Publicado por Fundación Epsilon
Decimos que creemos en el mismo Dios. Pero si nos pidiesen a cada cristiano que explicáramos cómo entendemos cada uno de nosotros a Dios... Por poner un ejemplo concreto:
¿habría muchos puntos en común entre el modo de entender a Dios que pueda tener alguno de los dictadores que dicen rezar al Dios de los cristianos y el de los miembros de las comunidades cristianas de base de América Latina? ¿Habría muchas semejanzas entre la idea que sobre Dios tenía Oscar Romero y la que tenían los cristianos responsables de su muerte?
MUÉSTRATE AL PADRE
En el núcleo, en el mismo centro de la misión de Jesús se encuentra la revelación de quién es Dios, la explicación de quién es su Padre. Desde el principio de su evangelio, Juan ha dejado claro que Jesús va a mostrarnos de manera definitiva cuál es el verdadero rostro de Dios: «A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único que es Dios y está al lado del Padre, él ha sido la explicación» (1,18). Y ésta será una de las novedades más importantes de la revelación de Jesús: por el contenido de esa revelación y por el modo de llevarla a cabo. Tan nueva será, que Felipe, uno de los que habían acompañado a Jesús desde el principio, cuando la misión de Jesús está ya llegando al final, aún no se ha dado cuenta de cómo se puede conocer al Padre: «Señor, haz que veamos al Padre y nos basta». Felipe sigue encadenado a las ideas de su antigua religión y no es capaz de descubrir la novedad de la fe de Jesús.
CONOCER AL PADRE
El pueblo de Israel había conocido a Dios gracias a sus actuaciones liberadoras de las que había sido beneficiario; pero a los teólogos oficiales esto sólo les servía para excitar el orgullo nacional de los pobres al tiempo que, de puertas adentro, presentaban otros aspectos que, sin negar que estuvieran presentes en los libros del Antiguo Testamento, hacían al pueblo más dócil y manejable: a Dios se le podía conocer en las alturas, en lo glorioso o en lo terrible; y la reacción del hombre ante este Dios no podía ser otra que el abajamiento, la humillación, el sometimiento, el temor...
Por eso no es de extrañar que Felipe no se hubiera dado cuenta de que en la actuación de Jesús, en sus obras, en su amor hasta la exageración, se estaba revelando el mismo Dios, el verdadero rostro del Padre (del único Padre: Mt 23,9). Pero, para él, el tener que ver a Dios en el Hombre era algo realmente inconcebible.
Hace justo un mes que recordábamos la muerte de Jesús. Allí, en aquella situación de derrota a los ojos humanos, se manifestaba en toda su plenitud el ser de Dios, el ser del Padre: amor hasta el extremo y, por eso, capacidad de llenar de vida al hombre para que el hombre, aceptando esa vida y ese amor, fuese capaz de cambiar radicalmente este mundo y convertirlo en un mundo de hermanos. Pero amor también que, por serlo, no se impone por la fuerza a nadie, sólo se ofrece; y, por tanto, toda su potencia se convierte en debilidad si el hombre no lo acepta, todo su poder -ése es el poder de Dios- se hace ineficaz si el hombre lo rechaza. Esa imagen de Dios, vendido totalmente a la voluntad del hombre, no la acaban de aceptar los discípulos de Jesús.
LLEGAR HASTA EL PADRE
Esto es lo que muestra la pregunta de Tomás: él, que había estado dispuesto a morir con Jesús, se negaba una y otra vez a aceptar que la muerte pudiera llevar a ningún sitio: «Señor, no sabemos adónde te marchas, ¿ cómo podemos saber el camino?»
La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas; su meta, y la meta de sus seguidores, es el Padre: «Nadie se acerca al Padre sino por mí». Ahí es adonde conduce la muerte cuando ésta es consecuencia de un compromiso de amor con la humanidad. Y sólo hay un modo de realizar este compromiso: la identificación con Jesús, «el camino, la verdad y la vida».
El camino, que, para sus seguidores, ha quedado explicado en el mandamiento nuevo: la entrega de la propia vida, por amor, en favor de la felicidad de los hombres, como hizo él.
La verdad, la Palabra hecha carne, el proyecto de hombre que, de parte de Dios, Jesús nos comunica y que se realiza en él en toda su plenitud: un hombre que es hijo y, por tanto, hermano.
La vida, la que Jesús poseía en plenitud y que él ofrece a quienes estén dispuestos a recibirla: el Espíritu de amor que nos hace capaces de llegar a ser hijos viviendo como hermanos.
Este es el verdadero Dios de los cristianos. Este el único modo de conocerlo y de llegar a él: Jesús, su modo de ser Hombre, aceptado como modelo. Todo lo demás serán aproximaciones que necesariamente se quedarán pequeñas; pero serán aproximaciones válidas sólo si no se apartan de este camino, si no deforman esta verdad y si no arruinan esta forma de vida.
¿habría muchos puntos en común entre el modo de entender a Dios que pueda tener alguno de los dictadores que dicen rezar al Dios de los cristianos y el de los miembros de las comunidades cristianas de base de América Latina? ¿Habría muchas semejanzas entre la idea que sobre Dios tenía Oscar Romero y la que tenían los cristianos responsables de su muerte?
MUÉSTRATE AL PADRE
En el núcleo, en el mismo centro de la misión de Jesús se encuentra la revelación de quién es Dios, la explicación de quién es su Padre. Desde el principio de su evangelio, Juan ha dejado claro que Jesús va a mostrarnos de manera definitiva cuál es el verdadero rostro de Dios: «A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único que es Dios y está al lado del Padre, él ha sido la explicación» (1,18). Y ésta será una de las novedades más importantes de la revelación de Jesús: por el contenido de esa revelación y por el modo de llevarla a cabo. Tan nueva será, que Felipe, uno de los que habían acompañado a Jesús desde el principio, cuando la misión de Jesús está ya llegando al final, aún no se ha dado cuenta de cómo se puede conocer al Padre: «Señor, haz que veamos al Padre y nos basta». Felipe sigue encadenado a las ideas de su antigua religión y no es capaz de descubrir la novedad de la fe de Jesús.
CONOCER AL PADRE
El pueblo de Israel había conocido a Dios gracias a sus actuaciones liberadoras de las que había sido beneficiario; pero a los teólogos oficiales esto sólo les servía para excitar el orgullo nacional de los pobres al tiempo que, de puertas adentro, presentaban otros aspectos que, sin negar que estuvieran presentes en los libros del Antiguo Testamento, hacían al pueblo más dócil y manejable: a Dios se le podía conocer en las alturas, en lo glorioso o en lo terrible; y la reacción del hombre ante este Dios no podía ser otra que el abajamiento, la humillación, el sometimiento, el temor...
Por eso no es de extrañar que Felipe no se hubiera dado cuenta de que en la actuación de Jesús, en sus obras, en su amor hasta la exageración, se estaba revelando el mismo Dios, el verdadero rostro del Padre (del único Padre: Mt 23,9). Pero, para él, el tener que ver a Dios en el Hombre era algo realmente inconcebible.
Hace justo un mes que recordábamos la muerte de Jesús. Allí, en aquella situación de derrota a los ojos humanos, se manifestaba en toda su plenitud el ser de Dios, el ser del Padre: amor hasta el extremo y, por eso, capacidad de llenar de vida al hombre para que el hombre, aceptando esa vida y ese amor, fuese capaz de cambiar radicalmente este mundo y convertirlo en un mundo de hermanos. Pero amor también que, por serlo, no se impone por la fuerza a nadie, sólo se ofrece; y, por tanto, toda su potencia se convierte en debilidad si el hombre no lo acepta, todo su poder -ése es el poder de Dios- se hace ineficaz si el hombre lo rechaza. Esa imagen de Dios, vendido totalmente a la voluntad del hombre, no la acaban de aceptar los discípulos de Jesús.
LLEGAR HASTA EL PADRE
Esto es lo que muestra la pregunta de Tomás: él, que había estado dispuesto a morir con Jesús, se negaba una y otra vez a aceptar que la muerte pudiera llevar a ningún sitio: «Señor, no sabemos adónde te marchas, ¿ cómo podemos saber el camino?»
La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas; su meta, y la meta de sus seguidores, es el Padre: «Nadie se acerca al Padre sino por mí». Ahí es adonde conduce la muerte cuando ésta es consecuencia de un compromiso de amor con la humanidad. Y sólo hay un modo de realizar este compromiso: la identificación con Jesús, «el camino, la verdad y la vida».
El camino, que, para sus seguidores, ha quedado explicado en el mandamiento nuevo: la entrega de la propia vida, por amor, en favor de la felicidad de los hombres, como hizo él.
La verdad, la Palabra hecha carne, el proyecto de hombre que, de parte de Dios, Jesús nos comunica y que se realiza en él en toda su plenitud: un hombre que es hijo y, por tanto, hermano.
La vida, la que Jesús poseía en plenitud y que él ofrece a quienes estén dispuestos a recibirla: el Espíritu de amor que nos hace capaces de llegar a ser hijos viviendo como hermanos.
Este es el verdadero Dios de los cristianos. Este el único modo de conocerlo y de llegar a él: Jesús, su modo de ser Hombre, aceptado como modelo. Todo lo demás serán aproximaciones que necesariamente se quedarán pequeñas; pero serán aproximaciones válidas sólo si no se apartan de este camino, si no deforman esta verdad y si no arruinan esta forma de vida.
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