BIENAVENTURADOS LOS PAYASOS
1.- Podéis intentarlo si queréis, pero recomiendo que sea un joven con buenas piernas para correr, cuando paséis a través de la aduana de los pedigüeños que hay a la puerta de la iglesia y decidles con cara de alegría: “felices vosotros los pobres”
--O si asistís al atropello de algún motorista, tratando de sortear la línea de fuego entre el atropellado y el atropellante, le decís al motorista: “hombre, alégrate de tener un brazo roto”.
--O al amigo que acaban de jubilarle anticipadamente de un buen puesto, dadle la enhorabuena, pero mejor por teléfono.
Nuestras bienaventuranzas y las del Señor no encajan. Nos alegra que nos toque la lotería, de conseguir un puesto de mando y hasta habrá alguien que se alegre en aparecer en alguna revista del corazón.
2.- Esas bienaventuranzas, estas felicitaciones, estas alegrías, precisamente a los pobres, a los perseguidos, a los marginados, es una manera de proclamar solemnemente ante la multitud que escucha a Jesús que el Reino de Dios está ya en el mundo, como tantas veces lo habían anunciado los profetas: que Dios es el aliado de esos marginados, sean de la raza o nación que sean, que el Señor viene a exigir la restitución de esos derechos conculcados por otros hombres.
3.- Además el Señor viene a decirnos que no convirtamos la vida en una mascarada de gigantes y cabezudos, donde todos tratamos de suplir nuestra pequeñez subiéndonos a los zancos del poder, de los títulos, de los puestos, de la fama, de ser el centro del mundo o, al menos, de nuestro mundillo.
Donde tratamos de suplir nuestra delgadez entitativa con muchas hojas superpuestas como la alcachofa, de vestidos ricos, de joyas, de cuentas corrientes completas, de coches fantásticos. Y si el vecino tiene un televisor de plasma yo quiero otro.
Estúpida mascarada en la que todos nos vemos metidos… infantilismo. Es bueno que el niño sea infantil, pero a su tiempo, porque si con el paso de los años el hombre sigue siendo infantil algo falla en el cerebro.
4.- El Señor nos enseña una vez más que hay una felicidad y una alegría que no la da este mundo.
** Que son más felices los desprendidos que dan con facilidad que los que viven esclavos de la Bolsa y de los tipos de interés.
** Los mansos, los no violentos, que los viven para satisfacer su sed de venganza.
** Los que tienen hambre de equidad, de que todos seamos hermanos, que los que hambrean pisotear bajo la bota del poder a los demás.
** Los ricos en misericordia con manos siempre extendidas para apoyar a los lo necesitan, que los que se cruzan de brazos ante el hambre, el dolor y la soledad de sus hermanos.
** Los íntegros de corazón, los que miran siempre lo bueno que hay en la gente, que los que andan rebuscando por los rincones de la humanidad su suciedad permanente
** Los que saben sembrar paz en la discordia, que el que echa leña al fuego.
** Que es infinitamente feliz el que pasa por el mundo haciendo el bien, aunque le tomen por tonto y por payaso, que esa es la definitiva bienaventuranza del Señor. “Bienaventurados los payasos que pasan por este mundo haciendo nacer la sonrisa en los rostros endurecidos por el dolor, y en las mejillas húmedas por las lágrimas”.
Pues busquemos una colocación, un buen puesto, de payasos en el Circo Ambulante del Reino de los Cielos.
--O si asistís al atropello de algún motorista, tratando de sortear la línea de fuego entre el atropellado y el atropellante, le decís al motorista: “hombre, alégrate de tener un brazo roto”.
--O al amigo que acaban de jubilarle anticipadamente de un buen puesto, dadle la enhorabuena, pero mejor por teléfono.
Nuestras bienaventuranzas y las del Señor no encajan. Nos alegra que nos toque la lotería, de conseguir un puesto de mando y hasta habrá alguien que se alegre en aparecer en alguna revista del corazón.
2.- Esas bienaventuranzas, estas felicitaciones, estas alegrías, precisamente a los pobres, a los perseguidos, a los marginados, es una manera de proclamar solemnemente ante la multitud que escucha a Jesús que el Reino de Dios está ya en el mundo, como tantas veces lo habían anunciado los profetas: que Dios es el aliado de esos marginados, sean de la raza o nación que sean, que el Señor viene a exigir la restitución de esos derechos conculcados por otros hombres.
3.- Además el Señor viene a decirnos que no convirtamos la vida en una mascarada de gigantes y cabezudos, donde todos tratamos de suplir nuestra pequeñez subiéndonos a los zancos del poder, de los títulos, de los puestos, de la fama, de ser el centro del mundo o, al menos, de nuestro mundillo.
Donde tratamos de suplir nuestra delgadez entitativa con muchas hojas superpuestas como la alcachofa, de vestidos ricos, de joyas, de cuentas corrientes completas, de coches fantásticos. Y si el vecino tiene un televisor de plasma yo quiero otro.
Estúpida mascarada en la que todos nos vemos metidos… infantilismo. Es bueno que el niño sea infantil, pero a su tiempo, porque si con el paso de los años el hombre sigue siendo infantil algo falla en el cerebro.
4.- El Señor nos enseña una vez más que hay una felicidad y una alegría que no la da este mundo.
** Que son más felices los desprendidos que dan con facilidad que los que viven esclavos de la Bolsa y de los tipos de interés.
** Los mansos, los no violentos, que los viven para satisfacer su sed de venganza.
** Los que tienen hambre de equidad, de que todos seamos hermanos, que los que hambrean pisotear bajo la bota del poder a los demás.
** Los ricos en misericordia con manos siempre extendidas para apoyar a los lo necesitan, que los que se cruzan de brazos ante el hambre, el dolor y la soledad de sus hermanos.
** Los íntegros de corazón, los que miran siempre lo bueno que hay en la gente, que los que andan rebuscando por los rincones de la humanidad su suciedad permanente
** Los que saben sembrar paz en la discordia, que el que echa leña al fuego.
** Que es infinitamente feliz el que pasa por el mundo haciendo el bien, aunque le tomen por tonto y por payaso, que esa es la definitiva bienaventuranza del Señor. “Bienaventurados los payasos que pasan por este mundo haciendo nacer la sonrisa en los rostros endurecidos por el dolor, y en las mejillas húmedas por las lágrimas”.
Pues busquemos una colocación, un buen puesto, de payasos en el Circo Ambulante del Reino de los Cielos.
José María Maruri, SJ
¿NO HABREMOS QUEDADO LOS PEORES?

1.- Dicen las estadísticas que va poca gente a misa, que cada vez son menos los que se declaran católicos, que son ya más numerosos los matrimonios civiles que los religiosos. Y si es así, ¿no habremos quedado los peores? Porque, sinceramente, ¿conocéis a alguien que ponga la mejilla izquierda cuando le arrean en la derecha?, ¿o quien dé su abrigo al pobre que tirita de frío? Yo, desde luego que no. Y en mi caso no hago nada de eso. A lo sumo intento huir para que no me den en ninguna mejilla, no vaya a ser que se despierte mi ira y saque un arma aun peor de la “mi enemigo” que, en definitiva, sólo ha empleado su mano.
Bueno, y si intentamos mirar a nuestro alrededor, ya dentro de la iglesia, en la misa doce de un domingo, y buscamos a gente que sepamos a ciencia cierta que responde al idea de las Bienaventuranzas de Jesús, pues no encontramos a nadie. Buscamos la riqueza y admiramos a los ricos y a los poderosos. Y ni siquiera aceptamos ser pobres en el espíritu, porque, en realidad, cuando se tiene el espíritu pobre será imposible ser rico. ¿Y la mansedumbre, la afabilidad? ¿Conocéis a alguien que tenga absolutamente limpio el corazón y no desee nada malo, ni nada de la propiedad de su prójimo? ¿Somos verdaderamente así? ¿Nos pillan las bienaventuranzas tan lejos como una constelación del otro lado del Universo? Pues, probablemente, sí. ¿Y qué hacer? ¿Seguir con la indolencia, la hipocresía, el aislamiento, la insolidaridad? Pues, no. Hoy mismo, aquí, que se han proclamado delante de nosotros las bienaventuranzas, deberíamos reaccionar. ¿Qué no podemos? ¿Qué es muy difícil? Cierto, cierto; pero ahí está Cristo con los brazos abiertos esperando nuestro primer movimiento. Otra cosa es que no hagamos nada, que sigamos quietos y pensando que somos mejores cristianos que el propio Cristo y que esto de las bienaventuranzas son cosas raras que decía un profeta –muy majo, muy querido, muy entrañable– de hace algo más de dos mil años y que eso ya no es de este tiempo. Total, una utopía que está en los libros y no puede salir de ellos.
2.- Si eso fuera así, sería verdad que, en efecto, se han ido muchos de nuestro lado, porque los hemos aburrido o escandalizado, y han preferido buscar la justicia o la solidaridad en otros lugares. Pero también es cierto –insisto– que Jesús de Nazaret espera en todo momento que cambiemos y que nos esforcemos para, al menos, comenzar a entender algo de las bienaventuranzas. Estamos a un paso de la cuaresma, dentro de poco más de dos días es Miércoles de Ceniza. Y se nos da una nueva oportunidad para cambiar, para ser auténticos seguidores de Cristo. Claro que si se han considerado las bienaventuranzas como el programa de Jesús y seguimos alejados de ellas, poco podremos hacer. Al menos, aquí y ahora deberíamos reconocer que Jesús nos espera con los brazos abiertos y una sonrisa esperando que tomemos, de una vez, una decisión y terminemos con la comodidad, con la inercia, con la vagancia y la adoración “secreta” –o no tan secreta– a todo aquello que es lo contrario a las bienaventuranzas, como son las riquezas, el odio, la violencia contra nuestros hermanos, el mal humor y la capacidad para explotarlos social y económicamente.
3.- Hay mucha gente que cree que las Bienaventuranzas no son de este mundo. Ni el Reino de Dios, tampoco puede existir aquí. Figuraros que una vez, al principio de mi vida como hombre de fe, quise poner a una publicación “El Reino de Dios” y un compañero periodista, muy religioso él, me dijo:
–No, hombre, no. Eso es demasiado clerical.
Me podría haber dicho es muy pretencioso, es muy exagerado, es poco comercial, ¡yo que se!, pero que era clerical. ¿O sea, qué sólo los clérigos deben buscar el Reino de Dios, y sólo ellos deben pensar en las Bienaventuranzas? No claro que no. Es un programa de ahora, moderno, difícil, pero posible. Muchas veces los comentaristas se han dividido respecto a que Bienaventuranzas eras “más posibles”. Y se aceptaban más por algunos las de Mateo, porque, por ejemplo, al decir “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”, oponiéndose a Lucas que era más radical y decía solamente eso de “Bienaventurados los pobres”, permitía las riquezas. Son ganas de marear y de no asumir la verdad. Ya lo he dicho un poco más arriba. Quien tenga la pobreza en el espíritu, más pronto o más tarde será pobre de verdad, indigente de todas, todas.
4.- Este mundo nuestro tan alejado del amor, de la solidaridad, de la justicia, de la paz, de la verdad, de la sinceridad, de la fraternidad, necesita –ya– de las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret para subsistir y si lo hace sin ellas no será el Reino de Dios, será el reino del otro, del Malo. Si fuéramos capaces –y yo el primero que en esto de las bienaventuranzas me considero el más alejado de todos– de vivir con las bienaventuranzas en nuestro corazón seríamos capaces de cambiar el mundo. Pero no es así. Y ahí estamos “quietos paraos” como dicen los castizos.
Por eso, tal vez, hemos quedado los peores y ya vamos siendo tan pocos. Pero si fuéramos, por un momento, capaces de reconocer nuestras carencias, sin duda Cristo vendría en tromba a ayudarnos. Meditemos hoy mismo, aquí y en nuestra casa, las Bienaventuranzas, las de San Mateo, mismo; que hemos escuchado hace un momento y abramos nuestro corazón a su posibilidad, a su realidad, a pesar de que no sean fáciles. Bienaventurados los humildes porque serán capaces de entender y asumir las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret.
Bueno, y si intentamos mirar a nuestro alrededor, ya dentro de la iglesia, en la misa doce de un domingo, y buscamos a gente que sepamos a ciencia cierta que responde al idea de las Bienaventuranzas de Jesús, pues no encontramos a nadie. Buscamos la riqueza y admiramos a los ricos y a los poderosos. Y ni siquiera aceptamos ser pobres en el espíritu, porque, en realidad, cuando se tiene el espíritu pobre será imposible ser rico. ¿Y la mansedumbre, la afabilidad? ¿Conocéis a alguien que tenga absolutamente limpio el corazón y no desee nada malo, ni nada de la propiedad de su prójimo? ¿Somos verdaderamente así? ¿Nos pillan las bienaventuranzas tan lejos como una constelación del otro lado del Universo? Pues, probablemente, sí. ¿Y qué hacer? ¿Seguir con la indolencia, la hipocresía, el aislamiento, la insolidaridad? Pues, no. Hoy mismo, aquí, que se han proclamado delante de nosotros las bienaventuranzas, deberíamos reaccionar. ¿Qué no podemos? ¿Qué es muy difícil? Cierto, cierto; pero ahí está Cristo con los brazos abiertos esperando nuestro primer movimiento. Otra cosa es que no hagamos nada, que sigamos quietos y pensando que somos mejores cristianos que el propio Cristo y que esto de las bienaventuranzas son cosas raras que decía un profeta –muy majo, muy querido, muy entrañable– de hace algo más de dos mil años y que eso ya no es de este tiempo. Total, una utopía que está en los libros y no puede salir de ellos.
2.- Si eso fuera así, sería verdad que, en efecto, se han ido muchos de nuestro lado, porque los hemos aburrido o escandalizado, y han preferido buscar la justicia o la solidaridad en otros lugares. Pero también es cierto –insisto– que Jesús de Nazaret espera en todo momento que cambiemos y que nos esforcemos para, al menos, comenzar a entender algo de las bienaventuranzas. Estamos a un paso de la cuaresma, dentro de poco más de dos días es Miércoles de Ceniza. Y se nos da una nueva oportunidad para cambiar, para ser auténticos seguidores de Cristo. Claro que si se han considerado las bienaventuranzas como el programa de Jesús y seguimos alejados de ellas, poco podremos hacer. Al menos, aquí y ahora deberíamos reconocer que Jesús nos espera con los brazos abiertos y una sonrisa esperando que tomemos, de una vez, una decisión y terminemos con la comodidad, con la inercia, con la vagancia y la adoración “secreta” –o no tan secreta– a todo aquello que es lo contrario a las bienaventuranzas, como son las riquezas, el odio, la violencia contra nuestros hermanos, el mal humor y la capacidad para explotarlos social y económicamente.
3.- Hay mucha gente que cree que las Bienaventuranzas no son de este mundo. Ni el Reino de Dios, tampoco puede existir aquí. Figuraros que una vez, al principio de mi vida como hombre de fe, quise poner a una publicación “El Reino de Dios” y un compañero periodista, muy religioso él, me dijo:
–No, hombre, no. Eso es demasiado clerical.
Me podría haber dicho es muy pretencioso, es muy exagerado, es poco comercial, ¡yo que se!, pero que era clerical. ¿O sea, qué sólo los clérigos deben buscar el Reino de Dios, y sólo ellos deben pensar en las Bienaventuranzas? No claro que no. Es un programa de ahora, moderno, difícil, pero posible. Muchas veces los comentaristas se han dividido respecto a que Bienaventuranzas eras “más posibles”. Y se aceptaban más por algunos las de Mateo, porque, por ejemplo, al decir “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”, oponiéndose a Lucas que era más radical y decía solamente eso de “Bienaventurados los pobres”, permitía las riquezas. Son ganas de marear y de no asumir la verdad. Ya lo he dicho un poco más arriba. Quien tenga la pobreza en el espíritu, más pronto o más tarde será pobre de verdad, indigente de todas, todas.
4.- Este mundo nuestro tan alejado del amor, de la solidaridad, de la justicia, de la paz, de la verdad, de la sinceridad, de la fraternidad, necesita –ya– de las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret para subsistir y si lo hace sin ellas no será el Reino de Dios, será el reino del otro, del Malo. Si fuéramos capaces –y yo el primero que en esto de las bienaventuranzas me considero el más alejado de todos– de vivir con las bienaventuranzas en nuestro corazón seríamos capaces de cambiar el mundo. Pero no es así. Y ahí estamos “quietos paraos” como dicen los castizos.
Por eso, tal vez, hemos quedado los peores y ya vamos siendo tan pocos. Pero si fuéramos, por un momento, capaces de reconocer nuestras carencias, sin duda Cristo vendría en tromba a ayudarnos. Meditemos hoy mismo, aquí y en nuestra casa, las Bienaventuranzas, las de San Mateo, mismo; que hemos escuchado hace un momento y abramos nuestro corazón a su posibilidad, a su realidad, a pesar de que no sean fáciles. Bienaventurados los humildes porque serán capaces de entender y asumir las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret.
Ángel Gómez Escorial
EL MUNDO AL REVÉS
Muy poco espacio hemos tenido entre la Navidad, y la Santa Cuaresma que vamos a comenzar el próximo miércoles con el rito de la imposición de la ceniza, para ponernos en camino o sintonizar con las líneas maestras de Jesús.
1.- Pero, hoy, y para que no se escape nada o, con el fin de que algo quede atado en nuestra vida cristiana, Jesús nos ofrece rápidamente, como el maestro lo hace con su alumno, un resumen magistral y certero de todo su ser, obrar y existir: las bienaventuranzas.
¿Dónde está felicidad? Preguntaba un joven a su padre. El padre, con la mano sobre el hombro de su hijo, le contestaba: tal vez donde ni tú ni yo, nos preocupamos demasiado en buscarla en la dirección adecuada.
El camino de las bienaventuranzas no admite fisuras: o estamos con Jesús o, el mensaje que nos traen, resulta incomprensible a todas luces. ¿Sí o no? Es el interrogante que subyace, espontáneamente desde nuestra fe, cuando uno se acerca al monte de los bienaventurados.
2.- ¿Qué es el monte de los bienaventurados?
– Es el lugar desde el cual se divisa el destino que espera y asombra a los que creen y siguen a Jesús. ¿Lo estamos haciendo? ¿Es nuestra fe solidaria, cercana, convencida?
– Es el pensamiento de Dios expuesto al aire libre. ¡Dichosos! Nos dice el Señor, si para ser felices, nadáis como el salmón (contracorriente). El espíritu de las bienaventuranzas es precisamente ese: donde el mundo se empeña en decir “sí” habrá que decir (de vez en cuando) un “no” o al contrario. Y no porque pretendamos, como cristianos, ser espíritu de contradicción. Lo hacemos porque, vemos que el mundo, no está centrado. Porque corremos el riesgo de embarcarnos en destinos que sólo nos pueden traer malas aventuras con finales inciertos.
3.- .Jesús, nos marca un camino, un sendero que conduce a un horizonte de paz y de cordialidad, de felicidad y de dicha. Las bienaventuranzas nos sorprenden precisamente porque, nos muestran a las claras, el pensamiento más profundo de Dios. Nunca, con tan pocas palabras, se ha dicho tanto para aquellos que queremos vivir una amistad, una fe, una comunión –sincera y comprometida- con Jesús de Nazaret.
¿Subimos a ese monte de bienaventurados? ¿Nos atrevemos? ¿Dejamos al Señor que lea nuestras manos y corazones? ¿Dónde, en qué y en quién los tenemos puestos? ¿No será la fuente de nuestros fracasos, intrigas, ansiedades y malestar social, personal y general, el hecho de que estamos distraídos del camino auténtico que conduce a la prosperidad?
Estamos viviendo un momento único e irrepetible. Es decir; Dios, por pura iniciativa suya, nos ha hecho vivir aquí y ahora. Con nuestras luchas, tropiezos, conquistas, fracasos, debilidades y posibilidades. Es, por lo tanto, la hora de poner nuestra confianza en Dios.
4.- Subir al monte de las bienaventuranzas conlleva no mirar hacia atrás. ¿Desde cuando el mundo llama fuertes a los débiles? ¿Ayuda la sociedad y los medios de comunicación social a tener un corazón limpio y un bolsillo generoso o misericordioso? Ya veis; vivir el espíritu de las bienaventuranzas exige poner nuestros ojos en Dios. Darle un margen de confianza. No dejarnos abatir ni derrotar por aquellas personas, o por aquellos poderes mediáticos o ideologías, que levantan enormes montes y rascacielos de falsas felicidades que de repente, de la noche a la mañana, dejan a cientos y a miles de personas en tremenda soledad, en preguntas sin respuestas, en riquezas que luego resultan ser pobreza.
5.- Comienza la cuaresma, amigos, pero Jesús con este sermón de campanillas, que son las bienaventuranzas, nos pone en alerta; en situación.
Alguien dijo, con cierta razón, que las bienaventuranzas son no lo contrario al mundo, sino “el mundo al revés”.
Apostemos por ellas y, nuestra vida, se convertirá en una sincera y gigantesca sonrisa de felicidad. Que Dios nos ayude.
1.- Pero, hoy, y para que no se escape nada o, con el fin de que algo quede atado en nuestra vida cristiana, Jesús nos ofrece rápidamente, como el maestro lo hace con su alumno, un resumen magistral y certero de todo su ser, obrar y existir: las bienaventuranzas.
¿Dónde está felicidad? Preguntaba un joven a su padre. El padre, con la mano sobre el hombro de su hijo, le contestaba: tal vez donde ni tú ni yo, nos preocupamos demasiado en buscarla en la dirección adecuada.
El camino de las bienaventuranzas no admite fisuras: o estamos con Jesús o, el mensaje que nos traen, resulta incomprensible a todas luces. ¿Sí o no? Es el interrogante que subyace, espontáneamente desde nuestra fe, cuando uno se acerca al monte de los bienaventurados.
2.- ¿Qué es el monte de los bienaventurados?
– Es el lugar desde el cual se divisa el destino que espera y asombra a los que creen y siguen a Jesús. ¿Lo estamos haciendo? ¿Es nuestra fe solidaria, cercana, convencida?
– Es el pensamiento de Dios expuesto al aire libre. ¡Dichosos! Nos dice el Señor, si para ser felices, nadáis como el salmón (contracorriente). El espíritu de las bienaventuranzas es precisamente ese: donde el mundo se empeña en decir “sí” habrá que decir (de vez en cuando) un “no” o al contrario. Y no porque pretendamos, como cristianos, ser espíritu de contradicción. Lo hacemos porque, vemos que el mundo, no está centrado. Porque corremos el riesgo de embarcarnos en destinos que sólo nos pueden traer malas aventuras con finales inciertos.
3.- .Jesús, nos marca un camino, un sendero que conduce a un horizonte de paz y de cordialidad, de felicidad y de dicha. Las bienaventuranzas nos sorprenden precisamente porque, nos muestran a las claras, el pensamiento más profundo de Dios. Nunca, con tan pocas palabras, se ha dicho tanto para aquellos que queremos vivir una amistad, una fe, una comunión –sincera y comprometida- con Jesús de Nazaret.
¿Subimos a ese monte de bienaventurados? ¿Nos atrevemos? ¿Dejamos al Señor que lea nuestras manos y corazones? ¿Dónde, en qué y en quién los tenemos puestos? ¿No será la fuente de nuestros fracasos, intrigas, ansiedades y malestar social, personal y general, el hecho de que estamos distraídos del camino auténtico que conduce a la prosperidad?
Estamos viviendo un momento único e irrepetible. Es decir; Dios, por pura iniciativa suya, nos ha hecho vivir aquí y ahora. Con nuestras luchas, tropiezos, conquistas, fracasos, debilidades y posibilidades. Es, por lo tanto, la hora de poner nuestra confianza en Dios.
4.- Subir al monte de las bienaventuranzas conlleva no mirar hacia atrás. ¿Desde cuando el mundo llama fuertes a los débiles? ¿Ayuda la sociedad y los medios de comunicación social a tener un corazón limpio y un bolsillo generoso o misericordioso? Ya veis; vivir el espíritu de las bienaventuranzas exige poner nuestros ojos en Dios. Darle un margen de confianza. No dejarnos abatir ni derrotar por aquellas personas, o por aquellos poderes mediáticos o ideologías, que levantan enormes montes y rascacielos de falsas felicidades que de repente, de la noche a la mañana, dejan a cientos y a miles de personas en tremenda soledad, en preguntas sin respuestas, en riquezas que luego resultan ser pobreza.
5.- Comienza la cuaresma, amigos, pero Jesús con este sermón de campanillas, que son las bienaventuranzas, nos pone en alerta; en situación.
Alguien dijo, con cierta razón, que las bienaventuranzas son no lo contrario al mundo, sino “el mundo al revés”.
Apostemos por ellas y, nuestra vida, se convertirá en una sincera y gigantesca sonrisa de felicidad. Que Dios nos ayude.
Javier Leoz
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