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jueves, 10 de julio de 2008

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Recursos: comentario bíblico y pautas para la homilía

La Palabra de Dios conduce la historia
Publicado por Dominicos.org

Introducción

Sucedió en una de mis incursiones en la montaña. Al llegar junto a un caserío y tener dudas sobre el camino, intenté preguntar a una mujer que se encontraba a la puerta de la casa. Al hacerlo, corrió precipitadamente hacia el interior. Salió en seguida otra persona diciéndome: “Es muda, ¿en qué puedo servirle?” Aquello me produjo una impresión profunda con sentimientos encontrados. Inconscientemente, hice un elogio de la palabra y, en aquel momento, la estimé más que la belleza que me envolvía. Al mismo tiempo, me percaté de que la palabra es un don inestimable que, según estaba viendo, no a todos se les había concedido.

Hoy en el Evangelio se nos habla de otra palabra, de la Palabra con mayúscula. Es como la nuestra, sólo que mucho más. Hoy se hace hincapié en la fecundidad y eficacia de la Palabra. No sólo de la Palabra de la que nos habla san Juan en el prólogo a su evangelio, sino de la Palabra de Jesús, de la Palabra de Dios, de sus parábolas y alegorías. Mediante esta Palabra Dios se comunica con la persona humana y, de alguna manera, muestra su rostro.

Normalmente una palabra expresada nos pide una respuesta. La Palabra de Dios también. En esa clave podemos leer hoy el evangelio.

Otra forma de responder, más auténtica, más profunda, es dejarnos transformar por la Palabra, haciéndola vida en nosotros, para que pueda ser eficaz y fecunda.


Comentario Bíblico

Iª Lectura: Isaías (55,10-11): La palabra profética, transforma la historia humana

I.1. El libro de Isaías, o mejor dicho, el Deuteroisaías (40-55), termina con un capítulo de altos contenidos teológicos que podemos interpretarlo como «la fuerza de la palabra de Dios que cambia la historia», que hace historia, que no se limita a los ámbitos espirituales, aunque estos son su ser natural. Efectivamente, el texto de la Iª Lectura de hoy forma parte de ese capítulo del que hablamos; sus imágenes, los símbolos que se usan, ponen de manifiesto esta teología sobre la fuerza de la palabra profética como Palabra de Dios. Lo que se quiere poner de manifiesto es la dimensión creadora y transformadora de la Palabra de Dios.

I.2. Sabemos que los profetas de Israel y Judá han marcado la religiosidad de su época y por eso su mensaje sigue siendo para nosotros un mensaje de alternativa. La Palabra de Dios que viene sobre el pueblo desencadena juicio y salvación a la vez. En el texto de hoy nos encontramos con la singularidad de que la Palabra de Dios, como la lluvia y la nieve, no vuelven a lo alto de vacío; así sucede con la Palabra de Dios que se hace presente por medio de sus profetas. Los corazones, es decir, las personas, reciben lluvia y nieve espirituales de la palabra de los profetas que interpretan la voluntad de Dios en la historia personal y comunitaria.

I.3. Eso no quiere decir que todos los acontecimientos de la historia están desencadenados por la Palabra de Dios, y en eso deberemos tener cuidado para no caer en fundamentalismos; pero la Palabra divina salva, anima, consuela, juzga las injusticias y a los poderosos. Esa palabra llega de muchas formas y maneras por medio de los que han puesto su confianza en Dios. Y desde esa confianza y energía, Dios actúa en la historia. Por eso, el compromiso de los que cuentan con Dios en sus vidas no debe reducirse al ámbito personal-espiritual. El mundo, la sociedad, las instituciones de justicia y de altas decisiones no deberían hacer oídos sordos a los "profetas" de salvación y de gracia.


IIª Lectura: Romanos (8,18-23): Una ecología teológica

II.1. La IIª Lectura nos muestra unos de esos textos que podemos llamar actualmente «ecológicos». Sabemos que la ecología está siendo campo de batalla de numerosas ideologías contrapuestas y contradictorias. Pablo, con el lenguaje de la apocalíptica, al que era tan cercano como buen judío, nos presenta la suerte del mundo, de la creación, unida estrechamente a la suerte de los hombres y de su redención. No es un texto negativo, como a veces le han reprochado. Ya Teilhard de Chardin había hecho una lectura muy positiva, no solamente válida, con su “himno a la materia”, en la línea de la esperanza de redención de todo el universo. Este mundo de la creación no puede estar llamado a lo obsoleto. San Pablo está usando el término ktisis, que viene a significar la creación, la materia como misterio en el que subsistimos en este mundo.

II.2. La verdad es que, en este mundo, la obra de Dios es para el hombre, está en sus manos, pero ¿qué estamos haciendo de este mundo nuestro? La creación también tiene que consumarse en la liberación; lo que ha formado parte de nuestra historia, de nuestro ser, anhela gracia y salvación. Es verdad que para los que conciben el mundo y la creación solamente como «naturaleza», esto es un antropomorfismo; pero, en todo caso, en nuestra redención personal y comunitaria, el mundo, el arte, la música, el cielo, la tierra, el sol... todo adquirirá sentido, todo es anhelo de dolores de parto para vivir en una armonía que está verdaderamente en las manos de Dios.

II.3. Es muy probable que detrás de este texto exista una reflexión teológica del mismo judaísmo sobre Gn 3 y las consecuencias del pecado de la humanidad, del hombre creado a imagen y semejanza de Dios y las consecuencias para el mundo. Pablo quiere hacer una lectura nueva desde Cristo. El pecado de la humanidad no queda solamente en el ámbito de lo interior, sino que lo exterior, la naturaleza, se resiente si el hombre no sabe llevar a cabo la misión que Dios le ha encomendado. Porque la humanidad está llamada a un estado de paz con la naturaleza, pero cuando la humanidad se aleja del proyecto divino de justicia, de armonía, de paz, entonces, las guerras o la acumulación de bienes de unos pocos se refleja en la misma naturaleza. La creación, no lo olvidemos, está ligada al destino del hombre. Ahí está la fuerza argumentativa de la verdadera ecología teológica.


Evangelio: Mateo (13,1-23): La Palabra de Dios, semilla que engendra

III.1. La parábola del sembrador y su explicación abre estos domingos de lectura continua en los que se nos van a presentar distintas parábolas, que Mateo concentra precisamente en el c. 13. Podemos decir también que esta es una parábola ecológica, por sus símbolos. La semilla que cae en distintas tierras, que después se compara con distintas actitudes, debe ser la Palabra de Dios que conduce nuestra historia, que crea una relación hermosa y llena de sentido.

III.2. Cuando la historia no se contempla desde el horizonte de la Palabra de Dios, entonces todo se resiste a la armonía, a la fraternidad, a la paz, e incluso a la calidad de vida digna para todos. En todo caso, Jesús, con su parábola -ya que la explicación probablemente procede de la iglesia primitiva que era más timorata-, intentaba decir que, pase lo que pase, la Palabra de Dios siempre produce fruto; basta acogerla desde nuestras posibilidades. Unas veces producirá más y otras menos, pero siempre será luz de nuestra vida. Porque en esto de la luz, de la gracia y de la salvación, la cantidad no cuenta de verdad.

III.3. Es muy probable que haya sido la iglesia posterior y su moralismo excesivo, la que se haya propuesto acentuar eso de la cantidad como un perfeccionamiento anhelado, y así se refleja en la explicación de la parábola, donde ya todo se centra en el campo que acoge, no en la semilla. Sin embargo, el profeta de Nazaret era menos perfeccionista y quería trasmitir una confianza inaudita en la fuerza de Dios que nos llega por la palabra profética y por la parábola profética del sembrador. El sembrador sabe que no todo lo que siembra se recoge al final, sino que siendo más realista confía "en conjunto" en la semilla que esparce, es decir, en la palabra que ilumina y que salva.
III.4. Cuando alguien solamente ha podido entregar el 20, o el 60 de su vida (incluso el 30 y el 40), Dios no lo desprecia, sino que lo tiene muy en cuenta. Su amor a los hombres y mujeres que viven en este mundo no le hace despreciar lo que su amor engendra, aunque sea una mínima parte de lo que debería haber sido. Porque para Jesús, en este caso, se trataba de poner de manifiesto la fuerza de la semilla, de la palabra, del evangelio de vida. Porque sin esa semilla, sin esa palabra de gracia y de buenas noticias, no hay manera de que los seres humanos se puedan fiar de Dios y serle fieles. Jesús está sembrado, en esta parábola “el evangelio” frente a le Ley (la Torá). Con el evangelio se entiende que la semilla es gracia; con la ley, lo que vale es la ”producción” en cantidades semejantes a la inversión.

Fray Miguel de Burgos, O.P.


Pautas para la homilía

San Mateo comienza con este capítulo 13 las parábolas sobre el Reino de Dios, su nacimiento, desarrollo y plenitud. Al final, comprendemos mejor el valor que Jesús dio al Reino, las distintas actitudes que, según él, tenían entonces y seguimos teniendo ahora ante él, y los impedimentos, vallas y frenos que los humanos sufrimos y que pueden impedir su implantación y posterior crecimiento.

* La semilla y el sembrador

El terreno –los terrenos- donde se siembra, es –son- importantes. Pero lo fundamental es la semilla y el sembrador, auténticos protagonistas de la parábola. El Reino de Dios es un don, la semilla ya está creciendo, el sembrador sólo aguarda los resultados.

El sembrador es Dios, bien directamente o bien a través de su Espíritu e, incluso, de sus causas segundas o terceras . La semilla es la Palabra. De ahí el cuidado que debemos tener para no predicarnos a nosotros mismos sino mostrar el Verbo, la Palabra, la única semilla capaz de fructificar. La finalidad, la esperanza, al margen de cualquier apariencia en contra. Luego veremos los problemas y dificultades, pero la semilla producirá su fruto y la cosecha será un hecho. Desde que los apóstoles y discípulos más preclaros acabaron en el martirio, como su Señor, aparentemente no hay un futuro halagüeño para Dios y su Reino. Pero, la parábola del Sembrador nos indica lo contrario. La semilla tiene una fuerza que nadie ni nada podrá aniquilar. Hay que esperar, hay que creer, hay que confiar.

Quizá hoy más que nunca pudiéramos ser un tanto o un mucho pesimistas. Los medios no ayudan. El mal es una realidad lo mismo que la aparente ausencia de Dios. El divorcio se extiende, el aborto y sus leyes permisivas se amplían. Las apostasías se hacen públicas. Pues bien, la semilla, a pesar de todo, está plantada a voleo por un sembrador inasequible al desaliento. Al final habrá cosecha.

* El terreno y los terrenos

El terreno somos nosotros. Y nos distinguimos, no por la semilla que recibimos, que es la misma, sino por las distintas actitudes que cada uno mostramos ante ella y, por ella, ante el sembrador. Así nos lo interpretó Jesús al dar cuenta del sentido de la parábola a sus discípulos: “El sentido de la parábola es éste...”

Siempre según Jesús, cuya “homilía” nos sirve hoy de plantilla, el posible problema en la implantación de la Palabra no radica en la semilla ni en su fuerza y vigor para dar fruto, sino en la acogida que dispensemos a la simiente, en el “distinto terreno” donde haya podido caer la semilla.

Jesús, como sembrador, se parece al profesor pedagogo que explica ilusionado lo que corresponda a todos sus alumnos, como si no supiera –o no le importara saber- que no todos van a recoger lo mismo. Eso vendrá después, dependiendo de las condiciones que su explicación encuentre. Lo suyo es sembrar a voleo, explicar sin “selectividad” todavía ni favoritismos. Lo suyo, como sembrador, como profesor, es sembrar. La cosecha vendrá después.

Aunque lo nuestro es imitar al sembrador y no discriminar ningún terreno ni hacer compartimentos estancos para no desperdiciar la semilla, sí podemos escuchar a Jesús y ser cautos. En parte, el terreno depende de nosotros y, en especial, del vigor de la Palabra para transformarlo. Algo así como el papel del clima, del sol y el agua, traducido en oración y sacramento.

No podemos ni debemos entrar en los detalles que nos mostró Jesús. Basta recordarlo, meditarlo, interpretarlo y dejarse interpelar.

* Acogida

Aunque la semilla parabólica cayó en cuatro terrenos diferentes, se hace hincapié en el fruto que se obtuvo en la que cayó en tierra buena, o lo que es mismo, en el fruto obtenido por la acogida de la Palabra.

Acoger la Palabra, es acoger a Jesús, acoger a Dios. Es lo que hizo Jesús a lo largo de toda su vida para, luego, acogernos a nosotros. Su vida entera es el mejor ejemplo del amor acogedor de Dios. Para lograrlo, no dudó en vencer y rebasar todo tipo de resistencias por parte, sobre todo, de los fariseos.

Sólo acogiendo la Palabra, podremos nosotros ser acogedores. Y sólo siendo acogedores seremos hoy trasmisores de la Buena Noticia del evangelio. Porque siempre pero particularmente hoy se valora más a los testigos que a los maestros, a los que acogen más que a los que sólo enseñan, dicen o predican incluso palabras bonitas.

Fr. Hermelindo Fernández, OP

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