Por Jesús Bastante
"Ha llegado el día de dejar que Dios escape de su encierro", escribíamos el lunes. Dos días después, el Espíritu habló... y salió Bergoglio. Y todos sonreimos un poco más.
"Necesitamos que recen por nosotros. Es muy importante en este momento tan difícil". El pasado miércoles, una semana antes de ser elegido Papa de Roma, Jorge Mario Bergoglio (hoy y para siempre Francisco, a secas, sin aditivos, entre el poverello de Asís y Francisco Javier de Asia) y un servidor paseamos durante cinco minutos, desde la salida del Aula Pablo VI hasta el final de la plaza de San Pedro. Se le veía sumamente tranquilo, ¡quién podía esperar que estuviera hablando con el futuro Papa!
Al viernes, siguiente, esta vez en la plaza Leonina, volví a encontrármelo. Nos conocemos de hace tiempo, no en vano sus columnas semanales aparecen en nuestra web, Religión Digital. Y, me arrepiento ahora, no cedí a la tentación de pedirle dos preguntas, con el compromiso de no publicar en el caso de que fuera elegido Obispo de Roma. ¿Y si lo hubiera hecho? Tal vez ahora les estaría contando la mayor exclusiva del mundo.
Jorge Mario Bergolio, el primer Papa americano, un obispo jesuita, de lengua hispana. Una auténtica revolución para el presente y el futuro de la Iglesia. El único rival que, hace ahora ocho años, de Joseph Ratzinger. Un hombre que se presentó sin atributos, únicamente vestido de blanco, con una cruz de madera colgada al cuello. Un hombre que en lugar de bendecir al mundo pidió la bendición, que clamó para que el mundo “sea una gran hermandad”.
Esperemos que esa primavera que ya anunció Juan XXIII siga llegando, ahora sí... y que se sostenga con esas esquinas rotas de los pobres entre los pobres, de aquellos donde mejor se refleja el rostro de Dios. El rosto de Jesús. Y también el de Pedro. Hoy, Francisco a secas. Hoy, cada uno de nosotros.
Amén
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