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viernes, 11 de julio de 2008

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Acercarnos a Él y a su Palabra como tierra buena

Publicado por Cristo Rey

En la mayor parte de los domingos, la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre aspectos diversos de nuestra vivencia cristiana. Hoy, sin embargo, quiere que lo hagamos sobre ella misma. Que nos preguntemos con qué disposición la escuchamos cada semana, si la sabemos hacer vida, si recurrimos a ella cuando necesitamos saber el camino, cuando buscamos luz. Hoy la Palabra de Dios viene a nosotros bajo la imagen de una semilla que es sembrada en nuestros corazones y que produce frutos distintos según sea la calidad de esa tierra. Nosotros somos los que decidimos el tipo de tierra que queremos ser.

Hoy, en el Evangelio, Jesús nos ha contado la Parábola del Sembrador. En las Parábolas, en las pequeñas historias o relatos que Él contaba, lo importante era la enseñanza que estaba detrás. Vamos a tratar de descubrir qué es lo que nos quiso decir con esta. Un sembrador esparce su semilla. Una parte cae en el camino. Otra en terreno pedregoso. Una tercera entre zarzas. La última, en tierra buena. La que cae en el camino es comida por las aves del cielo. La que lo hace en terreno pedregoso apunta un poco pero muere. La que cae entre zarzas nace y crece pero es ahogada por ellas. La que es sembrada en tierra buena produce su fruto en distinta medida.

¿Qué nos quiso decir Jesús con ella? Nosotros somos tierra de camino cuando escuchamos la Palabra de Dios pero no dejamos que penetre en nuestra vida, cuando no hacemos ningún esfuerzo por entenderla, cuando no nos preocuparnos de estudiarla. En este caso esa semilla de la Palabra de Dios no puede producir su fruto. Cualquier circunstancia la borra incluso de nuestro recuerdo. Nosotros somos terreno pedregoso cuando tenemos un corazón duro en el que ninguna semilla puede penetrar, cuando somos superficiales, cuando somos inconstantes, cuando nos entusiasmamos con algo solo hasta que vienen las dificultades y los problemas. La semilla de la Palabra de Dios apenas tiene tiempo de nacer en nosotros. Muere por falta de tierra suficiente.

Somos terreno de zarzas y espinos cuando las preocupaciones de la vida, del dinero, de los negocios ahogan la semilla de la Palabra de Dios. La semilla ha caído en nosotros, sí. Somos tierra buena pero estamos metidos en tantas cosas que no tenemos tiempo ni para Dios, ni para su Palabra. Ni tampoco para nuestra familia, nuestros amigos. Finalmente, somos tierra buena cuando, eligiendo ser tierra de campo y no de camino, quitamos las piedras y las zarzas, la preparamos con esmero y dejamos que esa semilla caiga sobre nosotros con todas las consecuencias. Una semilla enterrada en nosotros que dará fruto. ¿Estamos dispuestos a ello? ¿Queremos que la Palabra de Dios penetre en nuestra vida y la transforme? Si la respuesta es positiva, nos queda por delante una gran tarea. Lo mismo que el labrador, nosotros estamos llamados a preparar la tierra de nuestro corazón para que esa semilla de la Palabra de Dios produzca en nosotros el treinta, el sesenta o el ciento por uno.

De nada sirve oír una y mil veces la Palabra de Dios si, por comodidad o por pereza o porque no tenemos fuerzas ni ganas para cambiar, nos empeñamos en ser tierra de camino o terreno pedregoso o lleno de zarzas. Solo siendo tierra buena la Palabra de Dios dará su fruto. Pidámosle al Señor que nos ayude a acercarnos a Él y a su Palabra como tierra buena.

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