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sábado, 12 de marzo de 2011

LA TENTACIÓN DE UTILIZAR A DIOS


I Domingo de Cuaresma (Mt 6, 1-6.16- 18) - Ciclo A
Por Fray Marcos

Si tuviera que dar una charla sobre las tentaciones de Jesús en Mateo, plantearía el tema como un rito de transición en el que Jesús tiene que superar unas pruebas que le capacitan para llevar a cabo su misión.

La referencia al Hijo de Dios y la obediencia inquebrantable a la Palabra de Dios en vez de al diablo, manifiestan que está preparado para ser el Mesías Hijo. Es Hijo porque vence la tentación.

Pero las tentaciones, leídas el domingo 1º de Cuaresma y acompañadas del relato de Adán y Eva en el Génesis, nos obligan a un enfoque distinto. Hoy se trata de descubrir el valor del esfuerzo por superar la fuerza de atracción del placer sensible y la tentación de poner nuestro aspecto mental al servicio del biológico.

Las dos primeras tentaciones pretenden convertir a Jesús en oprimido a cambio de pan o gloria. La tercera le invita a convertirle en opresor. Tanto dejarse oprimir como oprimir son ofertas satánicas. La opresión es el único pecado, porque es lo único que nos impide ser humanos.

Vamos a analizar las tentaciones de Jesús en lo que tienen de común con las trampas que el placer, con apariencia de bien, tiende a todos los hombres.

A nadie se le ocurrirá hoy tomar el relato del Génesis como un hecho histórico. El pecado de Adán es un mito ancestral. Esto no quiere decir que sea una fantasía o simplemente mentira. El mito, en sentido estricto, es un intento de explicar conflictos vitales del ser humano, que no se pueden entender de una manera racional.

El relato de Adán y Eva intenta explicar el problema del mal, y lo hace partiendo de las categorías de aquel tiempo.

Tampoco el relato de las tentaciones se limita a una crónica de sucesos. Jesús, seguramente se retiro muchísimas veces al “desierto” para orar. En esta ocasión se trata de plantear en Jesús la disyuntiva que se le presenta a todo ser humano en cuanto afronta en serio su humanidad.

En Jesús tiene una connotación especial, porque se plantea la tentación conforme a su situación personal. La talla de su humanidad tiene que darla en relación con la tarea que se le ha encomendado. La “prueba” será cómo desarrollar su mesianismo.

Es claro el paralelismo que intentan mantener los sinópticos entre el relato de las tentaciones y el paso del pueblo de Israel por el desierto. Jesús encarna el nuevo pueblo que, habiendo pasado por las mismas tentaciones que el antiguo, sin embargo no cae en ellas.

Se trata de las tentaciones que Jesús tiene que soportar como Mesías. En ellas se rechaza una idea de Dios y se propone otra muy distinta. El hombre que se descubre en la actitud de Jesús es también muy distinto.

En Jesús se manifiesta un Dios que no se deja manipular, y un hombre que no tiene que manipular a Dios ni a los demás y tampoco dejarse manipular por nadie, si quiere alcanzar su verdadera plenitud humana.

Los posibles tropiezos al recorrer su camino mesiánico, se relatan condensados en un episodio al comienzo de su vida pública, pero resumen la lucha que tuvo que mantener durante toda su vida.

A Jesús no le tentó ningún demonio. Le tentaron los que estaban a su alrededor, tanto amigos como enemigos. La tentación es algo inherente al ser humano. Por eso se convierten en el mejor argumento a favor de su humanidad. Quien no se haya enterado de que la vida es lucha, tiene asegurado el más estrepitoso fracaso.

A pesar de la manera de proponerla, no se trata de una elección entre el bien y el mal. No presenta a Jesús como lugar de lucha de dos fuerzas contrarias: el Espíritu y el diablo, el Bien y el Mal.

Esa alternativa no es real porque el mal no puede mover la voluntad. Se trata de descubrir lo que es bueno y lo que es malo, más allá de las apariencias. La lucha se plantea entre el bien auténtico y el bien engañoso, que en el fondo es un mal.

Esta distinción es clave a la hora de saber dónde tenemos que plantear la lucha. El plantear una lucha contra el mal no tiene ni pies ni cabeza. Una vez que descubro que algo es malo para mí, no tengo que hacer ninguna estrategia para vencerlo. El mal nunca puede ser atractivo.

Las tres tentaciones de Jesús no son zancadillas puntuales que el diablo le pone. Se trata de contrarrestar una inercia que, como todo ser humano, tiene que superar.

Ni el placer sensible, ni la vanagloria, ni el poder, pueden ser el objetivo último de un ser humano.

El poder y las seguridades, como fundamento de una relación con Dios quedan excluidos. El poder podría haber dado eficacia a su mesianismo, pero no llevaría la libertad al hombre. La salvación tiene que llegar al hombre desde dentro de sí mismo. Cualquier clase de coacción desde fuera impediría su desarrollo humano. Los problemas derivados de las limitaciones humanas no pueden ser resueltos con una apelación a lo divino.

En primer lugar, no necesitamos a ningún enemigo que nos complique la vida. Nuestro propio ser se basta para meterse en esos berenjenales. La tentación es inherente al ser humano, no necesitamos ninguna serpiente (diablo) que nos induzca al mal.

En cuanto surge la inteligencia y el ser humano tiene capacidad de conocer dos metas a la vez, no tiene más remedio que elegir. Como su conocimiento es limitado, puede equivocarse y, adhiriéndose a lo que creía bueno, se encuentra con lo que es malo para él.

Si esto no lo tenemos claro, pondremos el fallo en la voluntad que elige el mal, lo cual en imposible. Un problema mal planteado nunca se podrá resolver. Si el problema no está en la voluntad, no se podrá resolver con voluntarismo.

Aquí está una de las causas de nuestro fracaso en la lucha contra el pecado. Si el problema es de entendimiento, solo se podrá resolver por el conocimiento. Mi tarea será descubrir lo que es bueno o es malo para mí. Ese “para mí”, se refiere a mi verdadero ser, no al yo egoísta e individualista.

Ni siquiera podemos esperar de Dios que me saque del dilema. Lo que Dios quiere es que llegue a la plenitud. El camino para alcanzarla debo descubrirlo yo.

La dificultad está en la inercia de la evolución animal que llega hasta nosotros. Desde los orígenes de la vida, la evolución estaba orientada a conseguir mayores cotas de seguridad para el ser vivo. Garantizar la propia existencia ha sido el objetivo de todos los avances evolutivos en los seres vivos. Todos esos logros han quedado grabados en nuestro ADN, y siguen marcando los objetivos de toda vida.

La inteligencia ha abierto otras posibilidades de ser, pero no ha anulado el cúmulo de información almacenado en nuestros genes. Nuestra “tentación” consiste en mantener como meta la que nos da la biología, renunciando a las posibilidades que se nos ofrecen como seres humanos.

Hoy el hombre es el mismo, pero los cantos de sirena que llegan a nuestros oídos son cada vez más seductores. Esto debemos tenerlo muy claro. Hoy podríamos expresar el resumen de toda tentación con dos palabras: hedonismo y poder.

El hedonismo en el que todos vivimos nos empuja a buscar lo más cómodo, lo que menos me cuesta, lo que más me agrada, lo que me pide el cuerpo, etc., creyendo que ahí está la felicidad.

El poder nos ofrece la satisfacción de nuestra vanagloria y orgullo. Ser más que los demás, poder dominarlos es una de las fuentes más instintivas de placer y seguridad.

En nuestra sociedad nos encontramos con un problema añadido: tendemos a considerar como bueno lo que la mayoría acepta como tal. El esfuerzo por alcanzar una verdadera humanidad es todavía una actitud de minorías.

A través de la historia humana, han sido muy pocos los que han manifestado con su vida una plenitud humana. La mejor prueba es que a todos ellos los consideramos seres extraordinarios.

La mayoría de los mortales nos contentamos con vivir lo más cómodamente posible y sin valorar los esfuerzos por llegar a ser algo más. Aquí el valor de la democracia queda muy relativizado.

La manipulación de Dios por parte de los más religiosos, es la mejor prueba de que la tentación de utilizar a Dios sigue presente. La búsqueda de las soluciones fáciles, la confianza en el milagrito, son la mejor prueba de esa manipulación.

En el poder, por muy sagrado que sea, no se manifiesta Dios, sino el diablo. Dios se manifiesta solamente en el servicio, en la entrega a los demás, en el amor.

Como iglesia y como cristianos, no es que caigamos en la tentación del poder, es que somos la tentación misma. Tenemos y ofrecemos las mayores seguridades de parte de Dios.

La cruz que para Jesús fue el signo del no-poder, se convirtió desde Constantino en el signo del máximo poder. “¡Con este signo vencerás!” La principal característica de nuestra religiosidad es un nefasto 'toma y daca' con Dios.

El “está escrito”, repetido por tres veces, tiene un significado muy profundo. Adán y Eva pretendieron ser ellos los dueños del bien y del mal, es decir, que sea bueno lo que yo determine como tal y que sea malo lo que yo quiero que lo sea. Es la constante tentación de todo ser humano.

Cuando Jesús repite por tres veces: está escrito, reconoce que no depende de él lo que está bien o lo que está mal. Esta actitud es la que restituye al hombre en su verdadero ser. El hombre no debe pretender ser absoluto, sino reconocer y aceptar su dependencia y desde ella desplegar todas sus posibilidades de ser.



Meditación-contemplación

Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu.
La verdadera conquista de lo humano, se consigue en el interior.
Solo lejos del bullicio, del ruido y de la vorágine de los sentidos
te puedes encontrar contigo mismo y dilucidar tu futuro.
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Inevitablemente, el Espíritu nos conducirá a la soledad interior,
porque solo en lo íntimo del ser se puede plantear la batalla.
No tengas miedo. Si la planteas bien, está ganada.
Confía en lo que hay en ti de absoluto.
............

No te dejes engañar por los cantos de sirena.
Son cada vez más y con más poder de seducción.
Pero la fuerza del Espíritu, siempre será mayor,
y, si te dejas guiar, te conducirá a la plenitud a través de la lucha.
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