Publicado por El Blog de X. Pikaza
Dom 19 Tiempo ordinario, ciclo A. Mt 14, 22-33. El evangelio presenta un texto simbólico de gran calado. Jesús reza sobre la montaña (parece que no se ocupa de los suyos) mientras la barca de la Iglesia se hunde en el temporal del siglo XXI. Si Dios no lo remedia, ella naufraga y los sueños del largo cristianismo acaban.
Aquel Pedro de Mt 14 tiene que ver algo con el Papa
y la barca en el mar de las tempestades con la Iglesia
En ese contexto, Jesús aparece como un fantasma, caminando sobre el abismo de las aguas... y Pedro le dice que él también quiere caminar y así empieza, queriendo sostenerse en el mar, pero no puede, tiene tiene miedo, grita, grita. Jesús le agarra de la mano y le lleva de nuevo a la barca, para que se encuentre allí seguro, con el resto de la Iglesia.
Esta "escapada" de Pedro que ha querido salir de la barca, para andar como el Jesús glorioso, pero que se hunde en su miedo y grita... ha sido estudiada con nitidez por los exegetas. La mayor parte piensa que se trata de una escena simbólica, que evoca el deseo de mando y el terror de Pedro que quiere andar solo... Pero Jesús le ha tomado de la mano y le ha llevado de nuevo a la barca de la Iglesia, con el resto de los discípulos, para retomar de esa manera la navegación del conjunto de la comunidad.
En las reflexiones que siguen he querido aplicar este pasaje a la situación del Papa, que también parece aventurarse a salir fuera de la Barca, para estar a solas con Jesús sobre el mar airado, resolviendo los problemas de la Iglesia (a solas con Jesús), mientras el resto de los discípulos siguen reunidos en la Barca y se mantienen en ella(aunque también tengan miedo).
Así he podido imaginar al Papa, queriendo caminan a solas con sus trece poderes, fuera de la barca, sobre el vacilante mar, como si él debiera salir de la barca, para despachar a solas los problemas de la Iglesia (los trece problemas) sobre el alta mar, a pie con Jesús... fuera de la Barca.Es normal que tenga miedo y que grite, de manera que que Jesús tenga que llevarle de nuevo a la barca, para resolver allí los temas y para compartir sus poderes con la Iglesia.
Ésta es una interpretación quizá un poco sesgada, pero sirve para destacar (como hice en otro post) los Trece Poderes del Papa , pidiéndole que no salga de la barca de la iglesia, como quiso hacer Pedro. Éste es un pasaje que debe vincularse al Mt 16, 16-20, donde Jesús confía su tarea Pedro en el conjunto de la Iglesia. Pues bien, el mismo Jesús parece decirle aquí Pedro que vuelva a la barca, que no siga sobre el mar a solas, pues su poderes son los de la Iglesia/Barca, que navega con Jesús, al servicio de toda la humanidad.
Ciertamente, Pedro ha pedido a Jesús que le mande caminar sobre la aguas, y Jesús le ha respondido "ven"; pero Pedro no puede seguir, pues sólo Jesús puede caminar sobre el agua, porque ha muerto por todos y es el mismo Hijo de Dios... Pedro vacila, pero Jesús le toma de la mano y le lleva de nuevo a la barca, con el resto de los discípulos.
Éste pasaje ofrece otros rasgos que, en otra ocasión, sería bueno comentar... La fe especial de Pedro y su vacilación al caminar sobre las aguas... La vinculación de Pedro con el resto de los discípulos, la Iglesia como barca en el mar, la tempestad del mundo... Pero hoy (7 8 11), en vísperas de la venida del Papa/Pedro a Madrid, para hablar con la juventud, en medio de una inmensa tempestar mediático, cultural y religiosa, quiero poner de relieve los poderes y tareas del Papa en relación con la Iglesia.
Quiero que cada uno lea el texto y lo interprete por sí mismo, parando después y sacando sus conclusiones. Si alguien tiene tiempo, si quiere entrar en temas eclesiales, puede seguir leyendo lo que digo, los trece puntos del poder del Papa, que son poderes de la Iglesia. Es muy posible que no acepte mi interpretación, pero puede ayudarle a comprender mejor las cosas, en este momento de gran tempestad de la Iglesia, con un Papa que, a juicio de algunos, se está saliendo un poco de la barca de la Iglesia.
Éste es un texto ejemplar, esencial para entender la misión de Papa, que dentro de unos días vendrá a Madrid, para hablar con la juventud. Las reflexiones de este post quizá puedan servir para que alguno recapacite de un modo personal (en la línea que propongo o en otra) sobre los Trece Poderes del Papa, que son los poderes de la Iglesia, en un tiempo de grandes cambios, de riesgos de naufragio, como dice simbólicamente el evangelio.
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Introducción. Texto. Mateo 14,22-33
Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: "¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!" Pedro le contestó: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua." Él le dijo: "Ven." Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Señor, sálvame." En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?" En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: "Realmente eres Hijo de Dios."
LOS TRECE PODERES DE PEDRO, QUE SON DE LA IGLESIA
Según este pasaje, imaginaos al Papa que quiere caminar con Jesús sobre las aguas, fuera de la Barca de la Iglesia. Éste es el Papa de trece poderes... que corre el riesgo de hundirse. Por eso quiero que vuelva con Jesús a la barca de la comunidad. Así lo haré citando y evocando esos poderes, en dos partes:
a. Presento uno por uno los trece poderes actuales del Papa
b. Indico después que esos poderes, siendo del Papa, son de la Iglesia
Según eso significa que el Papa debe retornar a la Barca de la Iglesia, donde Jesús le lleva, para que comparta con los doce y con el resto de los hermanos los poderes y tareas de la iglesia.
Éste es un tema importante, pues el Papa viene dentro de unos días a España,como portador de los poderes de la Iglesia, que no son suyos, sino de la comunidad con la que los comparte.
1. Poder político, diplomacia Vaticana
a. Retomando una historia que había comenzado el año 756, los pactos de Letrán (1929) crearon el Estado de la Ciudad del Vaticano, con fines espirituales (no económicos, ni militares), pero con gran peso político, pues ellos convierten al Papa en Jefe de Estado, reconocido por casi todos los gobiernos. De esa forma, el Papa se sitúa entre los césares del mundo a quienes dice su palabra desde una situación de autoridad, como hizo León III con Carlomagno. Más que las dimensiones geográficas o el peso económico-militar del Estado Vaticano importa la visión del Papa como Jefe de Estado en clave de autoridad política.
b. Muchos pensamos que el primer mensaje de la Iglesia Católica hade situarse en otro plano, de manera que ella debería renunciar unilateralmente a su estructura política como Estado, para así expresar y realizar mejor su misión cristiana, pues las condiciones políticas y sociales son hoy radicalmente distintas de lo que eran el año 756 (cuando se crearon los Estados Pontificios). En esa línea deberían suprimirse las nunciaturas (embajadas) permanentes del Papa ante los estados, lo mismo que los obispados y capellanías castrenses, que ratifican el pacto de la iglesia con los poderes militares.
2. Magisterio supremo, una palabra viva
a. El Papa, ayudado por sínodos, congregaciones y comisiones, siguiendo, en última instancia, sus opciones, promulga documentos oficiales (encíclicas, cartas pastorales, exhortaciones apostólicas) para todos los católicos, viniendo a presentarse de esa forma como el único Magisterio real de la Iglesia, y lo hace creando un círculo de verdades que corren el riesgo de cerrarse, alimentándose a sí mismas, sin diálogo efectivo con el mundo exterior, ni con los principios bíblicos del Evangelio, como parece haber sucedido en el Catecismo de la Iglesia Católica (1992).
b. Ciertamente, es necesaria la unidad del Magisterio, pero no en su forma actual, piramidal, de arriba abajo, sino en clave de comunión (comunidad de comunidades, diálogo constante de cristianos…). Conforme a esa visión, el Papa no debería ser alguien que habla desde arriba (como Uno sobre todos), sino que ha de hallarse en la misma comunión, recogiendo y formulando así la múltiple voz de las iglesias. Es necesaria la unidad, pero no como voz del Uno, sino como concierto y comunión de voces, vinculadas en conversación y diálogo evangélico, como supone el conjunto del NT.
3. Poder misionero, nuevas iglesias
a. La acción misionera (evangelizadora) pertenece al conjunto de la Iglesias, y ha sido realizada en la Edad Moderna por los reinos cristianos, pero en los últimos siglos ha quedado centrada en la Curia Vaticana, que es la única que puede crear nuevas iglesias, prelaturas y obispados, organizando desde arriba el despliegue de todas las comunidades cristinas. Conforme a esa visión, las comunidades nacen desde el vértice superior de la iglesia única, aceptando su modelo de unidad, sin verdadera autonomía. De esa forma, el centro papal quiere mantener todo el control sobre las iglesias. Conforme a la visión actual, hubiera sido imposible la misión de Pablo, lo mismo que los grandes desarrollos misioneros de las comunidades celtas, por poner dos ejemplos.
b. Ciertamente es buena y necesaria la conciencia de unidad, pero a modo de comunión, no de imposición del Uno; nos hallamos además en un tiempo privilegiado de comunicaciones, de forma que es fácil mantener el contacto entre todas las iglesias, a modo de red, sin un único centro dirigente superior. Eso significa que las mismas iglesias particulares pueden y deben abrir caminos de evangelio, como sucedió al principio de la cristiandad. No es que agua del Vaticano (del Papa de Roma) se haya secado, pero ella debe manar de otra manera, no desde arriba, ni como centro dirigente que todo lo decide, sino como referencia de unidad (retomando así las tareas que el NT atribuye a Pedro). En esa línea, surgirán, sin duda, nuevas misiones eclesiales, que no estarán ya impulsadas directamente por el Papa, aunque pueden y deben ser discernidas y animadas por el conjunto de la Iglesia, en la que el Papa es signo de unidad.
4. Poder teológico, interpretación de la Escritura
a. En principio, la teología tiene una función autónoma: no es un comentario de las declaraciones del magisterio, sino una actividad propia de las comunidades, llamadas a repensar el evangelio, con libertad creadora, en contacto con las fuentes (Escritura, Tradición), desde el mismo pueblo cristiano, en comunicación entre todas las iglesias. En esa línea, la teología es tarea de todos los creyentes, sin distinción de clero y laicado. Pues bien, desde hace varios siglos, el Vaticano ha querido dirigir e incluso controlar toda la teología católica, en vez de alegrarse de que surjan experiencias y formulaciones nuevas de evangelio, desde la misma vida de las comunidades, como había sido al comienzo de la Iglesia. Para superar ese centralismo teológico es bueno retomar el impulso de la Reforma Luterana, que quiso devolver a los cristianos el acceso a la Palabra de Dios, aunque haya podido conducir a veces a un tipo de fragmentación que debería superarse.
b. Es necesario que los cristianos (y de un modo especial las iglesias) recuperen su libertad teológica, desde el evangelio, en comunión con la Iglesia universal, recordando que los teólogos no son simples delegados del magisterio vaticano. Muchos afirman que, en este momento, para elaborar una teología de base cristiana, en libertad, es preferible situarse fuera de las instituciones oficiales, pues la curia romana significaría un estorbo (impedimento) más que una ayuda para el desarrollo del pensamiento cristiano, como sucedió cuando Juan Pablo II quiso silenciar la teología de la liberación (1984 y 1986). Pienso que esa acusación resulta exagerada. No se trata de situarse fuera, o de actuar como pura oposición, sino de estar dentro, pero de otra manera, en comunión creadora con todas las iglesias, aceptando un Magisterio Papal, pero no como imposición o límite, sino referencia de unidad en comunión de búsqueda evangélica.
5. Poder sacramental, comunión de mesa.
a. Los católicos saben que los sacramentos provienen de Jesús: son signos de su acción y presencia poderosa (liberadora, sanadora). Pero, de hecho, los sacramentos oficiales parecen estar ritualizados, en sentido negativo y muchos piensan que el Vaticano, que regula todas las ceremonias, está más atento a la letra externa que al despliegue de la vida mesiánica de Cristo. Con la ayuda de la Sagrada Congregación para los Ritos, el Papa define y organiza la liturgia católica romana, fijando las formas, gestos y palabras básicas de todas las celebraciones del mundo de una forman que algunos juzgan reactiva (la Curia Vaticana estaría limitando de hecho la libertad que el Vaticano II ofreció a las iglesias). Muchos hablan de un retroceso litúrgico, con celebraciones bellas, pero fosilizadas.
b. Éste es un reto esencial para la iglesia, llamada a celebrar la fiesta mesiánica de Jesús, que se expresa a modo de renacimiento y perdón (bautismo, reconciliación) y, sobre todo, de comida compartida (eucaristía). En este contexto se juega gran parte del futuro de la Iglesia, llamada a expresar la palabra de Jesús en forma de pan y vino, es decir, de comunión de mesa y vida. No se trata de realizar pequeños cambios o de permitir unas ligeras variantes retóricas (misas en latín, de espalda al pueblo), sino de recuperar y desarrollar la libertad evangélica y la comunión de vida en la celebración de los signos del Reino. No se trata de empezar pidiendo permisos, sino de asumir la libertad cristiana, propia de todos aquellos que acogen el evangelio y quieren celebrar (actualizar) el misterio y tarea de Jesús en el pan compartido.
6. Poder ministerial, servidores de Jesús y de la comunidad.
a. En principio, los ministerios surgieron de la palabra de Jesús y de la vida de cada iglesia, capaz de nombrar a sus representantes (que terminaron siendo obispos y presbíteros). Pero, a través de una larga historia, cuyos rasgos más salientes se vinculan con la crisis del constantinismo y la reforma gregoriana del siglo XI, el Papa ha tomado el poder de nombrar, dirigir y remover a todos los obispos de iglesia romana (y por ellos a todos sus presbíteros), imponiendo el celibato sobre el conjunto del clero. De esa forma, los obispos se han vuelto delegados del único obispo real, que es el de Roma quien, a través de la Congregación de los Obispos, dirige la estructura y funcionamiento de todas las iglesias. Ciertamente, algunos obispos se sienten autónomos y actúan de forma carismática, al servicio de la libertad cristiana. Pero la mayoría parecen simples delegados del Papa que les nombra y dirige.
b. También en este campo es necesario que las comunidades recuperen la libertad original del evangelio. No se trata de “romper con Roma”, sino todo lo contrario: de crear comunidades que pueden vivir en comunión con Roma, es decir, en unidad y en libertad de amor. En otro tiempo era imposible un cambio radical, pues obispos y presbíteros eran no sólo representantes de la iglesia, sino también dirigentes políticos, como se vio en la disputa de las investiduras (siglo XII-XIII) y en la misma Constitución Civil del Clero (de la Revolución Francesa). Pero ahora que aquella situación ha terminado los ministros pueden y deben ser nombrados por cada comunidad, en comunión con la Iglesia universal. Las mismas circunstancias de los tiempos (y la vuelta al evangelio) parecen exigir que se abandone la imposición (no la elección carismática) del celibato, que fue muy importante en la reforma gregoriana, pero que hoy ha perdido el sentido y función que entonces tuvo. Eso permitirá recuperar, por otra parte, el verdadero celibato carismático de los religiosos.
7. Poder legislativo, más allá de la ley está la gracia
a. Ciertamente, como destacó san Pablo, el evangelio no es ley, sino gracia y libertad, por eso es difícil convertir el cristianismo en Derecho. Lógicamente, la mayor parte de la legislación canónica proviene de otras fuentes, que pueden ser valiosas, pero no cristiana (como el derecho romano), desde Justiniano (siglo VI) hasta la reforma gregoriana (siglo XI). Pues bien, en esa línea de Derecho, el Papa tiene todo el poder legislativo, y así puede regular todos los espacios de la vida cristiana. El Vaticano II (1962-1965) quiso beber de las fuentes del Nuevo Testamento, abriendo un camino de renovación cristiana, pero su inspiración ha quedado sofocada por el Código de 1982, que retoma y ratifica los principios legalistas de la Reforma Gregoriana.
b. Por eso es necesario volver a los principios de la Iglesia, como quiso Lutero en el siglo XVI, aunque su Reforma no pudo culminar (quedó en gran parte fracasada), retomando la inspiración de Jesús de Nazaret, tal como ha sido formulada en el Nuevo Testamento, de maneras distintas y convergentes por Pablo y Mateo, por Lucas y Juan (por citar cuatro testigos importantes), para actualizar desde esa base la “ley fundamental” de la iglesia, el diálogo con la tradición ortodoxa de oriente y con las tradiciones protestantes. No se trata de fijar un Código más preciso que los anteriores (de 1917 y de 1983), sino de superar el espíritu del Código, de no empezar legislando sino ofreciendo marcos de inspiración y vida, para que las comunidades exploren los caminos de Jesús y actúen en línea de evangelio. Al principio está la Vida, no la Ley (que ha de venir siempre después, poniéndose al servicio de la Vida, que es lo que ahora importa).
8. Poder ejecutivo: potestad del papa y las iglesias
a. La Iglesia católica actual no separa los (legislativo, ejecutivo, judicial) pues pone todos en manos del mismo Papa. De esa forma, el Papa (curia romana) ejerce un control directo sobre el conjunto de la iglesia, utilizando las Congregaciones y Secretarías del Vaticano, con métodos de «secreto reverencial». Por un lado, las cosas principales se deciden de un modo familiar, sin que se sepan ni publiquen los motivos, como si el secreto fuera esencia de la Iglesia. Por otro lado, el Papa (el Vaticano) tiende a resolver todos los problemas y a llenar todos los huecos, como si tuviera la responsabilidad de todas las iglesia, como si los clérigos menores y los simples fieles no supieran pensar según el evangelio y corrieran el riesgo de extraviarse tan pronto como quedaran solos ante Dios y su conciencia, a pesar de lo que dice Hech 15, 28 (Nos ha parecido a nosotros y al Espíritu Santo...).
b. Ciertamente, la división ilustrada de los tres poderes (legislativo, ejecutivo, judicial) no se puede aplicar de un modo mecánico a la Iglesia, pues su estructura y finalidad no es la misma del Estado. Pero no parece lógico, en plano de evangelio, que el Papa tenga todas las potestades (potestad suprema) en el conjunto de la Iglesia (cf. CIC 360-361), sino que en el principio de la vida de cristiana han de estar las comunidades. La tarea del Papa y del Vaticano no es la de sustituir, sino la de aceptar y potenciar la vida de las Iglesias, ofreciendo a todas un espacio unitario de diálogo (unidad de comunión). En la línea de Mt 16, 17-19, el Papa no posee una potestad distinta (sólo suya), sino la del conjunto de las iglesias (representadas por los once de Mt 28, 16-20) y la de las comunidades concretas (cf. Mt 18, 15-20). En esa línea ha de cambiarse el organigrama del Derecho Canónico, aceptando y desarrollando primero la potestad de las iglesias (de todos los cristianos), para descubrir desde ese fondo la función del papa.
9. Poder judicial, el juicio cristiano
a. Según el Derecho Canónico, el mismo papa que promulga y hace ejecutar tiene el poder de sancionarlas, como un Dios poderoso en la tierra. Conforme a un principio que se adujo ya en el siglo VI (Falsificaciones de Símaco) y que se expandió en las falsas Decretales isidorianas (siglo IX) y en el Dictatus Papae de Gregorio VII (siglo XI) la prima sedes (romana) a nemine iudicatur (no puede ser juzgada por nadie), mientras ella puede juzgar a todas las restantes sedes y agrupaciones de cristianos. En esa línea, apelando al genio legal de la vieja Roma pagana, el Papa y su Curia, han venido a convertirse en norma judicial suprema, que actúa muchas veces en secreto, desde arriba, sin tener que dar razones de su actuación y sin apelación posible.
b. Ciertamente, los teólogos de la Curia Vaticana dicen, y con razón, que la iglesia no es una simple democracia (poder de demos o pueblo poderoso), sino signo de la gracia de Dios. Pero eso no implica que el Papa tenga el poder de jugar a los demás (sin que él no puede ser juzgado por nadie). En esa línea, debemos volver al mandato de Jesús que dijo “no juzguéis” (Mt 7, 1 par), y recordar que en ese plano nadie puede juzgar sobre nadie en la Iglesia (cf. también parábola de la cizaña: Mt 13, 24-30). Pero, dicho eso, hay que añadir que como organización sociales, la Iglesia necesita “normas” e instancias judiciales donde se diriman sus problemas (cf. Mt 18, 15-20; Hech 15), sabiendo que cada comunidad es instancia supremo, pues sólo diálogo pueden resolverse los problemas. Recuperar ese “espíritu” resulta esencial es las iglesias. No se trata de descentralizar algo que nunca se debería haber centralizado, sino de lograr que las comunidades sean aquello que han ser: especio de comunicación directa de los creyentes (de manera que no pueda delegarse nada a unas instancias “superiores” de tipo impersonal, pues en la Iglesia no pueden existir tales instancias impersonales).
10. Poder espiritual, impulsos carismáticos
a. El Papa ha reservado también el control simbólico de la santidad, organizando unos procesos canónicos que pueden conducir a la beatificación y/o canonización de ciertas personas (como ha sucedido últimamente con la Beata Teresa de Calcuta, San Josemaría Escrivá de Balaguer o el Beato Juan Pablo II). En esos procesos, que pretenden marcar las líneas de santidad de la Iglesia, la Curia sigue empleando como «prueba» unos posibles milagros de los candidatos. En ese contexto se sitúa también el control doctrinal y organizativo del Vaticano sobre los movimientos espirituales de la iglesia, como han destacado algunos documentos “normativos” de la Congregación para la Doctrina de la fe (Orationis formas, del 1989, y Dominus Jesus, del 2000), impulsados y firmados por el Cardenal J. Ratzinger.
b. Ciertamente, como sabía San Pablo (1 Cor 12-14), la Iglesia tiene el deber de discernir (no controlar) los espíritus, a fin de que el impulso (inspiración) de algunos no vaya en contra de la comunión y amor de todos. Pero no parece conveniente (ni lógico) que la Curia Vaticana tenga un control universal en este campo. Las iglesias deben recuperar su creatividad carismática, proponiendo sus propios ejemplos de santidad, como parece indicar ya el Vaticano al dejar que los “procesos de beatificación” se realicen y culminen en cada diócesis, reservando sólo para Roma los de canonización. Pero más urgente que la creación formal de santos y beatos es el surgimiento de unas formas de piedad y experiencia que respondan a la inspiración del evangelio de nuestro tiempo. Las mismas iglesias deben exploren caminos de oración y experiencia cristiana desde sus propios contexto culturales y antropológicos, en África o América Latina, en la India o China, por poner unos ejemplos. Ésta es quizá la tarea más urgen de la Iglesia del siglo XXI.
11. Potenciar los movimientos eclesiales. Nuevas formas de vida religiosa
a. Las diversas formas vida religiosa han sido un signo de presencia y compromiso de evangelio, desde los anacoretas de Siria y de Egipto, pasando por los monjes bizantinos y latinos, hasta los franciscanos y mendicantes del siglo XIII. En ese contexto ha sido y sigue siendo muy valiosa (aunque no esencial) la vocación al celibato comunitario, con lo que implica de comunicación personal y libertad para la misión de la Iglesia. Pues bien, a partir de la reforma gregoriana del siglo XI, en un proceso que ha desembocado en el centralismo del siglo XX, las órdenes religiosas de la Iglesia Occidental se han «romanizado», a través de una «exención», que las hace independientes respecto a los obispos, poniéndolas bajo el mandato directo del Papa. Eso les ha dado libertad y autonomía, pero ha podido limitar su creatividad. De diversas formas, las órdenes tradicionales (benedictinos, franciscanos, jesuitas, hermanas de la caridad…) reflejaban experiencias autónomas de vida cristiana que se han ido desarrollando a lo largo de tiempos. Pero en el siglo XX están surgiendo nuevos movimientos, que no son ya de vida religiosa estricta, sino de acción institucional, presencia universitaria y vida fraterna, o renovación catequética (Opus Dei, Comunión y Liberación, los Focolarinos o los Neocatecúmenos), y ellos se han romanizado de manera muy intensa, de forma que no tienen verdadera autonomía.
b. Tanto las órdenes y congregaciones antiguas (sobre todo de mujeres) como los nuevos movimientos surgidos a lo largo del siglo XX representan un valor esencial para la iglesia y deben aceptarse con gozo, potenciando aquellos que responden mejor a la dinámica del evangelio, desde nuestro tiempo. Pero muchos de ellos, especialmente en los últimos tiempos, parecen potenciar aspectos de organización autoritaria que concuerdan menos con el mesianismo de Jesús. Nos hallamos ante una historia demasiado reciente como para interpretarla de un modo imparcial, pero es posible que esos nuevos movimientos y otros semejantes (a los que se llama con palabra ambigua neoconservadores) resulten menos adecuados para descubrir y potenciar un tipo de transformación evangélica de la Iglesia como el que ahora se necesita.
12. Poder patriarcal, supremacía de género. Ordenación ministerial de las mujeres
a. El poder del papado y de esta iglesia católica va unido con el patriarcalismo, como muestra el hecho de que sólo los varones puedan ser obispos y presbíteros, y de que el Vaticano sea un Estado de poderes masculinos. Nos hallamos ante un problema de fondo, que no se resuelve con la simple ordenación presbiteral o episcopal de mujeres (cosa que podría hacerse ya, como en otras iglesias episcopales, luteranas y anglicanas), sino que parece necesario un cambio más profundo en la organización de la iglesia y de sus actividades (ministerios). Ciertamente, algunos teólogos ofrecen argumentos ontológicos (y de naturaleza humana) para mantener la situación actual, diciendo que sólo los varones pueden ser sacerdotes ministeriales, porque Cristo fue varón y no mujer; pero ese argumento resulta bíblica y teológicamente difícil de mantener.
b. Sin duda, la historia es venerable y maestra de vida, pero el hecho de que sólo los varones hayan sido presbíteros y obispos en los últimos siglos no exige que las cosas deban seguir así. La superación del patriarcalismo no es el único problema de de la Iglesia, pero es importante, pues nos sitúa de nuevo en las raíces del movimiento de Jesús. No se arregla todo con la ordenación ministerial de las mujeres. Pero sin la igualdad radical, de fondo, de varones y mujeres no se puede hablar de reforma de la iglesia ni tampoco de apertura hacia un futuro de transformación mesiánica. No se trata de un pequeño cambio en el organigrama, como ya se ha hecho en varias iglesias luteranas y episcopalianas (con mujeres presbíteros y obispos), sino de una transformación de fondo en la visión de los ministerios y de la jerarquía de la Iglesia católica. Los cambios que esa transformación exige pueden ser fuertes, pero son necesarios.
13. Poder económico
a. Resulta difícil de evaluar este problema, pero ha estado en el fondo de otros muchos, desde la fundación de los Estados Pontificios (s. VIII) y en especial desde las crisis del siglo XIII-XIV, cuando los papas (en especial Juan XXII) condenaron un tipo de franciscanismo radical y convirtieron los Estados Pontificios (Vaticano) en un centro económico importante de la nueva Europa. En la actualidad (siglo XXI) el problema del “dinero” del Vaticano es complejo y tiene matices que deben distinguirse con cuidado, pero es evidente que, en plano eclesial, debe resolverse apelando a principios evangélicos. Ciertamente, la organización de la Curia y el mantenimiento del Estado Vaticano necesitan un soporte económico, que no es grande, en comparación con las grandes corporaciones multinacionales, pero que resulta considerable. Además, en esa línea, parte del control directo o indirecto que la Curia Romana (y otros organismos oficiales) ejercen sobre los ministros de la iglesia tiene un componente económico, que varía entre los diversos países, pero que sigue siendo considerable.
b. Jesús no necesitó dinero para promover su mensaje (cf. Mc 10, 17-31), pero la administración de una Iglesia como la romana lo necesita, cosa que plantea problemas de fondo. Se trata además de un problema añadido, que se relaciona con la constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano, que hemos presentado como primero de los poderes del papado. Ciertamente, con la supresión del Estado Vaticano no se soluciona la economía de la Iglesia, pues también otras diócesis del mundo tienen problemas de ese tipo. Pero si el Vaticano se “aligera” y abandona parte de sus funciones actuales muchos de esos problemas cambian de sentido. Por otra parte, el asunto central no es el Vaticano, ni la diócesis de Roma, sino del conjunto de las iglesias, que han de volver (con las enseñanzas de la historia) a la raíz del evangelio. La Iglesia de occidente tiene una riqueza incontable en bienes patrimoniales y artísticos (templos, obras de arte), pero la mayoría de esos bienes se están convirtiendo en museos, gestionados por la sociedad (o por los estados), de manera que el problema puede resolverse con más cierta facilidad. Quedan, sin duda, otros problemas pendientes, pero sólo a medida que se vaya haciendo camino podrán plantearse y resolverse.
QUE PEDRO VUELVA A LA BARCA, RECUPERAR A LA IGLESIA
Esos trece poderes nos sitúan en el centro de las grandes tareas de la Iglesia, pendiente de una reforma, que ha de ir en la línea de Nueva Evangelización (tema del Sínodo de octubre de 2012). No se tratará de reformar al Papa y a los miembros de su Curia, pues no es problema de personas, sino de instituciones. Nos hallamos ante la necesidad de una renovación radical de la Iglesia, más allá de la reforma gregoriana del XI, del constantinismo del IV y de la helenización anterior.
Quizá por vez primera, tras siglos de imposición religiosa, que ha corrido el riesgo de velar el evangelio, los cristianos pueden recuperar el poder radical de la propuesta de Jesús. Ésta no es ocasión para pequeños retoques estéticos, sino para un cambio radical, en línea de evangelio y de modernidad, en clave católica, pero aceptando y compartiendo los retos e impulsos de otras tradiciones cristianas (ortodoxa, protestante), retomando un impulso religioso de trascendencia y encarnación que también puede encontrarse en otras religiones.
No queremos echar a Pedro de la Barca, no queremos negar en modo alguno su magisterio de unidad, pero le queremos en la barca de la Iglesia, no aventurándose él solo, como si pudiera caminar fuera de la barca.
En los próximos días el Papa viene a España. Será buena ocasión para recordar su misión en la Barca de la Iglesia.
Aquel Pedro de Mt 14 tiene que ver algo con el Papa
y la barca en el mar de las tempestades con la Iglesia
En ese contexto, Jesús aparece como un fantasma, caminando sobre el abismo de las aguas... y Pedro le dice que él también quiere caminar y así empieza, queriendo sostenerse en el mar, pero no puede, tiene tiene miedo, grita, grita. Jesús le agarra de la mano y le lleva de nuevo a la barca, para que se encuentre allí seguro, con el resto de la Iglesia.
Esta "escapada" de Pedro que ha querido salir de la barca, para andar como el Jesús glorioso, pero que se hunde en su miedo y grita... ha sido estudiada con nitidez por los exegetas. La mayor parte piensa que se trata de una escena simbólica, que evoca el deseo de mando y el terror de Pedro que quiere andar solo... Pero Jesús le ha tomado de la mano y le ha llevado de nuevo a la barca de la Iglesia, con el resto de los discípulos, para retomar de esa manera la navegación del conjunto de la comunidad.
En las reflexiones que siguen he querido aplicar este pasaje a la situación del Papa, que también parece aventurarse a salir fuera de la Barca, para estar a solas con Jesús sobre el mar airado, resolviendo los problemas de la Iglesia (a solas con Jesús), mientras el resto de los discípulos siguen reunidos en la Barca y se mantienen en ella(aunque también tengan miedo).
Así he podido imaginar al Papa, queriendo caminan a solas con sus trece poderes, fuera de la barca, sobre el vacilante mar, como si él debiera salir de la barca, para despachar a solas los problemas de la Iglesia (los trece problemas) sobre el alta mar, a pie con Jesús... fuera de la Barca.Es normal que tenga miedo y que grite, de manera que que Jesús tenga que llevarle de nuevo a la barca, para resolver allí los temas y para compartir sus poderes con la Iglesia.
Ésta es una interpretación quizá un poco sesgada, pero sirve para destacar (como hice en otro post) los Trece Poderes del Papa , pidiéndole que no salga de la barca de la iglesia, como quiso hacer Pedro. Éste es un pasaje que debe vincularse al Mt 16, 16-20, donde Jesús confía su tarea Pedro en el conjunto de la Iglesia. Pues bien, el mismo Jesús parece decirle aquí Pedro que vuelva a la barca, que no siga sobre el mar a solas, pues su poderes son los de la Iglesia/Barca, que navega con Jesús, al servicio de toda la humanidad.
Ciertamente, Pedro ha pedido a Jesús que le mande caminar sobre la aguas, y Jesús le ha respondido "ven"; pero Pedro no puede seguir, pues sólo Jesús puede caminar sobre el agua, porque ha muerto por todos y es el mismo Hijo de Dios... Pedro vacila, pero Jesús le toma de la mano y le lleva de nuevo a la barca, con el resto de los discípulos.
Éste pasaje ofrece otros rasgos que, en otra ocasión, sería bueno comentar... La fe especial de Pedro y su vacilación al caminar sobre las aguas... La vinculación de Pedro con el resto de los discípulos, la Iglesia como barca en el mar, la tempestad del mundo... Pero hoy (7 8 11), en vísperas de la venida del Papa/Pedro a Madrid, para hablar con la juventud, en medio de una inmensa tempestar mediático, cultural y religiosa, quiero poner de relieve los poderes y tareas del Papa en relación con la Iglesia.
Quiero que cada uno lea el texto y lo interprete por sí mismo, parando después y sacando sus conclusiones. Si alguien tiene tiempo, si quiere entrar en temas eclesiales, puede seguir leyendo lo que digo, los trece puntos del poder del Papa, que son poderes de la Iglesia. Es muy posible que no acepte mi interpretación, pero puede ayudarle a comprender mejor las cosas, en este momento de gran tempestad de la Iglesia, con un Papa que, a juicio de algunos, se está saliendo un poco de la barca de la Iglesia.
Éste es un texto ejemplar, esencial para entender la misión de Papa, que dentro de unos días vendrá a Madrid, para hablar con la juventud. Las reflexiones de este post quizá puedan servir para que alguno recapacite de un modo personal (en la línea que propongo o en otra) sobre los Trece Poderes del Papa, que son los poderes de la Iglesia, en un tiempo de grandes cambios, de riesgos de naufragio, como dice simbólicamente el evangelio.
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Introducción. Texto. Mateo 14,22-33
Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: "¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!" Pedro le contestó: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua." Él le dijo: "Ven." Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Señor, sálvame." En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?" En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: "Realmente eres Hijo de Dios."
LOS TRECE PODERES DE PEDRO, QUE SON DE LA IGLESIA
Según este pasaje, imaginaos al Papa que quiere caminar con Jesús sobre las aguas, fuera de la Barca de la Iglesia. Éste es el Papa de trece poderes... que corre el riesgo de hundirse. Por eso quiero que vuelva con Jesús a la barca de la comunidad. Así lo haré citando y evocando esos poderes, en dos partes:
a. Presento uno por uno los trece poderes actuales del Papa
b. Indico después que esos poderes, siendo del Papa, son de la Iglesia
Según eso significa que el Papa debe retornar a la Barca de la Iglesia, donde Jesús le lleva, para que comparta con los doce y con el resto de los hermanos los poderes y tareas de la iglesia.
Éste es un tema importante, pues el Papa viene dentro de unos días a España,como portador de los poderes de la Iglesia, que no son suyos, sino de la comunidad con la que los comparte.
1. Poder político, diplomacia Vaticana
a. Retomando una historia que había comenzado el año 756, los pactos de Letrán (1929) crearon el Estado de la Ciudad del Vaticano, con fines espirituales (no económicos, ni militares), pero con gran peso político, pues ellos convierten al Papa en Jefe de Estado, reconocido por casi todos los gobiernos. De esa forma, el Papa se sitúa entre los césares del mundo a quienes dice su palabra desde una situación de autoridad, como hizo León III con Carlomagno. Más que las dimensiones geográficas o el peso económico-militar del Estado Vaticano importa la visión del Papa como Jefe de Estado en clave de autoridad política.
b. Muchos pensamos que el primer mensaje de la Iglesia Católica hade situarse en otro plano, de manera que ella debería renunciar unilateralmente a su estructura política como Estado, para así expresar y realizar mejor su misión cristiana, pues las condiciones políticas y sociales son hoy radicalmente distintas de lo que eran el año 756 (cuando se crearon los Estados Pontificios). En esa línea deberían suprimirse las nunciaturas (embajadas) permanentes del Papa ante los estados, lo mismo que los obispados y capellanías castrenses, que ratifican el pacto de la iglesia con los poderes militares.
2. Magisterio supremo, una palabra viva
a. El Papa, ayudado por sínodos, congregaciones y comisiones, siguiendo, en última instancia, sus opciones, promulga documentos oficiales (encíclicas, cartas pastorales, exhortaciones apostólicas) para todos los católicos, viniendo a presentarse de esa forma como el único Magisterio real de la Iglesia, y lo hace creando un círculo de verdades que corren el riesgo de cerrarse, alimentándose a sí mismas, sin diálogo efectivo con el mundo exterior, ni con los principios bíblicos del Evangelio, como parece haber sucedido en el Catecismo de la Iglesia Católica (1992).
b. Ciertamente, es necesaria la unidad del Magisterio, pero no en su forma actual, piramidal, de arriba abajo, sino en clave de comunión (comunidad de comunidades, diálogo constante de cristianos…). Conforme a esa visión, el Papa no debería ser alguien que habla desde arriba (como Uno sobre todos), sino que ha de hallarse en la misma comunión, recogiendo y formulando así la múltiple voz de las iglesias. Es necesaria la unidad, pero no como voz del Uno, sino como concierto y comunión de voces, vinculadas en conversación y diálogo evangélico, como supone el conjunto del NT.
3. Poder misionero, nuevas iglesias
a. La acción misionera (evangelizadora) pertenece al conjunto de la Iglesias, y ha sido realizada en la Edad Moderna por los reinos cristianos, pero en los últimos siglos ha quedado centrada en la Curia Vaticana, que es la única que puede crear nuevas iglesias, prelaturas y obispados, organizando desde arriba el despliegue de todas las comunidades cristinas. Conforme a esa visión, las comunidades nacen desde el vértice superior de la iglesia única, aceptando su modelo de unidad, sin verdadera autonomía. De esa forma, el centro papal quiere mantener todo el control sobre las iglesias. Conforme a la visión actual, hubiera sido imposible la misión de Pablo, lo mismo que los grandes desarrollos misioneros de las comunidades celtas, por poner dos ejemplos.
b. Ciertamente es buena y necesaria la conciencia de unidad, pero a modo de comunión, no de imposición del Uno; nos hallamos además en un tiempo privilegiado de comunicaciones, de forma que es fácil mantener el contacto entre todas las iglesias, a modo de red, sin un único centro dirigente superior. Eso significa que las mismas iglesias particulares pueden y deben abrir caminos de evangelio, como sucedió al principio de la cristiandad. No es que agua del Vaticano (del Papa de Roma) se haya secado, pero ella debe manar de otra manera, no desde arriba, ni como centro dirigente que todo lo decide, sino como referencia de unidad (retomando así las tareas que el NT atribuye a Pedro). En esa línea, surgirán, sin duda, nuevas misiones eclesiales, que no estarán ya impulsadas directamente por el Papa, aunque pueden y deben ser discernidas y animadas por el conjunto de la Iglesia, en la que el Papa es signo de unidad.
4. Poder teológico, interpretación de la Escritura
a. En principio, la teología tiene una función autónoma: no es un comentario de las declaraciones del magisterio, sino una actividad propia de las comunidades, llamadas a repensar el evangelio, con libertad creadora, en contacto con las fuentes (Escritura, Tradición), desde el mismo pueblo cristiano, en comunicación entre todas las iglesias. En esa línea, la teología es tarea de todos los creyentes, sin distinción de clero y laicado. Pues bien, desde hace varios siglos, el Vaticano ha querido dirigir e incluso controlar toda la teología católica, en vez de alegrarse de que surjan experiencias y formulaciones nuevas de evangelio, desde la misma vida de las comunidades, como había sido al comienzo de la Iglesia. Para superar ese centralismo teológico es bueno retomar el impulso de la Reforma Luterana, que quiso devolver a los cristianos el acceso a la Palabra de Dios, aunque haya podido conducir a veces a un tipo de fragmentación que debería superarse.
b. Es necesario que los cristianos (y de un modo especial las iglesias) recuperen su libertad teológica, desde el evangelio, en comunión con la Iglesia universal, recordando que los teólogos no son simples delegados del magisterio vaticano. Muchos afirman que, en este momento, para elaborar una teología de base cristiana, en libertad, es preferible situarse fuera de las instituciones oficiales, pues la curia romana significaría un estorbo (impedimento) más que una ayuda para el desarrollo del pensamiento cristiano, como sucedió cuando Juan Pablo II quiso silenciar la teología de la liberación (1984 y 1986). Pienso que esa acusación resulta exagerada. No se trata de situarse fuera, o de actuar como pura oposición, sino de estar dentro, pero de otra manera, en comunión creadora con todas las iglesias, aceptando un Magisterio Papal, pero no como imposición o límite, sino referencia de unidad en comunión de búsqueda evangélica.
5. Poder sacramental, comunión de mesa.
a. Los católicos saben que los sacramentos provienen de Jesús: son signos de su acción y presencia poderosa (liberadora, sanadora). Pero, de hecho, los sacramentos oficiales parecen estar ritualizados, en sentido negativo y muchos piensan que el Vaticano, que regula todas las ceremonias, está más atento a la letra externa que al despliegue de la vida mesiánica de Cristo. Con la ayuda de la Sagrada Congregación para los Ritos, el Papa define y organiza la liturgia católica romana, fijando las formas, gestos y palabras básicas de todas las celebraciones del mundo de una forman que algunos juzgan reactiva (la Curia Vaticana estaría limitando de hecho la libertad que el Vaticano II ofreció a las iglesias). Muchos hablan de un retroceso litúrgico, con celebraciones bellas, pero fosilizadas.
b. Éste es un reto esencial para la iglesia, llamada a celebrar la fiesta mesiánica de Jesús, que se expresa a modo de renacimiento y perdón (bautismo, reconciliación) y, sobre todo, de comida compartida (eucaristía). En este contexto se juega gran parte del futuro de la Iglesia, llamada a expresar la palabra de Jesús en forma de pan y vino, es decir, de comunión de mesa y vida. No se trata de realizar pequeños cambios o de permitir unas ligeras variantes retóricas (misas en latín, de espalda al pueblo), sino de recuperar y desarrollar la libertad evangélica y la comunión de vida en la celebración de los signos del Reino. No se trata de empezar pidiendo permisos, sino de asumir la libertad cristiana, propia de todos aquellos que acogen el evangelio y quieren celebrar (actualizar) el misterio y tarea de Jesús en el pan compartido.
6. Poder ministerial, servidores de Jesús y de la comunidad.
a. En principio, los ministerios surgieron de la palabra de Jesús y de la vida de cada iglesia, capaz de nombrar a sus representantes (que terminaron siendo obispos y presbíteros). Pero, a través de una larga historia, cuyos rasgos más salientes se vinculan con la crisis del constantinismo y la reforma gregoriana del siglo XI, el Papa ha tomado el poder de nombrar, dirigir y remover a todos los obispos de iglesia romana (y por ellos a todos sus presbíteros), imponiendo el celibato sobre el conjunto del clero. De esa forma, los obispos se han vuelto delegados del único obispo real, que es el de Roma quien, a través de la Congregación de los Obispos, dirige la estructura y funcionamiento de todas las iglesias. Ciertamente, algunos obispos se sienten autónomos y actúan de forma carismática, al servicio de la libertad cristiana. Pero la mayoría parecen simples delegados del Papa que les nombra y dirige.
b. También en este campo es necesario que las comunidades recuperen la libertad original del evangelio. No se trata de “romper con Roma”, sino todo lo contrario: de crear comunidades que pueden vivir en comunión con Roma, es decir, en unidad y en libertad de amor. En otro tiempo era imposible un cambio radical, pues obispos y presbíteros eran no sólo representantes de la iglesia, sino también dirigentes políticos, como se vio en la disputa de las investiduras (siglo XII-XIII) y en la misma Constitución Civil del Clero (de la Revolución Francesa). Pero ahora que aquella situación ha terminado los ministros pueden y deben ser nombrados por cada comunidad, en comunión con la Iglesia universal. Las mismas circunstancias de los tiempos (y la vuelta al evangelio) parecen exigir que se abandone la imposición (no la elección carismática) del celibato, que fue muy importante en la reforma gregoriana, pero que hoy ha perdido el sentido y función que entonces tuvo. Eso permitirá recuperar, por otra parte, el verdadero celibato carismático de los religiosos.
7. Poder legislativo, más allá de la ley está la gracia
a. Ciertamente, como destacó san Pablo, el evangelio no es ley, sino gracia y libertad, por eso es difícil convertir el cristianismo en Derecho. Lógicamente, la mayor parte de la legislación canónica proviene de otras fuentes, que pueden ser valiosas, pero no cristiana (como el derecho romano), desde Justiniano (siglo VI) hasta la reforma gregoriana (siglo XI). Pues bien, en esa línea de Derecho, el Papa tiene todo el poder legislativo, y así puede regular todos los espacios de la vida cristiana. El Vaticano II (1962-1965) quiso beber de las fuentes del Nuevo Testamento, abriendo un camino de renovación cristiana, pero su inspiración ha quedado sofocada por el Código de 1982, que retoma y ratifica los principios legalistas de la Reforma Gregoriana.
b. Por eso es necesario volver a los principios de la Iglesia, como quiso Lutero en el siglo XVI, aunque su Reforma no pudo culminar (quedó en gran parte fracasada), retomando la inspiración de Jesús de Nazaret, tal como ha sido formulada en el Nuevo Testamento, de maneras distintas y convergentes por Pablo y Mateo, por Lucas y Juan (por citar cuatro testigos importantes), para actualizar desde esa base la “ley fundamental” de la iglesia, el diálogo con la tradición ortodoxa de oriente y con las tradiciones protestantes. No se trata de fijar un Código más preciso que los anteriores (de 1917 y de 1983), sino de superar el espíritu del Código, de no empezar legislando sino ofreciendo marcos de inspiración y vida, para que las comunidades exploren los caminos de Jesús y actúen en línea de evangelio. Al principio está la Vida, no la Ley (que ha de venir siempre después, poniéndose al servicio de la Vida, que es lo que ahora importa).
8. Poder ejecutivo: potestad del papa y las iglesias
a. La Iglesia católica actual no separa los (legislativo, ejecutivo, judicial) pues pone todos en manos del mismo Papa. De esa forma, el Papa (curia romana) ejerce un control directo sobre el conjunto de la iglesia, utilizando las Congregaciones y Secretarías del Vaticano, con métodos de «secreto reverencial». Por un lado, las cosas principales se deciden de un modo familiar, sin que se sepan ni publiquen los motivos, como si el secreto fuera esencia de la Iglesia. Por otro lado, el Papa (el Vaticano) tiende a resolver todos los problemas y a llenar todos los huecos, como si tuviera la responsabilidad de todas las iglesia, como si los clérigos menores y los simples fieles no supieran pensar según el evangelio y corrieran el riesgo de extraviarse tan pronto como quedaran solos ante Dios y su conciencia, a pesar de lo que dice Hech 15, 28 (Nos ha parecido a nosotros y al Espíritu Santo...).
b. Ciertamente, la división ilustrada de los tres poderes (legislativo, ejecutivo, judicial) no se puede aplicar de un modo mecánico a la Iglesia, pues su estructura y finalidad no es la misma del Estado. Pero no parece lógico, en plano de evangelio, que el Papa tenga todas las potestades (potestad suprema) en el conjunto de la Iglesia (cf. CIC 360-361), sino que en el principio de la vida de cristiana han de estar las comunidades. La tarea del Papa y del Vaticano no es la de sustituir, sino la de aceptar y potenciar la vida de las Iglesias, ofreciendo a todas un espacio unitario de diálogo (unidad de comunión). En la línea de Mt 16, 17-19, el Papa no posee una potestad distinta (sólo suya), sino la del conjunto de las iglesias (representadas por los once de Mt 28, 16-20) y la de las comunidades concretas (cf. Mt 18, 15-20). En esa línea ha de cambiarse el organigrama del Derecho Canónico, aceptando y desarrollando primero la potestad de las iglesias (de todos los cristianos), para descubrir desde ese fondo la función del papa.
9. Poder judicial, el juicio cristiano
a. Según el Derecho Canónico, el mismo papa que promulga y hace ejecutar tiene el poder de sancionarlas, como un Dios poderoso en la tierra. Conforme a un principio que se adujo ya en el siglo VI (Falsificaciones de Símaco) y que se expandió en las falsas Decretales isidorianas (siglo IX) y en el Dictatus Papae de Gregorio VII (siglo XI) la prima sedes (romana) a nemine iudicatur (no puede ser juzgada por nadie), mientras ella puede juzgar a todas las restantes sedes y agrupaciones de cristianos. En esa línea, apelando al genio legal de la vieja Roma pagana, el Papa y su Curia, han venido a convertirse en norma judicial suprema, que actúa muchas veces en secreto, desde arriba, sin tener que dar razones de su actuación y sin apelación posible.
b. Ciertamente, los teólogos de la Curia Vaticana dicen, y con razón, que la iglesia no es una simple democracia (poder de demos o pueblo poderoso), sino signo de la gracia de Dios. Pero eso no implica que el Papa tenga el poder de jugar a los demás (sin que él no puede ser juzgado por nadie). En esa línea, debemos volver al mandato de Jesús que dijo “no juzguéis” (Mt 7, 1 par), y recordar que en ese plano nadie puede juzgar sobre nadie en la Iglesia (cf. también parábola de la cizaña: Mt 13, 24-30). Pero, dicho eso, hay que añadir que como organización sociales, la Iglesia necesita “normas” e instancias judiciales donde se diriman sus problemas (cf. Mt 18, 15-20; Hech 15), sabiendo que cada comunidad es instancia supremo, pues sólo diálogo pueden resolverse los problemas. Recuperar ese “espíritu” resulta esencial es las iglesias. No se trata de descentralizar algo que nunca se debería haber centralizado, sino de lograr que las comunidades sean aquello que han ser: especio de comunicación directa de los creyentes (de manera que no pueda delegarse nada a unas instancias “superiores” de tipo impersonal, pues en la Iglesia no pueden existir tales instancias impersonales).
10. Poder espiritual, impulsos carismáticos
a. El Papa ha reservado también el control simbólico de la santidad, organizando unos procesos canónicos que pueden conducir a la beatificación y/o canonización de ciertas personas (como ha sucedido últimamente con la Beata Teresa de Calcuta, San Josemaría Escrivá de Balaguer o el Beato Juan Pablo II). En esos procesos, que pretenden marcar las líneas de santidad de la Iglesia, la Curia sigue empleando como «prueba» unos posibles milagros de los candidatos. En ese contexto se sitúa también el control doctrinal y organizativo del Vaticano sobre los movimientos espirituales de la iglesia, como han destacado algunos documentos “normativos” de la Congregación para la Doctrina de la fe (Orationis formas, del 1989, y Dominus Jesus, del 2000), impulsados y firmados por el Cardenal J. Ratzinger.
b. Ciertamente, como sabía San Pablo (1 Cor 12-14), la Iglesia tiene el deber de discernir (no controlar) los espíritus, a fin de que el impulso (inspiración) de algunos no vaya en contra de la comunión y amor de todos. Pero no parece conveniente (ni lógico) que la Curia Vaticana tenga un control universal en este campo. Las iglesias deben recuperar su creatividad carismática, proponiendo sus propios ejemplos de santidad, como parece indicar ya el Vaticano al dejar que los “procesos de beatificación” se realicen y culminen en cada diócesis, reservando sólo para Roma los de canonización. Pero más urgente que la creación formal de santos y beatos es el surgimiento de unas formas de piedad y experiencia que respondan a la inspiración del evangelio de nuestro tiempo. Las mismas iglesias deben exploren caminos de oración y experiencia cristiana desde sus propios contexto culturales y antropológicos, en África o América Latina, en la India o China, por poner unos ejemplos. Ésta es quizá la tarea más urgen de la Iglesia del siglo XXI.
11. Potenciar los movimientos eclesiales. Nuevas formas de vida religiosa
a. Las diversas formas vida religiosa han sido un signo de presencia y compromiso de evangelio, desde los anacoretas de Siria y de Egipto, pasando por los monjes bizantinos y latinos, hasta los franciscanos y mendicantes del siglo XIII. En ese contexto ha sido y sigue siendo muy valiosa (aunque no esencial) la vocación al celibato comunitario, con lo que implica de comunicación personal y libertad para la misión de la Iglesia. Pues bien, a partir de la reforma gregoriana del siglo XI, en un proceso que ha desembocado en el centralismo del siglo XX, las órdenes religiosas de la Iglesia Occidental se han «romanizado», a través de una «exención», que las hace independientes respecto a los obispos, poniéndolas bajo el mandato directo del Papa. Eso les ha dado libertad y autonomía, pero ha podido limitar su creatividad. De diversas formas, las órdenes tradicionales (benedictinos, franciscanos, jesuitas, hermanas de la caridad…) reflejaban experiencias autónomas de vida cristiana que se han ido desarrollando a lo largo de tiempos. Pero en el siglo XX están surgiendo nuevos movimientos, que no son ya de vida religiosa estricta, sino de acción institucional, presencia universitaria y vida fraterna, o renovación catequética (Opus Dei, Comunión y Liberación, los Focolarinos o los Neocatecúmenos), y ellos se han romanizado de manera muy intensa, de forma que no tienen verdadera autonomía.
b. Tanto las órdenes y congregaciones antiguas (sobre todo de mujeres) como los nuevos movimientos surgidos a lo largo del siglo XX representan un valor esencial para la iglesia y deben aceptarse con gozo, potenciando aquellos que responden mejor a la dinámica del evangelio, desde nuestro tiempo. Pero muchos de ellos, especialmente en los últimos tiempos, parecen potenciar aspectos de organización autoritaria que concuerdan menos con el mesianismo de Jesús. Nos hallamos ante una historia demasiado reciente como para interpretarla de un modo imparcial, pero es posible que esos nuevos movimientos y otros semejantes (a los que se llama con palabra ambigua neoconservadores) resulten menos adecuados para descubrir y potenciar un tipo de transformación evangélica de la Iglesia como el que ahora se necesita.
12. Poder patriarcal, supremacía de género. Ordenación ministerial de las mujeres
a. El poder del papado y de esta iglesia católica va unido con el patriarcalismo, como muestra el hecho de que sólo los varones puedan ser obispos y presbíteros, y de que el Vaticano sea un Estado de poderes masculinos. Nos hallamos ante un problema de fondo, que no se resuelve con la simple ordenación presbiteral o episcopal de mujeres (cosa que podría hacerse ya, como en otras iglesias episcopales, luteranas y anglicanas), sino que parece necesario un cambio más profundo en la organización de la iglesia y de sus actividades (ministerios). Ciertamente, algunos teólogos ofrecen argumentos ontológicos (y de naturaleza humana) para mantener la situación actual, diciendo que sólo los varones pueden ser sacerdotes ministeriales, porque Cristo fue varón y no mujer; pero ese argumento resulta bíblica y teológicamente difícil de mantener.
b. Sin duda, la historia es venerable y maestra de vida, pero el hecho de que sólo los varones hayan sido presbíteros y obispos en los últimos siglos no exige que las cosas deban seguir así. La superación del patriarcalismo no es el único problema de de la Iglesia, pero es importante, pues nos sitúa de nuevo en las raíces del movimiento de Jesús. No se arregla todo con la ordenación ministerial de las mujeres. Pero sin la igualdad radical, de fondo, de varones y mujeres no se puede hablar de reforma de la iglesia ni tampoco de apertura hacia un futuro de transformación mesiánica. No se trata de un pequeño cambio en el organigrama, como ya se ha hecho en varias iglesias luteranas y episcopalianas (con mujeres presbíteros y obispos), sino de una transformación de fondo en la visión de los ministerios y de la jerarquía de la Iglesia católica. Los cambios que esa transformación exige pueden ser fuertes, pero son necesarios.
13. Poder económico
a. Resulta difícil de evaluar este problema, pero ha estado en el fondo de otros muchos, desde la fundación de los Estados Pontificios (s. VIII) y en especial desde las crisis del siglo XIII-XIV, cuando los papas (en especial Juan XXII) condenaron un tipo de franciscanismo radical y convirtieron los Estados Pontificios (Vaticano) en un centro económico importante de la nueva Europa. En la actualidad (siglo XXI) el problema del “dinero” del Vaticano es complejo y tiene matices que deben distinguirse con cuidado, pero es evidente que, en plano eclesial, debe resolverse apelando a principios evangélicos. Ciertamente, la organización de la Curia y el mantenimiento del Estado Vaticano necesitan un soporte económico, que no es grande, en comparación con las grandes corporaciones multinacionales, pero que resulta considerable. Además, en esa línea, parte del control directo o indirecto que la Curia Romana (y otros organismos oficiales) ejercen sobre los ministros de la iglesia tiene un componente económico, que varía entre los diversos países, pero que sigue siendo considerable.
b. Jesús no necesitó dinero para promover su mensaje (cf. Mc 10, 17-31), pero la administración de una Iglesia como la romana lo necesita, cosa que plantea problemas de fondo. Se trata además de un problema añadido, que se relaciona con la constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano, que hemos presentado como primero de los poderes del papado. Ciertamente, con la supresión del Estado Vaticano no se soluciona la economía de la Iglesia, pues también otras diócesis del mundo tienen problemas de ese tipo. Pero si el Vaticano se “aligera” y abandona parte de sus funciones actuales muchos de esos problemas cambian de sentido. Por otra parte, el asunto central no es el Vaticano, ni la diócesis de Roma, sino del conjunto de las iglesias, que han de volver (con las enseñanzas de la historia) a la raíz del evangelio. La Iglesia de occidente tiene una riqueza incontable en bienes patrimoniales y artísticos (templos, obras de arte), pero la mayoría de esos bienes se están convirtiendo en museos, gestionados por la sociedad (o por los estados), de manera que el problema puede resolverse con más cierta facilidad. Quedan, sin duda, otros problemas pendientes, pero sólo a medida que se vaya haciendo camino podrán plantearse y resolverse.
QUE PEDRO VUELVA A LA BARCA, RECUPERAR A LA IGLESIA
Esos trece poderes nos sitúan en el centro de las grandes tareas de la Iglesia, pendiente de una reforma, que ha de ir en la línea de Nueva Evangelización (tema del Sínodo de octubre de 2012). No se tratará de reformar al Papa y a los miembros de su Curia, pues no es problema de personas, sino de instituciones. Nos hallamos ante la necesidad de una renovación radical de la Iglesia, más allá de la reforma gregoriana del XI, del constantinismo del IV y de la helenización anterior.
Quizá por vez primera, tras siglos de imposición religiosa, que ha corrido el riesgo de velar el evangelio, los cristianos pueden recuperar el poder radical de la propuesta de Jesús. Ésta no es ocasión para pequeños retoques estéticos, sino para un cambio radical, en línea de evangelio y de modernidad, en clave católica, pero aceptando y compartiendo los retos e impulsos de otras tradiciones cristianas (ortodoxa, protestante), retomando un impulso religioso de trascendencia y encarnación que también puede encontrarse en otras religiones.
No queremos echar a Pedro de la Barca, no queremos negar en modo alguno su magisterio de unidad, pero le queremos en la barca de la Iglesia, no aventurándose él solo, como si pudiera caminar fuera de la barca.
En los próximos días el Papa viene a España. Será buena ocasión para recordar su misión en la Barca de la Iglesia.
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