por Jesús Burgaleta
Palabra del Domingo. Homilías ciclo A. PPC. Madrid, 1983, pp. 105-107
Publicado por Libro de Arena
Palabra del Domingo. Homilías ciclo A. PPC. Madrid, 1983, pp. 105-107
Publicado por Libro de Arena
«No perdáis la calma», nos recomienda Jesús. Por parte de Dios el porvenir está seguro: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas». Estamos llamados a ser familia de Dios, a participar de su Mesa, de su Vida, de la Intimidad y el gozo del mismo Dios, que es la plenitud del hombre. Y en la casa de Dios hay sitio para todos.
Pero, nos preocupa cómo poder llegar a esa plenitud, que en última instancia es la felicidad o el logro de sí. Y nos preocupa ya. No sólo por lo que nos pueda venir, sino también por lo que podamos empezar a vivir.
Nos atormentan muchas preguntas, que se formulan de mil maneras. En resumen podrían ser estas:
¿Cómo madurar como personas?
¿Cómo llegar a realizarse?
¿Cómo salvarse y alcanzar la felicidad?
Igual que Tomás, de un modo u otro, todos nos preguntamos, salvo que no tengamos conciencia de nosotros mismos: «¿Cómo podemos saber el camino?».
No hay otro camino que el de Jesús: AMAR A LOS DEMÁS HASTA SER CAPAZ DE PERDER LA VIDA POR ELLOS. Este es el camino: «YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA».
El «camino» no es un libro de sugerencias, ni una guía de moral, ni una trayectoria de prácticas ascéticas, ni una filosofía, ni un método, ni una técnica, por muy importantes que sean o que nos lo parezcan.
El «camino» es el mismo vivir en el amor, la entrega de si a los demás. El «camino» es esta vida. El «camino» no es algo distinto de la vida, como si la vida tuviera que andar por una senda determinada. El desarrollo de la misma vida en el amor, es el «camino» que nos lleva a la plenitud de ella.
Esta es la verdad: el contenido de la verdad es la vida en el amor. Frente a los que ponen todo el interés, dentro de la Iglesia, en las «verdades» reducidas a formularios doctrinales, el evangelio pone la «verdad» en el vivir al servicio de los demás. ¡Esta es la verdadera ortodoxia! La «verdad» que no es vida entregada, es orgullo de la mente.
Nadie llega la «vida», sino por este «camino» del vivir entregado: «Nadie va al Padre sino por mí». Conocer esto que es Jesús –servicio a todos hasta dar su vida por amor, para que tengamos vida– es todo: es «conocer al Padre», hacerse familiar suyo, tener vida divina, ser hijo de Dios.
Dios solamente se muestra en la Vida del hombre entregado. El amor del hombre al otro hombre es la «obra de Dios». En la acción del servicio de un hombre a otro Dios da vida. En la ayuda de un hombre a otro, Dios está presente. «Quien me ha visto a mí –entregado hasta la muerte– ha visto al Padre». «El Padre, que permanece en mi –en mi vida servicial–, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no creed a las obras». Las obras del vivir en el amor, es la misma obra de Dios. Dios está identificado con este tipo de hombre que, como Jesús, su vivir es el amor. «Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre».
Este el único «camino» para llegar a ser persona, para lograrse, para ser discípulos de Jesús, para tener vida. «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). No hay otro «camino» que pueda realizar el hombre; es el único método para realizarse y ser feliz.
Y esta es la obra de la vida del discípulo: tener vida, que consiste: en dar vida, en estar desde la misma fuente de sí a favor del hombre. Esta es la única obra que puede manifestar a Dios y revelar hasta donde llega su amor a nosotros. Dios es el que da vida y quiere para el hombre vida verdadera. En nombre de Dios no hay otra misión a realizar que comunicar vida.
El que tiene vida y la comunica, hace la misma obra de Dios y de Jesús en medio del mundo: «También hará las obras que yo hago y aun mayores».
Vivir dando vida, que es la vida que permanece, es el ÚNICO CAMINO para lograrse como persona y alcanzar la felicidad.
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