algo que ayuda a nuestra conversión, al cambio, es la actitud generalizada de los Apóstoles. No eran mucho mejores que nosotros, querían ser los primeros, sentarse a la derecha e izquierda del Mesías, allá en la Gloria de Dios, y huyeron enloquecidos de miedo cuando una turba irregular y no de mucha gente apresó a su Maestro. Los captores de Jesús no habían sido los bien uniformados soldados romanos de una cohorte del Imperio. No. Y luego se encerraron con las puertas bien atrancadas del Cenáculo por, nos lo dice el Evangelio, miedo a los judíos. Tuvo que resucitar Jesús e, incluso, enviarles, después, el Espíritu Santo para que esa gente se transformara en hombres verdaderamente notables.
5.- En ese sentido, nosotros mismos, podríamos sentarnos a la vera del camino, o en los cómodos sofás de nuestras casas, ante un tonto programa de televisión, esperando que el Espíritu nos cambie. Y no es eso, claro está. La experiencia de muchos millones de cristianos que nos han precedido –los mismos Apóstoles por supuesto—aquellos que escribieron los evangelios y aquellos que fueron contemplando con el esfuerzo de sus vidas el camino que quiere Dios para nosotros, nos sirve para entender que el recorrido hacia la salvación y la gloria es difícil y que el esfuerzo es nuestro. Esfuerzo, individual e intransferible, aunque basado y fundamentado en la vida en común que claramente nos define el Padrenuestro cuando utilizamos el plural de grupo para dirigirnos al Padre tal como nos enseñó el Señor Jesús.
6.- No obstante lo que el Evangelista Mateo nos ha referido hoy y la ocurrencia de Pedro nos transmite algo muy bello y emocionante, que habla claramente del amor de Jesús con sus amigos. Les muestra algo que ningún humano podría ver y eso es una enorme prueba de amor. Y cuando, asimismo, el Señor Dios le dice a Abrahán que salga de su casa y vaya a una tierra desconocida que ya Él le mostrará, hay otra prueba de enorme amor. Y Abrahán sintiéndose acompañado permanente por el Padre emprende el camino sin saber bien donde va… Pablo le va a decir a Timoteo que sea coherente con el Evangelio, con la Buena Nueva, donde queda reflejado ese amor divino que lleva al Creador de Todo a caminar en la cercanía de su criatura. Pero es obvio que ni Pablo, ni Timoteo, recibieron ciencia infusa, tuvieron que trabajar su fe, y, por supuesto, Dios no fue las piernas de Abrahán. Él tuvo que mover sus pasos –todos sus pasos—hacia el camino que Dios le marcaba.
Hemos de mirar hacia nuestro interior, ni esperando los milagros que nos eviten el esfuerzo para conseguir lo que Dios nos pide. Y hemos de saber ponernos en camino porque si no iniciamos la marcha, nunca llegaremos. Aprovechemos estos días para mejor conocernos, para saber que hay en nuestro interior y discernir si lo que encontramos es válido para lo que el Señor nos pide.
2.- La escena del Monte Tabor parece duró poco. Las cosas volvieron a la normalidad y, tal vez, Pedro comenzó a comprender que la llegada a la Gloria de Dios necesitaba de un camino más duro y más largo. La cuestión debió ser muy parecida para Juan y Santiago. En el devenir del seguimiento a Jesús de Nazaret nos puede pasar a todos un poco como a Pedro, salvando las distancias. Porque, a veces, creemos que hemos llegado a la meta, cuando, un día, inesperadamente se nos hunde todo. Podemos haber sido testigos de algo singular, de una de las consolaciones de las que habla San Ignacio de Loyola, de la recepción de unas gracias tan grandes que nos parecerá que somos ya los mejores. Pero también Ignacio habla de la desolación, de las desolaciones…
3.- Y, en efecto, un pecado fuerte, terrible, impresentable, puede llegar inmediatamente después de una magnífica temporada de fe y de amor… que nos parecía estar consolidados. Y no era así. La cuaresma tiene mucho de rectificación y de búsqueda de aquellos caminos donde hay que rectificar. Y merece la pena que examinemos un poco más de lo normal nuestras conciencias y nuestras vidas. No se trata de buscar pecados pasados que ya fueron perdonados. Eso no, pues ello podría ser camino de algo peor: los escrúpulos. Pero si ver cuales fueron los vericuetos que nos llevaron al fallo. El “dónde” y el “por qué” del error. Tal vez, sea mucho suponer pero es posible que Pedro recordara la noche de las negaciones, la durísima noche de la detención de Jesús, la luz de la transfiguración, y como él ya se sintió en la gloria aquel día, con todo el camino recorrido. Y a partir de ahí pudo darse cuenta de sus limitaciones y de sus repetidos fallos…
4.- Podrá parecer un pensamiento negativo pero, realmente, algo que ayuda a nuestra conversión, al cambio, es la actitud generalizada de los Apóstoles. No eran mucho mejores que nosotros, querían ser los primeros, sentarse a la derecha e izquierda del Mesías, allá en la Gloria de Dios, y huyeron enloquecidos de miedo cuando una turba irregular y no de mucha gente apresó a su Maestro. Los captores de Jesús no habían sido los bien uniformados soldados romanos de una cohorte del Imperio. No. Y luego se encerraron con las puertas bien atrancadas del Cenáculo por, nos lo dice el Evangelio, miedo a los judíos. Tuvo que resucitar Jesús e, incluso, enviarles, después, el Espíritu Santo para que esa gente se transformara en hombres verdaderamente notables.
5.- En ese sentido, nosotros mismos, podríamos sentarnos a la vera del camino, o en los cómodos sofás de nuestras casas, ante un tonto programa de televisión, esperando que el Espíritu nos cambie. Y no es eso, claro está. La experiencia de muchos millones de cristianos que nos han precedido –los mismos Apóstoles por supuesto—aquellos que escribieron los evangelios y aquellos que fueron contemplando con el esfuerzo de sus vidas el camino que quiere Dios para nosotros, nos sirve para entender que el recorrido hacia la salvación y la gloria es difícil y que el esfuerzo es nuestro. Esfuerzo, individual e intransferible, aunque basado y fundamentado en la vida en común que claramente nos define el Padrenuestro cuando utilizamos el plural de grupo para dirigirnos al Padre tal como nos enseñó el Señor Jesús.
6.- No obstante lo que el Evangelista Mateo nos ha referido hoy y la ocurrencia de Pedro nos transmite algo muy bello y emocionante, que habla claramente del amor de Jesús con sus amigos. Les muestra algo que ningún humano podría ver y eso es una enorme prueba de amor. Y cuando, asimismo, el Señor Dios le dice a Abrahán que salga de su casa y vaya a una tierra desconocida que ya Él le mostrará, hay otra prueba de enorme amor. Y Abrahán sintiéndose acompañado permanente por el Padre emprende el camino sin saber bien donde va… Pablo le va a decir a Timoteo que sea coherente con el Evangelio, con la Buena Nueva, donde queda reflejado ese amor divino que lleva al Creador de Todo a caminar en la cercanía de su criatura. Pero es obvio que ni Pablo, ni Timoteo, recibieron ciencia infusa, tuvieron que trabajar su fe, y, por supuesto, Dios no fue las piernas de Abrahán. Él tuvo que mover sus pasos –todos sus pasos—hacia el camino que Dios le marcaba.
Hemos de mirar hacia nuestro interior, ni esperando los milagros que nos eviten el esfuerzo para conseguir lo que Dios nos pide. Y hemos de saber ponernos en camino porque si no iniciamos la marcha, nunca llegaremos. Aprovechemos estos días para mejor conocernos, para saber que hay en nuestro interior y discernir si lo que encontramos es válido para lo que el Señor nos pide.
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